Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cine

Un western crepuscular y estilizado

Hace medio siglo se estrenó El hombre que mató a Liberty Valance, un filme que, de acuerdo a la opinión de muchos críticos, es la obra maestra de John Ford

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Nunca pensé en lo que hacía en términos de arte, o esto es grande o estremecedor, o cosas por el estilo. Para mí siempre fue un trabajo, que yo disfruté enormemente, y eso es todo.
John Ford

Nunca he sido amante del western, y por eso no es de extrañar que existan muchísimos títulos famosos pertenecientes a ese género cinematográfico que no he visto. No se debe a que me desagrade, sino a que sencillamente no tuve la posibilidad de habituarme al mismo. Una de las razones es que en mi niñez y adolescencia, etapas en las que es común disfrutar el western, tuve más acceso a otro tipo de cine y, luego, sencillamente a ninguno. Explico este galimatías. En el pueblo donde viví hasta 1973, la mayor parte de la oferta cinematográfica la ocupaban las cintas mexicanas de charros y mariachis. Como es evidente, eso respondía al gusto del público, aunque me apresuro a aclarar que yo no lo compartía. Por Dios, aquellas películas me parecían y me siguen pareciendo intragables. En la primera mitad de la década de los 60, el cine del pueblo fue derribado para construir uno nuevo. Pero para que esa idea se llevara a vías de hecho, hubo que aguardar hasta ¡1979! De modo que durante más de quince años, quien quería ver alguna película estaba obligado a desplazarse hasta Bayamo, con todos los inconvenientes que eso implicaba.

Fue en Madrid, ciudad en la cual viví por doce años, donde por primera vez escuché hablar de El hombre que mató a Liberty Valance (Estados Unidos, 1962; en Argentina y Chile se distribuyó bajo el título de Un tiro en la noche). En más de una ocasión la pasaron en la televisión —una copia doblada, como es usual—, y estoy seguro de que también deben haberla proyectado en algún ciclo de la Filmoteca Española. Pero como digo mi único contacto con esa película fue a través de esas referencias, pues nunca llegué a verla. O para decirlo con toda franqueza, nunca hice nada por verla. No ha sido hasta hace pocos días que eso ha ocurrido. En la edición del sábado 14 de abril del programa Días de cine, que transmite Televisión Española, dedicaron un reportaje al cincuentenario de su estreno en Estados Unidos, y lo que allí expresaron logró despertar mi interés. Fui a la página de Netflix, la ordené y a los pocos días me llegó por correo el disco. Una vez que terminé de verla, estuve de acuerdo en que los elogiosos comentarios que se han escrito sobre el filme son merecidos y justos: se trata de una gran película.

Sin embargo, esa alta valoración no se produjo de inmediato. En el momento en que se estrenó, hecho ocurrido el 22 de abril de 1922, no recibió una buena acogida por parte del público y la crítica de Estados Unidos. Se le consideró una obra menor de quien, en otra época, había sido un gran director. Ese director era John Ford (1894-1973), a quien el séptimo arte debe, en efecto, obras tan importantes como El delator (1935), La diligencia (1939), Las uvas de la ira (1940), ¡Qué verde era mi valle! (1941), Pasión de los fuertes (1946), El hombre tranquilo (1952), Centauros del desierto (1956).

Fueron sus colegas quienes primero reconocieron el gran valor del cine de Ford. En la década de los 50, Akira Kurosawa se refirió a él con estas palabras: “Ese hombre que solo hace películas maravillosas”. En una oportunidad, le preguntaron a Orson Welles cuáles eran, en su opinión, los tres mejores directores de cine. Su respuesta fue: “John Ford, John Ford y John Ford”. Y otro cineasta, el francés François Truffaut, dijo que “era uno de esos artistas que nunca pronuncian la palabra arte y uno de esos poetas que nunca hablan de poesía”. Su influencia ha sido enorme, y sus filmes sobre el oeste sirvieron de referencia a maestros como Anthony Mann, Sam Peckinpah, Samuel Fuller, Delmer Davis y John Sturges.

Al cabo de cincuenta años, resulta muy difícil comprender por qué entonces El hombre que mató a Liberty Valance no fue debidamente apreciada. Es cierto que Ford la hizo con 67 años, pero demostró que como cineasta aún se hallaba en plena madurez. A los espectadores de la época puede haberles decepcionado el que la filmara en blanco y negro, cuando para esos años la mayoría de las películas ya se realizaba en colores. Él, no obstante, argumentó que eso le daba mayor tensión, y de hecho hay escenas que, de no ser así, perderían mucho (pienso, por ejemplo, en aquella en que Dutton Peabody entra a oscuras en la oficina donde edita su periódico, y en la cual lo esperan los hombres de Liberty Valance). Algunos sostienen que con eso Ford también buscaba que no se notase tanto que John Wayne (Tom Doniphon) y James Stewart (Ransom Stoddard) interpretaban a personajes treinta años más jóvenes que ellos. Lo cierto es que en colores El hombre que mató a Liberty Valance no habría sido el mismo filme.

Otro aspecto que pudo haber desconcertado es el carácter atípico de la película. En ella Ford revolucionó el western mediante la transgresión de sus códigos, esos mismos que él había contribuido a establecer. Quien la ha visto, en primer lugar ha de recordar que hay muy pocos tiros y peleas y ni una sola persecución a caballo. Asimismo la mayor parte de las escenas están rodadas casi por completo en interiores y con unos decorados que no disimulan que lo son. En los western, por el contrario, predominan los espacios naturales y abiertos. Ford incluso tenía su sitio favorito, Monument Valley, que se halla situado entre las fronteras de los estados de Utah y Arizona. Allí realizó La diligencia, Pasión de los fuertes, Fort Apache, Río Grande, El sargento negro, Centauros del desierto, Wagon Master. En Hollywood se le conocía como “la tierra de Ford”, y Peter Bogdanovich comenta en su libro John Ford que Monument Valley ha quedado tan identificado con él, que otros cineastas piensan que filmar allí una película sería un plagio.

Clausura el western con grandeza y estilo

Crepuscular es un adjetivo que a menudo se emplea al hablar de este filme. Eso tiene mucho que ver con la época que recrea, y que sirve como bisagra entre dos etapas: la vieja que no acaba de morir y la nueva que no acaba de nacer. Estas representan además dos concepciones distintas de entender la vida. El oeste que muestra Ford está en un momento crítico: se enfrentan el futuro contra el pasado, el libro contra el revólver, la ley contra la anarquía, el líder racional contra el líder carismático. Dicho de otro modo, es el viejo oeste que empieza a ser desplazado por la avanzada civilizadora que viene del este. Los cowboys como Tom Doniphon y Liberty Valance deben dar paso así a los abogados como Ransom Stoddard. Este último llega a Shinbone con una maleta llena de libros de leyes y con la misión de llevar el orden y la justicia a un sitio en el cual rige la ley de las armas. El hombre cívico reemplaza, pues, a los héroes que conquistaron el oeste. No hay que perder de vista que, más allá de la epopeya romántica y la mitología poética, el western, como afirma Eduardo Torres-Dulce, es la construcción dura y azarosa de una nación.

En sus películas sobre el oeste, Ford dejó el mejor documento audiovisual sobre la conquista de aquel mundo libre, no sometido al cauce de la ley. En El hombre que mató a Liberty Valance reconoce que la llegada de la civilización es necesaria, que el progreso y la seguridad jurídica son imparables. Pero no puede dejar de traslucir su melancolía y su nostalgia por una épica y un modelo de vida lleno de valores y altos ideales. La nueva era traerá la prosperidad para Shinbone, pero no dará hombres como Tom Doniphon, quien es capaz de matar desde las sombras a Liberty Valance, en un poético gesto sacrificial que supondrá tanto su muerte como la de su mundo. Por otro lado, Ford era consciente de que la época dorada del western estaba llegando ya a su fin. Si con La diligencia inauguró ese género, al sentar las bases de lo que luego sería, con El hombre que mató a Liberty Valance quiso clausurarlo. Decidió, eso sí, que había que hacerlo con grandeza y estilo.

Esa mirada melancólica a la que antes aludí, se trasluce con más nitidez en la figura de Tom Doniphon. A través de él, Ford hace un homenaje a ese pasado en vías de desaparecer, a una época ya irrecuperable. Se trata además de un héroe fordiano en su más pura esencia. Es un personaje trágico que sabe cuál va a ser su destino y que no se resiste a él. Está consciente de que, al igual que el viejo oeste, él ahora resulta anacrónico, y por eso no vacila en sacrificarse para permitir la entrada de la civilización. Ese sacrificio lo extiende además a la renuncia de la mujer a quien ama, en favor del hombre que lo ha despojado de su futuro. Asimismo restituye a este el honor que piensa se merece, como verdadero representante del bienestar para Shinbone.

Ese secreto Doniphon lo lleva con discreción y humildad, en una actitud que lo caracteriza. A lo largo de toda la película, hace casi todo desde fuera. Interviene cuando se le necesita y luego vuelve a las sombras. Vive sus últimos años en la soledad y la pobreza, y cuando muere nadie sabe quién es. Solo unos pocos amigos acuden a darle el adiós final. Muy ilustrativa de la importancia que Ford le da en el filme es la escena de la convención: cuando Ransom Stoddard entra a la sala, dispuesto a iniciar su carrera como político, la cámara no lo acompaña. Se queda con Doniphon, quien a partir de ese momento pasará al universo donde descansan los mitos legendarios.

A diferencia de muchas de las películas del género, en El hombre que mató a Liberty Valance no se narra una historia en la cual se enfrentan buenos y malos. Sus personajes principales son seres humanos atormentados y llenos de matices. Esa complejidad con que fueron trazados se ilustra muy bien en Ransom Stoddard y Tom Doniphon, quienes tienen una relación sincera pero asimétrica. Ante todo, son hombres muy distintos, cuyos destinos se ven unidos por la amenaza de Liberty Valance y por el amor a una misma mujer. Sus posturas, sin embargo, se irán flexibilizando hasta llevarlos a hacer cosas que no formaban parte de su código de principios. El primero, como representante de la ley, se verá obligado a usar un arma; el segundo, a matar por la espalda, contraviniendo su norma ética como cowboy. Incluso la rivalidad que existe entre Tom Doniphon y Liberty Valance está igualmente matizada: aunque ambos se temen, también se respetan como pistoleros.

En El hombre que mató a Liberty Valance se tratan de manera tangencial otros temas. Algunos son recurrentes en la cinematografía de Ford, como el conflicto entre el hombre de acción y el hombre letrado o la antítesis de verdad y leyenda. Junto a estos, aparecen otros como el significado del honor y el papel social que desempeña la prensa. Este último aspecto aparece representado por Dutton Peabody (un excelente Edmond O’Brien), quien encarna el coraje y la arrogancia del periodismo. Anda permanentemente borracho, pero es leal, íntegro y ha puesto su diario al servicio de la comunidad. Denuncia los abusos de Liberty Valance, pistolero a sueldo de los ganaderos, y eso le vale una salvaje paliza de sus matones. Cuando sus amigos lo encuentran herido y maltrecho, aún tiene fuerzas para proclamar con la satisfacción del deber cumplido: “¡Le he hablado a ese Liberty Valance de la libertad de prensa!”. Y sin ánimo de agotar la complejidad temática del filme, quiero mencionar el motivo de la historia que es arrinconada por la leyenda. Es muy citada la respuesta que el director del periódico del pueblo a la pregunta de Ranson Stoddard de si va a revelar quién mató realmente a Liberty Valance: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se escribe sobre la leyenda”. El nuevo Oeste prefiere el mito romántico a los hechos verdaderos.

Ford rodó su película con extrema sobriedad. Se centró en el relato, articulado como un largo flash-back, y utilizó un estilo depurado, que evita cualquier manifestación de espectacularidad. Una vez más, demuestra por qué se le considera un director con una estética invisible, en la cual la presencia de la cámara parece no advertirse. La puesta en escena es muy teatral, lo cual no va en detrimento de su carácter cinematográfico. La fotografía es estupenda e incluye unos juegos con las luces y las sombras de claro sentido simbólico. Eso se aplica también a otros elementos como la doble imagen de la diligencia, el cactus florecido, la liberación de los caballos y el tren, imagen esta última con la que se abre y cierra el filme. Asimismo el humor socarrón de Ford está presente en muchas escenas, lo que hace que esa historia de fondo trágico adquiera a ratos un tono costumbrista y pintoresco. El trabajo de los actores es impecable, y aunque es de rigor destacar a John Wayne, James Stewart, Vera Miles y Lee Marvin, lo cierto es que todos sin excepción están muy bien.

El hombre que mató a Liberty Valance recompensa así al espectador con dos horas de gran cine, hecho con talento, inteligencia, vigor narrativo y humanidad. En estos tiempos en que se estrenan tantas películas cuya fama, como los yogures, viene con fecha de caducidad, es una suerte que podamos disfrutar de clásicos tan imperecederos como este. Y antes de concluir, anuncio una buena noticia: quienes aún no han visto esta obra maestra de John Ford pronto podrán verla de la mejor forma. En junio saldrá al mercado en Blu-ray.