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Sudáfrica, Angola, Apartheid

Camino del Mausoleo con sus mitos y realidades (II)

Segunda y última parte del artículo

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Era evidente que el régimen del apartheid estaba sentenciado por todos los intereses de la economía de mercado desde mediados de los 80. Pero, ¿cómo desmantelar este muñeco grotesco sin derramamientos de sangre, sin represalias de una parte o de otra, sin afectar los suministros de materiales estratégicos que podían repercutir muy negativamente en la economía y seguridad nacional de Estados Unidos? De acuerdo a un escrito realizado por W.W. Malan, vicepresidente de la Cámara de Minas Surafricana, Estados Unidos importaban anualmente más de un $1.000.000 en cromo, manganeso y platino para su economía industrial y defensa nacional. Ya en 1978 la Junta de Asesores de Materiales Nacionales de Estados Unidos (NMAB) había concluido que Estados Unidos eran estratégicamente más vulnerables a la interrupción del cromo que a un embargo de cualquier recurso natural incluyendo el petróleo.

Por otra parte resultaba preocupante que producto del obstinamiento del régimen de Pretoria y la continua violencia en el sur de África se pudiera escalar aún más el enfrentamiento de la guerra fría complicando el conflicto. A principios de 1987 el gobierno de Zimbabue había entablado ya conversaciones con los soviéticos para una posible compra de aviones de combate MIG-29. Gran Bretaña se opuso enérgicamente y la nueva dirección del Gobierno soviético encabezada por Mijaíl Gorbachov mostró la prudencia de congelar la negociación.

Para poder desmontar este muñeco, se requería un esfuerzo multilateral de todas las latitudes. Una ofensiva en todos los frentes: diplomático, académico, económico, científico y hasta religioso. Estados Unidos puso a prueba una variante contemporánea de la zanahoria y el garrote. La Sección 311 de la Ley Integral anti-apartheid de 1986 (Comprehensive Anti-Apartheid Act of 1986) del Congreso de Estados Unidos sería el garrote y la doctrina de Constructive Engagement enarbolada por el ejecutivo sería la zanahoria. Alrededor de estas dos direcciones estratégicas para el desmantelamiento del apartheid se crearon diferentes grupos de trabajo, desde grupos de estudio (think tanks) hasta centros de investigación como el Investor Responsability Research Center en Washington, encargados de monitorear y sacar a la luz pública todas las compañías norteamericanas que indirectamente estaban explotando a los trabajadores sobre la base de sus razas. Los principios de Sullivan se tomaron como base para la ofensiva contra las transnacionales e inversionistas que se beneficiaran en países donde no se respetaban los derechos humanos, políticos y laborales.

Una brecha que era necesario eliminar y que indudablemente significaba un obstáculo para lograr los objetivos de desmantelar el muñeco racista eran los divergentes criterios de los liberales tradicionales que amenazaban a los empecinados blancos con el slogan de “Sufrirás el futuro”.

En este frente tuvo una importancia decisiva la “Free Market Foundation” del convincente profeta del libre mercado León Louw y el brillante conferencista Clem Sunter. A las más de cien presentaciones de Clem Sunter llegaron a atender casi 30.000 personas y sus audiencias incluían entusiastas desde el gabinete de ministros hasta activistas de los asentamientos urbanos creados para la raza negra durante el apartheid. Al igual que Sunter, León Louw resultó un convincente conferencista con sus horas de bombardeos de gráficos, ejemplos y exhortaciones.

Fueron tan convincentes estos ciclos de conferencia que el responsable del departamento de investigaciones del ANC Pallo Jordan no podía entender la recepción que tuvo esta ideología de libre mercado dentro de los sudafricanos que se catalogaban de izquierda. “Lo más sorprendente, dijo, es que estas ideas asociadas con el Thacherismo-Reaganismo (Thacherite-Reaganite) encontraron recepción dentro del discurso radical y fueron consideradas como un pilar de la liberación” (Weekly Mail, 17 de julio de 1987, p.7). Este apoyo se hizo más evidente cuando Winnie Mandela escribió un entusiasta prefacio dando su apoyo abierto al libro sobre privatización y desregulación escrito por Leon Louw y su esposa Frances Kendall, bajo el titulo South Africa: The Solution.

Las predicas de Louw demostraban que un Estado racista, excluyente de las grandes mayorías, era tan ineficiente y dañino como un Estado socialista de economía planificada e improductiva. Los intereses en un momento divergentes, de los sectores que clamaban el “socialismo étnico” y los que deseaban conservar un Estado súper burocratizado afrikáner fueron comprendiendo con las predicas de estos que si “el gobierno fuera adecuadamente limitado, la vida se despolitizaría y se desactivaría la lucha por el poder”.

En septiembre de 1985, durante el anuncio de las sanciones que Estados Unidos aplicaba al régimen de Pretoria, el presidente Ronald Reagan dijo: “Si, nosotros en América, por lo que somos y por lo que creemos, tenemos influencia para hacer el bien. Nosotros tenemos también un inmenso potencial de hacer las cosas peor. Antes de tomar pasos firmes, debemos pensar en la cuestión clave: ¿Estamos ayudando a cambiar el sistema? ¿O estamos castigando a la población negra que queremos ayudar? La política de Estados Unidos a través de varias administraciones ha sido usar nuestra influencia y nuestra presión contra el apartheid, no contra personas inocentes que son las víctimas del apartheid”. (“Washington Post, 10 de septiembre de 1985. A2).

A finales de 1985 Pretoria se encontraba ya bajo una política insostenible. Meses después de las andanadas del presidente Reagan, el Congreso norteamericano, en la Sección 113 de la Ley Integral Anti-Apartheid, pone sobre la mesa las exigencias que Estados Unidos requería para la terminación de las acciones. Estas eran:

  1. Liberación de todas las personas sancionadas por sus creencias políticas o detenidas arbitrariamente sin juicios; incluyendo en primer lugar a Nelson Mandela.
  2. Terminar el estado de emergencia y liberar a todas las personas que hayan sido detenidas bajo ese estado.
  3. Permitir a todos los surafricanos de todas las razas el libre derecho a formar sus partidos políticos, expresar libremente sus opiniones y participar en todos los procesos políticos.
  4. Derogar la Ley de Áreas de Grupos y la Ley de Registro de Población y no establecer otra medida similar.
  5. Consentir en entrar en negociaciones de buena fe con los verdaderos representantes de la mayoría negra sin precondiciones.

El régimen de Pretoria reaccionó violentamente. El presidente P. W. Botha declaró: “Nosotros no hemos cedido nunca a las demandas del exterior ni pensamos hacerlo. Los problemas de Sudáfrica serán resueltos por los sudafricanos y no por los extranjeros. A nosotros no nos van a detener de hacer lo que pensamos que es lo mejor para nuestro país ni nos van a forzar a hacer lo que no queremos hacer”.

Preguntado sobre los efectos que él estimaba traería la ley aprobada por el Congreso de Estados Unidos contra el apartheid respondió: “Ustedes me están dando una elección. Si no hacemos lo que ustedes quieren, seremos más pobres, y si lo hacemos perderemos el control. Nosotros hemos vivido pobres y podemos vivir pobres otra vez, pero no podemos perder el control”.

No obstante la reacción violenta de los dirigentes del régimen de Pretoria. La situación económica seguía deteriorándose a un paso más rápido. El sector privado, anticipándose a un posible congelamiento de las cuentas bancarias en Estados Unidos, comenzó a sacar su dinero del país, primeramente hacia Suiza donde ya se manejaba la mayoría de las transacciones de Sudáfrica en oro ( Journal of Comerce, 28 de julio de 1986, 3A).

El obstáculo de la expansión comunista

Aunque Estados Unidos estaba decidido a terminar con el apartheid, había un obstáculo que le indicaba prudencia. La presencia de las tropas cubanas en Angola y Etiopía, la recepción de enormes cantidades de armamento con las últimas tecnologías de guerra, la presencia cada vez más creciente de miles de asesores soviéticos en la región y las declaraciones cada vez más hostiles de los países de la llamada Línea del Frente (Angola, Mozambique, Zimbabue) hizo caer a los norteamericanos en una encrucijada.

El apartheid era totalmente retrogrado e inaceptable tanto por su daño al desarrollo del libre mercado como por las afectaciones que se podrían crear en la economía y seguridad nacional de Estados Unidos con las interrupciones en el suministro de materiales estratégicos. Pero por otro lado, si la región completa seguía desestabilizándose y los comunistas lograban imponerse en Sudáfrica, el problema seguiría indisoluble y hasta pudiera ser peor el remedio que la enfermedad.

Los norteamericanos veían la doctrina y los métodos del expansionismo soviético comparándolos con las infecciones oportunistas que se desarrollan en un cuerpo como resultado de las defensas debilitadas por una enfermedad crónica sistemática.

En el caso del cono sur africano, la agresión del gobierno de Pretoria contra los Estados circundantes (desestabilización), aunque explicada en el idioma de la lucha contra el comunismo, era la enfermedad crónica sistemática. Los corazones y las mentes destruidas de millones de africanos afectados por estas prácticas de desestabilización significaban el cuerpo inmunológicamente debilitado y por ende altamente susceptibles a la infección oportunista del comunismo.

Por la correlación de fuerzas en el terreno, Estados Unidos sabía que las tropas cubanas no tenían posibilidades de derrotar militarmente al ejército de Sudáfrica, pero se estaba caminando por el filo de una navaja. Existía la posibilidad de que en algún momento que los sudafricanos se sintieran realmente amenazados hicieran uso de su armamento nuclear, y ya en ese punto del conflicto sería muy difícil ponerle freno a la catástrofe que provocaría.

En las conversaciones de distensión que sostenían los soviéticos con Estados Unidos desde principios de 1987 comenzaron a dar claras muestras de que estaban comprometidos a un relajamiento de tensiones internacionales. El 8 de Febrero de 1988 la URSS anunciaba su compromiso de retirar sus tropas de Afganistán e iniciaba una clara política de desvinculación de sus compromisos con sus aliados a lo largo del mundo. De forma gradual pero sin interrupciones, la URSS fue comunicando a sus aliados desde mediados de 1987 el fin de su apoyo militar y económico. Fidel Castro y los sandinistas nicaragüenses en América Latina; los regímenes de Angola, Mozambique y el general Mengistu en Etiopía; Vietnam en Asia... todos recibieron la noticia de que la URSS iba a interrumpir su ayuda financiera, diplomática y militar.

Esta era la tan esperada luz verde que necesitaba Estados Unidos para intensificar la búsqueda de la paz en Sudáfrica. Misión que cumplió con esmerada diligencia el secretario de Asuntos Africanos de Estados Unidos, Chéster Croker.

La suerte de los supremacistas blancos de Sudáfrica quedó sellada el 28 de enero de 1987, cuando el presidente del Congreso Nacional Africano (ANC por sus siglas en inglés), Oliver Tambo, fue invitado a Washington por el presidente Ronald Reagan. Este fue el encuentro de más alto nivel que una organización anti-apartheid haya tenido en Estados Unidos.

Tanto el ANC como el Departamento de Estado informaron que las reuniones se basaron en el pedido de Oliver Tambo de imponer sanciones más severas al régimen surafricano y Estados Unidos de expresar sus dudas sobre lo que George Shultz calificó como “La influencia soviética en el ANC”.

Tambo le aseguró a Shultz, afirmando: “Yo no soy comunista”. Posteriormente Tambo declaró que él y Shultz habían “encontrado una amplia área de acuerdos sobre la naturaleza del sistema de apartheid y la necesidad de abolirlo”. En retorno, se comprometió al acuerdo del Congreso Nacional Africano (ANC) a una “democracia multipartidista” y al mantenimiento de una estructura básicamente capitalista en la era postapartheid en Sudáfrica.

La promesa de Oliver Tambo se materializó con la desaparición del apartheid.

Los conflictos armados en el sur de África y en especial la guerra fronteriza en Angola no terminaron por la victoria o derrota de ninguno de los supremacistas contrincantes. La liberación de 30 millones de consumidores en el sur de África y los intereses económicos de Occidente fueron más decisivos que las armas nucleares de Pretoria o las decenas de miles de tropas cubanas.

Fidel Castro y la anquilosada elite gobernante del PCC pueden decir lo que quieran, tergiversar la historia que quieran con el control absoluto de la información, pero al final del camino todo saldrá a la luz y los cubanos conocerán la verdad atroz a la que una dictadura totalitaria los sometió durante tanto tiempo. En su camino hacia el mausoleo Castro definitivamente ha perdido el sueño. Aunque ya no importa que sea momificado, incinerado o enterrado. Qué más da con el daño y desolación que deja en su despedida faraónica. Lo verdaderamente importante para la nación es hacer prevalecer la realidad histórica, no los mitos, la falsedad y el engaño de la dictadura totalitaria más cruel y despiadada que haya sufrido una nación americana.

BIBLIOGRAFÍA:

  1. Teniente coronel Mario Rivas Morales, Cuba en Sucesión, 2 de Agosto de 2010.
  2. Anzovin Steven, ed. South Africa: Apartheid and Divestiture.
  3. Crocker, Chester A. South Africa’s Defense Posture: Coping with Vulnerability.
  4. Plotkin Rhoda, The United States and South Africa: The Strategic Connection.
  5. Reagan Ronald “U.S. Economic Relation and South Africa: Apartheid, Some Solutions.” Vital Speeches of the Day, August 15, 1986, 1-5.
  6. The African Fund (associated with the American Committee on Africa) “Questions and Answers on South Africa Sanctions.” Perspectives, No 1/86 1-5
  7. Wolpe, Howard “Seizing Southern African Opportunities” Foreign Policy. 1988, 60-71.

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