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El arte de lo posible

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Hace unos veinticinco siglos, el General Sun Tzu escribía en su libro El Arte de la Guerra: “Las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas por mucho tiempo producirá calamidades. Como se ha dicho: los que a hierro matan, a hierro mueren”.

Más que una filosofía de confrontación, -como algunos lo entendieron y aplicaron- ese texto puede también ser considerado el primer tratado de manejo de conflictos del que se tenga noticia. Si la política es, como dicen algunos, el “arte de los posible” entonces intentar persuadir a un enemigo de que persistir en la confrontación no es su mejor opción, ha de constituir siempre un reto imprescindible. Aun cuando ello, a primera vista, pueda parecer imposible.

Hoy quiero compartir mis buenos propósitos para el 2008. Para que puedan ser comprendidos –sobre todo por lo difícil que se presenta el nuevo año según Mafalda- me he impuesto responder primero un cuestionario confeccionado a partir de las interrogantes hechas en sus comentarios y en algunos mensajes a mi buzón electrónico. Así espero clarificar algunas confusiones en torno al tema de manejo noviolento de conflictos. Las características de este medio no dan espacio a otro tipo de argumentación que no sea el de una síntesis muy apretada. Pero voy a intentarlo de todos modos, así que “allá va eso”.

¿Es la teoría de manejo de conflictos una simple hipótesis?

No. Desde hace más de tres décadas se han venido integrando en un mismo campo de estudio y aplicación un conjunto de conocimientos provenientes de diversas especialidades (psicología, sociología, historia, ciencias políticas, relaciones internacionales, economía, y otras) que algunos llaman “manejo de conflictos” y otros “conflictología”. De sus variadas tecnicas se sirven, con las necesarias adapataciones, desde el consejero en disputas familiares hasta el mediador de conflagraciones internacionales pasando por quienes actúan para facilitar diálogos y mediaciones en conflictos laborales, comunitarios y legales. Los organismos multilaterales (ONU, OEA, Unión Africana, OSCE, y otros) tienen estructuras institucionales permanentes dedicadas a la prevención y mediación de conflictos. Los sindicatos, empresas y otras entidades reclutan, cada vez con mayor frecuencia, expertos en mediación y por ello cada vez hay más universidades que ofrecen cursos y hasta carreras completas en estas especialidades. El Alto Comisionado sobre Minorías de la OSCE, por poner un ejemplo, ha impedido desde su creación el surgimiento de nuevos conflictos étnicos en Europa cuando ello parecía inevitable.

En las sociedades de mercado es poco probable que las personas inviertan dinero en puras hipótesis, -cuya virtud es improbable o cuya falsedad haya sido comprobada-, a la hora de intentar resolver un conflicto matrimonial, de negocios o entre estados.

¿Es esto asunto de dialogueros?

Conversar o dialogar –que, por cierto, no son sinónimos- con un enemigo, no supone aprobar sus ideas ni actos. Tampoco es muestra de simpatía personal. Los que opinan que “no hay nada que conversar con el enemigo” podrían imaginar lo que supondría aplicar esa regla de manera consecuente. Cuando el negociador de la policía discute la liberación de rehenes con un loco, delincuente o terrorista, la alternativa es asaltar el lugar y que en el tiroteo mueran justos y pecadores. ¿Alguien ha llamado alguna vez dialoguero al negociador del SWAT por intentar una solución antes de emplear la fuerza? Por lo demás, con las inevitables excepciones, el diálogo tiene más simpatizantes entre quienes han olido de cerca la pólvora que entre los que han oído hablar de ella.

¿Está garantizado el éxito si se asume esta concepción?

Al igual que sucede con la guerra, en materia de diálogos y negociaciones no hay garantías posibles. Nadie le devuelve su dinero si no está satisfecho con el resultado. Sobre todo porque esta estrategia va encaminada a lograr "compromisos" y ninguno, que realmente lo sea, puede hacernos 100% felices. Como dice Amos Oz: un compromiso feliz es un oxímoron. Lo que sucede es que como el costo –financiero y humano- de esta estrategia es muy inferior al de la guerra, siempre se pierde menos que con aquella si se intenta, aun en los casos en que fracasa.

¿Existen fórmulas universales para aislar a aquellos que pretendan entorpecer los diálogos?

No. Cada experiencia es un caso distinto. A veces los llamados “saboteadores” pueden ser neutralizados, de alguna manera, por el grupo al que pertenecen y en otras ocasiones logran imponer su criterio. Cuando lo último sucede, todos pagan las consecuencias. Por eso hay que ayudar a desenmascararlos cuando se detectan.

¿Es posible el diálogo mientras una de las partes crea que no necesita negociar una salida?

Nadie conversa, dialoga o negocia con aquel que cree carente de todo poder, o si no lo estima necesario. La resistencia y presión van a aparejadas al diálogo. La clave de la persuasión es hacer ver al otro que el costo e incertidumbre asociados a una salida dialogada es -o puede ser- menor que apostar por prorrogar el conflicto.

Eso es lo que intentó comunicar a la minoría blanca el African National Congress de Mandela en África del Sur después de su descalabro militar en Angola. Ese mismo mensaje trasmitía la disidencia a los regímenes del Este de Europa cuando Gorbachev les hizo saber a esos gobiernos que no vendría a salvarlos. A similar conclusión llegaron las guerrillas y gobiernos de El Salvador y Guatemala: no era posible ganar la guerra, por lo que era preferible dialogar la paz antes que desangrarse de manera recíproca e inútil. Lo mismo ocurrió al régimen franquista cuando sus simpatizantes se percataron de que sostenerse a la fuerza era posible, pero conllevaba un mayor precio e incertidumbre respecto al futuro que el de negociar una salida democrática. En otro campo, el criminal que decide negociar con el SWAT y liberar los rehenes lo hace porque el negociador ha sabido conducir el diálogo, pero también –y no en escasa medida- porque sabe que la alternativa a ceder es enfrentar una fuerza letal y eficaz.

La presión y el diálogo no se excluyen recíprocamente en la estrategia noviolenta, sino que pueden ser empleados de manera complementaria. Insistir exclusivamente en una o la otra por separado es un error si llega a resultar claro que, dadas las circunstancias, ninguno de ellos puede cambiar la situación por si solo.

Pero no toda forma de presión debilita al adversario. Hay herramientas que tienden a dar argumentos a aquel que se pretende deslegitimar y fortalecen la unidad entre sus seguidores lejos de quebrantarla. El terrorismo es una de ellas. Las circunstancias que rodean cada caso también son decisivas a la hora de seleccionar las herramientas de presión cuyo empleo resulte aconsejable.

¿Son la violencia y la guerra las únicas vías de resistencia y presión o, siquiera, las más eficaces?

No. La doctrina de la “no violencia” – que es la más divulgada- se acerca a visiones religiosas, pacifistas y pasivas de resistencia. Es loable, pero no la única que existe. Por su parte, la llamada estrategia de la “ noviolencia” tiene un amplio repertorio de tácticas de resistencia activa que van de la discreta no cooperación con el poder hasta manifestaciones callejeras, huelgas, bloqueo de caminos y muchas otras. El clásico manual de Gene Sharp - La Lucha Política Noviolenta: Criterios y Métodos- recopila medio centenar. Quienes supongan que sólo pueden considerarse valientes los que empuñan fusiles, se equivocan. Igual o más coraje es necesario para asumir los riesgos y el heroísmo de las estrategias noviolentas y ofertar el diálogo, de manera paralela, a quien se combate.

¿Es posible dialogar con quienes tienen las manos manchadas de sangre?

Hay conflictos y guerras que no habrían tenido nunca una solución negociada si no hubiesen hablado las partes, pese a que ambas cometieron todo tipo de desmanes. Es comprensible y legítimo establecer el principio de que no se habla con “quienes tengan las manos manchadas de sangre”. Pero cuando llega el momento de aplicarlo puede tornarse en un concepto complejo.

¿Quién tiene las manos manchadas de sangre? ¿Solamente aquel que perteneció alguna vez a un pelotón de fusilamiento o también él que, del otro lado, puso una bomba que mató civiles? ¿Es posible dialogar con una delegación que incluya al fiscal, el juez o las instancias de apelación que ratificaron esa condena a muerte por fusilamiento o, del otro lado, a aquel que entrenó y entregó la bomba al terrorista, diseñando, además, su misión? ¿Y cómo considerar a los miembros del CDR que lo denunció, al patrullero que lo arrestó, y al carcelero que lo detuvo hasta que lo pusieron delante del fatídico pelotón? ¿Se excluiría también, del otro lado, a quienes pertenecían, financiaban, alentaban o guardaban silencio, respecto a las actividades terroristas contra civiles de parte de algún grupo opositor del exilio, aun si no ejecutaron de manera directa esas acciones? ¿Qué ha de hacerse cuando una guerra civil nos dividió y alimentó odios y complicidades que aún hoy nos incomunican?

Lo mejor en estos casos es limitarse a decir que ambas partes se reservan el derecho de conversar, dialogar o negociar, a través de personas que resulten mutuamente aceptables a ese fin. De ese modo es factible rechazar verdugos, asesinos y cómplices de diferente tipo hasta llegar a aprobar, de mutuo acuerdo, una lista que resulte satisfactoria de posibles representantes sin permitir que el tema sea llevado a tal extremo que paralice todo posible contacto, sobre todo en la fase inicial.

¿Debemos evitar siempre el conflicto?

No. Debemos evitar -siempre que sea posible- la violencia y la guerra como formas de manejar los conflictos. La conflictividad es parte esencial de la vida y es a través de conflictos entre alternativas que se produce el progreso en todos los campos. Conflicto y violencia no son sinónimos. Tampoco lo son violencia y guerra. La discriminación por cualquier motivo y la exclusión social o económica, son formas de violencia cultural y estructural. A veces se hace necesario intensificar el conflicto –sus manifestaciones de lucha- para hacerlo visible, al mismo tiempo que se hace un esfuerzo por contener y "desescalar" la violencia física. En esa situación, las tácticas noviolentas resultan más apropiadas y eficaces. En Chile haber escalado la violencia armada contra Pinochet a inicios de los años ochenta –como querían algunos con el apoyo de Cuba- habría servido para atrincherar la dictadura. La lucha cívica y las tácticas de resistencia noviolenta por el referéndum, sin embargo, pudieron aglutinar el apoyo de vastos sectores –incluso del propio pinochetismo- cansados del régimen autoritario y facilitaron el apoyo externo a su realización.

¿Hay alguna forma de mantener un conflicto dentro de un marco constructivo?

Si. Cuando todavía no se vislumbra el compromiso con un diálogo o negociación de mayor alcance. En esas circunstancias las partes pueden, al menos, conversar y ponerse de acuerdo sobre temas puntuales de naturaleza humanitaria. Pueden decidir cooperar en contener la violencia y evitar medidas que provoquen sufrimientos innecesarios. Acuerdos de ese tipo pueden incluir amnistías parciales o totales, renuncia al empleo de la violencia por ambas partes, facilitar los contactos y la reunificación de familias separadas por el conflicto y otras de corte similar.

¿Es aplicable el enfoque del manejo de conflictos al caso cubano?

Los que han visto sus países desangrarse o temen que estén a punto de ello, tienen poco que perder explorando otras posibilidades de solución. Sobre todo cuando el fatalismo de “eso no funciona en nuestro caso” trae consigo la certidumbre de prolongar o agravar el sufrimiento asociado al conflicto. Se puede decir que el concepto es aplicable a la situación en Cuba, lo que no significa que tenga el éxito asegurado. Lo mismo puede decirse del enfoque confrontativo; en este último caso después de casi medio siglo de ejercerse con controversiales resultados.

La única vez que se realizó una conversación para alcanzar acuerdos puntuales de naturaleza humanitaria se logró la liberacion de unos 3,600 presos políticos y la flexibilización de viajes en ambas direcciones para facilitar los contactos familiares. Esas conversaciones lograron acuerdos que no eran posibles por vía de la violencia o propaganda en aquel entonces. El gobierno cubano accedió a ellas por sus propias razones políticas, pero su realización permitió encontrar soluciones que aliviasen dolores innecesarios y facilitó la primera gran reconciliación cubana: la de las familias. Ojalá en el 2008, cuando se cumplen treinta años de aquella conversación, se pueda poner en marcha alguna iniciativa que abra las puertas del porvenir.

Pero, casi a punto de cerrar el 2007, el Saboteador en Jefe maniobra para poder continuar ejerciendo su negativo papel mientras que la pertinaz falta de voluntad política para emprender los cambios necesarios y renunciar a la represión como herramienta de gobernabilidad, están invitando a una nueva espiral de violencia en la vida nacional. Si eso ocurre, el precio a pagar por todos será mayor que el de haber dialogado una salida oportuna a este conflicto. Sobre los que hoy vuelvan a bloquear esa posibilidad caerá toda la responsabilidad por las terribles consecuencias que ello traiga.

La oposición y la aplastante mayoría del exilio están abiertas a un cambio no violento. La población, por su parte, reclama un vuelco radical, urgente y no violento del sistema imperante. El gobierno cubano debe pronunciarse. La paz y la prosperidad son posibles aquí y ahora. Dependen de los cubanos, no de Venezuela ni de Estados Unidos.

Por mi parte haré todo lo que esté a mi alcance para explorar e impulsar las posibilidades de cambios graduales, pactados y no violentos en Cuba. Ese es mi más importante propósito para el 2008. No deriva de una preferencia política o ideológica. Es, en todo caso, un compromiso con la decencia. Ojalá que la vida me permita cumplirlo de manera exitosa.

El caso de Irlanda

El conflicto en Irlanda del Norte, de largas raíces históricas, estremeció en especial a ese territorio en las últimas tres décadas. Con 1.5 millones de habitantes, se reportaron más de 3,600 muertes, lo que supone que más de la mitad de la población tuvo una víctima entre sus seres queridos y amigos cercanos. Hubo “saboteadores” que provocaron incidentes cada vez que la paz parecía acercarse. Todavía hoy hay grupos del “Ejército Republicano Irlandés” (IRA) que mascullan su resentimiento contra los “traidores” que llegaron al acuerdo después de más de treinta años de sangre y dos de diálogo. Cuando en una ocasión, durante el último proceso de paz, las partes abandonaron la mesa, las mujeres en ambos lados permanecieron sentadas y continuaron las conversaciones hasta que los demás regresaron. Estaban hartas de perder a sus hijos y esposos a manos de los saboteadores de la paz.

Irlanda es pequeña, de escasos recursos naturales. Las sabias políticas económicas y sociales que se han venido introduciendo gradualmente desde 1987 vinieron a recibir su mejor impulso con el contexto de paz y estabilidad alcanzado en Irlanda del Norte. De ser uno de los países más pobres de la región, hoy muestra altas tasas de crecimiento del PIB y es una de las economías más prósperas de Europa. Sus principales industrias son farmacéuticas, tecnologías médicas, y de comunicación e información (en especial, en el área de software). Hay un pacto social entre empresarios y trabajadores y llueven las inversiones extranjeras. Esos son los dividendos de la paz.

Hoy es mejor para los irlandeses salir a la calle motivados por imaginar el diseño de una nueva tecnología de telecomunicaciones que por el de una bomba.

Por igual razón es preferible que los cubanos puedan liberar su creatividad para levantar el país en lugar de tener que emplearla para fabricar un anfibio con el fin de escapar de él. O que les permitan emplear las remesas para poner negocios familiares que provean servicios, productos y empleos a la población, en vez de usarlas en pagar un contrabandista que los saque del supuesto “paraíso del proletariado”.

La paz, y la prosperidad asociada a ella, pueden comenzar mañana si nos lo proponemos hoy.



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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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