Actualizado: 15/04/2024 23:17
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Feria del Libro de La Habana, Literatura

“No sé en otros países, pero en Cuba, al menos con los artistas, es difícil separar la amistad de la profesión”

CUBAENCUENTRO conversa con Mario Vizcaíno Serrat, quien presenta un libro de entrevistas en la Feria del Libro de La Habana

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Dentro del extenso programa de actividades la Feria del Libro de La Habana (2012), el periodista Mario Vizcaíno Serrat (Pinar del Río, 1964) presenta Portarretratos a la deriva.Memorias y conversaciones (Ediciones Extramuros, 2012), registro múltiple en el que aparecen personalidades del arte cubano en franco diálogo sobre su vida y obra.

Destaca la convocatoria de personalidades emblemáticas de la cultura cubana en un abanico que resume y encarna a la literatura, el cine, el teatro y la música; de la mítica actriz Raquel Revuelta, a la protagonista de la célebre cinta Fresas y chocolate, Mirtha Ibarra; del músico guajiro/poeta Polo Montañez, al polémico trovador Carlos Varela; del exitoso novelista Leonardo Padura al incomodo Pedro Juan Gutiérrez; del albacea del Premio Cervantes —Dulce María Loynaz—, al cineasta Fernando Pérez; de una joven bailarina, Anette Delgado, al músico Frank Delgado…

Libro afanoso de configuración desbordada que muestra un coloquio de riesgos múltiples en un país donde la censura oficial impone las reglas. Vizcaíno asume los trances y entrega un racimo de inteligentes conferencias en el que el desafío ajusta cuenta con los índices del asombro y la admiración por los entrevistados. Lances que dan un resultado loable por la atmósfera intima y familiar de los retratos en convincente gaudeamus periodístico con la palabra como puente.

CUBAENCUENTRO conversó con el periodista pinareño —colaborador de El CaimánBarbudo, director de la revista universitaria Alma Mater y reportero de la agencia internacional Prensa Latina— vía internet.

Presentamos el resultado de esa plática con un informador de raza, enfrentado a la censura oficialista en un libro de cabal compromiso intelectual.

Leemos un manojo de entrevistas en las que hay un afán de abarcar temas diversos con personalidades disímiles de la cultura cubana que van de una bailarina a un trovador, de un escritor a un director de cine, de un guajiro sonero al albacea de un Premio Cervantes, de un escritor polémico a una mítica actriz… ¿Cómo lograste conformar esa revista de personajes tan variados e incluso, en algunos aspectos, contradictorios?

Mario Vizcaíno Serrat (MVS): La idea esencial, al armar el libro, fue mostrar variedad de personajes, no solo porque representaran manifestaciones artísticas distintas, sino además porque fueran diferentes en sus proyecciones culturales y personales. Por eso está un músico campesino, rústico, que fue un fenómeno popular, como Polo Montañez, al lado de un hombre culto como Fernando Pérez, el mejor cineasta cubano vivo. Lo otro que me propuse fue que todos los entrevistados fueran figuras que, más allá de los gustos, tuvieran un peso en la cultura de Cuba.

¿Qué es para ti una entrevista periodística: una conversación íntima, un intercambio de ideas, un catalogo de preguntas provocativas o un coloquio en el que el método mayéutico de Sócrates se impone? ¿El entrevistador debe “incomodar” al entrevistado, ponerlo en apuros? ¿Cuál de estos riesgos tú asumes?

MVS: Quizás un poco de todo lo que dices. Lo que sí tengo claro es que una entrevista complaciente con el entrevistado no es una entrevista. Un entrevistador debe ser honesto, y su preocupación no puede ser que el personaje que tiene delante quede satisfecho. Aunque su papel no tiene que ser obligatoriamente el de verdugo, debe correr el riesgo de preguntar lo que incluso no le guste a su entrevistado. Si te dejas llevar por la vanidad de ciertos entrevistados y por su afán de venderse como quieren, no haces tu trabajo y corres el riesgo de que te utilicen para hacer el suyo.

Un portarretratos implica un marco, un límite, una demarcación. Veo que algunos de tus interlocutores no soportan los límites y se salen del cerco que implica tu portarretratos. Pienso en algunas de las respuestas que te dieron Varela, Padura o Pedro Juan. ¿Eres consciente de eso?

MVS: Un portarretratos también es donde se coloca una efigie, un dibujo o una foto familiar que es un poco lo que buscan estas conversaciones. Aunque la palabra Portarretratos, en el título, no es mía, sino de mi amigo y colega, el periodista residente en México, Rubén Cortés. Me pareció bien para transmitir la idea de este libro, el vocablo sugerido por Cortés. A la deriva, que es la parte mía, indica que las entrevistas, luego de publicadas, quedan a merced de los lectores. Si te parece extraño algo de esta explicación, échale la culpa al poeta cubano José Kozer, que, en Estados Unidos, recibió varias propuestas de título y le gustó combinar esas dos palabras. Me lo propuso, y me agradó. Es como un título a tres cabezas.

Conmovedora la semblanza que haces de la autora de Jardín en el lecho de muerte; entrevista que apela a escenas especulativas de ficción. ¿Cómo lograste esa complicidad con el albacea de Loynaz —Aldo Martínez-Malo—para entrar en la intimidad de la poeta en un coloquio que se convierte en uno de los mejores del libro?

MVS: A Aldo le fascinaba contar anécdotas de su amistad con Dulce María Loynaz. Le propuse un día sentarnos a conversar sobre ella, a quien rodeaba una aureola de ermitaña, y aceptó, con la petición de ver la entrevista antes de ser publicada. Y se entusiasmó durante la conversación. Le enseñé la entrevista ya lista, y apenas le cambió algo. No sé si con Loynaz viva, él hubiera sido tan locuaz, pero el caso es que su testimonio es revelador de muchos detalles interesantes para los estudiosos de la vida y la obra de uno de los tres escritores cubanos que han merecido el Premio Cervantes de Literatura. Los otros dos, Alejo Carpentier y Guillermo Cabrera Infante.

Llaman la atención tus largos introitos en los que se escucha en susurro, la voz del entrevistado. ¿Realizas un rapport extenso con tus personajes o las introducciones nacen de tu trabajo de investigación previo?

MVS: Las introducciones son una mezcla de lo que conozco y pienso de los entrevistados, lo que busco después de las entrevistas, y lo que percibo, siento, aprendo, durante las conversaciones. Lo que ocurre durante las entrevistas, y no solo lo que dicen los entrevistados, suele ser también materia prima para las introducciones, que además, me permiten dejar mis opiniones sobre algunas cosas, Eso, claro, no es un invento mío, lo han hecho una montaña de periodistas, y mucho mejor que yo. Me gustaría tener talento para hacerlo como la periodista italiana Oriana Fallaci.

¿Cómo fue tu encuentro con Polo Montañez? ¿El poeta-guajiro era consciente de sus aportes al son y la guaracha cubana? ¿Es cierto que la mujer protagonista de “Un montón de estrellas” existió?

MVS: Mi interés en conocer y entrevistar a Polo Montañez me hizo buscarlo y dar con él cuando grababa su segundo disco en los estudios Lusafrica de La Habana. Hasta allí fui una tarde. Hablamos y fijamos cita. Pero me quedé hasta el anochecer para escucharlo, observarlo, verlo moverse, caminar. Era un fenómeno que uno no debía perderse. Tuve suerte de que me permitiera pasar a las cabinas de grabación junto con algunos miembros de su grupo. Me divertí mucho con lo que decía, pues era simpático y ocurrente —también muy severo—, y pude comprobar lo serio y riguroso que era para su trabajo. Lo demás fue llegar a su casa poco después y entrevistarlo.

Más que de música, preferí conversar con él de temas que revelaran un poco su personalidad y su carácter. Era un tipo que componía porque tenía talento, pero no sabía música, incluso tenía que conservar en la memoria la melodía y buscar rápido a alguien que la convirtiera en notas, pues, de lo contrario, podía olvidársele. Por eso, no creo que fuera consciente de muchas cosas. Curiosamente, en el libro hay un músico que era también autodidacta: Ricardo Pérez, de quien Benny Moré cantó dos temas.

En una visita de Padura a México le dije que Mario Conde había declarado: “Leonardo Padura c’est moi”. El autor de Máscaras me miró desconcertado y no entendió al parecer, la dualidad irónica de mi propuesta, que jugaba con la cita de Flaubert. ¿Cuándo conversaste con él, estaba frente a ti el Mario Conde del barrio de Mantilla o era Padura, el escritor ganador de premios internacionales, famoso en México y España?

MVS: Estaba Padura, sin dudas, aunque no estoy seguro de si Mario Conde se acercaba a veces a nuestra mesa.

Noto que con el trovador Varela desaprovechaste la posibilidad de preguntas más arriesgadas. Creo que el autor de “Guillermo Tell” se fue por la tangente y nunca refirió con claridad el asunto clave de la problemática del conflicto generacional y político que plantea dicha canción. ¿Por qué no insististe en eso?

MVS: Es que Varela ha hablado tanto de ese asunto, y siempre con las mismas tesis, que no sentí tentador un tema tan llevado y traído. Tuve más deseos de hacerle saber que al cabo de 15 años de carrera profesional, los adolescentes y jóvenes de hoy podían sentir la necesidad de ponerle en su cabeza la manzana y tirarle con la ballesta.

¿Por qué con Pedro Juan sucede lo mismo que con Varela? Creo que no le sacaste suficiente jugo a un escritor incómodo para el régimen como lo es el autor de Animal Tropical. ¿Por qué sus libros no se han publicado en la Isla? ¿Qué piensa Pedro Juan sobre eso?

MVS: Mi propósito principal con Pedro Juan fue conversar con alguien que, después de escribir los candorosos cuentos de su libro Melancolía de los leones, era capaz de concebir algo tan chocante como Trilogía sucia de La Habana. Ese giro violento me llamaba la atención, y quería conocer sus criterios sobre la literatura, fundamentalmente. Casi toda la entrevista asume el tema de la creación literaria.

En cuanto a que no se publican sus novelas en Cuba, es cierto, aunque no del todo, pues se han publicado dos, solo que con tiradas pobres. Desconozco por qué no se publican las demás. Pudiera especular con la tesis de que la literatura que él cultiva no es bien acogida por quienes deciden lo que se publica. Pero no lo sé a ciencia cierta. Tampoco sé lo que piensa Pedro Juan. Después de aquella entrevista, apenas lo he visto en La Habana. Pero te prometo que voy a preguntarle cuando me lo encuentre de nuevo. Y si a CUBAENCUENTRO le interesa, y Pedro Juan acepta una conversación sobre el tema, puedo dialogar con él sobre eso y te mando sus repuestas.

¿Cómo se inserta tu libro en un país donde no hay libertad de prensa y la censura interviene y protagoniza cualquier acto de publicación? Se nota cierta reticencia en tus preguntas: se percibe cautela en tus interlocutores. ¿Eres consciente de eso? Hay cosas que tus convocados pudieron decir y lo callaron: pienso en Padura, Pedro Juan o Varela. ¿Te censuraron alguna entrevista? ¿Puedes comentarme sobre eso, o dejamos la repuesta a la deriva?

MVS: El libro tendrá dos presentaciones en la Feria Internacional del Libro de La Habana que inició el día nueve de febrero y termina en marzo. En cuanto a eso que notas y me preguntas si soy consciente, te respondo que no: si entiendo que la reticencia es desconfianza, recelo, suspicacia, ninguna de mis preguntas, en ninguna de las entrevistas, fue concebida así. Intenté, al contrario, un diálogo honesto con cada uno de los entrevistados. Aun cuando admirara a mis entrevistados, a unos más que a otros, traté de alejarme de esa admiración y ejercer como periodista. No sé en otros países, pero en Cuba, al menos con los artistas, es difícil separar la amistad de la profesión, es difícil ser amigo de un artista y crítico de su obra a la vez. Si opinas sobre su obra de un modo que no les gusta, pierdes su amistad. Carlos Varela se enemistó conmigo por esta entrevista que tú encontraste condescendiente con él. El título que puse como cabeza —“¿Le toca a Carlos Varela la manzana en la cabeza?”— lo sacó del paso, al extremo de que se enfureció cuando hablábamos por teléfono y me colgó, hasta el día de hoy. Y yo había sido uno de los periodistas que más lo habían entrevistado en Cuba, siempre diálogos que lo enaltecían, pues respondían a mi manera de verlo hasta entonces. En cuanto pensé de otro modo, sin dejar de sacarlo de mis afectos, digamos creativos, y emplear mi derecho a hacerlo público, pues mi trabajo es tan público como el suyo, me hizo la cruz. Y no ha sido el único caso. Con Frank Delgado pudo pasarme lo mismo, pues tengo la impresión de que no lo complació del todo la introducción a su entrevista de este libro, ni alguna que otra pregunta, pero optó por agradecer la entrevista y demostrar tolerancia y respeto por el oficio ajeno, incluso a partir de ese momento fortalecimos nuestra amistad, que dura hasta hoy.

Si me preguntas por las entrevistas de este libro, ninguna fue censurada. En el trabajo de edición se modificaron algunos detalles, pero es otra cosa. No digo con esto que el periodismo cubano es un lecho de rosas. No lo es. Pero este libro fue respetado de principio a fin.


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