Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Baltimore, EEUU, Violencia

Baltimore: de nuevo la violencia en las calles de EEUU

Nada justifica incendios, saqueos y ataques. Sobre todo si tras lo que puede ser interpretado como ira sirve de pretexto para cometer delitos

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El gobernador del Estado de Maryland, Larry Hogan, afirma que el presidente Barack Obama lo ha instado a que los policías se conduzcan con moderación, y que él le aseguró al mandatario que así lo harían.

“Pero —agregó— le aseguré que no íbamos a quedarnos de brazos cruzados y permitir que nuestra ciudad de Baltimore sea tomada por matones”.

Difícil como podría parecer a algunos, en este caso no queda más remedio que estar de parte del gobernador.

La muerte de Freddie Gray, el joven negro que falleció el 19 de abril bajo custodia policial, debe ser investigada a profundidad, y castigados los culpables si es que se encuentra que cometieron delito alguno. En otras ocasiones no ha ocurrido, en este caso no debe volver a suceder.

Pero no separar dos hechos distintos aunque relacionados es un grave error. Nada justifica incendios, saqueos y ataques. Sobre todo si tras lo que puede ser interpretado como ira sirve de pretexto para cometer delitos.

La alcaldesa de Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake, de la raza negra como la mayoría de los manifestantes, también denunció en rueda de prensa que grupos de “matones” estaban intentando destruir la ciudad y decretó un toque de queda a partir de la noche del martes que durará una semana. La medida regirá entre las 10 de la noche y las 5 de la mañana. Además, las escuelas permanecerán cerradas el martes.

“Haremos que todo el mundo rinda cuentas”, dijo la alcaldesa.

Es la actitud correcta.

Vuelve a ocurrir. Por segunda vez en seis meses un estado llama a la Guardia Nacional para imponer el orden en una ciudad sacudida por la violencia, tras la muerte de un joven negro durante un altercado con la policía.

Missouri desplegó a la guardia en Ferguson en agosto, tras que un policía matara a Michael Brown, un adolescente negro desamado, en agosto. Tuvo que hacerlo de nuevo en noviembre, cuando se repitieron actos de violencia tras conocerse que un gran jurado no encontró pruebas suficientes para acusar al policía que disparó sobre Brown.

Por décadas viene sucediendo el mismo fenómeno en este país. En Miami, por ejemplo, en 1980: 18 muertos, 350 heridos y más de $100 millones en pérdidas. Policías cuya actuación es a todas luces reprochable, hechos donde una excesiva violencia policial resulta en la muerte de ciudadanos negros —con independencia de que en la mayoría de estos casos existe un historial delictivo precedente pero no pruebas de un comportamiento criminal al grado de considerarlos asesinos—, que podría haberse evitado con un manejo más adecuado de la situación. Luego, tras un proceso judicial también cuestionable en muchas ocasiones, los agentes del orden salen absueltos. Y la consecuencia de todo ello son las imágenes repetidas de incendios, caos y saqueos.

Una y otra vez el resultado ha sido el mismo: la destrucción de los barrios donde viven las mismas víctimas de la violencia. Mercados de esquina saqueados, pequeñas o medianas tiendas de víveres, ropa y artículos electrodomésticos destruidas, farmacias robadas, centros para la atención de ancianos destruidos. La respuesta al daño con más daño.

La lógica indica que quienes actúan así no hacen más que brindarles argumento a los que supuestamente son su enemigos: quienes justifican la represión y claman por su aumento. La razón más elemental señala que los que responden lanzando piedras e incluso ladrillos, queman vehículos policiales y establecimientos, simplemente desplazan a los que justamente reclaman justicia por vías pacíficas. Pero la racionalidad no juega ningún papel cuando se desata la brutalidad en las calles.

El presidente Obama debe actuar con firmeza, más allá de cualquier condicionamiento racial, sin detenerse en lo “políticamente correcto” o las consideraciones hacia determinado grupo étnico, sea mayoritario o minoritario. La línea a trazar es simple: castigar lo mal hecho, ya sea desde el poder o desde la calle.

Si no se toman ahora las medidas adecuadas, todo ello puede desembocar en una crisis social y política aún mayor, que podría recurrir incluso en las próximas elecciones presidenciales: nada más fácil que recurrir al miedo para ganar votantes.

Aunque resulta completamente secundario en estos momentos, desde la Plaza de la Revolución en Cuba Raúl Castro debe estar disfrutando de la situación, en lo que de seguro va a utilizar como un argumento reforzado a la vieja tesis de que a la hora de hablar de problemas con los derechos humanos, no solo hay que mencionar los de la Isla, sino también los de este país.


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