Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Se cierra un capítulo

Todos conocen la historia de Cabrera Infante, pero Piñera y Jordán pertenecen al dominio de los arqueólogos de la cultura cubana

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Murió en Nueva York, a los 85 años, el crítico de cine René Jordán. Hace apenas unos días también falleció, en La Habana, otro gran crítico, Walfredo Piñera. Ambos, junto a Guillermo Cabrera Infante, se convirtieron en tres de los más destacados críticos de cine de la década del cincuenta en Cuba. Cabrera Infante, como G. Caín, publicaba en Carteles, Jordán lo hacía en Excelsior y en la revista Bohemia, mientras Piñera editaba las imprescindibles guías católicas.

Todos conocen la historia de Cabrera Infante, pero Piñera y Jordán pertenecen al dominio de los arqueólogos de la cultura cubana. Sus historias son conocidas solo a retazos y mayormente por quienes tuvieron contacto con ellos. Piñera, por católico, fue ninguneado por las autoridades culturales cubanas y relegado a un papel oscuro en el departamento de medios audiovisuales de la Universidad de La Habana, fungiendo prácticamente como un inocuo archivero, bien alejado del ICAIC. Aceptó su rol con la humildad que le imponían sus creencias religiosas. Jordán, al exilarse, fue despachado al olvido, a pesar de que se mantuvo activo y exitoso como crítico de cine.

Para los cinéfilos de mi generación Jordán fue un personaje casi legendario. Sabíamos que había escrito biografías de Clark Gable, de Marlon Brando y de Barbra Streisand, pero esos libros nos eran inaccesibles. También nos enteramos que publicaba en Film Quarterly y en The Village Voice, dos revistas que por entonces reverenciábamos y que leíamos fervorosos cuando algún número caía por casualidad en nuestras manos. Pero la primera vez que supe de la existencia de René Jordán fue cuando cayó en mis manos un ejemplar de Tres Tristes Tigres, cuando Arsenio Cué, sentencioso, dice: “…considero que todos los escritores cubanos, todos…gente de tu generación no son más que unos malos lectores de Faulkner y Hemingway y Dos Passos… ¿Qué queda? Algunos nombres sueltos como… entre los hombres de tu generación, tal vez René Jordán. Si deja la frivolidad que exhibe con tanto despliegue en sus críticas de cine y se olvida de la otra Quinta Venida y del New Yorker.”

Cabrera Infante siempre consideró a Jordán como un gran cuentista y aparte de su amistosa rivalidad como críticos de cine, le imputaba que no se dedicara más a la ficción. Jordán publicó su primer cuento, “Visita de cumplido” y tres relatos más, en la revista Ciclón. En 1959 formó parte de la dirección inicial de Lunes de Revolución. Tradujo Miss Lonelyhearts, la obra de Nathaniel West y escribió un libro, La angustia del sábado, que ganó mención en la primera edición del Premio Casa de las Américas en 1960, pero nunca se publicó porque Jordán partió al exilio poco después.

Comenzó en 1976 a escribir críticas y reseñas de cine para el suplemento en español de The Miami Herald, continuando a lo largo de los años a través de los distintos cambios de la publicación, hasta su muerte reciente. Desde que llegué a Estados Unidos traté de no perderme ninguna de sus críticas, que eran para mí una brújula. No había que estar de acuerdo con lo que decía sobre una película, pero conocer su opinión era importante, incluso en sus momentos menos felices. Sus críticas se caracterizaban por un refinado uso de la ironía, un sutil despliegue de erudición, un lenguaje sencillo y una total falta de pomposidad. Se tomaba su oficio muy en serio, pero sin alardes de solemnidad pretenciosa. Fue, por varias décadas, el único crítico de cine cubano del exilio y el más longevo, de esos que escriben semanalmente, incluyendo los que han publicado en Granma y Juventud Rebelde, en todos estos años.

Ahí queda su obra, dispersa, a la espera de un compilador. A la espera también de una merecida reivindicación, de un improbable acto de contrición de los censores.


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