Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Eterna marcha hacia la necesidad

La depauperación del parque automotor y la inexistencia de autobuses y piezas de repuesto, hacen del transporte un infierno para los cubanos.

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Diana, joven especialista del sector de la salud, lleva dos de sus tres años de servicio social entre la incomprensión de sus superiores y las malas jugadas del transporte público. Su tormento comenzó cuando la designaron a una plaza en la capital provincial, a 34 kilómetros de San Germán (Holguín), su lugar de residencia. En este tiempo no ha dejado de madrugar, y el hecho de tener que gastar prácticamente su bajo salario en pagar máquinas y camiones de alquiler la desanima cada día que pasa.

La vida que lleva es algo común en la situación actual de la Isla. La depauperación del parque automotor, la poca (o ninguna) asignación de ómnibus a las direcciones municipales de transporte, así como la ausencia total de piezas de repuesto, son señales de identidad del maltrecho servicio público. Incontables han sido los inventos que han tenido que hacer técnicos y mecánicos para echar a andar el cementerio de vehículos de transporte de pasajeros, heredado tanto de Estados Unidos como de la finada Unión Soviética.

Hacia los años ochenta del siglo pasado, entre los municipios de Holguín y su cabecera provincial, se movían rutas de varios viajes al día, tanto que las personas tenían ajustado su horario para realizar encomiendas, lo mismo de sus centros de trabajo que gestiones personales. Sin embargo, después del descalabro económico del socialismo en Europa, el Estado, además de sentir el peso de la crisis, aprendió las fórmulas del acomodo o el olvido (o las dos a la vez).

Pero de todo hay en la viña del Señor, y para colmo del espíritu triunfalista, Jorge Luis Sierra, estrenado ministro de Transporte, ha anunciado una fuerte reanimación en este sector. Colmo, porque sus primeros dardos han sido contra la indisciplina social y los depredadores del bien público.

Tales señalamientos estarían bien si no supiéramos que de todas formas, útiles como estos son sustituidos en cualquier parte del mundo con una periodicidad razonable y no cada veinte o treinta años, como es costumbre en la Isla, donde el Estado es el único dueño del transporte público.

Las capitales provinciales reciben a diario miles de personas, ya sea para laborar, estudiar o buscarse el sustento habitual en la economía subterránea. Ello ocurre no sólo desde lugares relativamente cercanos, sino también desde Moa, ciudad industrial, a 180 kilómetros, o Sagua de Tánamo, a 141.

Para Diana no hay otra salida. En la unidad docente donde trabaja encuentra mayor posibilidad de acceso a postgrados y cursos de entrenamiento que en su municipio; eso, y que de todas maneras trabajar en la ciudad le parece "más limpio", genera ingresos colaterales y la mantiene en contacto con parte de la pequeña comunidad científica del territorio.

Las autoridades, en cambio, han celebrado a toda máquina el año que comienza con loas a las iniciativas de los funcionarios. En el periódico local fue publicado como un logro la puesta en funcionamiento de un vagón de cargar caña adaptado para transportar personas. El invento consiste en una armazón de metal con techo y los barrotes verticales troceados con un cortahierro, lo enganchan a una pequeña máquina de locomoción y así transportan a los pobladores de las "ex colonias cañeras" por donde aún haya vía férrea.

Cuenta Diana que los viajes en camiones le han producido torceduras de pie e inflamación pélvica; las madrugadas le proporcionan resfriados casi semanales y el tener que llegar muy de noche, la mayoría de las veces le ha complicado más de una relación sentimental. Es un fardo pesado, pero cuando mira las condiciones de su entorno local, por más que lo piensa no quiere regresar.

Los años por venir la encontrarán de eterna viajera.