Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Semana Negra

Fundada hace 25 años por el escritor Paco Ignacio Taibo II, la Semana Negra es un evento con un amplio prestigio internacional que todos los años reúne a un centenar de escritores

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Se celebró en Gijón, del 6 al 15 de julio, la internacionalmente famosa Semana Negra, en la cual presenté mi última novela Un bronceado hawaiano. Fundada hace 25 años por el escritor Paco Ignacio Taibo II, la Semana Negra reúne un centenar de escritores, cuya lista es francamente impresionante, y las presentaciones de libros se suceden una detrás de la otra. Con motivo de mi participación en el Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana que se celebraba en Cádiz, me perdí el mítico y legendario tren en que llegan los invitados desde Madrid; pero estuve en Gijón lo suficiente para recibir el impacto de una experiencia única, muy difícil de explicar, como lo es también el género negro, que es mucho más que una colección de novelas de crímenes, con asesinos, detectives, policías y ladrones, aunque con ellos hay material más que suficiente para llenar páginas y páginas de la mejor literatura.

Regresé, de paso, apertrechado de unos cuantos libros de crítica sobre el género, con el fin de aprender más y meterle mano, porque los niveles del género negro (emparentado con otros muchos) llegan a lo social, lo político, lo sicológico y lo metafísico, y con la proliferación de crímenes y delincuentes (incluyendo los bancarios) tenemos para rato. De todo esto dejó constancia la Semana Negra, no solo por su conciencia colectiva, social y política, sino por los bajos fondos de la conducta humana que tan bien exploró Dostoyevski en Crimen y castigo, un clásico de la novela negra. En realidad, como dije en mi presentación, se trata de una metafísica entre el bien y el mal, donde el concepto fundamental del “que la hace la paga”, que empezó en Hollywood, se ha ido para el albañal, porque hoy en día, el que la hace no paga nada, y mucho menos los bancos, que son los que cobran los intereses. La “filmografía” de la novela negra, que se gesta en el cine, ha sido confirmada una vez más con la “masacre de Batman” en Colorado, donde la línea entre ficción y realidad se entremezclan, como si la vida fuera cine. Desgraciadamente, pero a beneficio de la literatura, el mundo de hoy está tan jodido que la novela tiene tema para rato.

Fueron invitados a la presente jornada ciento treinta y seis escritores, mayormente españoles, incluyendo cinco ingleses, cuatro franceses, un italiano, un serbio, dos norteamericanos, seis argentinos, tres mexicanos, un chileno, un colombiano, un saharauinense y un cubano (yo), porque no hay que dejárselo todo a Leonardo Padura. Otros cubanos me preceden, como uno de sus fundadores, Rodolfo Pérez Valero, que es un veterano del género negro, y que ha estado en la Semana Negra un buen número de veces, donde ha sido premiado una y otra vez, y que hoy vive en Miami; pero creo que soy el primero que ha cumplido medio siglo de exilio —cuota difícil de superar. Esta agenda de escritores no da la medida del evento, que incluyó una interminable serie de actividades de diversa naturaleza además de la maratónica presentación de libros: una exposición en memoria del pintor Ricard Castells, Concierto Coca-Cola (The Pinker Tones), Concierto Mahou (Niños Mutantes), entrega de los Premios Hammet, exposición de la Asociación Española de Criminología, fotoperiodismo, performances literario-musicales, la Agrupación Solvay cantando “Santa Bárbara Bendita”, sin faltar una cacerolada en apoyo de la marcha de los mineros asturianos contra las medidas del Gobierno por el “asesinato” (así como suena y para estar a tono con el género negro) de los Reyes Magos. Todo esto dentro de un ambiente de feria, presidido por una noria gigantesca, donde artesanía y gastronomía (churros, chocolate, jamón, chorizos, pulpo, croquetas caseras) se entremezclaban en un gran festín lúdico y literario, con las carpas para la venta de libros a precios irrisorios, todo abierto al público sin costo alguno. A esto hay que agregar, la publicación de A Quemarropa, un tabloide con todas las de la ley, donde día a día se dejaba constancia de lo que pasó el día antes, de lo que está pasando y lo que va a pasar, y que se distribuye gratuitamente.

Desde hace años añoraba participar en la ya mítica Semana Negra, y entre otras cosas no había podido hacerlo porque no había cultivado la novela negra, aunque pensándolo bien mis vínculos con el mismo se inician en mi adolescencia y juventud, dentro de la ambientación de los cines habaneros, que tan importante papel jugaron en la formación de la cultura nacional, y después en 1993, cuando en Court TV se filmó el juicio de Lyle y Eric Menéndez por el asesinato de sus padres en Beverly Hill, y que me llevó a pasar horas y horas pegado al televisor, viendo una y otra vez las grabaciones, que me condujeron a la escritura de Oscuro total, texto dramático que, desde el título, me metió de cabeza en el género negro. Si de crímenes se trata, los antecedentes del género hay que irlos a buscar en el teatro, preferentemente en el isabelino, particularmente Shakespeare, que aunque su teatro no incluya detectives y policías, está poblado de asesinos en serie (Macbeth, Hamlet, Ricardo III).

En esta ocasión la Semana Negra se ha celebrado en el abandonado astillero naval de Gijón, donde se levantaron las carpas que caracterizan un evento que no se parece a ningún otro, con unas señas de identidad inconfundibles: un entretejido de lo popular y lo culto, sin línea divisoria. A la entrada de “Naval Gijón”, lo primero que vimos fue una inmensa réplica de “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix, puro romanticismo revolucionario, que deja constancia de la conciencia colectiva la Semana Negra. La reafirma, de forma más radical, “El cuarto estado”, un cuadro de Guiseppe Peliza da Valpedo, que es una de las muestras más auténticas de las lucha de las clases y que me conmovió desde que vi el original por primera vez, hace años, en el Museo de Arte Moderno de Milán, cuya réplica cubría prácticamente todo el fondo del escenario de la “Carpa del Encuentro”, en la cual se desarrollaban gran parte de las mesas redondas, en un auditorium lleno de sillas plásticas de la Coca Cola, uno de los múltiples patrocinadores, cuya presencia no era menos notoria, como en el caso de Hollywood, que ha jugado un papel protagónico en la trayectoria del género. Complementando estas muestras pictóricas, multitud de vallas pintadas a modo de “comic” o arte “´pop”, complementaban la ambientación de la Semana Negra, dándole otro tono. Aledaña a esta carpa, la de “A Quemarropa”, donde la presentación de novelas tenían lugar una detrás de otra. Mejor todavía, para darme por la vena del gusto y crear una tónica de cine negro, Gijón me esperaba con frío, lluviecita, niebla y cielos nublados, que tanto me gustan.

Es de advertir, que en medio del aparente caos de la Semana Negra, las presentaciones se sucedían con precisión cada media hora en un diálogo constante dentro de sólidos niveles críticos, porque la Semana Negra, a pesar de sus locuras, se toma muy en serio. Entre todas a las que asistí, un momento estelar fue el del novelista norteamericano James Thompson, que se desarrolló a modo de charla con Cristina Macías, complementada la presentación con una impecable traducción simultánea. Nacido en Kentucky, Thompson, que desde hace catorce años vive en Finlandia, es el autor de Ángeles en la nieve y El noveno círculo de hielo. Quizás porque en Helsinski, una ciudad fascinante y fuera de serie, vivió Ángel Ganivet, uno de los autores españoles que más he estudiado, y que estando en Finlandia se dio un salto a Riga para suicidarse en las aguas del Dvina, la sesión me resultó excepcionalmente buena por la complejidad de las ideas de Thompson y los precisos y agudos comentarios de Macías.

Ciertamente mi novela Un bronceado hawaiano, que clasifico como “un film noir”, y que construyo a modo de collage fílmico, se sale aparentemente de la norma de un género de compromiso político más directo, palpable en un buen número de las presentaciones, que fluctúan entre el fondo sucio del narcotráfico y el de los delincuentes de la banca internacional. De hecho, la escribí con en un deliberado enfoque individualista apolítico, sicológico y postmoderno, a fin de distanciarme del “lío” cubano, a modo de terapia dentro del contexto histórico en que he estado viviendo por más de medio siglo, y que, como expliqué en mi presentación, tras tres años de identificación (más o menos) con el proceso revolucionario, me fui de Cuba cuando empezaron a dictar las pautas de la escritura, porque yo escribo lo que a mí me da la gana —lo cual, acaba siendo, después de todo, una jodida afirmación política. Deudor de Hollywood, que juega un ambivalente papel protagónico en la Semana Negra, no perdí la oportunidad de mencionar los antecedentes fundacionales de la novela negra en Cuba, que dejan su marca de fábrica en la estructura de Un bronceado hawaiano, y que se desarrollan en los años cincuenta en los múltiples cines habaneros y en la cinemateca, donde se formaba una estética de vanguardia de la que formaba parte importante Guillermo Cabrera Infante.

Me tocó en suerte tener de presentador a un joven inteligente y perspicaz, Rafael González, a quien no conocía, que se leyó e interpretó mi novela a conciencia y cuestionó el carácter autobiográfico de la narración, indagando sobre los dos finales de la misma y refiriéndose la construcción visual del texto, que juega un papel importante en la estructuración del libro. Más suerte no pude tener, porque además de su sensibilidad y dedicación a la literatura, “Rafa” no es solo inteligente y culto, sino también policía, que es mucho decir, porque ¿qué más puede pedir el autor de una novela negra, sino que su presentación esté a cargo de una autoridad por excelencia en una ficción de este carácter?

En conclusión, lo que es la Semana Negra es muy difícil de definir, con unas vibraciones muy especiales que de entrada producen un desconcierto que nos dejan con la boca abierta. Ciertamente, la Semana Negra tiene una conciencia política y social marcadamente de izquierda. Esto no dejaba de producirme una cierta tensión interna, pero lo cierto es que la libertad de expresión se cumplió al dedillo, por lo menos en lo que a a mí respecta.

No solo eso. La presentación se hizo en un prime time, horario español, con la carpa abarrotada de público, a las ocho y cuarenta y cinco de la noche, entre la novelista Ana María Matute, invitada de honor, a la cual se le rindió merecido homenaje, y la conocida periodista Maruja Torres. Ana María Matute, Premio Cervantes 2010 (que le debieron otorgar mucho antes), es una dama con todas las de la ley, que le dio a la Semana Negra una nota diferencial, cuya Primera Memoria enseñé varias veces en al Universidad de Hawai, y que me gana en unos pocos años. Transpira distinción y clase, y sobre todo sensibilidad e inteligencia, enriqueciendo la Semana Negra con su presencia, y confirmando, a su modo y manera, los titulares de A Quemarropa: “Puertas Abiertas” y la “Fuerza de la Edad”, y aunque no lo decían por mí, y probablemente tampoco por ella, por razones cronológicas e ideológicas me sentí indirectamente aludido.


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