Actualizado: 18/04/2024 23:36
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¿Estaba preparado EEUU para una mujer presidente?

El “techo de cristal” continúa sin rajaduras

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Estaba todo listo: las madres y las abuelas y las niñas con las camisetas azules, las banderas y los prendedores de campaña; los slogans de #ImWithHer (“Estoy con ella”) repitiéndose hasta la viralidad en redes sociales.

Hasta los paneles de cristal sobre el centro de convenciones Jacob K. Javits de Nueva York, donde la arquitectura ayudaría a sostener una metáfora: Hillary Clinton estaba lista para romper el “techo de cristal”, como se llama a la brecha invisible que impide a las mujeres acceder a los mismos puestos de poder que los hombres.

Luego, los datos acabaron con el sueño de campaña: la presidencia número 45 de Estados Unidos no llevaría a la Casa Blanca a una mujer por primera vez en la historia.

“No hemos quebrado el techo de cristal, pero alguna vez alguna lo hará y ojalá antes de lo que hoy podemos imaginar”, dijo la candidata tras la derrota, sorpresiva y contundente, a manos del republicano Donald Trump.

“Y a todas las niñas pequeñas que están mirando, nunca duden que son valiosas y poderosas y merecedoras de todas las oportunidades del mundo”.

El discurso de género permeó el mensaje de la vencida, pero también marcó antes la campaña y se convirtió en una divisoria de aguas.

De un lado, quienes se mostraron más proclives a apoyar a Clinton por considerar que su elección significaría un avance sin precedentes en los intentos por cerrar la brecha de género, al menos en el ámbito de la política estadounidense.

Las seguidoras de Clinton acompañaron a la candidata demócrata hasta el final de la carrera electoral.

Del otro, quienes quisieron que el sexo del candidato quedara fuera de los papeles.

“Las mujeres nos sentimos ofendidas de que una candidata como Hillary Clinton crea que se puede ganar nuestro voto simplemente por ser mujer”, la desafió Lara Yunaska, la nuera del rival republicano. “Es ridículo, es insultante y es ofensivo”.

Está claro que Yunaska era “parte interesada” en la elección como una de las mujeres del clan Trump, pero lo cierto es que millones de otras estadounidenses se negaron a alinearse con la candidata demócrata por mera identificación de género.

No valió el entusiasmo de sectores del feminismo y el mundo académico, ni la masiva salida a votar vistiendo trajes sastre como los que Hillary convirtió en su segunda piel como señal de apoyo. Ni siquiera los homenajes a la líder feminista Susan B. Anthony que llenaron de pegatinas su tumba el día de los comicios.

Incluso los comentarios sexistas y misóginos de Trump a lo largo de la campaña —desde cómo se había propasado con mujeres en el pasado hasta su descalificación de un ex Miss Universo a la que llamó “Miss Piggy”— no parecen haber tenido el efecto disuasivo que originalmente se calculó.

En un país donde las mujeres tienden a votar consistentemente por los demócratas en mayor medida que los hombres, se esperaba que la cuestión de género le diera a la candidata una ventaja amplia desde el inicio.

Este patrón de comportamiento se conoce como brecha de género del voto, que la organización Presidential Gender Watch describe como “la diferencia entre los porcentajes de hombres y mujeres que dan su apoyo a un candidato determinado”.

Según un estudio del Centro Pew, desde 1980 ese índice se mantuvo constante. En 2012, la brecha fue de 10 puntos porcentuales: 55 % de las mujeres votaron por Barack Obama cuando se enfrentó a Mitt Romney, comparado con 45 % de los hombres.

Pero ya desde las primarias comenzó a percibirse que Clinton tendría una labor ardua para captar el voto femenino, en especial el de esas mujeres jóvenes que en gran medida se inclinaron por su rival partidario, Bernie Sanders.

Y en la elección general, los analistas señalan que la brecha de género en realidad favoreció —contra la tendencia histórica— al ganador Trump.

Basándose en encuestas a boca de urna, el sitio FiveThirtyEight realizó un análisis estadístico que arrojó que las mujeres blancas con educación universitaria sí votaron por Clinton (51 % contra 45 % para Trump), pero las no universitarias prefirieron al republicano en un contundente 62 %.

“Yo la voté por una multitud de razones. ¿Si por ser mujer? Absolutamente, su género influyó en mi voto, aunque no fue el único factor. No voté en el pasado por (la republicana) Sarah Palin por ser mujer. Pero de muchas maneras Hillary encarna la gracia y la fuerza que muchas mujeres necesitan para sobrevivir en un terreno dominado por hombres”, le dice a BBC Mundo Larisa Mendez-Downes, periodista residente en Nueva York.

La pregunta de fondo que, para muchos, deja la elección es si esa arena ríspida e inclemente que es la política estadounidense estaba lista para abrirle las puertas de la presidencia a una mujer.

El tema ya había estado sobre la mesa, planteado por la misma Clinton.

La candidata, que ya había intentado conseguir la nominación en 2008 pero había perdido frente a Obama, consideró que esta vuelta llegaba al ruedo electoral con “una mejor versión” de sí misma.

Pero ella misma sugirió que podía no ser suficiente para que sus conciudadanos accedieran a darle su apoyo.

“Creo que las cosas han mejorado… Pero todavía hay una serie de preocupaciones profundas que la gente tiene y que muchas veces ni siquiera es consciente ni puede articular”, respondió en una entrevista con Vogue cuando le preguntaron por el fallido intento de que una mujer llegara a la alcaldía de Nueva York.

“La gente está muy convencida de que quiere votar por la persona adecuada y después… recibes esas pequeñas señales de que no están tan cómodos con la idea de que haya una mujer en una posición ejecutiva”.

De romperse la barrera histórica, The New York Times esbozó, con una cuota de humor, cómo se vería esa primera presidencia femenina: con “generales con cinco estrellas saludando una jefa mujer” y “un espacio vacío en la exhibición de vestidos de la primera dama en el museo Smithsonian”.

Esa gestión imaginaria, sin embargo, se dio de bruces con lo que algunos denuncian como “sexismo rampante” y persistente: no importa cuán preparada esté una mujer, dicen, el terreno farragoso de la política estadounidense no está dispuesto a dejarla llegará tan lejos como a un hombre de iguales condiciones.

“Sin duda, el sexismo anticuado y recalcitrante jugó un papel: la negativa de muchos votantes hombres a aceptar a una mujer en la presidencia”, señala Nick Bryant, corresponsal de la BBC en Nueva York.

“Si hubiera sido un hombre, no hubiera habido preguntas sobre cuán bien le caía a los votantes. Si hubiera sido un hombre, el escrutinio se hubiera enfocado en su larga lista de logros en sus muchos años de servicio público, no en las cosas que le salieron mal”, reclamó Annalisa Merelli, columnista de la publicación digital Quartz.

Pero hay quienes sostienen que la semilla de la derrota de Clinton está precisamente en esos muchos años en el ojo público, no en su condición de mujer.

No es el género, sino el background: el masivo apoyo a Trump es en realidad una patada al estómago de la clase política y “pocas personas encarnan ese establishment político mejor que Hillary Clinton”, apunta Bryant.

“Durante la campaña, para millones de votantes enojados ella se volvió la cara visible de un sistema político roto”, agrega.

“Constantemente, Hillary Clinton insistió en que era el candidato mejor calificado, constantemente recitó su hoja de vida. Pero en esta elección alocada, donde hubo tanta furia y descontento, los seguidores de Donald Trump vieron la experiencia y las cualificaciones como enormes desventajas”.

Incluso simpatizantes dentro propio Partido Demócrata le soltaron la mano por esas mismas razones.

“Yo no voté por Trump pero tampoco por ella, porque no me inspiraba confianza. No me parece que su condición femenina la distinguiera. No me parece luchadora, ni honesta”, le dijo a BBC Mundo Ana Matonte, que votó en California y asegura que “si hubiera sido Michelle Obama no lo hubiera dudado”.

Ser como ellos

Otras dos cuestiones relacionadas con su género podrían haberle jugado en contra a la aspirante demócrata, según los análisis postelectorales.

Por un lado, los intentos de hacer de su condición de mujer una bandera que verbalizaron algunos de sus adherentes.

Madeleine Albright, la primera mujer en llegar al cargo de secretaria de Estado (y ocurrió durante la presidencia de Bill Clinton), salió en su apoyo diciendo que “hay un lugar especial reservado en el infierno para aquellas mujeres que no ayudan a otras mujeres”, pero fue acusada de condescendiente y prepotente.

La respuesta de la actriz Susan Sarandon puso en palabras los sentimientos de muchas: “Yo no voto con mi vagina”, le dijo al programa de la BBC Newsnight.

Por otra parte, hay quienes consideran que la dinámica de la sociedad estadounidense obliga a las mujeres que quieren avanzar a “comportarse como hombres”: ya lo escribió la exitosa ejecutiva de Facebook Sheryl Sandberg, en su libro Lean In, con consejos para féminas aspirantes a líderes.

Alcanzar posiciones de influencia en profesiones tradicionalmente dominadas por hombres requiere, en el actual orden de cosas, asemejarse a ellos.

Y eso puede haber generado un “efecto búmeran” para Hillary, a quien en ocasiones se criticó por ser “fría” y “poco empática”, por sonreír poco y llorar menos.

Muchas mujeres la rechazan precisamente por eso, apunta el corresponsal de la BBC.

“Algunas recuerdan sus declaraciones despectivas cuando era primera dama, diciendo que no quería quedarse en casa horneando galletas. Cuando Trump la acusó de haber permitido los asuntos de faldas de su marido y de haber atacado a las mujeres que denunciaban a su esposo por abusos, muchas mujeres estuvieron de acuerdo”, recuerda Bryant.

Pero, más allá de la carrera trunca de Clinton al Salón Oval, los resultados electorales hablan de otro fenómeno persistente: la desigualdad de género en las oportunidades políticas.

Y a juzgar por cómo resultaron las distintas carreras por puestos electivos en todo el país, la tendencia no va camino a revertirse.

Un conteo del Centro para las Mujeres Estadounidenses y la Política (CAWP), asociado a la Universidad Estatal de Nueva Jersey, al que tuvo acceso BBC Mundo, revela que la cantidad de mujeres electas a distintos cargos se mantuvo sin modificaciones: el mismo número en el Congreso, ni una más.

Y peor aún, “el número de gobernadoras bajó, habrá una menos”, señalan.

El índice The Global Gender Gap que elabora el Foro Económico Mundial lo pone en perspectiva: en materia de empoderamiento político, el país figura en un poco meritorio puesto 73 entre 144 naciones.

Y explicaría, aunque sea en parte, por qué el techo de cristal siga sin rajaduras a la vista tras la furiosa carrera electoral que acaba de terminar.


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