www.cubaencuentro.com Viernes, 03 de septiembre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Joel Cano conquista París
Gracias a la película 'Siete días, siete noches', la crítica y el público francés descubren la otra cara de Cuba.
por EDUARDO MANET, París
 

Joven dramaturgo y cubano establecido en París, Joel Cano nos reservaba una sorpresa: su pasión por el cine. Aprovechando un viaje a Cuba para visitar a su familia, Cano cargó consigo una camarita digital. Llevaba también una idea precisa en su cabeza: filmar Siete días, siete noches,una película que sería la primera parte de una trilogía sobre la Isla.

Siete días

¿Pero filmarla cómo, cuándo, dónde?

Pues cómo se pudiera, cuándo se pudiera, dónde se pudiera.

Escribir un guión tradicional dada la precariedad de la producción, era una misión imposible. Pienso que el hombre de teatro adaptó la técnica de la Comedia del Arte, en forma de guión. Es decir: concibió una línea de desarrollo dramático escueto, creando prototipos fáciles de reconocer; trazos rápidos para presentar en escenas cortas, dos madres, dos hijas, las amigas de las hijas, el turista y su contrapunto, el chulo.

Con la ayuda de amigos y miembros de su familia, Cano se lanzó a filmar en la calle bajo las narices de los policías del régimen. Si en La Habana la maniobra resultaba menos ardua, otra cosa sucedió en el pueblo donde vive la familia Cano. Hasta 1959 existía un personaje popular en Cuba utilizado a veces por los caricaturistas: el bobo del pueblo. La revolución inventó otro arquetipo: el chivato del pueblo. Doble tensión en el momento del rodaje: el chivato cumplió su función y el realizador tuvo que arreglárselas para, cito a Cano: "filmar y correr antes de que llegara la policía".

Esa tensión, ese miedo de finalizar tras las rejas marca el estilo de Siete días, siete noches. Todas las escenas han sido filmadas en plano-secuencia y el conjunto se presenta bajo la forma de un mosaico, un rompecabezas. Así, un personaje nos conduce al otro, una situación a la otra. De La habana se pasa al campo, del carnaval al hospital, de una casa particular al muro del Malecón, de una pelea de perros a una pelea de gallos. De un combate a puñetazos entres hombres a un "tirarse el moño" entre dos mujeres. Y así, de escena en escena o pudiésemos decir, de salto en salto, el milagro se produce. Las dificultades de la vida cotidiana en Cuba aparecen en la pantalla al desnudo, sin la menor concesión.

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