www.cubaencuentro.com Martes, 30 de septiembre de 2003

 
  Parte 1/4
 
Castro el infiel
La nueva biografía de Fidel Castro, escrita por el francés Serge Raffy, reconstruye el proceso sobre cómo se forja un autócrata.
por ELIZABETH BURGOS, París
 

Plutarco, en la introducción a la vida de Alejandro, establece una diferencia entre biografía y narración de vida. Admite que en sus Vidas paralelas en lugar de Historias optó por escribir Vidas, pues "no es en las acciones ilustres que se da a la luz la virtud o el vicio; un acto pequeño, una palabra, una bagatela, expresan mejor un carácter que los combates mortales, los enfrentamientos importantes o el sitio de ciudades".

Castro

No es de extrañar que Serge Raffy se haya inspirado en la máxima del ilustre clásico, en su recién publicada biografía de Fidel Castro.

Castro l'infidèle (Editorial Fayard, 2003) reconstruye el proceso de cómo se forja un autócrata. El autor se adentra en las facetas primigenias, en los orígenes que determinaron la infancia del hombre que rige los destinos de Cuba, y en gran medida, los de América latina desde hace más de cuatro decenios. El autor no se apoya en las grandes gestas de la historiografía oficial, sino en la intimidad de los hechos, en el contexto que rodea las pequeñas facetas de una vida que según las circunstancias y el imaginario de quien las vive, oscilan luego entre miseria y grandeza.

Comprender la personalidad transgresora de Fidel Castro, exige remontarse al origen de su nacimiento. Circunstancias en las que germinará el resentimiento que le llega de la mano de la humillación por las heridas que un niño sufre, cuando aún no alcanza a comprender los determinismos sociales. De allí se origina el aliciente que lo ha guiado en su propósito de resarcimiento de su origen bastardo. Desde entonces, toda su vida se ha orientado hacia una búsqueda sin tregua de compensación; proceso que propició en él una verdadera vocación: llegará a ser el escultor de su propia estatua: y el poder absoluto, la materia sobre la cual modelará las formas de su obra.

Domador de su propia voluntad, la dirigirá exclusivamente a la realización de la idea única que lo habitó desde siempre: su realización personal en el horizonte del poder. La suerte del mundo lo tiene sin cuidado, los seres humanos son figurantes, necesarios como público, como carne de cañón, como palmas para al aplauso. El goce del poder por el poder: el poder únicamente para él, sin visión alguna de futuro, ni de la perennidad a través de otro. Todo comenzó con él y terminará con él: nadie le sucederá. Ese ha sido su único proyecto. Un caso único de modalidad de narcisismo.

Los autócratas siempre han legitimado su acción apoyándose en un proyecto, bien sea de conquista o de imposición de un credo. Si vamos a los casos más recientes: sin las instituciones fundadas por Napoleón, Francia no sería hoy lo que es, ni tampoco Europa; el proyecto de Hitler era el de imponer el poderío de la raza aria exterminando pertenencias étnicas; el de Stalin, forjar un imperio comunista para vencer el capitalismo; Franco, pese a haberle fallado en el modelo ideológico que se propuso para perennizarlo, fue gracias a su iniciativa de organizar su sucesión que se abrió la vía a la España de hoy; hasta Bin Laden, con su terrorismo, aboga por imponer un Califato Universal.

La última justificación que les queda a los aún admiradores del caudillo caribeño, como proyecto que justifique la dictadura cubana, es el manido derecho a la salud y a la educación, que son logros vigentes en todos los países democráticos, alcanzados mediante la aplicación de normas administrativas, sin necesidad de recurrir a gestas heroicas ni a la "justicia revolucionaria". Y en cuanto a política internacional, la suya ha consistido en mantener un estado de guerra latente, sin que nunca se haya llegado a un desenlace que merezca el esfuerzo.

De Fidel Castro quedará una manera de imponerse y la tan peculiar de ejercer el poder, pues si algún proyecto político tuvo, fue rebasado por su voluntarismo cegador, que vuelve incoherente todo lo que emprende. En lugar de competencia, lo suyo es el ejercicio de un poder de seducción inigualable, que ha despertado la fascinación del mundo. En el empleo de la astucia en lugar de la inteligencia, ha radicado la clave de su éxito: elemento bastante pobre como para asegurarle la perennidad en la memoria de los siglos. Si hubiese optado por el teatro, tal vez se hubiese convertido en un verdadero monstruo sagrado. Desafortunadamente escogió por escenario el mundo, y a los cubanos, como súbditos de la sed desmedida de imponer su voluntad.

Narrar la historia de una seducción requiere herramientas históricas que se confunden con la psicología y la ficción. Fue hurgando en lo que suele desechar la historia, que Serge Raffy encontró hechos claves que ayudan a explicar el fenómeno de una personalidad orientada hacia un propósito desmedido de legitimidad, dotándose de una capacidad excepcional para la creación de imágenes. En ese sentido, debemos reconocer que Castro inauguró la era del vasallaje de la política ante la imagen. Pero su fuerza radica en su capacidad de perform: él es carnal; nunca llegará a convertirse en mito. Cuando ya su presencia se haya esfumado, su imagen será simplemente eso: imagen, fotografías sin vida, de alguien que alguna vez vivió.

1. Inicio
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3. Las modalidades de la irrupción...
4. Cierre de un período...
   
 
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