Actualizado: 27/03/2024 22:30
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Una puesta en escena inquietante

Una obra de Albert Camus que no ha perdido vigencia tanto por su mensaje como por sus cualidades dramáticas, que resaltan gracias a una lograda puesta en escena

Comentarios Enviar Imprimir

Cuando Albert Camus proclamó que la vida es un absurdo menos en el momento de la muerte, presentaba otra visión frente a la corriente existencialista sartreana que ―colmada de incertidumbres sociales y políticas― tuvo su mayor auge durante los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, y a la que se adhirieron no pocos en buena parte del mundo.

Sólo que para Camus la vida que transcurría era otra ―más descarnada y plena de desorientaciones―, la cual lo dejó sumido en una búsqueda de sí mismo y lo llevó a difundir conceptos filosóficos más cercanos al hombre, donde el final era un inquietante vacío imposible de resistir.

Debido a la fama que alcanzó la totalidad de su obra, recibió el premio Nobel de Literatura. Sin embargo, hoy muchos creen que esa fase filosófica ―que recorrió desde los cincuenta hasta los sesenta― ya se cerró de forma definitiva, quizá sin darse cuenta que hoy día existe algo similar a una onda retro existencial aunque, por supuesto, bajo otras formas.

Aun sin realizar un estudio de sus concepciones, es posible afirmar que no todo pertenece al paso de la forma que tanto los marxistas como los no marxistas han preconizado. La prueba más concluyente de ello se encuentra en la puesta en escena que Juan Carlos Cremata Malberti realizó con la obra El malentendido, que al parecer no ha perdido vigencia.

Aunque la obra se presenta ubicada en la zona conflictiva del Medio Oriente, hay que estar muy despistado para no captar la intención de Cremata que, sin mencionarlo, nos acerca la puesta en escena de forma tal que el espectador pueda captar una posible relación (más que clara) con Cuba.

Seres que recurren al crimen (cuyo diapasón encierra otras claves), para obtener un bienestar y supuestamente ser más felices, pero a un coste que no es que ignoren, sino que simplemente no le otorgan la importancia y las enormes repercusiones que en cualquier sociedad democrática adquiere ese hecho delictivo y desgarrador.

Sin embargo, los personajes de la obra se atienen a él. Luchan entre sí. Se revuelcan en el estercolero de sus ambiciones y hasta llegan a confabular las posibles consecuencias ―que poco a poco van desgarrándolos en su lucha con los demás y con ellos mismos―, donde el odio y las ansias retorcidas ocupan diversos frentes de combates en sus ambiciones. Y todo ello gracias a unos diálogos bien estructurados y cargados de osadías, los cuales se extiende hasta la escena final. Lo que es más, cuando creen que todo culminará con el crimen que los lastra y los arrastrará sin concesión alguna ―cuyo recuerdo atacará sus conciencias y los enredará aún más en el absurdo de la vida― no se alcanza el resultado ambicionado. Al culminar el recorrido de lo tramado, se topan con la nada.

Cremata, buen avizor sin lugar a duda de nuestra realidad, pone el dedo sobre las llagas de esos personajes, que algunos objetarán están distantes de nosotros. Allá los que piensen así, soslayando lo que ocurre en nuestra Isla ―cómo si no hubieran crímenes planificados de orígenes impactantes, que en cierta medida concuerdan con los sueños y acciones de estos personajes que buscan una vida nada similar a la que atraviesan (¿hay que ser más explícito?).

Se debe destacar la constancia que desde el principio hasta el final recorre a El malentendido. Cremata incluso subvierte algunas situaciones y le da a los actores rienda suelta para atacar, denunciar y traspapelar cualquier intención provocada por los conflictos de estos seres, que ven que en su vida (¿y por qué no también en la de nosotros?) todo es absurdo, lo que trae como consecuencia que este absurdo domine la existencia en no pocas ocasiones.

Para ello Cremata se valió en un elenco preciso, aún en los doblajes. Todos, sin excepción, captaron la esencia de lo que quería expresar el director. Todos no se sometieron a los dictámenes creativos de éste y algunos de ellos pusieron al desnudo matices escondidos o secretos de sus vidas reales, con total convencimiento. Ejemplo de ello es Nieves Riovalles, que en la noche que asistimos a la obra alcanzó la maligna sensatez ―oculta o no oculta― de su papel. Lo que instigó al resto del elenco hasta las últimas consecuencias, víctimas y victimarios, seres medidos e introspectivos sujetos todos al plan preconcebido. Lo que resulta un punto a valorar, cuando en algunas puestas escenas que últimamente hemos presenciado siempre fatalmente sobresale éste u otro sobre el resto.

A todo esto se une que el manejo de luces ―a cargo de Jorge Luis Morín― puede ser catalogado de un personaje más, que se pone a tono con los implicados en el proyecto criminal, descubriéndolos sin compasión alguna. De esta forma, los haces luminosos enfocan los espacios por donde transitan los implicados, desnudándolos hasta el núcleo de sus entrañas, lo que recarga aún más la tragedia.

Lo mismo sucede con el sobrio vestuario, que recuerda a las obras de Federico García Lorca, pero que no desentona, sino al contrario, se integra y se conjuga con el fátum presente. Un logro para el experimentado Vladimir Cuenca.

El malentendido retornó a nuestra escena. Su frialdad ―o su aparente frialdad― pone al desnudo la nada de la vida, y la pregunta de por qué continuar viviendo, cuando ésta, según Camus, no merece vivirse. Mensaje inquietante que muchos creen que había pasado de moda. Pero su presencia ha rebasado décadas y más décadas hasta nuestros días (tengamos presente, la inquietante cantidad de asesinatos que asolan nuestra humanidad por cualquier motivo en cualquier punto de nuestro planeta).

Esta puesta en escena, es un homenaje a Albert Camus que aplaudimos. Cuando él mismo, al percibir el vacío de su existencia, en un acto nada gratuito aceleró su automóvil hasta la máxima velocidad y se estrelló contra un árbol, buscando quizá ―aunque fuera en ese momento final― un destello de vida propia y sin ataduras, en contra de ese absurdo que él preconizó y llevaba a cuestas, y que plasmó tanto en sus textos filosóficos, como teatrales y novelísticos.



Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.