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Durante decenios, las autoridades cubanas se jactaron de que el ciudadano de la Isla disfrutaba de "pleno empleo", una utopía irrealizable, aún en las sociedades más prósperas, donde un 5% de desempleo se considera una cifra deseable. Existen excepciones, claro está, países como Japón que han disfrutado durante años de pleno empleo, pero la norma de la economía de mercado es que funciona correctamente con un margen de desempleo, listo para la recirculación de la mano de obra. En los países subdesarrollados, el desempleo se traduce en cero garantías de vida, supervivencia más que precaria, incursión en la delincuencia y marginación. En los desarrollados, por lo general, el desempleado recibe apoyos para reciclarse y reingresar en el mercado laboral, un subsidio que dignifica en cierta medida su supervivencia, y diversas garantías sociales que hacen menos desesperado su status de exclusión. Pero en casi todos los casos el desempleado, a la falta de ingresos, suma la noción de fracaso personal que implica sentirse excretado del sistema productivo del que hasta ayer formara parte. Claro que hay que matizar. Existe un desempleado crónico que disfruta la picaresca de vivir al amparo del presupuesto, mientras de hecho se emplea en el mercado negro de trabajo. Y el desempleado selectivo, que aprovecha la paciencia familiar y la indulgencia del sistema, para rechazar trabajos que considera "indignos", y aguarda con toda calma su exitosa inserción en el puesto laboral que a su juicio "merece". En el caso de Cuba, la ficción del "pleno empleo" llegó a ser tan poderosa que se dictó una "Ley contra la Vagancia" que sancionaba con penas de prisión a quienes no constaran en la nómina del Estado. La medida tenía como objetivo reforzar la extirpación, ya practicada, de toda la economía privada. No bastaba expropiar hasta el más pequeño negocio particular. Había que declarar ilegales a quienes no se enrolaran a las órdenes del Estado-Patrón, único empleador aceptable. Pero, ¿en realidad existió alguna vez pleno empleo? En el artículo de Luis Jesús González, "Pleno empleo: una utopía posible", publicado por el diario Trabajadores, se reconoce que en los 80 se inflaron "plantillas a costa del presupuesto". En realidad, fue la tónica desde finales de los sesenta: al pasar a ser propiedad estatal, las empresas que habían operado eficientemente con cierto número de trabajadores, multiplicaron su plantilla, y desembolsaron alegremente salarios sin una contrapartida en la rentabilidad. Sin una respuesta adecuada en la oferta de productos, en breve la inflación dio el golpe de gracia a la desarticulación de la economía. Los ochenta, gracias al carácter de economía subsidiada, ocultaron en parte ese divorcio entre la retribución y la realidad.
El Remolcador no se rinde La construcción de viviendas: 1981-2001 Una zafra catastrófica Juventud cubana. Retos en el nuevo milenio Lenguaje, autoestima y construcción democrática |
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