Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Cine, Cine ruso

Rebeldes con causa

Un filme musical hace un homenaje al movimiento stiliagi, una subcultura juvenil que emergió en la Unión Soviética a finales de la década de los 40

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Si de entrada anuncio que voy a comentar un filme musical realizado en Rusia, serán muchos los lectores que reaccionarán con asombro: ¿Una película musical rusa? Pero aunque cause sorpresa, debo apuntar que no se trata de un género ajeno a esa cinematografía. De hecho, no solo ocupó un lugar en ella, sino que además en los años 30 y 40 gozó de una enorme popularidad. Naturalmente, no dejaban de ser cintas que se ajustaban a la concepción ideológica del régimen estalinista, pero su principal propósito, más que propagandístico, era entretener al público.

Igor Sávchenko colocó la primera piedra en 1934, con la comedia musical El acordeón. Paralelamente, uno de los colaboradores inmediatos de Eisenstein, Grigori Alexandrov, había visitado Estados Unidos, de donde volvió obsesionado con la idea de adaptar el espíritu vistoso y alegre de las producciones hollywoodenses a la realidad soviética. El mismo año de El acordeón llegó a las pantallas Juventud alegre, en la que el cineasta descubrió a la cantante y bailarina Liubov Orlova, quien sería la primera estrella del cine musical soviético. Asimismo la música fue compuesta por Isaak Dunaievski, quien a partir de entonces se convirtió en el patriarca reconocido de las canciones para el cine. Por su parte, Alexandrov fue probablemente el realizador soviético que mejor asimiló los principios básicos del musical, al que dio una visión personal y puramente rusa. Algo que se pone de manifiesto en títulos como El circo (1936) y Volga-Volga (1938).

El otro cineasta señero es Iván Piriev. Ajeno al cine musical que se hacía en otros países, bebió en las fuentes del arte y la canción popular rusos. Realizó comedias de ambiente rural, en las que sobresalió María Ladinina. El matrimonio formado por ambos duró veinte años, durante los cuales trabajaron juntos en cintas como La novia rica (1938), Tractoristas (1939), La granjera y el pastor (1941) y Los cosacos del Kubán (1950), que tuvieron mucho éxito. La gente iba a verlas varias veces y sus canciones sonaban por todas partes.

Tras la guerra, la realización más o menos profesional de filmes musicales decayó. Los dos grandes maestros, Alexandrov y Piriev, se fueron agotando. Los nuevos realizadores, en lugar de crear obras originales, se dedicaron a adaptar espectáculos teatrales y óperas. Eran cintas distanciadas del gusto del público, a lo cual se sumó su falta de profesionalismo. El resultado fue un progresivo divorcio entre ese cine y el público.

En los años 60, en la Unión Soviética de estrenaron filmes musicales ingleses y norteamericanos como Funny Girl, My Fair Lady, Oliver, que tuvieron muchísimo éxito. Eso contagió a varios cineastas locales, que incursionaron en el género. Entre las cintas que se rodaron, la más importante fue Melodías del barrio de Veris (1973), del georgiano Gueorgui Shenguelaia. Esa fiebre hizo además que los espectáculos musicales invadieran los escenarios. Apareció así un nuevo concepto de ese género. Una de sus figuras más relevantes fue Mark Zajarov, quien trabajó en el Teatro Lenkom. Entre sus montajes más celebrados, están Juno y Avos y Matar el dragón. El segundo fue llevado al cine por él mismo en 1988. A esa década también corresponden filmes como Somos del jazz (1983), Aplausos, aplausos (1985) y El hombre del bulevar de Capuchinos (1988).

Pienso que de las líneas anteriores se puede sacar como conclusión lo que el crítico Valeri Kuznetsov resume así: “El género de las películas musicales apareció en la URSS para luego desaparecer. Amado por todo el mundo, no pudo desarrollarse aquí seriamente: faltaban la base técnica y una escuela de actores desarrollada. Y siempre lo trataban de manera muy altiva y con sospecha los que expresaban la política oficial de la cultura. Recuerdo como, en cierta ocasión, Grishin, excapo del Comité Moscovita del Partido, reunió a intelectuales y artistas para impartirles las instrucciones de turno, y se lanzó a la lucha contra el arte abstracto y las películas musicales, sin saber, probablemente, de lo que estas trataban (…) Siguieron pasando los años, pero eran muy pocos los casos, cuando llegaban a filmarse películas musicales en los estudios soviéticos. Es un género muy amado por el público, para el cual tenemos maravillosos actores y excelentes compositores… Lo que faltan son películas”.

Primer musical ruso desde los años 40

Ese camino intermitente que ha tenido el cine musical en la cinematografía rusa afectó a quienes poseían las aptitudes y condiciones necesarias para haber podido desarrollar una brillante carrera. Un caso elocuente es el de la actriz y cantante Liudmila Gurchenko. Soñó toda su vida con hacer películas musicales, pero su sueño solo se hizo realidad en muy pocas ocasiones. Y cuando eso sucedió, las películas y los papeles no llegaban a la altura de su talento. Ella misma lo comentó en un artículo titulado “Pausa musical”, en el cual expresó: “Es mucho lo que no he logrado realizar en el género musical. No he tenido una experiencia continua en el cine. Todo queda fragmentado, desgarrado por el tiempo y la suerte, por las propensiones creadoras de realizadores muy diversos. También los errores desatendidos y la desesperación iban pasando de película a película. Casi todos los realizadores, salvo muy pocas excepciones, abandonaban luego el versátil e ingrato género musical. A medida que cambiaba la política estatal, se modificaban los temas del cine. En ciertos momento el género musical no cabía, simplemente, en nuestra vida”. Y terminaba preguntándose con amargura: “¿De dónde saco valor para no notar esa indiferencia, para no perder lo hallado? ¿De dónde sacaré fuerzas y dónde encontraré apoyo para mantenerme en el nivel alcanzado?”.

¿Cuándo llegó a las pantallas de Rusia la última película musical de producción nacional? A juzgar por lo que sostiene Valeri Todorovski, hace más de medio siglo. Lo expresó a propósito de su filme Hipsters (Rusia, 2008, 125 minutos), según él “el primer verdadero musical ruso desde los años 40”. No seré yo quien lo desmienta, pues no dispongo de argumentos para hacerlo. En todo caso, lo cierto es que hacía bastante tiempo que la cinematografía rusa no revisitaba ese género. Pero pese a ello, todo indica que seguía gozando de la preferencia de los espectadores: la película recaudó 17 millones de dólares.

Su título original es Stiliagi. Para su distribución internacional, se optó por el título de Hipsters, un término que, a falta de uno propio, se usa tal cual en español (en nuestro idioma, se acentúa la i). De acuerdo a la definición en inglés, los hípsters son una subcultura urbana de hombres y mujeres típicamente entre los 20 y los 30 años, que valoran el pensamiento individual, la contracultura, las ideas políticas progresistas, la apreciación del arte y el rock indi, la creatividad, la inteligencia. A pesar de que el hipsterismo es realmente un estado mental, a menudo es asociado con una sensibilidad distintiva respecto a la moda.

En la Enciclopedia de la Historia Rusa, el movimiento stiliagi es descrito como una subcultura de los jóvenes que emergió a finales de la década de los 40. La Segunda Guerra Mundial no solo devastó el país, sino que tras finalizar expuso a la hasta entonces cerrada sociedad soviética a la cultura, la moda, la música y el cine del mundo occidental. Los stiliagi importaron ropas extravagantes y estilos de pelo que desafiaban el gusto del público (la raíz del término, stil, significa estilo). Adoraban todo lo occidental y, en especial, lo asociado con Estados Unidos (los miembros del movimiento también se llamaban a sí mismos, shatniki, fans de Estados Unidos). Fueron atacados desde la prensa, pero su represión fue dejada en manos del Komsomol. Algunos stiliagi fueron expulsados de las universidades e incluso enviados a la cárcel. Sin embargo, muchos eran hijos de miembros de la nomeklatura. De ahí se explica que estuvieran expuestos y tuviesen acceso a la cultura occidental.

Hipsters está ambientada en el Moscú de 1955 y es un homenaje al movimiento stiliagi. No se trata, sin embargo, de un filme histórico, sino de una dramedia (es decir, una combinación de drama y comedia) musical. Su protagonista es un joven veinteañero llamado Mels (acrónimo de Marx, Engels, Lenin y Stalin). Es un miembro destacado del Komsomol y favorito de Katya, su superior. Una noche, toma parte en una batida contra un grupo de stiliagi que están reunidos ilegalmente en el Parque Gorki. La comisaria va armada de una tijera para cortarles el pelo y rasgarles las llamativas ropas. Para ella, son enemigos de la sociedad y no puede entender que alguien pueda querer algo más que ser un comunista puro.

Siguiendo una orden de Katya, Mels sale a la caza de una de las chicas. Esta consigue engañarlo y escapar, pero antes de hacerlo lo invita a que se dé una vuelta por la calle Broadway (en realidad, la calle Gorkovskaya) para que vea por sí mismo cómo ellos se divierten. El joven acepta su invitación, descubre su estilo de vida y queda fascinado con el espíritu libertario de aquellos rebeldes con causa. Movido por eso y por la atracción que siente por la muchacha, se une al grupo. Es así como el espectador pasa a conocer a los stiliagi a través de quien hasta entonces era su antítesis.

Lo primero que le sugieren a este sus nuevos amigos es acortar su nombre: Mel en lugar de Mels. Ellos, a su vez, han americanizado los suyos: Fred, Bob, Kim, Sherri, Polly. Tienen una naif idealización de la cultura norteamericana y luchan por usar la ropa que les gusta, escuchar la música que les apetece y vivir como desean. No son un movimiento político, pero para la dirigencia comunista sus repercusiones pueden ser equivalentes. La suya es una rebelión cándidamente colorista. Solo pretenden divertirse y pasarlo bien. Pero esa no es evidentemente la idea de diversión que el régimen soviético tiene en mente.

La película narra la transformación de Mel, quien de ser un Komsomol destacado y de buen comportamiento pasa a integrarse a una subcultura underground. En el mercado negro compra camisas, corbatas y pantalones coloridos y se deja un enorme tupé que pondría verde de envidia al mismísimo Tin Tin. Aprende a bailar con uno de los chicos, quien le enseña pasos como The Atomic, The Canadian, The Hamberger. Consigue además un saxofón y para aprender a tocarlo por las noches escucha a escondidas una emisora radial de Nueva York. Se lo vende un músico caído en desgracia que le advierte que el Estado solo acepta como instrumentos el acordeón y el violín. No así el saxofón, que es considerado como un “arma secreta”. Mel adopta total e inequívocamente ese estilo de vida anticonformista. Para él no se trata de una actitud juvenil pasajera, sino de la muestra auténtica de algo interior. Por eso, su condición de stiliagi la defiende hasta el final, pues para él lo más importante representa la posibilidad de expresarse libremente.

Los stiliagi son enemigos en potencia

La primera vez que Mel sale vestido con las nuevas ropas, el cambio es aprobado jubilosamente por el padre, un obrero de origen campesino y veterano de la Guerra Patria que ha criado solo a sus dos hijos. No así su hermano ni los vecinos. Similar reacción encuentra Mel en el autobús y en la calle, donde lo empujan y le gritan insultos. En uno de los periódicos enfrentamientos con el Komsomol, Katya lo ve con sus nuevos amigos. A partir de ese momento, se muestra dispuesta a tomar medidas extremas para hacerlo volver al redil o bien castigarlo (su encono oculta razones amorosas). Para ella, los stiliagi son enemigos en potencia, pero en su opinión Mel es peor que un enemigo: es un traidor, que se ha vendido por unas ropas brillantes y desertó de su conciencia y su honor. En la asamblea donde lo juzgan, tras escuchar la airada denuncia de Katya el joven entrega en silencio su carnet del Komsomol, sellando así su determinación de seguir siendo un stiliagi.

Para realizar Hipsters, Valeri Todorovski (1962) siguió en lo esencial el estilo del cine musical hollywoodense. A diferencia de lo que Andrei Konchalovski hizo en los años 70 con Romanza de los enamorados, no se aparta radicalmente de las premisas básicas de ese género. Hipsters es un musical romántico, divertido, que posee un atinado balance entre las escenas festivas y los momentos dramáticos. Es visualmente atractivo y cuenta con una buena banda sonora y unas coreografías brillantes y energéticas. Asimismo el trabajo del elenco juvenil es estupendo y los propios actores se encargaron de interpretar las canciones. Junto a ellos aparecen dos magníficos veteranos: Serguei Guermash y Oleg Yankovski. En el plano técnico, el filme alcanza también un nivel muy profesional. En no poca medida, eso se debe a que fue financiado por el político y bimillonario Mijail Projorov, propietario del equipo de baloncesto Brooklyn Nets.

El cine musical privilegia las actuaciones sobre la representación, y eso se aplica en Hipsters. Los personajes y la historia no puede decirse que tengan profundidad ni sofisticación. Pero aunque respeta las convenciones del género, Todorovski ha realizado un musical con sustancia acerca de un hecho histórico específicamente ruso. Mantiene además un equilibrio entre el liberador sentido de la diversión y la seriedad con que satiriza la represión de los stiliagi en la Unión Soviética post estalinista. Hipsters es una película que habla sobre la libertad y sobre el delirio de ser joven, lo cual le da un alcance universal a su mensaje. Pero la lectura que harán los espectadores rusos es otra.

Todorovski no duda transgredir en determinadas ocasiones algunos principios del género. Uno de ellos, posiblemente el más notorio, es la falta de glamour con que presenta algunos escenarios. Dos secuencias lo ilustran con meridiana claridad. Una es la de la canción que interpreta el padre de Mel en el sitio donde ambos viven. Se trata de una kommunalka, la residencia colectiva que emergió en la Unión Soviética como respuesta al problema de vivienda en las zonas urbanas. La alegre música y la coreografía no disfrazan lo que significaba vivir allí: hacinamiento, ausencia de privacidad, compartir las áreas comunes (baño, cocina, pasillos, teléfono si lo había). La otra secuencia es la del encuentro de Mel con el músico que le vende el saxofón. El marco es una especie de bar mugriento y de paredes desconchadas, que es lo más parecido a las “pilotos” que existieron en Cuba. No se puede decir que en el lugar ni los obreros que allí acuden a beber cerveza de pie, haya la más leve nota de glamour.

En el filme hay además otra secuencia sobre la cual vale la pena llamar la atención, pues demuestra cómo Todorovski ha sabido aprovechar las posibilidades expresivas de la música. Es aquella en que Katya ha convocado una asamblea para expulsar del Komsomol a Mel. Hay pocos diálogos y la situación está dada a través de una conocida canción de los años 80 de la legendaria banda de rock Naitilus Pompilius. La secuencia está filmada en un aula a manera de anfiteatro, donde están sentados decenas de jóvenes con idéntico uniforme gris. Katya es realmente quien canta. Los estudiantes se limitan a hacer de coro, mientras golpean al unísono y con énfasis las tapas de los pupitres. No hace falta comprender la letra para deducir lo que sucede, pues la música y la interpretación son suficientemente expresivas.

La banda sonora está conformada en gran parte por conocidas canciones de las décadas de los 80 y los 90, pertenecientes al repertorio de agrupaciones como Kino, Mashina Vremeni y la ya mencionada Nautilus Pompilius. En esos casos se reescribieron o se revisaron las letras, pero se conservaron las melodías, de modo que fueran reconocibles. Con eso el director buscó vincular el rock de esos años con el movimiento stiliagi, y resaltar que, unos con su música y otros con su estilo de vida, representaron una muestra pacífica de disidencia.

Esa analogía del pasado con el presente se extiende a otras generaciones en la eufórica escena final: una multitud integrada por punks, hippies, rockeros, skateboarders simboliza la continuidad histórica y el gran logro del espíritu humano de que se respete el derecho de ser uno mismo como individuo. Tal mensaje de libertad y de reclamo del derecho a ser diferente, ha declarado Todorovski, adquiere relevancia en la Rusia de hoy, donde un sector de la juventud adopta una actitud conformista y se deja seducir por una organización como Nashi, que abiertamente colabora con el gobierno de Vladimir Putin. A propósito de esto reproduzco lo que declaró en una entrevista reciente la escritora bielorrusa Svetlana Alexievicha, que el año pasado recibió el Premio Nobel de Literatura: “Hay muchos jóvenes nostálgicos de la URSS. Eso es porque hoy ven a sus padres como unos derrotados por el sistema. En Rusia el 7 por ciento de la población acumula la riqueza del país. A estos jóvenes quizá sus padres les hayan contado que antes la gente vivía mejor. Aquella igualdad comunista les hace añorar tiempos pasados”.

En el contexto de la cinematografía rusa de hoy, Hipsters es además un filme anti Estado. Según declaraciones de Todorovski, quiso llegar al público y hacer una película popular, pero para ello optó por una tercera vía: no seguir los caminos del éxito de taquilla patriótico ni de la comedia con celebridades. En su regreso a los años 50 tampoco lo anima una visión nostálgica del pasado, sino que por el contrario previene contra la rígida mitologización de la antigua Unión Soviética. En ese aspecto, la película desmantela la grandeza de la nostalgia retro con la que es abordada la historia en muchas cintas rusas contemporáneas.

Hipsters formó parte de la selección oficial de los festivales internacionales de Toronto, Seattle, Chicago, Washington D.C., Cleveland y Anchorage, donde obtuvo el premio del público. En los Nika, equivalente ruso de los Oscar, se alzó con cuatro galardones, entre ellos el de mejor película. Solo cabe preguntarse si habrá que aguardar otros cincuenta años para que se realice en Rusia otro filme musical.

Hipsters se puede ver en dvd en Netflix.