Actualizado: 28/03/2024 19:45
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La III CALC crea la CELAC, pero la confusión continúa

Lo vivido en Caracas fue similar a lo que ocurre en reuniones semejantes: pese a la retórica integracionista, salieron a relucir las reivindicaciones nacionales en una larga retahíla del “qué hay de lo mío”

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La III Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC) confirmó la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), en un acto con nutrida presencia de mandatarios regionales. Pese al paso dado, calificado como gigantesco, histórico o trascendente en los discursos presidenciales, persisten numerosas dudas sobre el futuro de la integración latinoamericana.

No solo porque se agregó una nueva sigla, CELAC, a la ya espesa sopa de letras de la integración regional, sino también porque no se tomó ninguna medida en la dirección adecuada, ni se aclaró absolutamente nada sobre la cohabitación entre los organismos ya existentes (Unasur, Mercosur, CAN…) y la CELAC. Esto último es importante en lo relativo a la OEA (Organización de Estados Americanos), ya que a la reunión no asistieron ni EEUU ni Canadá, y para saber a qué atenerse en lo tocante a la interacción entre los distintos esquemas de integración regional.

La Cumbre tuvo algunos datos positivos, como la presencia gubernamental (solo faltaron los presidentes de Costa Rica, El Salvador y Perú). Cierto es que hubo algunos retrasos en la llegada y algunas salidas anticipadas (Argentina, Brasil y México), pero éstas no deslucieron el balance global. Otro dato destacable fue la buena convivencia entre presidentes bolivarianos y de la derecha latinoamericana, a tal punto que la “troika” encargada de supervisar el futuro de la CALC la forman los comandantes Hugo Chávez y Raúl Castro, junto al chileno Sebastián Piñera.

La buena sintonía existente no puede ocultar los modestos avances alcanzados. La CELAC nació sin presupuesto ni estructura permanente, pese a que Chávez había advertido en la apertura de la Cumbre que había que “darle una estructura… A pesar de que algunos no lo consideren muy importante, es necesario si no queremos que esto muera al nacer”. Finalmente, la alternativa encontrada para garantizar su gestión fue una presidencia “pro tempore”, a cargo del país organizador de la Cumbre, apoyada en una “troika” con funciones más simbólicas que reales. Las próximas Cumbres serán en Chile (2012), Cuba (2013) y Costa Rica (2014) y sus presidentes se integrarán en este órgano colegiado.

Tampoco prosperaron los deseos del presidente panameño Ricardo Martinelli de crear una secretaría permanente en su país, ni la de los países del Caribe anglosajón, para tener mayor presencia en las estructuras directivas y vincularse a la “troika”. Un sentir bastante presente, expresado por la ministra de Exteriores colombiana, María Ángela Holguín, era que frente a la OEA, con “una secretaría general muy fuerte, con una cantidad de personal dedicado a temas específicos”, la CELAC es un foro que “no va a tener secretaría ni una estructura como tal porque es un foro de concertación y diálogo”.

Algunas de las propuestas más ambiciosas del ALBA (Alianza bolivariana para los pueblos de nuestra América), como la de decidir con 4/5 de los votos o consolidar las estructuras nacientes con recursos y personal, tampoco prosperaron. Lo mismo ocurrió con uno de los objetivos emblemáticos del bolivarianismo desde que en la II Cumbre de la CALC, en Cancún en 2010, se lanzó la idea de la CELAC, convertirla en una alternativa política a la OEA, con el consiguiente aislamiento hemisférico de EEUU y Canadá. La oposición al fortalecimiento de la CELAC no vino solo de Chile, Colombia y México. El modelo tampoco entusiasmó a Argentina y Brasil.

Las próximas Cumbres serán en Chile (2012), Cuba (2013) y Costa Rica (2014)

En algunos aspectos lo vivido en Caracas fue similar a lo que ocurre en reuniones semejantes. Pese a la retórica integracionista, en los discursos presidenciales, tras los brindis a la unidad, la integración regional y el sueño bolivariano, salían a relucir las reivindicaciones nacionales en una larga retahíla del “qué hay de lo mío”. Esto va desde la reivindicación boliviana de una salida al mar a la solidaridad con Argentina por Malvinas, incluyendo la “enérgica condena” al bloqueo de EEUU a Cuba o el uso tradicional de la coca. Muchas de estas reivindicaciones particulares son similares a las recogidas en la Cumbre Iberoamericana de Asunción. La mayor novedad fue el respaldo a la candidatura del vicepresidente colombiano Angelino Garzón a ocupar la secretaría general de la OIT.

En esta danza discursiva salieron a relucir valores tan tradicionales en estas propuestas como la autodeterminación, la soberanía nacional y la no injerencia en los asuntos internos de los países. Eso sí, la Declaración de Caracas, que incluye estos conceptos, es teóricamente una piedra clave en el camino a la integración regional.

Dice el punto 23 de la Declaración: “Reconociendo el derecho [de] cada nación de construir en paz y libremente su propio sistema político y económico… los procesos de diálogo, intercambio y negociación política que se activen desde la CELAC deben realizarse tomando en cuenta los siguientes valores y principios comunes: el respeto al Derecho Internacional, la solución pacífica de controversias, la prohibición del uso y de la amenaza del uso de la fuerza, el respeto a la autodeterminación, el respeto a la soberanía, el respeto a la integridad territorial, la no injerencia en los asuntos internos de cada país, la protección y promoción de todos los derechos humanos y de la democracia”.

Al igual que en Asunción, el papel de máximo agitador correspondió a Rafael Correa, que urgía a la CELAC a tener una comisión de derechos humanos sin “sesgo norteamericano”. Al presidente ecuatoriano, en tanto latinoamericano, le “rebela que los problemas latinoamericanos se vayan a discutir a Washington”. Pese a este tipo de declaraciones, y a la retórica imperante, de momento la integración latinoamericana deberá seguir esperando su oportunidad, pese a los deseos de la mayoría de blindar el continente ante el posible contagio de la recesión de los países desarrollados. Mientras tanto, son pocos los que se preguntan por los costos de la no integración, incluyendo los caros viajes presidenciales.



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