Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura, Literatura cubana, Exilio

“Lo que más me costó fue deshacerme de la autocensura”

La Editorial Verbum reedita Callejones de Arbat, novela del cubano Antonio Álvarez Gil

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El escritor cubano-sueco Antonio Álvarez Gil nació en Melena del Sur, Cuba, en febrero de 1947, y en la actualidad reside en Alicante, España. Entre sus libros de cuentos figuran Una muchacha en el andén, Unos y otros, Del tiempo y las cosas, Fin del capítulo ruso y Nunca es tarde. Tiene, además, publicadas las novelas Las largas horas de la noche, Naufragios, Delirio nórdico, Concierto para una violinista muerta, Después de Cuba, Perdido en Buenos Aires, Callejones de Arbat y Annika desnuda. Por su obra de narrativa ha recibido El Premio David, en Cuba, y los Premios Ciudad de Badajoz, Ateneo Ciudad de Valladolid, Generación del 27, Kutxa Ciudad de Irún y “Vargas Llosa” de novela, en España, todos ellos de participación internacional. Su novela Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver fue la finalista en la última edición del Premio Fernando Lara de Novela, que organizan la Fundación Lara, de Sevilla y la Editorial Planeta, de Barcelona.

Recientemente la editorial española Verbum ha reeditado su novela Callejones de Arbat (306 páginas), la cual se puede adquirir en http://www.verbumeditorial.com/es/libreria/Catalog/show/callejones-de-arbat-347356.

CUBAENCUENTRO conversó con el escritor sobre el tema y el drama cubano, entre otros asuntos.

Su novela Callejones de Arbat resulta una de las pocas, escritas por cubanos, que se desarrollan casi totalmente en el extranjero, y muy particularmente, en su caso, en la extinta Unión Soviética, ¿qué lo llevó a abandonar sus otros asuntos argumentales para dedicar tiempo a esta obra?

En lo que se refiere a los temas y escenarios de mis obras, creo que soy un escritor cubano un poco atípico. Si bien es cierto que mis argumentos casi siempre tienen que ver con Cuba y los cubanos, los escenarios de mis tramas están bastante dispersos por el mundo. De mis ocho novelas publicadas, por ejemplo, cinco transcurren en países que no son Cuba. Esto seguramente tiene que ver con el hecho de que he vivido durante largos períodos fuera de mi patria. Por mencionar solo los ámbitos, la trama de Callejones de Arbat ocurre en el Moscú de la perestroika; Las largas horas de la noche tiene lugar en Guatemala, en 1877; Delirio nórdico se desarrolla en Estocolmo durante la crisis de los balseros. Por otra parte, Perdido en Buenos Aires cuenta la derrota de José Raúl Capablanca en la capital argentina y Annika desnuda se escenifica en el Estocolmo de hoy. Mis otros tres títulos publicados sí se desarrollan en Cuba, lo mismo que mi última novela escrita, que saldrá el próximo otoño en Madrid.

El porqué del asunto argumental de Callejones de Arbat habría que buscarlo, sin duda, en mis vivencias en Rusia. Siempre he pensado que los rusos han sufrido demasiado por efecto de las guerras propias o impuestas. Hablo de sus revoluciones; pero también de las intervenciones extranjeras. Rusia es un gran país, con un pueblo muy sacrificado, abierto e ingenioso. Sería imposible condensar aquí la trágica historia de Rusia, hablar del talento de sus artistas y el aporte de su literatura al acerbo universal.

En esta novela yo quise mostrar al mundo la contradicción que existió durante siglos en Rusia, entre el talento creador de sus hombres y mujeres y la crueldad del poder totalitario que, también durante siglos, devastó mucho de lo mejor del patrimonio cultural y humano ruso. Y contarlo, además, desde el punto de vista de un cubano que conoce esa cultura y ese pueblo y ve los peligros de que su propio pueblo, es decir, el cubano, repita el trágico camino de los rusos. De eso, a grandes rasgos, trata esta novela.

No pocos editores hoy en día manifiestan su rechazo a la narrativa que aborde lo que llaman el “tema” o el “drama” cubano de la última media centuria, argumentado que ya el público lector está saturado al respecto. ¿Qué opina usted sobre ello?

Muy buena observación. Desgraciadamente, así es. Existe la opinión generalizada de que se ha escrito demasiado sobre el llamado “tema” cubano. Esto es, por cierto, una afirmación muy discutible. Nadie debería decirle a nadie cómo ni sobre qué escribir. Yo, desde luego, no soy quién para hacerlo. Tengo mis ideas al respecto y, desde el mayor respeto, puedo compartirlas con quien lea estas líneas. Trataré de resumir lo que pienso. Y pienso que los escritores cubanos —lo mismo que todos los escritores del mundo— deben prestar atención a las palabras de los editores. No escribir sobre lo que ellos digan; pero sí tener en cuenta lo que dicen y sacar luego las propias conclusiones.

Sin embargo, tal vez lo que habría que hacer es pensar en el enfoque con que se abordan los temas de siempre. O encontrar temas nuevos, tangenciales —o no— a lo que generalmente se escribe sobre Cuba. Esta saturación de que se habla es algo que, por cierto, ha ocurrido ya con otras “literaturas nacionales” en otras regiones del mundo. Cada vez que se da en algún país un acontecimiento de resonancia universal —y la revolución cubana de 1959 lo fue— se produce una oleada de obras que hablan sobre el hecho histórico dado. La Guerra Civil española, por ejemplo, ha generado tantas novelas y películas, que, salvo posibles excepciones, el tema no da más de sí.

Ahora en España se está observando una sobresaturación de la novela histórica, los reyes y las reinas, el medioevo, el tiempo de los árabes, etc. Yo leí hace poco un artículo de alguien que hablaba sobre “la burbuja” de la novela negra. Tal vez ha habido una “burbuja cubana”. La sobreexplotación de las tierras pueden producir infertilidad. El tema de la cochambre en La Habana, por poner otro ejemplo, pronto se agotará, si no se ha agotado ya.

Pienso que los escritores que viven en Cuba la tienen un poco más difícil a la hora de escoger temas que escapen a la realidad en la que viven su día a día. Sin embargo, los cubanos que residen fuera de la Isla pueden enriquecer su mundo con las nuevas realidades y culturas que conocen. O quizás mirar la suya propia desde nuevos ángulos. Tal vez esa sea una vía para ampliar el espectro de temas y argumentos sobre los cuales construir nuevas ficciones. De todos modos, opino que el éxito o el fracaso de cualquier obra literaria reside no tanto en el tema escogido como en el modo en que el escritor ha sabido tratarlo. Desde que existe el arte literario, los grandes temas son casi siempre los mismos.

Bien..., hablando del “drama cubano”... en Callejones de Arbat usted toma como escenario fundamental la que fuera la OCEI (Organización para la Colaboración Económica Internacional), una especie de emporio comunista en el Moscú rojo. Así, de pronto, cuando iniciamos la lectura de su novela, el asunto nos parece demasiado árido para convertirlo en obra de arte. Sin embargo, en la opinión de este entrevistador, logra usted la conversión. ¿Cuánto tiempo y esfuerzo requirió para este alcance? ¿Se siente satisfecho con el resultado?

Sobre la primera parte de la pregunta, me alegro mucho de leer esas palabras de elogio sobre los valores de la novela. Con ellas pienso que queda demostrado lo que exponía más arriba sobre la posibilidad de cualquier tema para trabajar con él y tratar de convertirlo en una obra de arte.

Para hablar del tiempo y el esfuerzo, debo reconocer que trabajé mucho, y muy intensamente. Pero una novela como esta, con una relación tan estrecha entre Historia y ficción, requiere siempre de un estudio profundo y minucioso. Antes de sentarme a escribir, mi esposa y yo encargamos a Rusia y leímos las versiones originales de obras de numerosos poetas y narradores de la llamada Generación de Plata de la poesía rusa. Buscamos mucha documentación sobre esos escritores. Aquí me place decir que la ayuda de mi esposa, que es rusa, fue sencillamente inapreciable. Yo traduje algunos poemas de Pasternak, Tsvetáyeva, Ajmátova y otros escritores represaliados por el régimen de Stalin. Estudiamos la biografía de cada uno de ellos, los detalles de sus vidas y las circunstancias de sus muertes.

Sobre la novela El maestro y Margarita, de Mijail Bulgákov, que es uno de los libros más queridos en mi familia, hicimos juntos un enorme trabajo de lectura e interpretación. Hay que tener en cuenta que esta obra aparece de manera muy especial en mi novela.

En fin, en este trabajo preparatorio se me fue medio año. Y en la escritura en sí, otro medio año, más o menos. Como resultado de todo ello, creo que alcancé lo que deseaba: la novela está tramada de tal forma, que a un lector corriente le resultará difícil separar la ficción histórica de la Historia real. En este sentido, creo que alcancé la meta que me había trazado.

¿Mario, el narrador-protagonista, tiene mucho del autor? ¿O acaso usted fundió, digamos, a varias personas de la “vida real” para conseguir este personaje que, por cierto, es un ejemplo vivo del desencanto y aun de lo que tal vez podríamos llamar el abatimiento político, sin olvidar la intensa paranoia que sufre?

Tiene bastante. El personaje nació a partir de mi relación con la ciudad y con el país donde se desarrolla la novela. De mi vida y mis vivencias, le di el amor por la literatura rusa y por Moscú, le trasmití mis inquietudes sobre Cuba y la manera en que aprecia lo que ocurre en aquellos años en Rusia y en los países socialistas de Europa. Le enseñé también el modo en que habíamos leído en mi familia El maestro y Margarita. Le legué además mi desconcierto al conocer las atrocidades que el Estado soviético había cometido con un gran número de intelectuales rusos y con el pueblo en general.

En cambio, las aventuras amorosas del personaje son pura ficción, igual que el resto de peripecias de la trama central. En general, sobre la creación de Mario, podría decir que, más que fundir en él a varias personas de la vida real, el escritor de la novela se desdobló y produjo al personaje, que tiene mucho de la persona que yo era por entonces.

Por otra parte, tenemos que el debate interior que ya traía Mario se complica cuando él “cae” en un triángulo amoroso, del cual los dos ángulos restantes son la bella Dolores, artista ruso-española por más señas, y la esposa de él, la rusa Vera. ¿Ya como tema, no como asunto, no se amilanó usted al entrarle a una ecuación tan tratada en la novelística como lo es el triángulo amoroso? ¿Y cuánto tesón debió imprimirle a este plano de la novela en el que quedan imbricadas cuatro culturas diferentes, amor mediante?

Por supuesto que antes de decidirse a narrar un triángulo amoroso como el que acontece en esta novela, uno se lo piensa varias veces. Las relaciones de este tipo son siempre complicadas, y si van a figurar en la historia, hay que construirlas con una idea muy precisa del final al que el autor quiere llegar. Si no se tiene una idea clara y firme del desarrollo dramático de la situación, se corre el riesgo de que la acción se desvíe demasiado y los personajes se traicionen a sí mismos, al menos en el modo en que se proyectan y viven en la trama. En el caso de esta novela, yo quería resaltar la grandeza de alma de ambas mujeres: Dolores renunciando a su amor y Vera perdonando a su marido.

Sobre las culturas, la verdad es que yo soy un cubano que ha pasado buena parte de su vida sumergido en varias culturas diferentes entre sí. De todas he aprendido algo y a todas he sabido adaptarme del mejor modo posible. Por eso para mí no significó un esfuerzo especial construir y mezclar en la novela la psicología de representantes de diversas regiones del mundo. Además, cuando existe amor, buena voluntad y ganas de trabajar, todas las culturas pueden remar en la misma dirección. Pienso que eso fue lo que me permitió llevar a buen puerto una trama de por sí bastante complicada.

A mi modo de ver, luego del narrador protagonista, el personaje más fuerte de Callejones de Arbat es Santiago Gómez, el padre de Dolores, una fuente inagotable de conocimientos acerca de los desmanes de la Rusia estalinista sobre todo. Repito una interrogante anterior: ¿se basó usted en un personaje real o en varios para forjar a Santiago? Lo pregunto porque este personaje, como decía, sobresale en la narración, pero sobre todo es de una fuerza dramática arrasadora.

Este personaje, que es totalmente ficticio, resulta para mí muy entrañable y es tal vez el que me ha producido más alegría cuando por fin lo vi cobrar vida e incorporarse a la trama de la novela. El motivo de ello es que yo carecía de un prototipo claro para él. Partí de la nada, o más exactamente, de alguien (o algo) que debía ocupar un lugar en la historia; pero de quien yo no tenía apenas idea.

Era como un espacio, un lugar en el “elenco”, un puesto en el reparto que debía ser ocupado por alguien en las páginas de la novela. Y nada más. El señor Gómez nació en el primer pasaje donde aparece y fue creciendo en la medida en que intervenía en la acción de la trama. Ahora que lo pienso, es algo que casi nunca me había ocurrido en mi vida de narrador. En mi época de estudiante en Moscú yo había conocido a algunos “niños de la Guerra”; pero ninguno de ellos tenía nada que ver con el personaje que en la novela es Santiago Gómez.

Pienso que lo que sucede con él es que en la trama le encomendé un papel muy importante para trasmitir la tragedia de algunos de los poetas rusos reprimidos o asesinados por el régimen. La relación que él mantiene con la hija de Tsvetáyeva está llena de admiración y ternura. Incluso el modo en que habla con su propia hija cuando sabe que esta está saliendo con Mario deja un rastro de grandeza y un grato recuerdo sobre su actuación en la novela.

No hablo más sobre él, pues me gustaría que los lectores lo apreciaran y juzgaran pos sí mismos.

En Callejones de Arbat se describen, en otro plano, varios de los hechos más ominosos del castrismo y asimismo la desmoralización del cubano de entonces, o al menos del funcionario cubano de entonces. A la luz de los nuevos acontecimientos, como son el acercamiento diplomático entre EEUU y Cuba y la relativa apertura del castrismo, ¿cree usted que se componga en alguna medida la pérdida de valores individuales en la Isla, y si así lo cree, cuál sería su vaticinio en lo que se refiere al tiempo necesario para lograrlo?

En mi opinión, la mayor tragedia que ha sufrido, sufre y sufrirá nuestra patria al cabo de esta etapa de su historia está relacionada con la pérdida de capital humano que padece en estos momentos la nación. En este sentido, habría que hablar tanto de cantidad como de calidad. Lo peor de todo, en mi opinión, es que de los casi dos millones de cubanos que se han marchado de su patria, muy pocos retornarán a ella.

Primero se fueron los burgueses, y se llevaron su moral. Luego le tocó a la clase media, que hizo lo mismo. Hoy se va cualquiera, y uno de los motivos de la gente que se marcha (que nos marchamos) es que quiere darles a sus hijos un futuro mejor. Por mucho que trate de soslayarse, eso es una tragedia nacional.

Recuerdo el tiempo en que la revolución se dedicó a romper las viejas estructuras de la sociedad. Con ellas desaparecieron asignaturas como la llamada Moral y Cívica, que se impartía antiguamente en la escuela cubana; y desaparecieron también las maneras educadas de los profesores, que fueron sustituidas por otras que sonaban más “populares” al oído de las nuevas autoridades.

Luego vino la escasez y la falta generalizada de productos básicos, que trajo a su vez la falta de honradez entre amplias capas de la población. Después llegó el dólar, la prostitución y la gente sin camisa por las calles, sentada en los contenes o bebiendo ron en pleno día y sin ningún motivo aparente. Hoy la sociedad cubana está necesitada de una profunda regeneración ética.

Yo, pese a todo, quiero ser optimista, quiero pensar que, si cambian las condiciones de vida, si se impone el orden, si hay oportunidades de trabajo y, sobre todo, si hay justicia social, el cubano puede volver a ser un pueblo honrado y trabajador sin dejar de ser alegre, jaranero y jovial.

¿Cuánto tiempo puede tomar este proceso? Es difícil decirlo. Si tuviera un oráculo a mano, se lo preguntaría; aunque me temo que ni siquiera un buen oráculo tendría una respuesta unívoca para una pregunta tan difícil.

Una pregunta que rara vez está ausente cuando se entrevista a un escritor cubano exilado: ¿Le costó mucho esfuerzo poder escribir viviendo fuera de su tierra?

Yo salí de Cuba en 1994 y me fui a vivir a Suecia, un país de una cultura y una lengua desconocidas para mí. Cuando lo hice, sabía que corría el riesgo de que mi carrera terminara apagándose en esa tierra extraña. Ya en mi nueva vida estuve incluso considerando la posibilidad de dedicarme a otras ocupaciones; pero una y otra vez volvía sobre la página en blanco. Por suerte, después de un primer tiempo de dudas e intentos en el idioma local, comprendí que vivíamos en un mundo globalizado y que podría al menos tratar de proponer mis trabajos en los países de mi ámbito lingüístico. Entonces reuní fuerzas y me senté a escribir.

Recuerdo los días largos y oscuros de otoño, las noches frías del invierno sueco, y me recuerdo a mí mismo sentado frente a la ventana, escribiendo Naufragios y mirando los árboles oscuros del parque frente a mi casa o los techos nevados de los edificios vecinos.

Yo estaba solo en Suecia, sin amigos para encuentros y tertulias literarias, sin nada que me hiciera desviar la atención de las páginas, que ya no eran tan blancas. Así terminé Naufragios y gané con ella el Premio Ciudad de Badajoz, en España. Casi al mismo tiempo, publiqué sendos libros en Uruguay y Costa Rica. Y de nuevo otra novela mía, esta vez Delirio nórdico, conquistó otro premio importante en España (el Ateneo Ciudad de Valladolid).

Fue un estímulo enorme. Ahora tenía todo el tiempo del mundo para leer, escribir y estudiar a los maestros. En resumen, en el sitio aparentemente menos indicado para desarrollar una carrera de escritor en español, yo escribí las mejores novelas y cuentos que he escrito en mi vida.

Durante mi estancia de veinte años en Suecia publiqué en España y otros países ocho novelas y dos libros de cuentos, además de artículos, ensayos y trabajos menores.

Desde mi nuevo país vine cinco veces a España para recoger otros tantos premios literarios.

Debo decir también que yo era miembro de la Asociación de Escritores de Suecia, y que recibí varias becas por mis obras publicadas, lo cual me permitió emplearme a fondo en la escritura durante largos períodos y con cierta tranquilidad económica.

Así, lo que parecía un destierro literario se convirtió de ese modo en un lugar excelente para trabajar y seguir escribiendo mi obra.

Ahora que lo veo en la distancia, comprendo que lo que más me costó fue deshacerme de la autocensura, ese fardo que cargan casi todos los escritores que han desarrollado su carrera en países de régimen totalitario, aun cuando muchos de ellos no lo sientan así.

Hay otros dos momentos que quisiera resaltar: Mis años en Suecia me sirvieron también para viajar por Europa y otras partes del mundo, lo cual a su vez me permitió encontrar nuevos temas y escenarios para mis ficciones. Como es sabido, el contacto con otros pueblos y culturas enriquece la experiencia del escritor y le brinda la posibilidad de comparar y ver lo propio desde otra perspectiva. Incluso los acontecimientos que ocurren en Cuba pueden analizarse bajo una nueva luz. Si uno ve las cosas en la distancia, puede perder detalles intrascendentes; pero gana en visión de conjunto.

¿Actualmente se halla trabajando en otra novela? ¿Qué planes tiene?

Ahora debo trabajar en la promoción de Callejones de Arbat. Luego, en otoño, la editorial madrileña Izana Editores publicará una nueva novela mía, titulada Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver. Como su nombre indica, la trama de esta nueva ficción se desarrolla en Cuba, en la época actual. Tengo muchas expectativas con ella. Por lo demás, en estos momentos estoy dando los primeros pasos en otra novela; esta tiene por escenario el norte de Italia, concretamente la región de Trento, en Lombardía. La historia está bastante bien formada, aunque solo en mi cabeza. Aún queda por ver si soy capaz de llevarla al papel.

¿Alguna otra observación para CUBAENCUENTRO?

Quisiera aprovechar la ocasión para felicitar al grupo de redactores, editores, colaboradores y demás colegas que hacen posible CUBAENCUENTRO. Sé que somos muchos los cubanos —y no solo cubanos, pienso— que empezamos la jornada echándole un vistazo a la revista. Es una publicación que nos ayuda a mantenernos al día de los acontecimientos de todo tipo que ocurren en el mundo cubano, tanto dentro como fuera de la Isla. Exhorto al equipo a seguir manteniendo y elevando la línea de calidad de sus artículos y reportajes, a continuar reflejando la actualidad de lo que ocurre en Cuba y en el exterior y a publicar, siempre que puedan, textos de los muchos autores cubanos que andan dispersos por el mundo.

Muchas gracias.


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