Jueves, 22 noviembre 2001 Año II. Edición 241 IMAGENES PORTADA
Internacional
Machos

El gobernante y el pueblo: versión doméstica del fundamentalismo machista contra la hembra.
por LUIS MANUEL GARCíA Parte 1 / 2
Madre
Madre cubana. Foto de la hija desaparecida en el Estrecho
de Florida

Cada año las estadísticas nos arrojan a la cara pavorosas cifras de mujeres vejadas, maltratadas y, llegado el caso, asesinadas por sus maridos, compañeros, novios, pretendientes, que ponen en práctica de ese modo un machismo que las damas se resisten a aceptar mansamente (como antes), de modo que, llegado el caso, hay que aplicarles un correctivo radical, incluso in articulo mortis.

Los teléfonos instalados en distintos países para atender a las mujeres maltratadas, reciben cada día miles de llamadas: la punta del iceberg, porque según estimaciones, sólo el 10% de los casos se denuncian. Que las mujeres decidan denunciar a sus agresores, es un paso adelante; y que accedan a servicios para reiniciar su vida, insertarse en el mundo laboral y obtener una independencia económica, que es condición indispensable para el resto de las libertades, como bien sabe Perogrullo. Todas estas actuaciones, son el tratamiento postraumático para una enfermedad social que ya alcanza pavorosos niveles de epidemia. Pero la epidemia no remite. Milenios de machismo instalado se rebelan contra la idea de que la igualdad no es un mero slogan publicitario.

Incluso en países donde la igualdad está recogida en la legislación vigente, millones de mujeres son golpeadas, vejadas sistemáticamente, violadas y al final asesinadas. Padecen cada día una prisión domiciliaria que Amnistía Internacional no inspecciona. La única ONG que las atiende es Asesinos Sin Fronteras. Una ONG poderosa, a juzgar por la impunidad relativa de que disfrutan sus maltratadores.

Claro que según algunos jueces italianos —todos hombres—, una mujer que vista blue jeans no puede ser violada (siempre que se oponga con todas sus fuerzas). De algún modo, tuvo que consentir la violencia del macho y es, por tanto, culpable de lesa complicidad. Está por ver si vistiéndose de pies a cabeza al mejor estilo cowboy, logran muchas mujeres eludir la violación sistemática de su integridad. Impermeabilizarse incluso contra los jueces italianos, que seguramente tendrán algo en común con los talibanes afganos en materia de moda femenina.

Y aunque Occidente ha cerrado filas contra los talibanes, no por haber institucionalizado el maltrato a la mujer, sino por su apoyo al terrorismo; habrá en nuestras sociedades muchos hombres que, en su fuero interno, suspiren de envidia por ese sistema donde las mujeres han sido confinadas al lugar que les corresponde.

Enfermedades que parecían inherentes a la existencia humana, han sido erradicadas. Contra otras nos inmunizamos desde la infancia. ¿Existirá alguna vacuna social que prevenga esta violencia oscura que en un alto por ciento jamás es denunciada? ¿Realiza la sociedad un verdadero esfuerzo para comprender sus causas y erradicar el humus de frustración y modelos machistas del triunfador —si la mujer es quien triunfa, matarla a golpes es siempre un remedio definitivo—, que en mortal combinación ofrece la realidad, sumados a la ración de violencia cotidiana que se traga sin rechistar en la tele? ¿O habrá que asumir como fatalismo histórico que la violencia es condición sine qua non para el florecimiento de nuestro mundo?

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