Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Ballet

Pedro Pablo Peña, con dos nombres de apóstoles muy bien puestos

Entrevista con el fundador y director del Festival Internacional de Ballet de Miami y de la compañía Cuban Classical Ballet

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Es cierto que hoy los fariseos son otros, pero él, como Jesucristo, los ha logrado también echar atrás, para que el ballet y la cultura no mueran en Miami, pese a la desidia de los políticos y de los falsos “mecenas”, que solamente apoyan la cultura “popular” que les da dinero, léase el reguetón —muy bueno para bailar— y las tontas baladas de la “japonesa” Paulina Rubio, cuyos incultos comentarios nos sirven al menos de entretenimiento.

Gracias a este hombre “apostólico y cubano”, Miami tiene desde hace ya más de quince años el festival de ballet más importante de todos los Estados Unidos —haciendo bueno mi dicho de que “lo que no nace se trasplanta”—, y su Cuban Classical Ballet, una compañía donde los bailarines que desertan del BNC —entre otros— encuentran un cálido apoyo y un escenario digno donde continuar sus carreras, y que ha presentado ya varias puestas muy decorosas de los grandes ballets clásicos y de Carmen.

“Algún día se contará, se escribirá la verdadera historia del ballet cubano, con el sufrimiento a que el sistema sometió a sus artistas durante décadas. Eso se ha silenciado con la complicidad de mucha gente de dentro y de fuera de Cuba” —ha dicho Pedro Pablo Peña sin ambages a la prensa, con motivo de la reciente deserción de cinco bailarines durante una gira del BNC por Canadá, y también ha declarado estar dispuesto a acoger a todos los bailarines cubanos que decidan hacer lo mismo: “Ya lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo. Es una época dura, pero los artistas cubanos siempre nos hemos ayudado unos a otros. Es un deber cívico que a veces choca con la burocracia y los trámites oficiales, que son duros y lentos, y no siempre comprensivos con la urgencia y las particularidades de la vida y carrera de un bailarín. Los rusos siempre lo tuvieron más fácil”.

Su razonamiento es claro: “Poco a poco, los mejores se fueron marchando de Cuba en busca de libertad y de oportunidades artísticas. La lista es enorme. En nuestro festival han bailado año tras año todos los que se han ido, como las hermanas Lorna y Lorena Feijóo, dos de las más grandes e indiscutibles artistas hispanas y mundiales de los últimos años”.

Pedro Pablo fue bailarín del Gran Teatro de La Habana —que agrupaba ballet, zarzuela, ópera y bailes españoles, todo bajo la dirección de Alicia Alonso— y después ejerció como coreógrafo titular del Teatro Musical de La Habana. En los aciagos días del éxodo del Puerto del Mariel en 1980 pudo escapar de Cuba, apenas con lo puesto.

Además de su compañía, el Cuban Classical Ballet of Miami, dirige el Festival Internacional de Ballet de Miami, que este año 2011 llega a su XVI edición, y que junto al de La Habana —más allá de las diferencias políticas que nos alejan mucho más que noventa millas— constituye un ejemplo de amor a la danza y del triunfo del “acento latino” en el ballet mundial.

Cubaencuentro saluda a este incansable quijote de la danza, y lo entrevista para conocer mejor sus “intimidades”:

Pedro, en un país y una época en que muy pocos hombres se atrevían a desafiar los prejuicios existentes sobre los bailarines, ¿cómo fue tu llegada al ballet?

Pedro Pablo Peña (PPP): Bueno, te voy a ser sincero, yo llegué al Conservatorio Municipal de Rastro y Belascoaín para estudiar piano, pero, mientras cursaba el primer año, yo veía un movimiento hacia el piso de arriba —donde se daban las clases de ballet— que me llamó mucho la atención, y como incluso podía escuchar las lecciones desde abajo, un día subí y me quedé prendado con lo que allí observé. Eso fue al principio de la Revolución, yo tenía trece años. Entonces llegué a mi casa y le dije a mi papá que quería estudiar ballet, y él no lo aceptó, así que a los catorce años me fui de mi casa. Tuve que esperar un año, hasta que empezara el nuevo curso en el Conservatorio, para presentarme, y gracias a Dios me aceptaron por mis condiciones físicas. Luego de dos años allí, las clases de ballet en el Conservatorio fueron suspendidas, y matriculé en la academia privada de Ana Leontieva en Miramar, donde ella y su madre daban clases de ballet. Recuerdo que la madre —Yeny, le decían— era una mujer muy interesante, que daba unas clases muy fuertes. Después de eso, hice una audición para la Escuela de Ballet de L y 19, en El Vedado, para acompañar a las chicas de la primera graduación —éramos seis muchachos—, donde tomé clases con Azari Plisetski, Lorenzo Monreal y Eduardo Recalt durante tres años hasta que esa primera generación de bailarinas —Mercedes Vergara, Marta García, entre otras— se graduó.

¿Tuviste algún contacto directo con Alicia Alonso?; ¿cómo la definirías?

PPP: Realmente no. Si acaso en algún momento coincidimos en el mismo espacio fue hace mucho.

Yo puedo definir a Alicia Alonso como lo que es: una gran estrella, que le dio al Ballet Nacional de Cuba el nombre que la compañía necesitaba para darse a conocer en el mundo, y que el Gobierno de Fidel Castro ha usado —y ella se ha dejado— como propaganda del sistema.

Aquí en Miami has logrado lo que veinte años atrás hubiera sido imposible; ¿cuáles son los “molinos de viento” que has tenido que enfrentar, cuáles has podido vencer, y cuáles no?

PPP: Gracias a Dios, yo he vencido bastantes molinos, pero siempre quedan molinos por vencer. Yo pienso que todavía en Miami —y en el mundo— hay mucho que hacer por la danza, y esa considero que es mi misión, por la que han valido la pena todos los sacrificios, todas las batallas, aunque siempre haya nuevos retos que vencer. Algunos de esos “molinos” han sido la no aceptación, la envidia, la intolerancia, la traición…; que te hacen mella, pero que a la vez te enseñan tanto para seguir luchando por tus sueños y poder alcanzar tus metas.

¿Por qué Rosario Suárez —“Charín”— no ha bailado nunca con el Cuban Classical Ballet of Miami, y ya no participa en el festival anual que tú diriges?

PPP: A pesar de que yo apoyé a Rosario Suárez para poder venir desde España a establecerse en Miami —donde bailó varias veces con mi compañía y en los primeros festivales de ballet—, nuestra relación no fue todo lo buena o sana que yo hubiera querido debido a sus problemas de carácter, por lo que ella creó su propia compañía y dejó de participar en los festivales. Con el Cuban Classical Ballet ella no ha bailado, además de las razones que te digo, porque yo quería darle oportunidad a los nuevos bailarines que estaban llegando al exilio —y ya ella había tenido esas oportunidades—; además de que, al no existir una relación sana ni cercana entre nosotros, no puedo saber si ella está en disposición y con las facultades para bailar un ballet de toda una noche.

¿Cómo son tus relaciones profesionales con el Miami City Ballet, y con su director, Edward Villela?

PPP: Yo tuve el privilegio de entregarle a Villela el premio “Una vida por la danza” en el VIII Festival Internacional de Ballet de Miami, en el 2004 —donde se presentó además el Miami City Ballet que él dirige—, pero no tenemos ni una buena ni una mala relación; simplemente somos dos directores que cada quien tiene su propia compañía y sus propios intereses.

¿Cuál es tu ballet preferido?

PPP: Mi ballet preferido es Giselle, aunque como director artístico y amante del ballet considero que todos los grandes ballets clásicos tienen que prevalecer y ser esmeradamente cuidados.

¿Has tratado de establecer algún vínculo artístico con el Festival Internacional de Ballet de la Habana, por encima de las lógicas y tremendas diferencias ideológicas que existen entre ambas compañías?

PPP: No realmente; ni a mí me interesa, ni creo que a ellos tampoco. Precisamente salí de allá para no tener ningún vínculo con el sistema —y tanto Alicia como el BNC son instrumentos a conciencia del mismo—. Respeto lo que se hace allá —sus propuestas artísticas—, pero no puedo nadar entre dos aguas, debido a las razones políticas que todos conocemos.

Sé que le has pedido ayuda para el ballet a determinadas figuras muy poderosas del mundo del espectáculo que residen y “reinan” en Miami, y que ni siquiera te han contestado las cartas, ¿cuál es tu opinión sobre esta ausencia de mecenazgo por parte de ellas?

PPP: La gente tiene que identificarse un poquito más con las propuestas artísticas; quizás estas personalidades no ven el ballet clásico como una necesidad para la comunidad donde residen, pero puedo entender que la gente con dinero tiene la libertad de decidir qué apoyan y qué no.

¿Consideras que el gobierno de la ciudad de Miami y el del Condado Dade hacen lo suficiente por el arte y la cultura para sus ciudadanos?

PPP: El Condado sí, pero el gobierno de la ciudad de Miami ni ha hecho ni está haciendo tal cosa. Gracias al Condado Dade nosotros existimos —el Condado tiene su Departamento de Asuntos Culturales—. Ningún alcalde de Miami se ha interesado por dar apoyo y fondos para el desarrollo de la cultura en esta ciudad; pensamos que con Regalado (Tomás) esto iba a cambiar, pero todavía no ha sucedido.

Sonia Calero, la viuda del gran coreógrafo Alberto Alonso, fue quien asesoró el montaje del ballet Carmen cuando tu compañía lo bailó aquí en Miami, ¿qué significó eso para ti y para el Cuban Classical Ballet?

PPP: Significó mucho, porque ella conoce en detalle lo que Alberto quería en su trabajo coreográfico y la esencia propia de ese ballet, dada su cercanía como esposa al maestro a lo largo de su vida artística.

Leí que esperas inaugurar en el otoño el nuevo Miami Hispanic Cultural Art Center, que será la sede definitiva del CCBM y del nuevo Archivo del Ballet Cubano en el Exilio, ¿cómo se consiguieron los fondos, y qué representará ese nuevo centro para el desarrollo del ballet en Miami?

PPP: Estos fondos fueron dados por el Condado Miami Dade, gracias a las gestiones del Comisionado Bruno Barreiro, del distrito al que pertenece nuestra organización, y al Departamento de Asuntos Culturales del propio condado; ayuda que debíamos haber tenido desde hace mucho tiempo, pues en 1983 fue cuando comenzamos nuestro trabajo cultural en Miami.

Este nuevo centro representa la verdadera oportunidad de tener aquí en Miami “la escuela cubana de ballet”, con audiciones, grandes maestros invitados —bailarines cubanos y extranjeros de nivel internacional—, donde los estudiantes tendrán la posibilidad de formar parte de la compañía una vez graduados —el lugar será también la sede del CCBM—. Además, habrá un teatro arena —Black Box Theater—, galerías de arte, y una pequeña plaza para presentaciones de films de danza y arte en general.


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