Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Una niña sola entre las ruinas

Hace pocas semanas, llegó a las librerías de Francia la traducción a ese idioma de El Barranco, la novela en la que Nivaria Tejera recrea vivencias de su infancia durante la Guerra Civil española

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Creo que tu libro es muy bueno y está lleno de poesía y de vida
(dos cosas que son una pero que pocos saben alear bien).
Julio Cortázar

Cincuenta y cinco años después de que saliese de la imprenta la primera edición, vuelve a estar al alcance de los lectores franceses El Barranco (Le Ravin, Editions La Contre Allée, París, 2013, 256 páginas). Hablo, naturalmente, de la traducción a ese idioma del libro de Nivaria Tejera. Pero contrariamente a lo que muchos pueden pensar, Le Ravin existió primero que El Barranco. Quiero decir con esto que primero apareció la versión al francés (René Julliard, París), en el otoño de 1958 y hecha por el famoso hispanista Claude Couffon. Y un año después, vio la luz en Cuba el texto original en español, publicado por el Departamento de Relaciones Culturales de la Universidad Central de Las Villas.

El Barranco volvió a salir después en Francia (Actes Sud, París, 1986), así como en España (Edirca, Las Palmas de Gran Canaria, 1982; Biblioteca Básica Canaria, Viceconsejería de Cultura y Deportes, Islas Canarias, 1989; Ediciones Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2004; El Olivo Azul, Córdoba, 2010). Asimismo se tradujo al italiano (Il Burrone, Lerici, Milán, 1960), alemán (Die Slucht, S. Mohn, Gütersloh, 1962), checo (Priepat, Slovenské Vydavatelstvo Krásnej Literatúry, Bratislva, 1964) e inglés (The Ravine, State University of New York, Albany, 2008).

Ese considerable número de ediciones llevará a algunos a pensar que con El Barranco, Nivaria Tejera logró todo un bestseller. En realidad, se trata más bien de eso que se conoce como un libro de culto. Es decir, una obra que sin llegar a alcanzar ventas masivas, cuenta con un buen número de lectores que, ante todo, valoran y estiman sus cualidades literarias. En el caso específico de las que se han publicado en España y Francia, el hecho de que cada tantos años El Barranco vuelva a estar en las vidrieras de las librerías indica su capacidad para conectar con lectores pertenecientes a distintas generaciones.

Resulta muy estimulante que eso ocurra con un libro como este, que, en primer lugar, apuesta por el predominio de la atmósfera sobre la anécdota. Esa característica su autora la mantenido e incluso radicalizado en obras posteriores como Sonámbulo del sol (1971), Huir la espiral (1987) y Espero la noche para soñarte, Revolución (1997). Al respecto, Nivaria Tejera ha comentado: “El nudo argumental de mis libros es el sostener la lupa sobre la palabra, el vocablo, la frase, la metáfora, cuanto connote irrealidad, no importa el contexto”.

El Barranco recrea vivencias autobiográficas de su autora. Nacida en Cuba, de padre canario y madre cubana, al año y medio se trasladó con su familia a Tenerife. Allí los sorprendió el inicio de la Guerra Civil española. El padre, simpatizante de la causa republicana, fue encarcelado hasta 1944, año en que regresó a Cuba. Aquellos recuerdos se conservaron en el mundo interior de Nivaria Tejera (“afortunadamente, nunca perdemos la infancia”, sostiene ella). Y al cabo de varios años, sintió la necesidad de transformarlos en literatura. Cuando se lanzó a hacerlo, confiesa que lo que más le costó fue “llevarlos a una posible lectura, a una escritura, a un estilo, porque ya entonces quería crear un estilo agarrándome a esa terrible memoria infantil”.

Cunado se revisan las críticas aparecidas en Francia en 1958, resulta evidente que ese propósito de la escritora fue logrado plenamente. Elena de la Souchère saludó desde las páginas de la revista Les Temps Modernes “la revelación al público francés de un autor de la más rara especie en nuestra época: una novelista de estilo o más bien una poeta de la novela”. También destacó la singularidad del estilo Geneviève Bonnefoy, quien en un comentario publicado en Les Lettres Nouvelles apuntó: “Nivaria Tejera nos cuenta en poeta, sin retórica ni énfasis, esta dolorosa experiencia infantil, logrando ese milagro de restituirnos los seres y las cosas tal como pueden ser percibidos por una sensibilidad de niño: atmósfera más que descripción; breves diálogos, pequeños cuadros netamente perfilados; personajes fragmentarios o episódicos cuyos rasgos se afirman mientras otros permanecen ocultos en las sombras (…) Este pequeño libro está en la línea de los grandes libros”.

Las víctimas más vulnerables de las guerras

La novela está narrada por una niña de siete u ocho años que vive en La Laguna, y cuyo relato comienza con el estallido de la Guerra Civil: “Hoy empezó la guerra. Tal vez hace muchos días. Yo no entiendo bien cuándo empiezan a suceder las cosas. De pronto se mueven a mi alrededor y parecen personas que conocía desde antes. Para mí, que no sé qué pensar, la guerra empezó hoy frente a la casa del abuelo”. Ya desde esas primeras líneas, se advierte el que es uno de los hallazgos literarios del libro, la presencia de “un tono inimitable que crea el embrujo”, señalado por Couffon.

Adoptar el punto de vista de una niña implicaba, ante todo, dar con el tono justo. Nivaria Tejera no se interesó en lograrlo a través del lenguaje, algo que muchas veces suele dar lugar a obras fallidas. Lo hizo a través de los sentimientos y de cierto modo de ver la realidad que solo poseen los niños. En El Barranco, lo primero que la narradora plasma es su desconocimiento y estupor ante lo que sucede a su alrededor: “«Niña», sentí que llamaba abuelo. Crucé el tinglado sin darme cuenta. «Oye», comenzó, «papá estará un tiempo en otra isla». «¿Por qué?», pregunté. «Son cosas de política», dijo. Trató de explicarme aprisa: «mira, imagina dos aceras y en cada una un bando. Como están separados, ya sabes: son contrarios. Papá estaba en la acera de acá y perdió». Yo no entendí mucho pero busqué sus ojos. «¿Qué perdió?». Abuelo meditó un momento. «Pues la libertad. A ti, a mí. Dejará de vernos». Pensé a dónde iría entonces. Podríamos ir sabiendo el lugar, podría ir yo aunque mamá ni abuelo ni tía quisieran”.

A medida que se desarrollan los hechos, la inteligente narradora va descubriendo actitudes y cosas que hasta entonces ignoraba. Palabras como cárcel, bombardeo, juicio, traición, muerte, guardia y campo de concentración, pasan a formar parte de su vocabulario. Por otro lado, la detención del padre afecta la situación de la familia. Ella y su madre se ven forzadas a mudarse a la casa del abuelo. Como es más pequeña, se tienen que deshacer de casi todos los muebles. Unos son vendidos a una mueblería propiedad de unos árabes y otros quedaron repartidos entre los familiares.

La madre además le explica que a partir de ahora solo habrán de tener lo más urgente, pues sin el padre que trabaje “la cosa irá de mal en peor”. La Laguna misma también ha cambiado: “Ahora hay guardias dondequiera. Dice abuelo que vigilan a quien uno saluda y además parece que nos persiguen, pues surgen en grupos dondequiera y luce como si fuera una emboscada. Por eso fuimos aprisa, sin mirar a ningún lado, hasta llegar a la plaza de la catedral, donde hay una fuente con patos nadando siempre, ellos, tan simples, que viven flotando”.

Los juegos infantiles son desplazados por escenas terribles y brutales. Soldados armados que sacan a los vecinos para interrogarlos. Frases como “criminales, asesinos: los quemaremos, y bien”, referidas a los “rojos”, que la narradora escucha y que acaban por hacerla llorar. La prohibición de andar por las calles después de las ocho de la noche. La radio que habla de bombardeos y muertes ocurridos en otras ciudades. La tristeza, la inquietud y el miedo de sus familiares, que se encierran durante horas en la casa. Definitivamente, no es esa la imagen que ella tenía de la guerra. “Sí, la imaginaba diferente. Grandes ejércitos chocando entre sí con lanzas difíciles de manejar donde los valientes vencían a los que no eran valientes. Pero hubiese creído tonto pensar que la guerra se mete de este modo en las casas y hasta en los estómagos a quitarles la costumbre de comer todos los días”.

El hecho de estar contada por una niña, hace que en El Barranco el tema de la guerra aparezca visto desde el ángulo de quienes son las víctimas más vulnerables a sus efectos. La violencia física y emocional a la que los niños están expuestos en los conflictos bélicos, destroza su mundo, socava los fundamentos de sus vidas, destruye sus hogares, reduce su confianza en los adultos. A aquellos que sufren heridas de bala o metralla se les puede curar. Pero ¿cómo ayudarlos a superar las consecuencias emocionales y sicológicas? De eso habla Nivaria Tejera en su libro, que es además una Bildungsroman, una novela de aprendizaje. La Guerra Civil desmantela la familia de la narradora y supone una fractura para su infancia. Su relato de aquellas traumáticas vivencias se convierte así en el relato de una niña que poco a poco va dejando de serlo.

Se trata, pues, de un libro que, como expresó Robert Sabatier al reseñar su salida en Francia en 1958, “trae la más terrible de las acusaciones contra la guerra: la de una niña sola entre las ruinas”. El gran acierto de Nivaria Tejera es narrar aquel dramático episodio de la historia de España con una prosa emotiva, evocadora y de una voluntad poética despojada de retórica. Algo que, sin embargo, no le resta fuerza ni desolación. Ahí probablemente radica una de las razones por las que, más de siglo después, El Barranco se sigue editando y es descubierto y admirado por nuevos lectores.