Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Crónicas

Inmortales por casualidad

Si no fuera por los descubridores extranjeros, muchos artistas y escritores cubanos hoy famosos habrían muerto en el olvido.

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Gracias al guitarrista estadounidense Ry Cooder ha conocido el mundo por estos días la noticia de la salida de un disco póstumo del sonero Ibrahim Ferrer. No es que él la haya dado a conocer. Es que Ry Cooder convirtió en noticia a Ibrahim Ferrer. Sin él, Ferrer habría sido uno de esos tantos cristianos que mueren a diario, familiares y amigos del barrio lo llevan al cementerio, y cuando el tiempo pasa no existieron. Fueron como el viento que pasó una tarde levantando las faldas de las muchachas.

Por falta de obra no habría sido. Cuando Cooder lo descubre, lleva Ferrer cincuenta años largos haciendo música unas veces y otras interpretándola. Pero no ha tenido suerte. Es uno de los del coro. Otro más.

No fue el único descubrimiento de Cooder en su célebre visita a La Habana en la década pasada. Ni tampoco el más notable. Ferrer al menos estaba en activo. Pero cuando Cooder llega a la calle Salud a rescatar al luego legendario Compay Segundo, veinte años hacía que desilusionado el Compay le había dicho adiós a la música y recuperando su chaveta de otro tiempo se había puesto a envejecer haciendo tabacos en una famosa fábrica.

Eliades Ochoa, otro de los descubrimientos de Cooder, en esa aventura que fue el Buena Vista Social Club, era de hecho un desconocido, uno de esos nombres que uno oyó tal vez una vez pero que no recuerda, un artista municipal por completo. Omara Portuondo, en cambio, llevaba cincuenta años ocupando espacio frente a las cámaras. Todos aquí, y muchos en México, la sabían una de las mejores voces del siglo, pero ahí quedaba archivada su excelencia.

Tan desconocida como Ochoa, eran la Caturla y los demás nombres que harían de la visita de Cooder a La Habana un acontecimiento en cierto modo comparable, en otro orden de cosas, al de la visita del Barón de Humboldt al comenzar el siglo XIX.

El primer descubridor

No era, sin embargo, la primera vez que nos descubría un extranjero. Treinta años antes, el también norteamericano Peter Seeger descubrió a Joseíto Fernández. Aquel mulato alto y flaco que parecía haber nacido vistiendo guayabera y tocado con sombrero alón de jipijapa, llevaba una eternidad cantando La Guantanamera. Hasta de tema musical para un programa de crónica roja radial que fuera muy popular la utilizó. Pero sería Seeger quien en cierto modo la "oyera" por primera vez. Gracias a él, hoy la oye el mundo entero.

Tampoco fue Seeger el primer descubridor de talentos cubanos. En el momento de recibir Nicolás Guillén la carta de don Miguel de Unamuno alabándole su hallazgo poético en Motivos de son, hasta Nicolás Guillao le llamaba alguna prensa.


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