Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura, Cine

Una irreductible pasión cinéfila

En sus tres libros sobre cine, Santiago Rodríguez practica un ajiaco genérico que es tanto un halago a la inteligencia como al disfrute de su lectura

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A Santiago Rodríguez (Guantánamo, 1940) y específicamente a su trabajo, yo lo he ido conociendo de a poco. Primero supe de su actividad como pintor, cuando ilustró el libro para niños de Roberto Pérez León Cuentos de abuela. Entonces me enteré de que, además de haber formado parte en Santiago de Cuba del grupo literario Los Diez, había ganado uno de los premios del Concurso de Pequeño Formato, con un proyecto que le dirigió la pintora Antonia Eiriz.

A fines de la década de los 90, cuando ambos residíamos en Miami, sorprendió gratamente con su estreno como escritor. Confieso que yo no había leído los poemas y cuentos publicados por él en revistas como Cultura 64 y El Caimán Barbudo, así que desconocía sus antecedentes literarios. Por tanto, no puedo decir si aquellos textos ya presagiaban al estupendo narrador que luego se reveló, con el volumen de cuentos Una tarde con Lezama Lima (1999) y las novelas La vida en pedazos (1999) y Mírala antes de morir (2003). En su momento, esos títulos recibieron una buena acogida por parte del reducido público lector de Miami.

Desde las páginas de Encuentro de la Cultura Cubana, Antonio Orlando Rodríguez comentó La vida en pedazos, y expresó que en esa novela “Santiago Rodríguez entrega un libro que, detrás de su estudiado desparpajo provocativo, realiza una sutil e inteligente aproximación al modus vivendis (o sobrevivendis) y a la con frecuencia elemental filosofía de la comunidad cubana en el exilio de Miami; la vida en pedazos que evoca el título, pero también la vida hecha pedazos de varias generaciones, a causa del error trágico de haber nacido en una isla maravillosa que pareciera condenada a purgar una impagable y seguramente espeluznante culpa”. Pienso, no obstante, que se trata de obras que no han recibido la atención crítica que merecen.

Pero aún me faltaba por descubrir a otro Santiago Rodríguez. Me refiero al cinéfilo visceral, al Santiago Rodríguez que tiene una larga e intensa relación de amor con el séptimo arte. En realidad, era un Santiago Rodríguez que siempre había estado ahí, aunque yo no tenía por qué saberlo. Lo curioso es que en su obra literaria había pistas que llevaban a presuponerlo. En primer lugar, las cubiertas de las dos novelas no pueden ser más cinematográficas. La primera con la claqueta y las fotos de artistas como Marcello Mastroiani, Anita Ekberg, Alma Rosa Aguirre, Enrique Alzugaray, Ramón Gay; la segunda, con la recreación de los carteles de las películas de cine negro, con la imagen de Burt Lancaster. Asimismo ambas obras están plagadas de referencias al cine de diferentes épocas. La vida en pedazos además lo pregona ya desde los títulos de los capítulos, que corresponden a los de películas famosas.

Esa faceta de Santiago Rodríguez es que muchos hemos venido a descubrir con la publicación de sus tres últimos libros: En el vientre de la ballena (Onto, gnosis, y praxis) (2008, 284 páginas), El regreso de la ballena (2011, 238 páginas) y La venganza de la ballena en 3D (2012, 318 páginas), todos aparecidos bajo el sello de Término Editorial. Al darles esos títulos, su autor ha querido rendir homenaje a aquellos filmes de horror de los años 50, cuyo mejor ejemplo son ejemplificados la trilogía Creature of the Black Lagoon, Revenge of the Creature y The Creature Walks Among Us. En total, esos libros suman más de 800 páginas, a través de las cuales se configura el mapa del universo cinematográfico de su autor. Un universo, hay que empezar por decirlo, que deja literalmente apabullado al lector. Solo alguien para quien el cine es una verdadera pasión es capaz de haber visto tantos filmes. Eso se refleja en cada una de las páginas de esos libros, que están repletos de conocimientos, datos curiosos, informaciones, anécdotas.

A pesar de que esos libros conforman una trilogía, como resulta fácil de deducir de los títulos, cada uno se puede leer como una obra independiente. En el vientre de la ballena recoge una veintena de textos sobre figuras y temas diversos. Renuncio a darles una clasificación específica porque en ellos Santiago Rodríguez practica un auténtico ajiaco genérico. Participan por igual tanto de la crítica como de la narrativa. Mezclan las informaciones y los comentarios con los chismes más deliciosos. Su autor no duda en abandonar el discurso crítico para pasar a adoptar la voz de un director o una actriz. Con esa libertad formal y ese gozoso desparpajo también están escritos los otros dos libros de la serie.

En ese primer título Santiago Rodríguez se ocupa de figuras como Samuel Fuller, William Holden, Anna Maria Pierangeli, John Derek, Mona Maris, Collen Gray, Shelley Winters, Richard Fleischer, Sterling Hayden, Charlton Heston, Ava Gardner, Maria Ouspensakaya. El hecho de que en esa lista aparezcan nombres desconocidos para el espectador de nuestros días, se debe a la gran erudición cinematográfica del autor. Su conocimiento abarca por igual a grandes actores y actrices como a secundarios que hoy nadie recuerda; a obras maestras como a películas de valores modestos. Lo suyo con el cine, lo dije antes, es una pasión difícilmente igualable.

El regreso de la ballena, en cambio, está estructurado a partir de un núcleo temático: el cine americano de los años 50. La razón por la cual escogió ese período Santiago Rodríguez la argumenta así: “La década del 50 es una década clave en el cine americano. No solo rompe con los estereotipos de hombres y mujeres ultra idealizados que llenaron la pantalla a tutiplén, y el necesario sacrificio de una sociedad producto de la Segunda Guerra Mundial con héroes y más héroes; sino que se enfrenta, lucha, y se sobrepone a un recién enemigo poderoso que amenazaba con destruir a Hollywood como industria: la televisión (…) Nuevas estrellas, nuevos métodos de actuación, nuevos directores con un lenguaje diferente al que el público se había acostumbrado (…) Es precisamente la década del 50 la que impone tres mitos irremplazables: Marilyn Monroe, James Dean, y Marlon Brando. Y la que echa abajo el código Hay, de lo que se debe o no debe decir y plantear el cine”.

Santiago Rodríguez tomó como punto de partida la selección de las “10 mejores películas del año”, hecha por el magazín Who´s Who in Hollywood. Siguiendo esa lista, repasa año por año los filmes más sobresalientes. A esa relación agregó otros filmes que quedaron fuera y que él considera dignos de figurar en esa nómina. Comenta así 134 películas, en lugar de las 100 que integran las selecciones de Who´s Who in Hollywood. Entre sus incorporaciones personales, aparecen The African Queen, Death of a Salesman, Singin’ in the Rain, Calamity Jane, Magnificent Obsession, Sudenly Last Summer, The Bad Seed, Written in the Wind, Picnic. Una simple ojeada a esos títulos demuestra que varios de los olvidos son imperdonables.

El cine desde una perspectiva original

El tercer libro de la trilogía reúne ocho trabajos. Santiago Rodríguez dedica varios a rescatar del olvido a actores y cineastas que son considerados de segunda o tercera fila, pero que dejaron una huella significativa. Ese es, por ejemplo, el caso de Susan Ker Weld, bautizada con el nefasto nombre artístico de Tuesday Weld. Sobre ella, recuerda el autor de La venganza de la ballena en 3D, roddy McDowald comentó: “Ninguna actriz ha estado tan, pero tan bien en tantas películas infames”. Hay un interesante trabajo sobre la historia de las hermanas Dowling, quienes fueron pioneras en el éxodo de artistas de Hollywood a Italia. De tres directores de esa nacionalidad, Mario Bava, Dario Argento y Tinto Brass, se ocupa Santiago Rodríguez en “Los monstruos sagrados del cine italiano”. Asimismo en “El hombre que apenas existió” escribe sobre Victor Saville, quien además de rodar y producir numerosos filmes, hizo posible que Alfred Hitchcock realizase The Lodger (1926), que éste consideraba su primera gran película. Otros dos textos igualmente estupendos son “Películas con inicios aún memorables” y “Solo un actor llamado Paul Newman”.

Al igual que para Guillermo Cabrera Infante, para Santiago Rodríguez el cine es el gran arte de la época moderna. Asimismo estos tres libros hacen evidente que para él la mayor y mejor cinematografía del mundo es la norteamericana (otro rasgo común con el autor de Tres tristes tigres). Seguramente habrá quienes discrepen con esas y otras opiniones expresadas en las obras que aquí se reseñan. Sin embargo, el placer que provocan no reside en la coincidencia en los juicios críticos, sino en el hallazgo que unos trabajos que halagan tanto la inteligencia como el disfrute de su lectura. Libros sobre cine perspicaces y bien documentados, existen muchos. Pero son pocos los que lo abordan desde una perspectiva tan original y están escritos con tanto sentido del humor.

Como nada puede dar una idea mejor de lo que he comentado sobre esos libros que los textos mismos, a continuación incluyo una mini antología de comentarios de Santiago Rodríguez.

- All About Eve recibió 14 nominaciones al Oscar, y solo fue igualada por Titanic en 1997. La única vez que cuatro mujeres en un mismo filme fueron nominadas: Bette Davis y Anne Baxter como principales; Celeste Holm y Thelma Ritter como secundarias. George Sanders durmió esa noche con el premio en casa, lo había sudado limpiamente. Fue un año duro para las mujeres en competencia, ninguna de estas cuatro salió vencedora. Bette Davis tuvo que esperar por el Festival de Cannes donde la reconocieron. Fue el comienzo de la mitificación de esta película.

- Si no hubiera existido el personaje de Allan Quatermain de esta segunda versión en el cine de King Solomon´s Mines, Georges Lucas estaría todavía soñando con inventar a alguien que se llamara Indiana Jones. Porque de ahí fue delineado el carácter de Indi así como el tropel de situaciones en que se vio envuelto.

- Olvidada. No aparece en los DVD. No la busquen en los VHS. Algún pirata o corsario quizás ofrezca una copia furtiva, aceptable, no pidan más. Quien la vio de niño guarda un vago recuerdo, y todo porque sus estrellas no eran deslumbrantes en aquel momento, Bright Victory, cazada de madrugada en algún canal de televisión de cine del ayer, es altamente simple, didáctica, y sensitiva.

- Un americano en París es una película pájara, donde se juntaron las ganas de comer con el hambre porque todo el mundo sale del cine con deseos de levantar las manos en puntas y dar salticos.

- ¿Quién con una sombrilla o un paraguas abierto bajo un día de lluvia no se ha sentido Gene Kelly? Si no lo han intentado, inténtenlo; déjense provocar, mójense.

- Julio César es una película descompensada, desarticulada, y más que nada recitativa, por aquello de que a Shakespeare hay que seguirlo al pie de la letra con entonación y modulación. Es un festival de monólogos para que cada actor pueda tener su pedazo de gloria.

- Después de muertos hay actores que reciben una mirada más piadosa, más benevolente de parte de los enjundiosos críticos que vivieron a costa de ellos. Y bien merecido si esos actores trabajaron y trabajaron hasta el final de sus días tratando de que sus nombres no desaparecieran de la pantalla, como los casos de Bette Davis y Joan Crawford. No importa las inmundicias en que se vieron metidos a última hora, o las barbaridades que los directores les pusieron a hacer, coge el hacha, córtale la cabeza, tírale el tiesto desde un balcón para que la apachurres, sin respetarles la edad. Shelley Winters fue uno de esos casos.

- Arthur Kennedy en The Lusty Men (1952) se quita las botas sin medias y saca a relucir unos dedos que se mueven como pirañas, uno desea al ver semejante monstruosidad que Susan Hayworth lo engañe con Robert Mitchum.

- Beatriz Ramos en La gaviota no traga a María Antonieta Pons, se mueve mucho, parece ingenua, desborda alegría y cuando descubre a su marido tratando de darle la cañona, bajo el intenso calor de Veracruz, la echa a la calle, perdida, sonsacadora, así te quería agarrar y luego se roba el dinero que el pretendiente de la Pons le ha dejado para preparar la boda, necesitaba un refrigerador, señor, ¿pero por qué regresó?, hace tiempo que alzó el vuelo, a usted también lo engañó como a nosotros, no la busque, dicen que está en el mal vivir ganando mucha plata, mientras se echa fresco.

- Salon Kitty no es una película perfecta, pero sí muy bien contada que sabe arrancar. Ingrid Thulin baila el famoso número mitad hombre, mitad mujer, con una mano que agarra por abajo y con la otra se manosea la espalda, muy propio de las representaciones escolares en manos de una niña bastante adelantada, o un varón salido del tiesto.

- Querido, por un momento de piedad y conmiseración hacia mí, por aquel cine checo que nos disparamos juntos en los cines de barrio, calla, calla perjuro, no me digas que desaparecieron, que se fueron desplomando poco a poco, aquella civilización, aquella juventud con hambre, con los zapatos rotos, un solo pantalón para el trajín, llegamos a querer esas películas, Hoyo de lobos, Romeo, Julieta y las tinieblas, Vals para un millón, Los amores de una rubita, Iluminación íntima, El amor se cosecha en verano, Atentado a Heydrich, Comercio en la calle mayor, Trenes rigurosamente vigilados, yo era una enciclopedia, hazte de cuenta que somos Bette Davis y Miriam Hopkins en Old Acquaintance y cuéntame ahora el secreto de tu triunfo, a quién tuviste que comerte vivo en Coral Gables, un patio enorme como el de los Finzi-Contini (…) confieso que tú has visto más cine que yo, que algunas de esas cintas que casi nadie menciona te abrieron la mente para conseguir lo que tienes, pero cuál de ellas para yo también salir corriendo a verlas.