Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura, Periodismo

Un retrato de horror y de humor

Lo que pesa en cada imagen, en cada palabra, incluso en cada espacio en blanco de las más de 350 páginas de este libro es que no se trata de una obra de ficción

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La editorial Hispano Cubana acaba de publicar EMIGRAR AL PATÍBULO y otras crónicas de horror y de humor, del poeta y periodista independiente cubano Ricardo González Alfonso. Un libro agridulce e inolvidable que puede leerse como un magnífico libro de cuentos. De hecho si se omitiesen las referencias geográficas, históricas, políticas y sociológicas —o se sustituyesen, pongamos por caso, por las de un Yoknapatawpha—, nadie que no tuviese algún conocimiento previo de esa realidad sospecharía que algo así pudiese ocurrir en una alegre, soleada y verde isla que aparece en el mapa del mundo real, y lo aceptaría tranquilamente como un fruto otro de la imaginación, en el supuesto de que algo así exista.

Pero no es el caso. No se trata de una colección de cuentos. No es ficción. Y eso es lo terrible. Es lo que pesa en cada imagen, en cada palabra, incluso en cada espacio en blanco de las más de 350 páginas del libro. Y eso —que la realidad sea una combinación de horror y de humor; y que semejante circunstancia sea lo que se describe—, es lo que imposibilita que el libro pueda disfrutarse, en el sentido de goce artístico, como una obra literaria de ficción más. Pero, en contra de cierto criterio autorizado, soy de los que piensa que el buen periodismo y las llamadas “bellas letras” no están reñidos. Al contrario. Pueden (y quizá deban) complementarse. El llamado periodismo literario es, por tanto, solo un periodismo que no encaja del todo en la lectura utilitaria del simple lector de periódicos. De modo que al parecer Borges no estuvo muy acertado (como suele ocurrirle a todo aquel que acude a afirmaciones rotundas) cuando dijo que “el periodismo acanalla la prosa”. Modestamente le rectifico —y al hacerlo tengo en mente el libro que comento— con una sola palabra: depende. Depende de la dirección en que se aplique. Porque la cuestión ―la definición de género― no va tanto con el estilo (con el cómo), como con el asunto o el material (el qué). Y me niego a aceptar que deba resumirse en una lucha territorial entre literatura y periodismo.

Ricardo, por suerte, escribe como si ese debate no hubiese existido. Él simplemente escribe de un lugar donde, por detrás de las apariencias, el horror supera con creces al humor y éste es tan solo un camuflaje para disimular y soportar al primero, siendo así que él mismo es juez y parte de ese horror. Y desde este ángulo —únicamente desde éste— sus textos son solo crónicas de horror. Crónicas en las que no se “acanalla” para nada la prosa. En su caso el periodismo es también prosa en el sentido borgeano: arte, imaginación, vuelo para enhebrar la cotidianeidad con las emociones elevadas.

Además, gracias a ese tono bromista, son crónicas, digámoslo así, piadosas. El autor dosifica ese horror y lo disuelve en una ironía muy cubana que, sin despojarse de sus rasgos específicos, seguramente también podría entenderse y (ella sí) disfrutarse en cualquier latitud.

Por lo mismo resulta, en cuanto denuncia, mucho más eficaz. A mal tiempo buena cara, dice el conocido proverbio, y es un hecho demostrado que a la hora de hacer valer los argumentos esa “buena cara” (la expresión serena, la simple y sosegada ironía y, cuando corresponde, la seriedad comedida, sin arengas, descalificaciones, ni otras estridencias) es mucho más efectiva. Aún más si lo que se cuestiona es la estridencia, la descalificación y el abuso de poder mismos.

Pero refirámonos de un modo más definido al libro. El autor distribuye los tiempos, las temáticas, el tono, incluso las dosis de humor y de horror, en ocho capítulos: LA ESPERANZA SITIADA, SONRISAS CON DOBLE FILO, SEMBLANZAS DE CARNE Y SUEÑO, BIOGRAFÍA DE UNA CASA, CON LA PUPILA DIESTRA, EL ENCUBRIMIENTO DE CUBA, PROFECÍAS Y RECUERDOS y ¡ARRIBA EL TELÓN! En ese orden.

La crónica que da título y encabeza el conjunto (EMIGRAR AL PATÍBULO, del capítulo LA ESPERANZA SITIADA), corta el aliento. Nos remite a la parte más lúgubre de esa realidad desde el primer párrafo que yo enmarcaría sin dudarlo entre los inicios acertados; esos que, como el del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, atrapan al lector desde esa primera línea.

“Convivir en un calabozo —dice— con un condenado a muerte es intrincarse en el laberinto de una vida ajena, que comienza a pertenecernos, a dolernos. Cuando abrieron la puerta de la celda tapiada y vi por primera vez a Lorenzo Enrique Copello Castillo, no imaginé que lo fusilarían en una semana…” (p.23).

Tono que se mantiene a lo largo del relato hasta el desenlace que, buen desenlace al fin, queda en la memoria como una verdad que se proyecta como un eco o una larga sombra a través de cada historia, incluso de cada risa, hasta la última página. Incluso podríamos asumirlo como un símbolo de la supuesta alegría del cubano: la alegría de quienes bailan, beben, ríen y cantan a la sombra del patíbulo.

En otro de esos primeros textos (“Martí sin lentejuelas”) ya se hace patente el propósito del autor con este libro. Propósito que, por cierto, es extensivo al periodismo que en general ejerció y ejerce Ricardo, casi siempre en riesgo. Por varios de estos textos fue a la cárcel, y otros fueron escritos de forma clandestina precisamente en la cárcel. Sin embargo, con independencia de las circunstancias, ese espíritu está ahí; vertebra, página a página, la totalidad de su empeño. Él lo describe con estas palabras:

“Yo gozo del circo en el circo y del patriotismo en la Patria. No puedo aceptar, por tanto, que a la lona remendada llamen cielo; y estrellas, a los puntos de luz que penetran a través de la tela raída.” (p. 57)

O sea, la clave es muy simple y, a la vez, muy compleja: Ricardo procura desmitificar —bajándola del pedestal de su discurso, de su ideología y de las imágenes que impone la propaganda de la prensa oficial apuntalada por una cruel censura―, la llamada obra (más bien consecuencias) de eso que todavía muchos denominan, no sé por qué, Revolución Cubana.

Con ese fin describe el funcionamiento de la prensa en Cuba (la oficial, la acreditada y la independiente); la represión; los problemas económicos y su porqué; la emigración constante de los cubanos por cualquier vía, la más común en embarcaciones precarias que son especie de bandejas con comida para tiburones; la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie; la historia de la prensa independiente; las infiltraciones de la Seguridad del Estado; las calumnias del régimen para desacreditar a los opositores; la arbitrariedad de la justicia “revolucionaria”; la cárcel que sufrió durante siete años; la historia de la revolución y, recorriendo todo eso, como un río subterráneo, la esperanza de los cubanos. En resumen: describe el circo tragicómico de un hecho histórico que surgió como un faro de esperanza y devino en una enorme roca donde esa esperanza se hizo pedazos.

Y puede decirse que cada línea contiene a su modo una obsesión. Pero dejaré que sea el propio Ricardo quién nos la explique:

“En el teatro de la vida la libertad es una obsesión sublime y peligrosa. Algunos la defienden a precio de vida; otros no, porque los miedos son eslabones fuertes. Mas no es necesario ser un preso, común o político, para añorarla, para luchar por ella.” (p. 357)

Una hermosa obsesión, sin duda.

En los textos que componen el capítulo EL ENCUBRIMIENTO DE CUBA es donde el tono irónico, paródico, esperpéntico incluso, puede parecer una enorme carcajada. Como si bromeara, nos habla en serio de asuntos serios: la prostitución, la corrupción, la represión… la descomposición de un régimen que amenaza la integridad de todo un pueblo. Nos lleva de la risa por todos y cada uno de los recovecos turbios, sombríos, repugnantes, de la realidad actual (que es la realidad de décadas) en Cuba. Y reímos. Pero al final la risa se nos congela en una mueca. ¿Cómo hemos podido reír de algo tan triste y que nos toca tan de cerca? ¿De algo que únicamente debe despertar nuestro rechazo y nuestra indignación? Sí, Ricardo nos atrapa por sorpresa y nos introduce de golpe en una especie de juego en el que el presente se disfraza de pasado y así, con ese grotesco traje de época, se torna más gráfico, más didáctico y más “ligero”.

Y termino con una última “enmienda” al gran Borges. No es cierto que el periodismo sea irrelevante, porque no es cierto que el último acontecimiento verdaderamente significativo de la humanidad haya sido la muerte de Jesucristo. Y porque existe un periodismo que, sin dejar de ser periodismo (es decir, sin dejar de ser una lectura utilitaria en el sentido que lo es el periodismo), deja páginas como éstas.

Se trata de una broma borgeana, sin duda; pero si no, EMIGRAR AL PATÍBULO y otras crónicas de horror y de humor, de Ricardo González Alfonso, bastaría para desmentirlo.


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