Actualizado: 28/03/2024 20:07
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura estadounidense, Bradbury, Literatura

Un libro que deleita, conmueve y atemoriza

Sesenta años después de su primera traducción al español, Ediciones Minotauro ha puesta en circulación una edición especial, limitada y numerada de la obra que consagró a Ray Bradbury como el poeta de la ciencia ficción

Enviar Imprimir

Desde el pasado mes de agosto, circula una nueva edición de Crónicas marcianas, uno de los libros más famosos y divulgados del escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012). Con la misma, las Ediciones Minotauro festejan sus seis décadas de existencia, y han querido hacerlo reeditando el título con el cual iniciaron en 1955 su andadura. Ese año fueron fundadas por José Porrúa, quien fue el responsable de descubrir y publicar por primera vez obras como Rayuela, Cien años de soledad y El señor de los anillos, esta última un hito en la historia de ese sello editorial.

La nueva edición de Crónicas marcianas es especial, limitada y numerada, y cuenta con cuatro ilustraciones del diseñador Edward Miller. Como novedad, incluye dos cuentos nuevos, “Los globos de fuego” y “El desierto”, este último inédito en español. Asimismo se han incorporado un prólogo que firma el escritor de ciencia ficción John Scalzi y otro redactado por el propio Bradbury. Se mantiene la breve introducción de Jorge Luis Borges para la edición de 1955, y en la cual el autor de Ficciones expresó: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”.

Esta reedición ve la luz además cuando se cumplen 65 años de que Crónicas marcianas se publicó por primera vez en inglés. En ese libro, Bradbury reunió 27 cuentos, algunos de solo dos páginas, que habían aparecido antes en revistas como Planet Stories, Thirilling Wonder Stories, The Arkham Samper y Weird Tales. La editorial Doubleday propuso al escritor publicarlos en un volumen, pero con la condición de que el conjunto tuviera un carácter unitario. Eso llevó a Bradbury a reorganizar el material que tenía e incluso a dejar fuera algunas narraciones. De acuerdo a Sam Weller en su biografía autorizada, hubo cuatro cuentos que no fueron incluidos: “They All had Grandfathers”, “The Disease”, “The Fathers” y “The Wheel”.

Bradbury relató una anécdota ocurrida cuando Crónicas marcianas acababa de salir. Un día llegó a una librería de Santa Mónica y vio que allí se encontraba Christopher Isherwood, a quien él no conocía personalmente. Compró un ejemplar de su libro, estampó una dedicatoria y se lo dio al autor de Adiós a Berlín, quien se mostró sorprendido. Tres días después el recién estrenado autor recibió una llamada suya. “¿Tú tienes idea de lo que has escrito?”, le dijo. “¿Qué?”, quiso saber Bradbury. A modo de respuesta, Isherwood le dijo que leyera el comentario suyo que estaba por aparecer en el número de octubre de la revista Tomorrow. Aquella encomiástica reseña catapultó Crónicas marcianas a la lista de los bestsellers. Al elogio de Isherwood, se sumaron después los de Aldous Huxley, Gerald Heard, J.B. Prietsley, Kingsley Amis y Angus Wilson, quien expresó que el de Bradbury es “un libro que deleita, conmueve y atemoriza”.

Antepone el estilo al rigor científico

Bradbury rechazó que a su libro se le etiquetara como ciencia ficción. De hecho, las influencias entonces reconocidas por él -el volumen de cuentos Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, la novela de John Steinbeck Las viñas de la ira- nada tenían que ver con ese género. Y a propósito del primero, contó que tras leerlo pensó: “Ay, Dios, si yo pudiera escribir un libro que fuera la mitad de bueno, pero ambientado en Marte, ¡sería increíble!”. Asimismo en una entrevista publicada en la revista francesa Magazine Littéraire, al referirse a las fuentes de su libro declaró que es “una mezcla de mitos griegos y romanos, mi pasión infantil por el Egipto antiguo, lo que había leído sobre la invasión de América del Sur por los españoles, en especial Hernán Cortés, y ciertos aspectos de nuestro comportamiento con los indios norteamericanos”.

El hecho de desmarcarse de la ortodoxia de la ciencia ficción, fue precisamente una de las razones que hizo de él un innovador del género. Bradbury antepone el estilo al rigor científico y renuncia a escribir un libro al uso. No se deja cegar por la tecnología y va a lo esencial. Sus cuentos son por eso más líricos, profundos y mágicos que científicos. Por otro lado, su intención nunca fue la de descubrir un posible futuro. Eso hace que en Crónicas marcianas no proporcione detalles sobre la tecnología de los marcianos, pero sí sobre su espíritu y sobre aquello que más valoran. Tampoco da información pormenorizada sobre los cohetes que llegaron a Marte, pero en cambio describe el comportamiento en ese planeta de los terrícolas que viajaron en ellos.

Los textos de Crónicas marcianas tampoco participan de la perspectiva adivinatoria que puede encontrarse en autores como Julio Verne, Arthur C. Clarke, Isaac Asimov. Eso, sin embargo, no le impide haber dejado ejemplos de ello, como esos artilugios de los marcianos que se asemejan a los actuales libros electrónicos: “un libro de metal con jeroglíficos en relieve, sobre los que pasaba suavemente la mano como quien toca un arpa. Y del libro, al contacto de los dedos, surgía un canto, una voz antigua y suave que hablaba del tiempo en que el mar bañaba las costas con vapores rojos y los hombres lanzaban al combate nubes de insectos metálicos y arañas eléctricas”. Pero en Bradbury el afán por adelantarse a la historia es accesorio. Él mismo se encargó de dejarlo claro: “En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos”. Y en una de las introducciones que redactó para su libro, expresó que nunca trató de escribir una versión científicamente exacta de la colonización de Marte, porque tal versión quedaría obsoleta en unos pocos años.

Esa falta de rigor científico fue la razón por la cual el narrador John W. Campbell, principal editor de ciencia ficción de la época, no aceptó los cuentos de Bradbury en la revista Astounding Science-Fiction. Por otro lado, cuando se publicó el libro, la comunidad que se dedicaba a ese género tuvo reacciones ambivalentes. Al principio, sus miembros se sintieron orgullosos de su éxito; pero después pusieron en duda sus credenciales como una verdadera obra de ciencia ficción. Les resultaba difícil comprender que no hubiese descripciones de la tecnología y de la realidad física del auténtico Marte, y que, por el contario, el autor concentrase su esfuerzo en recrear la atmósfera casi onírica de un planeta deshabitado, donde aún perduraba la misteriosa presencia de quienes lo habían habitado.

En cambio, fuera de ese ámbito Crónicas marcianas halló una favorable recepción. Hasta entonces, los críticos consideraban la ciencia ficción como subliteratura. De ahí que habitualmente ignoraban las obras adscritas a ese género. Pero quedaron fascinados con el libro de Bradbury, en el cual encontraron una escritura que de inmediato reconocieron como buena. Copio a continuación algunos extractos de las reseñas que se publicaron: “Crónicas marcianas escapa de las limitaciones identificadas con la ciencia ficción”; “El interés de Bradbury por las máquinas parece limitarse a sus aspectos simbólicos y estéticos”; “Crónicas marcianas es una parábola profundamente americana”; “Bradbury no puede ser clasificado simplemente como un escritor de ciencia ficción, incluso como uno superlativo. En realidad, pertenece a la tradición fantástica norteamericana que remite a Poe, y merece ser medido ya con los grandes maestros de ese género”; “Animo a los más reacios a leer al señor Bradbury. Es un talento grande e inusual”. La aportación de Bradbury fue precisamente que contribuyó a popularizar la ciencia ficción y la sacó del circuito marginal y minoritario. Más que ningún otro autor de Estados Unidos, fue el puente entre la cultura popular y la cultura intelectual.

Elaborado paralelo con la conquista de América

Si bien no se trata de una novela en el sentido estricto, Crónicas marcianas es un ciclo de cuentos unificados por un tema: la llegada a Marte y la colonización de ese planeta por los terrícolas. A partir de esa premisa, Bradbury aborda temas universales y de plena vigencia como la guerra, el racismo y el impulso autodestructivo de los seres humanos. Los textos están dispuestos en orden cronológico, y en ellos su autor narra de manera dispersa las experiencias de los colonos durante un lapso de 27 años, que va de enero de 1999 a octubre de 2026. La mayor parte tienen a Marte como escenario, por lo cual las referencias temporales y contextuales son las mismas. El libro es un tapiz que combina cuentos y viñetas. Los primeros varían en extensión y por lo general sus personajes tienen nombre. Las viñetas vienen a servir de bisagras y más que narrar historias de caracteres individuales, son breves pasajes acerca de hechos: la partida del primer cohete, la llegada de los primeros colonizadores, la construcción de los pueblos, el anuncio del estallido de la guerra.

Tal como él mismo declaró en la entrevista que antes cité, Bradbury establece un elaborado paralelo con la conquista de América. Acosados cada vez más por los problemas de su planeta, los terrícolas buscan una salida. Eso los lleva a emigrar en sucesivas oleadas a Marte, y una vez allí lo reclaman para ellos y lo rehacen a imagen y semejanza de la Tierra. En el cuento titulado “Aunque siga brillando la Luna”, dos personajes conversan. Uno asegura que no van a arruinar Marte, a lo cual el otro le responde:

“¿Cree usted que no? Nosotros los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar todo lo noble, todo lo hermoso. No pusimos quioscos de perros calientes en el templo egipcio de Karnak, solo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades. Y Egipto es una pequeña parte de la Tierra. Pero aquí todo es antiguo y diferente. Nos instalaremos en alguna parte y lo estropearemos todo. Llamaremos al canal, canal Rockefeller; a la montaña, pico del Rey Jorge, y al mar, mar de Dupont; y habrá ciudades con nombres como Roosevelt, Lincoln y Coolidge, y esos nombres nunca tendrán sentido, pues ya existen los nombres adecuados para estos sitios”.

Los terrícolas pasan así de ser héroes a ser villanos. El hecho mismo de su fuga es una prueba del fracaso colectivo de la especie humana. Una vez en Marte, demuestran una escasa consideración por la civilización y por el propio planeta. Usan las antiguas construcciones para practicar tiro al blanco, emplean los canales como vertederos de basura. No tienen respeto por la fascinante y misteriosa cultura de los marcianos, que estos tratan de proteger ante la rapacidad de los invasores. Pero estos traen enfermedades que acaban en poco tiempo con los habitantes de aquel planeta cuyo verdadero nombre, como revela uno de ellos, es Tyrr. Los marcianos, que al comienzo dan la impresión de ser espantosos, terminan por inspirar compasión cuando son exterminados por una simple varicela.

Deja al lector invadido por el pesimismo

Los marcianos son descritos como seres con aspecto humano, pero con habilidades superiores a las de los terrícolas. En contraste con los colonos, arrogantes, groseros e irrespetuosos con la cultura nativa, son un pueblo pacífico, reflexivo y con gustos sencillos, que vive en armonía con su entorno. Su principal diferencia con los terrícolas es, como se expresa en el cuento “Aunque siga brillando la Luna”, que “renunciaron a destruirlo todo, humillarlo todo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues en verdad la ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de un milagro. No permitieron que la ciencia aplastara la belleza”.

Crónicas marcianas deja al lector invadido por el pesimismo. Bradbury no se hace ilusiones respecto a la dignidad moral de los seres humanos. La divisa de estos pareciera ser: Cualquier civilización o especie diferente debe ser aplastada. La llegada de los terrícolas al hasta entonces planeta rojo, de arenas azules y ciudades ajedrezadas, es presentada con desengaño y tristeza. El tono elegíaco se completa con el último cuento, “Un picnic de un millón de años”, en el cual su autor vaticina una humanidad que tiende a destruirse a sí misma. En esa narración, la guerra nuclear ha destruido la Tierra. Solo una familia consiguió escapar a bordo del último cohete, y sus miembros han llegado a Marte con el propósito de iniciar una nueva vida. Como buena parte de la ciencia ficción, Crónicas marcianas más que predecir el desastre, busca prevenirlo. Bradbury se traslada al futuro para alumbrar el presente y explorar la naturaleza del ser humano.

En la que posiblemente es su obra más conocida y aclamada, Bradbury creó un estilo original, dotado de un gran humanismo. El escritor posee también una admirable capacidad para incorporar la poesía a la ciencia ficción, un rasgo que lo aleja del gélido cientificismo de autores como Isacc Asimov. En la mayoría de sus cuentos, narra historias sencillas que le sirven para zambullirse en los enigmas del alma humana. Esos textos son además evocadoras piezas literarias, escritas con una prosa emotiva, equilibrada y poética: “A la luz del sol se funde la nieve, los cristales se evaporan transformándose en nubes, en nada. A la luz del fuego los vapores danzan y se desvanecen. En el cráter del volcán, las cosas frágiles estallan y se volatizan. La joven marciana, ante el disparo, ante el calor, ante el impacto, se dobló como una bufanda de seda y se fundió como una figurita de cristal, lo que quedó de ella -hielo, nieve, humo- se lo llevó el viento”.

La mayoría de los cuentos se ubican más propiamente en el terror y la fantasía que en la ciencia ficción (Bradbury recurrió a este género más bien con fines alegóricos). El ejemplo más representativo de esto es “Usher II”, un ejercicio de grotesco gótico en homenaje a Edgar Allan Poe. En la Tierra, los censores han acabado con la ficción fantástica. Fueron prohibidos los cuentos de hadas y de misterio, las películas de terror, las fiestas de Halloween. William Stendhal, el protagonista de ese texto, emplea precisamente la fantasía para consumar su venganza contra quienes apoyaron esas leyes. Uno tras otro, los va asesinando con métodos tomados de las narraciones de Poe.

Un caso excepcional es “Un camino a través del mar”, que se destaca por contener el mayor grado de crítica social de todo el libro. Miles de negros están emigrando a Marte. Samuel Teece, un extremista sureño se ve de repente ante la posibilidad de que desaparezcan aquellos hombres y mujeres a quienes durante años él ha atormentado y linchado. Si tal cosa sucede, ¿qué sentido va a tener su patética existencia?

Esos son, en suma, los principales valores que hacen de Crónicas marcianas un libro extraño, hermoso, grave, inquietante. Todo un clásico de la ciencia ficción escrito por un hombre al que, de niño, fascinaban los monstruos, los dinosaurios y el planeta Marte.

Medio siglo de la edición cubana

En Cuba, Crónicas marcianas se publicó hace medio siglo. Apareció en 1965 bajo el sello de la Serie del Dragón y llevaba un prólogo de Oscar Hurtado. Uno de los que entonces descubrió el libro de Bradbury fue Félix Lizárraga, quien en 1981 ganó el Premio David de ciencia ficción con la noveleta Beatrice. Acerca de aquella lectura, recuerda: “Yo era un adolescente cuando leí las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Son lecturas que no se olvidan. Cada cuento es una joya, pero recuerdo dos en particular: el de Ylla, la mujer marciana que vive a la orilla de un mar seco y espera a un astronauta desconocido con el exótico nombre de Nathaniel York que le habla en sus sueños; y el de una casa automatizada cuyos habitantes perecieron hace mucho en una guerra atómica, pero que continúa cumpliendo sus deberes hogareños y leyendo en voz alta, por las tardes, poemas que nadie escuchará”.

También Antonio Orlando Rodríguez figura entre los admiradores del libro objeto de estas líneas. Así lo pone de manifiesto en este breve testimonio que ha tenido la amabilidad de hacerme llegar: “Después que leí, siendo un adolescente, Crónicas marcianas, cualquier referencia a Marte me remite, irremediablemente, al universo imaginativo, humorístico y filosófico de Bradbury y a sus asombrosas historias sobre la colonización del planeta rojo. Por eso, cuando leo en las noticias que el astromóvil del programa Mars Science Laboratory (MSL) de la NASA analiza muestras del polvo de Marte, me pregunto si en realidad se tratará del planeta Tyrr. Mi generación siempre estará en deuda con el escritor y editor cubano Oscar Hurtado por habernos tendido un puente hacia los clásicos de la ciencia ficción, y especialmente hacia el maestro Ray Bradbury, a través de su legendaria Serie del Dragón”.

Otra escritora que leyó por primera vez a Bradbury en aquella edición, fue Daína Chaviano. Autora ella misma de obras de ciencia ficción, como Amoroso planeta y Los mundos que amo, tuvo la gentileza de redactar este breve texto: “Crónicas marcianas es el libro que más ha influido en mi carrera como escritora. Cada vez que lo leo, vuelvo a revivir esa impresión de éxtasis que me produjo su primera lectura. Sigo sin entender por qué sus cuentos continúan ejerciendo semejante sensación de encantamiento. Esas ciudades muertas que cobran vida en una dimensión a la que los humanos apenas tienen acceso, esas criaturas de cuerpos delicados que ocultan o expresan sus emociones con máscaras doradas, esas casas con columnas de cristal de las cuales brotan frutos comestibles, esas barcas de arena que remontan el vuelo arrastradas por aves sobre los mares muertos, esos maravillosos libros que revelan sus historias cuando se les toca con los dedos como si fuesen arpas, el recuerdo de esa civilización tremendamente humana y poética, cargada de simbologías que reflejan la pasión del espíritu humano por elevarse sobre las cuestiones más pedestres y aburridamente cotidianas para transformarse en un mundo donde hubiéramos querido nacer, se convirtieron en parte indisoluble de mi estética espiritual y creativa. Sin Bradbury, probablemente, nunca hubiera deseado ser escritora”.