Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Percepción, sustancia y presidentes

Los presidentes estadounidenses, la percepción de los electores y la realidad

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La política de la percepción (The Polítics of Perception) fue un filme de corto metraje hecho en 1973 y exhibido en el Décimo Primero Bienal de Arte Moderno de Paris, entre otros lugares. Este ensayo fílmico de treinta y tres minutos, buscó desglosar el artilugio de la manipulación de la imagen y el contenido en la industria cinematográfica. El mismo no tenía nada que ver con la política per se. La política, sin embargo, no escapa lo que sustenta la trama del film.

La fabricación de espejismos en la política, no es obra exclusiva de dictaduras. Modelos democráticos también atestiguan semejante práctica, pero claro con mucha más timidez y reparo, ya que la función de una prensa libre, entre otras cosas, está la de salvaguardar la verdad y fomentar el juicio crítico e investigativo. Procesos políticos democráticos tan sofisticados como el estadounidense no han sido eximidos de ese fenómeno. En Estados Unidos, como en otras democracias, la capacidad para manipular la imaginativa a favor de un candidato particular, típicamente se ha ejercido por medio del uso de verdades a medias, de la descontextualización de lo ocurrido, la falsificación de conceptos complejos económicos, políticos y cívicos, la revisión de la historia y la descomposición del idioma. Por eso una prensa libre es indispensable en el ensayo democrático.

En estas elecciones presidenciales en EEUU, hemos visto una dosis potente de las manipulaciones que el corte metraje mencionado previamente intentó ilustrar. Lo que se percibe en una figura presidencial, no siempre se acota a su capacitación, medida en lo que logra para bien del país. Una breve vista de algunas presidencias estadounidenses, nos da a pensar sobre las contradicciones inherentes en algunos casos entre la percepción y la realidad.

De acuerdo a un estudio de 2006 realizado por Dean Keith Simonton, que proponía medir el cociente intelectual de los presidentes estadounidenses, Jimmy Carter sacó la mayor puntuación en el proyecto del profesor de psicología de la Universidad de California. Otros estudios con la misma finalidad también le han concedido al trigésimo noveno presidente norteamericano, una posición privilegiada. Jimmy Carter fue, adicionalmente, un connotado lector rápido. Intelectualmente, poseía las credenciales necesarias para que fuera un gran jefe ejecutivo.

Medido desde todos los ángulos que se puede calificar una presidencia, la de Jimmy Carter fue un fracaso rotundo. En aras de la economía, dejó a EEUU en una de las peores recesiones en la historia. Tan desastrosa fue su política económica, que logró materializar lo que los economistas keynesianos decían que era una imposibilidad: la estanflación (stagflation). Este fenómeno, que combina inflación alta, crecimiento económico bajo y desempleo alto, caracterizó la economía estadounidense bajo la administración de Carter. En el entorno de política exterior, su estadía en la Casa Blanca fue aún más desastrosa.

Todavía hoy, treinta y siete años después, el mundo no ha dejado de padecer los azotes del terrorismo de Estado de la dictadura de los ayatolas. La negligencia crasa del Gobierno de Carter de abandonar al Shah de Irán, un aliado fiel del Occidente, solo ha servido al caos mundial. El islam radical (chií y suní), partió a partir de la revolución islámica en Irán en una yihad global que persiste hasta el día de hoy. El comunismo internacional, ese otro enemigo visceral de la democracia, visto bajo el reloj presidencial de Carter, vivió un apogeo mundial. Para un presidente que se abanderó del concepto moderno de los derechos humanos, nunca demostró mucha energía en querer promover esos derechos fundamentales donde mandaban comunistas. Siempre guardó su discurso más vehemente para dictaduras autoritarias que, curiosamente, combatían regímenes o movimientos subversivos marxistas.

Le tocó a otro presidente, Ronald Reagan, revertir la hemorragia de libertad que el derrotismo de Carter dejó. Reagan, entendiendo que el mayor de los derechos humanos era la libertad, se propuso derrotar al comunismo soviético y lo logró. Los vituperadores del antiguo actor de Hollywood decían que no estaba calificado para ser presidente, que nos llevaría a una guerra nuclear, que era un simplón, etc. El vaquero-presidente no solamente tuvo resultados excelentes en el entorno de la política internacional con su promoción abrumadora de la libertad y la democracia a través del orbe, sino convirtió la economía norteamericana en una maquinaria de prosperidad como nunca se había visto antes en la historia, dejando atrás la inercia económica crónica que tipificó los años setenta.

John F. Kennedy es otro de los hijos preferidos de la élite mundial. Reunía casi todo lo que un buen político debía de poseer en la era de la electrónica: elocuencia, modales, inteligencia, buena presencia física, cultura, etc. Lo que le faltaba, sin embargo, era estar capacitado para ser el jefe ejecutivo de EEUU. Prácticamente todo lo que tocó, lo arruinó.

Quitando un trecho de crecimiento económico, producto de los recortes de impuestos para estimular la economía y proporcionar una mayor torta económica (principio de economía de oferta o supple-side), la presidencia de JFK fue terrible, juzgada por el mundo que dejó. Los soviéticos barrieron el piso con el príncipe de Camelot. La debilidad y vacilación, que su traición a los cubanos demócratas que lucharon en Girón evidenció, sirvió para convencer a Nikita Khrushchev que Kennedy era flojo y un novato sin brújula de propósito. El Muro de Berlín, los cohetes en Cuba, la expansión de la subversión comunista en el Tercer Mundo, etc., fueron todas reacciones comunistas a la blandenguería que percibieron de JFK. La pérdida de Vietnam del Sur, otro problema en la imagen norteamericana, fue producto de la política fallida del primer (y único) presidente católico en EEUU.

Los objetivos loables que tuvo la Administración Kennedy, como la promoción de los derechos civiles, fue su sucesor quien lo concretó. Lyndon B. Johnson, un tejano que la élite estadounidense ridiculizaba por sus modales crudos y costumbres campesinas, nunca encajó en los círculos íntimos del Gobierno de Kennedy, precisamente, por la impresión que esa administración, llena de intelectuales y académicos de alto perfil, tenía de este hombre oriundo del campo. Curiosamente, Johnson fue el presidente norteamericano que más legislación logró pasar y fue el que tuvo que enfrentar la papa caliente de Vietnam que le dejó Kennedy.

Franklin Delano Roosevelt en el entorno de la economía, para algunos fue la persona que salvó al capitalismo y para otros quien convirtió una recesión en una depresión severa por su política económica estatista. Éste es otro ejemplo de un presidente que los historiadores y la cultura lo han tratado con manos de seda. En el ámbito de la política internacional, es cierto que la derrota del fascismo europeo ocurrió bajo su Gobierno. Sin embargo, su trato con el comunismo permanece condenable y fue criticado fuertemente por otros líderes como Winston Churchill, que vieron en la Unión Soviética un “aliado” en que no se podía confiar. Los hechos le dieron la razón al gran británico, ya que la plaga imperialista del marxismo-leninismo colonizó cada rincón que pisó. Su vicepresidente, Harry Truman, heredó una nueva guerra contra un sistema que anotaría considerablemente más víctimas y que aún persiste hoy. Truman, un hombre simple pero fuerte, nunca concluyó sus estudios universitarios.

El actual residente de la Casa Blanca, es otro ejemplo emblemático de una presidencia norteamericana fallida que ha logrado evadir la censura merecida. La maquinaria ingeniosa de Barack Obama ha logrado formular una percepción benévola de su Gobierno. Esta maquinación lamentable lo ha conseguido tergiversando los hechos, los conceptos y el lenguaje, ha convertido su tutelaje de la rama ejecutiva en una presidencia imperial, azotado la democracia norteamericana con su uso indiscriminado y autoritario de poderes ejecutivos, importándole poco sobre el principio democrático sacrosanto de la separación de poderes y en todo momento, contando con un mutismo complaciente de los medios de comunicación y la cultura dominante. ¿Por qué ocurre esto?

Obama es la personificación de lo que siempre busca ese consorcio, raro e informal, que es la élite cultural y los intereses comerciales monopolistas. El cuadragésimo cuarto presidente norteamericano reúne todas las características de esa clase de político: intelecto, discurso convincente, apariencia patricia pero con lazos emocionales pronunciados hacia lo plebeyo. Estilísticamente hablando, “es presidenciable”. Su historial presidencial, sin embargo, es pésimo cuando se coloca los hechos en un contexto histórico.

Es cierto que Obama heredó una recesión profunda, producto de una complejidad de factores que incluyó, entre muchas cosas, una falta de liquidez (después de haber tenido un exceso de la misma), inflación inmobiliaria, agencias paraestatales respaldando préstamos de alto riesgo y transfiriéndolos disfrazados luego a instituciones financieras en instrumentos de inversión, regulaciones gubernamentales y leyes contraproducentes, etc. No es menos cierto, sin embargo, que la racionalización de Obama en 2008 de cuál era la causa del problema era inválida (culpando al mercado por el problema). Era de suponer que el recetario también estaría errado y el resultado ha sido nefasto, cuando tomamos en cuenta que esta recuperación ha sido la peor en sesenta años.

En política exterior, Obama ha sido aún más negligente. El islamismo radical, tanto el suní como el chií, ha tenido avances impresionantes desde que este tomó las riendas de la presidencia estadounidense. Irán, ISIS, Siria, la Hermandad Musulmán, Yemen, Libia, etc., son solo algunos ejemplos de la ineptitud olímpica de su Gobierno en su relación con el fundamentalismo islámico. Rusia y su imperialismo ha vuelto a tener un lugar en el escenario internacional, gracias a Obama. La política concesionaria hacia Cuba comunista, donde lo único que su administración le ha interesado ha sido el comercio, ha revertido años de trabajo que buscó establecer un estándar de gobernanza democrática.

Las encuestas muestran que Obama goza todavía de popularidad. Esto de validez a la noción que, en la política, la percepción vale más que la sustancia y lo concreto. Puede ser que la historia revierta esa popularidad, cuando sus políticas fallidas tomen fuerza y tenga que venir un sucesor para apagar los fuegos que quedarán. ¿Quién estará en mejor posición para cambiar el curso? En estas elecciones hay dos candidatos muy imperfectos y con distintos enfoques.

Hillary Clinton es de la estirpe de la clase política pulida, élite y con experiencia. El problema es que es, precisamente, en el campo de su experiencia donde radica su talón de Aquiles. Tráfico de influencia, enriquecimiento ilícito, negligencia crasa de manejar información clasificada, obstrucción de la justicia, todos son cargos potenciales que, si los estándares de la justicia norteamericana sí aplicaran equitativamente, con alta probabilidad Hillary Clinton estaría cumpliendo una condena por actividad criminal. En lo perceptivo, la ex ministra de Estado, ex senadora y ex primera dama, no cabe duda, que es “presidenciable”, hablando en términos de impresión.

Donald J. Trump, sin dejar de ser inteligente, no es un hombre culto. Esto es innegable. Su aptitud como orador es pobre. No posee un vocabulario vasto y es rústico hasta al punto de parecer la antítesis de lo que constituye ser articulado. Autoritario, crudo, egocéntrico, etc., han sido otras de las caracterizaciones con que lo han descrito sus detractores bipartidistas y muchos de sus admiradores también. Si fuéramos a intentar calificar a Trump como “presidenciable”, en un sentido estrictamente preceptivo y despojado de otras variables de examen, apostaría que la impresión que predominaría sería la de parecer muchas cosas, pero no “presidenciable”.

Después de hacer un escudriñamiento histórico de algunos presidentes norteamericanos, fijados en lo que percibimos y luego contrastado con la realidad empírica de sus historiales y legados, hallamos muchas sorpresas.

Este noviembre la nación norteamericana decidirá, democráticamente, en las urnas quién será el próximo presidente. ¿Mirarán a la historia y los estereotipos falsos que ha producido? Percepción vs sustancia, esa es la cuestión.


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