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Esa distancia entre el rock y tu oído

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El rock, como cualquier otra manifestación artística, requiere ciertas condiciones para su creación, y medios para difundirse, antes de llegar al público. A veces, incluso, una difusión inadecuada retroalimenta una creación desafortunada. Esa distancia que va desde el rock a tu oído es el tema de este artículo, elaborado a partir de una amplia conversación con jóvenes aficionados al rock, especialistas en divulgación masiva, críticos, músicos y periodistas.

 

¿Es de alguien el rock?

 

Guillermo Vilar (crítico): Lo que vale en el rock es patrimonio de la cultura universal. Arte. La palabra lo dice. Buena música. Eso no es yanqui. Y lo que es enajenante, eso no lo queremos para nuestros jóvenes. Por otra parte, hay mucho mimetismo, cierta tendencia a imitar, pero a imitar de un modo infantil, de una manera subdesarrollada. Si se imitara con talento, todavía. Son estúpidos. A veces ni saben por qué piensan así.

 

De modo que sería el

 

Rock cubano, ¿una utopía?

 

Ernesto García (trabajador): Yo soy fanático de los grupos de rock. He oído a Trébol, que toca mucho por la Víbora, fui utilero de Ovni, que ensayaba en la Casa de la Cultura de Arroyo Naranjo; Venus, que tocaba mucho en La Habana Vieja. Imitan mucho, tienen que imitar como hacen 20.000 profesionales. A veces los trancan. No saben cómo hacer y no tienen oportunidades. A veces tocan en una casa de cultura porque ellos mismos lo resuelven. Un rock cubano que sea bueno, como está haciendo Gens con música de Silvio, eso es lo que necesitamos.

 

Eloísa: Caballeros, volvamos a la realidad. El problema del rock aficionado es el mismo problema en general del movimiento de aficionados en Cuba. Es que hemos pensado que cualquiera puede pararse en un escenario lo mismo a bailar que a cantar, y hemos tratado de hacer cultura extensiva.

 

Ernesto García: Yo pienso que el trabajo de las casas de cultura es para formar público. Porque si aquí existen escuelas de arte, los artistas deben salir de las escuelas de arte.

 

Esther: ¿Qué pasa con los muchachos y la música rock? En primer lugar, casi nunca tienen a un instructor que los atienda. No hay recursos. ¿Y a quién se le ocurre hacer música rock sin recursos? Yo no tengo nada en contra del grupo Venus. Conozco sus textos y he ido a sus conciertos, pero son textos completamente antiestéticos y antiliterarios, aunque con muy buenas intenciones. No se puede difundir esa música, porque le hacemos daño a la gente. No es que haya tabú, pero no podemos difundir un producto de mala calidad. Tampoco debo prohibirles que pasen su tiempo libre rasgueando una guitarra en una casa de cultura. Quería referirme al problema del Pabellón Cuba. Para nadie es un secreto lo que ocurría en el Pabellón Cuba cuando ponían un video. De los jóvenes que entraban, había algunos con problemas, pero los mismos que aplaudían a Silvio Rodríguez eran los que aplaudían a Led Zeppelin. Nosotros somos los que tenemos que manejar el problema de la propaganda, de la difusión, de la promoción, y obtener un resultado positivo.

 

José Manuel: [en referencia a los grupos de rock aficionados] Yo hago una pregunta: ¿Por qué entonces, si no son buenos músicos, ni profesionales, atraen tanto público? Pienso que los jóvenes prefieren oír a un grupo mataperrero cubano, que sentarse al lado de una grabadora o de la FM, a escuchar un grupo extranjero por muy bueno que sea. Sencillamente, necesitan que nosotros hagamos ese tipo de música. Subsiste de todos modos el problema de una mala difusión. Yo no sé mucho de música, pero me gusta mucho Gens, Monte de Espuma. Ahora se está viendo algo por la TV, porque hay gente todavía con la idea de que para oír música rock tiene que tratarse de un grupo americano o inglés. Moncada, Síntesis, y de ese marco estrecho no salimos. Es un poco el problema de la oferta y la demanda. La oferta de calidad que ponemos a disposición de la demanda es muy reducida. Hay otro problema y es la programación. A veces he visto que ponen programas de interés en un horario no estelar.

 

Por supuesto, si se aspira a crear el rock cubano, este tiene que ser

 

Calidad, no bulla

 

Silvia Gaume (especialista en difusión musical de la TV): También, con todas las dificultades que tenemos, yo pienso que todas estas cosas son superables a partir de la propia superación de los productores, de la música que nos entre, de la que se fabrique. Monte de Espuma, Síntesis, Amaury... O los que no se difunden. No quiere decir que el rock se convierta de hoy para mañana en el rey de la difusión y el ombligo del mundo, pero sí es necesario acabar con el mito y la estupidez. El rock es una manifestación musical como cualquier otra y nos gusta bailarla, escucharla, porque somos jóvenes y es la música de nuestra época. A partir de esto, empezar la batalla con nuestro propio rock, y ganarla con calidad. Porque Kansas, etc., son músicos de mucha más calidad que muchos músicos sinfónicos que andan caminando por ahí. El buen rock, claro.

 

Ese espectáculo que es la música

 

Edesio Alejandro (músico): Pienso que se nos van alante porque no tenemos los medios. Ahora bien, hay un grupo que se llama Miami, y hacen una especie de rock con música cubana. Hay mil gentes que han hecho eso, pero no han tenido ni la difusión ni los recursos.

 

Alberto Serret (escritor): Tenemos que buscar la forma de darle a nuestros jóvenes el rock de una forma atractiva, tanto musical como visualmente.

 

Silvia Gaume: Hace poco se hizo un programa “Mañana es Domingo”, con Edesio y Monte de Espuma. Aunque la TV usa humo para cualquier cosa, para el rock y la música electroacústica faltó humo. No había que darle importancia. Un concierto de rock implica una serie de elementos extramusicales que le sirven de andamiaje a la música. Sin ellos sería difícil realizarlo: rayos láser, luces, dinamismo. Si nos quedamos atrás, los jóvenes nunca se van a sentir identificados con lo que les estamos dando; por tanto, necesitamos ese espectáculo, que no puede contravenir la ética, ni incitar a la violencia. Lo necesario es lo elemental.

 

Víctor Rodríguez (músico): Respecto a eso, debemos abogar porque nuestras puestas, nuestros conciertos de cualquier tipo, vayan actualizándose y se apropien de los elementos del mundo actual. Los últimos recitales de Silvio en el Carlos Marx y en el Nacional usaron algunos efectos de luces, en son de búsqueda, que no había visto antes en la Nueva Trova. Es romper esquemas, salir de la luz estática, la sucesión de canciones y los aplausos.

 

Presiones intangibles

 

Alberto Serret: En el ámbito nacional, Violente ha caído en saco roto, aunque tanto la agencia France Press como los medios de muchos países latinoamericanos se hicieron eco de ella. Los pocos que hablaron en Cuba de ella, lo hicieron como si fuera una obra de teatro más, ignorando sus peculiaridades. No se le ha dado difusión, pero no sólo eso, sino que hemos sentido desde antes, durante y después de su puesta, ciertas presiones fantasmales, sutiles, contra el hecho de que se haya puesto en Cuba una ópera rock, pasando por alto el hecho de que sea una obra con todos los valores revolucionarios que puede tener una obra hecha en Cuba en estos momentos.

 

Edesio Alejandro: Como compositor, yo siempre he hecho la música que me ha dado la gana. Nunca el Ministerio de Cultura me ha dicho: Puedes hacer esta música o no puedes hacer aquella. He tenido absoluta libertad para crear. Las presiones a que se referían respecto a la ópera que hicimos, son presiones que no se ven. Presiones como aquella que me ocurrió: Hasta un momento yo aparecía en conciertos que se realizaban a través de la UNEAC. Después nunca más se me llamó para aparecer en ningún concierto, y coincidió con el instante en que se empezó a notar que mi música popular tenía una cierta influencia del rock. Lo que se siente es un cierto tratamiento despectivo hacia esa música. Presión ninguna. Yo la he hecho siempre.

 

Lo bueno que sí y lo malo que no

 

se divulgue, parece ser una conclusión obvia, pero no tanto si lo analizamos en detalle.

 

Alberto Serret: La música, los videos de rock que nos entran de países socialistas no son los mejores, y a veces son tan infames que uno dice: el único rock que existe es el inglés y el norteamericano. Ese es un problema serio. Están poniendo videos de rock europeo a los jóvenes y casi todos (salvo excepciones) son malos, grabados en vivo, con mala acústica, donde los vocalistas y la instrumentación son atroces. Suena a latica. Eso está atentando contra nosotros. Atenta contra la necesidad de todos los hombres de esta época de escuchar buen rock en Cuba, que responda a nuestros requerimientos espirituales. En Cuba abundan criterios contra el rock y son apoyados a veces de forma oficial, por eso no se está haciendo un rock válido en muchos sentidos. Por ejemplo, en el sentido del espectáculo.

 

Silvia Gaume: Quiero hablar de la difusión, el punto que más me preocupa. El sonido que damos por radio y TV puede ser un sonido maravilloso. Y la imagen también. Pero la TV se aprovisiona de videos que trae Chicho, que nos entran por cualquier vía. Hay que rellenar esa necesidad porque ya hemos creado un público que demanda en Colorama y otros programas. ¿Qué es lo que falla en esto? Las altas y las bajas de nuestra difusión.

 

Por ejemplo, dan un solo concierto de Banco mutuo de Socorro, o viene el grupo Karat, uno de los mejores de la RDA, y lo mandan a tocar para Remanganaguas, la TV no les hace ningún video, porque había que grabar miméticamente de algún teatro un concierto o casa así. No hay prioridad, aunque nos interesan los resultados.

 

Edesio Alejandro: Respecto a Violente, nuestras agencias todavía no se enteraron que era un logro cultural a bombos y platillos. Es la ignorancia. Además de otros que piensan: Si esto es un lío, yo no quiero meterme en líos. Mejor grabo un dúo o cosa así, y no tengo que romperme la cabeza pensando cómo superar los vídeos extranjeros, que tienen un ritmo de tres segundos por imagen.

 

Alberto Serret: Desde que empezamos Violente, los guionistas trabajamos asustados con lo que iba a pasar. Y lo manejamos en secreto hasta el último momento para que saliera, para que nadie le pusiera obstáculos. Pretendíamos demostrar que mediante el rock se puede comunicar un mensaje progresista como es la lucha contra la carrera armamentista, de la que Fidel ha hablado en millones de lugares.

 

José Manuel: Otro caso: un grupo soviético que estuvo aquí hace poco. Yo no me enteré de que estuvo hasta el día antes de irse, cuando los pusieron en Joven Joven. Y tocaron en La Habana. ¿Por qué no nos enteramos de eso? ¿Cuáles son los mecanismos? ¿Cuál es el filtro por el que tiene que pasar para nosotros obtener esa información? Es todo un acontecimiento para nosotros conocer un grupo de rock soviético.

 

Desinformación: padre y madre de la ignorancia

 

Esther: En un recital del grupo Moncada yo vi una pancarta que decía: “Viva Moncada, Heavy Metal”. Mira tú que ignorancia. Yo estaba muerta de la risa, pero por lo menos ese niño que decía Heavy Metal, arriba estaba diciendo Viva Moncada.

 

Silvia Gaume: Lo que pasa es que la falta de información provoca la ignorancia. La ignorancia recae en la juventud y responden con rebeldía.

 

En un momento abrimos una esquina de la puerta y decimos: por ahí va a entrar un 10% de información sobre rock. Pero el 90% se queda afuera. Entonces, ¿qué pasa? Se identifican con grupos que prefabrican una imagen de violencia, con grupos neofascistas.

 

Guillermo Vilar: Recibí una carta hace un tiempo de un joven combatiente en Angola, donde me decía que estaba muy satisfecho por haber leído un trabajo mío sobre Kansas. Un hombre que está allá peleando, y su periódico le hizo un artículo sobre Kansas, no sobre Kiss, sino sobre un grupo bueno. Como decir medalla de oro, aunque el deportista sea norteamericano.

 

Cuando salió Radio Martí, en cambio, por mi trabajo me pidieron que lo monitoreara. Como radio es bastante mediocre. Ponen música rock y eso, pero llego a la conclusión personal que el joven se siente pleno cuando sus medios le informan sobre esta música, no cuando la oye por estaciones enemigas y se siente confuso. Porque en Radio Martí no sólo le ponen música, sino que además le dicen cuarenta sandeces, y eso lo molesta. Hace falta que la música se la demos nosotros con nuestro criterio y desmitificando. Yo he puesto a Led Zeppelin en Perspectiva y audiciones en la Casa del Joven Creador y ¿qué pasó? No pasó nada. Es distinto cuando el muchacho tiene un vídeo que no ha visto nadie.

 

La información que están brindando nuestros medios de difusión es superficial. Tan parecida a la de la prensa occidental como una gota a la otra: Fulano nació aquí, vivió allá, y su repertorio discográfico es... Pero hay que hacer disecciones ideológicas, musicales, estéticas. Para que el público medio se informe, valore, se ponga al día y sepa más de lo que le brindan las agencias occidentales.

 

Cretinismo y violencia

 

Ernesto: Estamos importando la imagen esa de la violencia en el rock del mundo capitalista.

 

Silvia Gaume: También está el problema de la fabricación por grupos de rock de una imagen de violencia. Ahora bien, en nuestro país ha sucedido otra cosa: cada vez que ha sucedido un episodio de violencia relacionado con un espectáculo de rock, es porque ha habido un cretino metido adentro. En un pueblito de La Habana hubo un escándalo porque la directora de la casa de cultura, después de anunciar un grupo rock, solicitó que actuara primero un grupo de teatro uruguayo, que sería muy bueno, pero en ese momento, con todos los muchachos esperando por el grupo rock... Habían viajado horas desde los otros pueblos para escucharlo y la obra aquella duraba casi dos horas. Ahí los elementos violentos fueron ganando terreno. En Banco Mutuo de Socorro ocurrió la misma historia: rompieron las puertas. Hacía falta alguien que les dijera: Va a haber diez conciertos. Tú vas a poder oírlos cuantas veces quieras. Relájate, tranquilízate y ven mañana a comprar tu entrada.

 

¿Crear buenos patrones o mal gusto?

 

Ivette Vega (Sicóloga): El problema no está sólo en criticar los malos patrones que tienen los jóvenes, sino en crearles nuevos patrones. Me duele cuando alguien dice que los jóvenes están perdidos. En todo caso, los hemos dejado perder. No los hemos formado. Hay desviados y malos educados, pero los responsables somos nosotros. Lo difícil es crear nuevos patrones, nuevos ídolos. Sustituir patrones con calidad. “Perspectiva” sale una vez a la semana y, mientras, por nuestras emisoras se está poniendo durante 24 horas música terriblemente mala, y todo el mundo la tararea.

 

¿Qué esperamos?

 

Silvia Gaume: Pienso que la difusión nuestra tiene que ver con lo que se ha hablado acerca de la imagen. Una imagen importada, por ejemplo. Estoy de acuerdo con Edesio en cuanto a la era tecnológica en que vivimos, en cuanto a la necesidad de la música rock. Hay grandes desniveles en la información. ¿Por qué hemos esperado 20 años para que salga un programa sobre los Beatles y 22 para que salga uno sobre Elvis Presley? Y todavía seguimos esperando porque salga otro sobre John Lennon. Hemos comenzado a estudiar las investigaciones hechas. Pero el problema no está en investigar, sino en resolver estas cuestiones, pero ya, de cuajo, que esa es la principal dificultad que tenemos.

 

Otro problema es la ausencia de política musical y cultural dentro de los medios de difusión, incluyendo la prensa plana. No hay una política y sí un miedo espantoso. ¿Miedo a qué? Tenemos necesidad de ofrecer información especializada sin caer en el teque, porque si hay alguien enemigo del teque es el joven. Y si caes en eso, estás frito. Eso tiene que llevar un respaldo de investigaciones sociológicas, sicológicas. ¿Qué investigación se realiza? Escasísima. Pienso que es decisiva la definición de una política de criterios. Todo el mundo tiene cientos de criterios, pero nadie le pone la tapa al pomo. Debe haber una política coherente, pero alguien tiene que definir.

 

“Esa distancia entre el rock y tu oído”; en: Somos Jóvenes, n.º 110, La Habana, enero, 1989.



En busca de nuevos ojos (La nueva plástica cubana y su público)

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Cuéntase de un viajero que, establecido en un reino lejanísimo, aceptó el idioma local para los usos del día, formó familia, y al final de su vida transcribió en palabras de su idioma natal todo su saber en asunto de dioses, pueblos y hombres. Llegada la hora de su muerte, legó el manuscrito a sus hijos, que no tardaron en vender a un comprador de papel viejo toda la sabiduría de su padre transcrita en signos extraños, que para ellos no significaban más que curiosidades caligráficas o cagadas de exóticos insectos. Quizás esa podría ser una definición de la incomunicación. Pero no la única. Por eso la Asociación de Artes Plásticas de la UNEAC convocó un debate público el diez de abril pasado para tratar sobre la (in) comunicación entre la plástica cubana contemporánea y sus destinatarios. Durante cuatro horas, críticos, creadores y espectadores debatieron, compartieron, coincidieron y disintieron, sin que las coincidencias llegaran al contubernio ni las disensiones a la reyerta. Y aunque comenzaron hablando de la comunicación, aprovecharon para sacar a flote otros asuntos que prefiero incluir, aún a riesgo de salirme de tema, que guardar, porque más fácil es que se lleve el viento (o que se borren) los casetes de esa reunión, que un viento pérfido arrastre hacia el olvido todos los ejemplares de La Gaceta.

 

Premisas

 

Como aperitivo, Jorge de la Fuente (Vicepresidente de la Asociación) leyó cinco premisas respecto a las relaciones arte‑público, que en buena medida dieron pie para iniciar el debate:

 

1. La tendencia dominante en el arte joven cubano es propiciar una comunicación no superficial con el pueblo, a través de una serie de medios y proposiciones que no en todos los casos son aceptadas, comprendidas o recibidas según las aspiraciones de los artistas. Comunicarse con el público no es someterse acríticamente a las expectativas estéticas ni al canon acuñado por la tradición o la retórica. Es reflejar y contribuir de modo creador a objetivar lo más importante del sentir y del pensar de una nación en un momento histórico concreto; plasmar en imágenes renovadoras la sensibilidad contemporánea y lo genuinamente popular, que no depende de la mayor o menor aceptación inmediata, sino de la calidad de las obras.

 

2. No hay que dar oído a las afirmaciones sobre la muerte del arte o a la afirmación de que el gran arte siempre fue elitista. Desde las primeras vanguardias se ha producido una revolución en los códigos. Terminó la época de la homogeneidad y de los grandes estilos estandarizadores de la expresión artística, y sólo la cultura de masas asimila hoy sus lecciones. El cambio se ha convertido en norma y el método para evaluarlo no puede ser su simple aceptación por la conciencia cotidiana.

 

3. Sólo el socialismo podrá saltar el abismo entre la vanguardia artística y el todo social. Lo cual no será un acto espontáneo ni mecánico. Para ello es imprescindible la integración de la vanguardia artística al proceso social, que lo insólito se inserte de modo original en lo cotidiano mediante un sistema de promoción y divulgación institucionalizada.

 

4. Las promociones de artistas más jóvenes quieren crear su público mediante la materia con que cuentan: su talento. Para ello recurren a todo el arsenal del arte contemporáneo y su sensibilidad ante los conflictos. La supuesta o real agresividad de muchas obras es una vía para violentar las convenciones. Es preciso luchar contra cualquier unilateralidad y lo más unilateral en la cultura es el mal arte y el éxtasis acrítico.

 

5. Existen propuestas poéticas y artísticas en conflicto, y las tensiones entre artista y público son alimentadas a veces por prejuicios. Si propiciamos la sana confrontación, todos saldremos enriquecidos, siempre que respetemos, si está fundamentado, el criterio del otro.

 

Volando en círculos

 

Ignacio Granados (ayudante de mecánico): El que se incomunica es porque quiere. Ha habido exposiciones y acciones plásticas. La gente va a los museos. Comunicación hay, aunque a veces no gusten las opiniones que se emiten. Un pintor no tiene que andarse preguntando dónde va a ir la paloma, si arriba o abajo. Que la ponga dondequiera. Si es auténtico, va a llegar. Si sobra, sobra, y eso no tiene remedio.

 

Desiderio Navarro (ensayista y crítico): Para ver una obra plástica, no sólo hay que tener ojos, sino también saber los elementos que ligan los objetos representados y las leyes según las cuales se ha hecho. El problema no es sólo si el público entiende la plástica joven, sino si entiende a Lam, a Rosemberg. Un elemento a tomar muy en cuenta es el nivel de educación cultural del pueblo.

 

El kitsch es la otra cara de la no comunicación. El que guste o no ni explica el problema de la comprensión ni es el único problema. ¿Qué funciones se asocian a la plástica? ¿Embellecer el mundo? El objetivo es siempre la problematización del mundo. ¿Puede eso interesar al espectador del kitsch, que es precisamente la desproblematización del mundo? La cosa sería elaborar estrategias de comunicación masiva con el público, sin concesiones, brechtianamente.

 

Josein Reyes (montador, Museo Nacional): A veces se parte de posiciones un tanto elitistas al hablar de la relación de las artes plásticas y los espectadores. Nos pasa como el cuento del tipo que va a buscar el gato. Si ustedes supieran la capacidad de comprensión que tiene la gente. Comprender y gustar. Lo importante es llevarlo ante la obra. Y comprender a quién tenemos delante.

 

Aldo Menéndez, hijo (pintor): La cada vez mayor cantidad de información de los artistas hace que el arte haya ganado en complejidad y profundidad pero, a su vez, eso provoca la ilegibilidad del arte moderno.

 

Desiderio Navarro cita entonces a Brecht, cuando decía que crear para pequeños grupos no es menospreciar al pueblo.

 

Depende de si esos pequeños grupos sirvan a los intereses del pueblo o los obstaculicen. Hay artistas que pretenden hacer su obra para todo el pueblo. Suena democrático, pero no lo es. Lo democrático es convertir este pequeño círculo de entendidos en un gran círculo de entendidos, porque el arte precisa de conocimientos. Y a Lunacharski, cuando afirmaba que sonará paradójico, pero la causa del comunismo no es la eliminación de la aristocracia, sino la conversión de toda la humanidad en una especie de aristocracia. Para alcanzar ese objetivo se requiere la más amplia educación, pero por muy amplia que sea siempre será adelantada por las individualidades más dotadas. Así no tendremos un arte estancado. Tendremos pioneros. No se puede plantear que si la masa obrera no entiende El Capital, de Marx, éste no hace falta y hay que sustituirlo por el resumen popular de Kautsky.

 

Pluralidad en plural

 

Alexis Somoza (escultor, estudiante ISA): Casi siempre vemos la comunicación desde la postura del mismo artista. Adentrándose en una nueva ética, profundizando en la diversidad de nuestra realidad, podremos encontrar la diversidad de comunicación tan evidentemente necesaria hoy. La definición de períodos como fases marcadas por cambios de dirección, implican a la vez continuidad y disociación, por lo que no debemos olvidar que el cambio de dirección debe ser motivado, no sólo por el impacto de un único hallazgo revolucionario capaz de transformar la cultura, sino por el efecto acumulativo, gradual, de modificaciones numerosas y modestas. Sólo las estructuras sociales más primitivas presentarán un solo tipo de arte como expresión concluyente y más o menos definitiva. Ante una época tan compleja como la nuestra no puede haber un arte simplista. Y el modo de apreciar ese arte también estará condicionado socialmente. Factor social que es también fundamental en la formación de un estilo. El riesgo imprescindible es que el hecho artístico adquiere independencia como elemento comunicativo y es, por tanto, un tipo de experiencia que no puede ser definida normativamente.

 

Jorge de la Fuente: Lo básico es el respeto a todo lo que se crea con autenticidad y seriedad. El problema es que a veces, tras un supuesto análisis político, se juzga una obra desde una poética que no coincide con aquella desde la cual fue hecha. Hay hasta posiciones prerrogativas. Y no, porque el arte hoy es un gran abanico donde caben distintas posiciones.

 

Ética se escribe con mayúsculas

 

Alexis Somoza: Las obras vinculadas a momentos convulsos de la historia, no existen para resolver esos problemas. Hay que cuidarse de ver en cada obra un reflejo sencillo de una situación social. Sería tonto centrar toda la atención en el contenido, cuando la forma es la experiencia social solidificada en un lenguaje concreto. La fuerte inserción de lo ético en un arte socialmente comprometido, corresponde al agotamiento del arte como arte bello y su canonización en lo estético.

 

Agdel (pintor): En el medio de este problema está la ideología. Durante las revoluciones siempre se ha dado un desfase entre las ideas globales y el conocimiento empírico. La base es el problema de la ideología: No sólo no hay una verdadera educación ideológica, sino que no hay un verdadero estudio de los principios ideológicos del socialismo. Hay ideas globales de carácter humanista que rigen determinados aspectos a través de los cuales se mueve la ética, pero sin un despliegue de esas ideas hacia las diferentes ramas de la cultura. Y eso se refleja entre artistas y pueblo.

 

José B. González (recluta del SMG): Comunicación y censura no pueden convivir.

 

Desiderio Navarro: Hay que hacer una distinción entre la ideología de la obra y la ideología autoral. Pero a veces se llega hasta a una contradicción, como si el autor fuera un ser ciego, desvalido ante su propia obra. Todos, y él también, pueden equivocarse como receptores. Hay lecturas incompetentes desde el punto de vista plástico. La decisión sobre la obra debe ser antes el debate colectivo y no la decisión unipersonal. Si censura consiste en que algunas obras no deban salir al más amplio público, yo sí estoy de acuerdo con que exista esa censura. Lo que sí me preocupa son dos cosas: los criterios de esa censura, que deben ser fundamentados científicamente, y quiénes la van a ejercer. Se pueden equivocar, bien por ser incompetentes o por no tener en cuenta todos los argumentos, entre ellos los del creador. Pero también debe haber unas instancia de control social de esa censura, donde participen los propios creadores. Si una obra tiene problemas (y yo las he visto, con independencia del autor) y no va a darse a conocer, que eso se discuta en el seno del colectivo, en pluralidad de voces. Aún cuando el resultado sea erróneo, que no sea unipersonal, y sí al máximo nivel de claridad.

 

¿Voluntad de comunicación?

 

Roque (fotógrafo): Discrepo de que la tendencia dominante en el arte joven sea propiciar una comunicación no superficial con el público. No existe espíritu de comunicación. A pesar del fuerte movimiento individual y colectivo (arte calle, exposiciones, etc.), hay búsqueda de un estado de comprensión por parte de las instituciones, o de los que están sentados en las instituciones, que prima sobre el interés de comunicación con el público. Hay interés, eso sí, de comunicar con el espectador, pero no con el público. Espectador es el que mantiene una expectativa hacia un tipo de obra, cierto interés de búsqueda, cierta cultura, en contraste con el público, más masivo. Hay la ineficacia y/o el desinterés de propiciar esa comunicación entre la nueva plástica y el público. El artista joven está en disyuntiva: elite o público. Y parece que no tiene conciencia de esta disyuntiva u optó por la elite.

 

Jorge de la Fuente: No creo que el artista joven trate de sensibilizar a las instituciones, a los funcionarios. Si no hay voluntad de comunicación, se encierra en su casa y no le enseña las obras ni a su hermana, lo cual no deja de ser válido también. Nadie es espectador per se. Debe hablarse de público de arte o de cada arte. Público que deviene en espectador. Hay categorías ya muy bien definidas. Masa o pueblo en sentido global es algo más amplio.

 

Agdel: El problema es más delicado. Si analizamos la formación artística, no existió nunca el más mínimo recurso en cuanto a la teoría de la comunicación. Existen modelos institucionales que vienen desde el sistema de arte de élite: galerías, exposiciones. Respecto a la iniciativa de los jóvenes, sí hay voluntad de comunicación, pero no vista de un modo plano. Esa voluntad se traduce en muchos aspectos: se están haciendo concesiones, y hay desde obras muy buenas hasta muy malas por concesiones que se están haciendo. Hay quienes han planteado incluso que su obra la estaba haciendo para incidir en las instituciones, para resolver un problema estrictamente inmediato, y que su superobjetivo sería que algún día su obra fuera comprendida por los grandes sectores. Que no se preocupaba por ninguna otra cosa. Hablo en términos de voluntad.

 

Desiderio Navarro: El público está hecho de espectadores, aunque ya hoy no son espectadores, sino receptores, concepto más amplio. Hay que preguntarse no sólo si no les gusta el arte joven, sino que más no les gusta. ¿Qué más no entienden? ¿Qué cuadro usted pondría en su casa? En Hungría, una encuesta reportó que a sólo el 10% le gustaría poner una muestra de arte posimpresionista. Cuando hablamos de los gustos del pueblo, se impone que no hablemos sobre una base especulativa, sino sobre sólidas investigaciones sociológicas acerca de la cultura plástica de la población cubana, que las instituciones deben fomentar y alentar. En realidad, no hay un gusto del pueblo, sino una gran diversidad de gustos condicionados por una amplia gama de factores.

 

Alexis Triana (estudiante de Periodismo): Es importante que el artista se preocupe por la comunicación, pero su gran obligación es hace una obra auténtica.

 

¿Educación estética o estática?

 

Silva (Director de Galería): Hay una distancia educacional entre el artista y la masa.

 

Jorge de la Fuente: Se habla de educación estética y hay que ver cuál, porque hay pueblos con una cultura, con una educación estética que rechaza todo lo que se sale de su marco. El problema es crear una sensibilidad frente al arte contemporáneo. Conseguir el núcleo de una educación estética en el socialismo. Y si hay libertad de creación, tiene que haber libertad de recepción. No es que a todo el mundo, indiscriminadamente, tenga que empezar a gustarle desde ahora la plástica joven cubana.

 

Agdel: Recuerdo que planteamos en San Alejandro la crisis total de los programas de estudio. Aquí verdaderamente, dijimos, los artistas no se preparan. Pero Jorge Rodríguez, el director de la escuela, nos dijo algo que no habíamos tomado en cuenta: más importante que la transformación de los programas, es el trabajo del profesor. Si reestructuras los programas y los dejas en manos de los malos profesores, todo sigue siendo lo mismo.

 

Alexis Triana: Una función que le corresponde a las instituciones es la de dinamitar esas recetas de cocina con las cuales se imparten las asignaturas relacionadas con la educación estética.

 

Medios (m)(p)asivos

 

Arturo Cuenca (pintor): No puede haber cultura de masas sin medios para comunicarse con esas masas. Nuestra circunstancia nos obliga a que lo ideológico tenga un carácter central, pero la ideología debe unir, fomentar el papel de la cultura. Y aquí los medios masivos subestiman a la alta cultura. No se hacen los estudios de qué cantidad de información culta puede soportar cada individuo de acuerdo a su nivel de escolaridad. La TV cuenta con todos los recursos para ello.

 

Jorge de la Fuente: La dirección del ICRT desea poner todo el diseño de la TV en manos de los artistas, y la dirección de la Revolución no es ajena a esto.

 

Roque (fotógrafo): Decirle a las instituciones que lo hagan y que lo hagan bien. La TV es un mecanismo que te come, y tendrías que tumbar a un montón de gente que tiene una mentalidad bastante atrasada, y que son los que imponen un gusto a la población. Son los culpables.

 

Alexis Triana: Lo malo es que en gran parte de nuestra difusión masiva, lo divulgado sea lo mediocre.

 

Miguel Ángel (estudiante ISA): ¿Qué será de mí cuando llegue a Pinar del Río o Guantánamo y no pueda asistir a ningún encuentro de este tipo? ¿Hasta qué punto la divulgación, la promoción, llegarán allá? No podemos olvidar que en provincias existe un fuerte movimiento plástico, pero el nivel de desinformación es muy grande.

 

Jorge de la Fuente: Pronto se creará un centro de documentación, y se le enviarán conferencias, información, a las provincias.

 

Plástica de lo cotidiano

 

Marcos García (Asociación Hermanos Saíz): Partimos de la realidad de que el arte en la micro no va a ser la solución universal, pero es una vía. No es sólo decorar u ornamentar, es crear un diálogo.

 

Ricardo (estudiante ISA): Todas esas ideas del arte en la carretera, en la micro, etc., son parches a lo que no hace la arquitectura, y no porque no haya arquitectos. El problema es el método. Todas las casas del médico son iguales, todos los aeropuertos. No hay una solución del color, de la luz. Uno está en Matanzas y parece que está en Pinar del Río. No hay un estudio plástico ni en el cine, ni en la TV, ni en la industria, ni en la arquitectura. En teoría, todo esto está en la plataforma programática del PCC, pero en la realidad, los canales están tupidos. Y cuando la gente crece en una ciudad así, ¿vas a aspirar después a que vaya a una galería y acepte la nueva plástica? Eso es mentira. Hay que empezar a pensar por ahí.

 

Alejandro (pintor): ¿Por qué con los recursos básicos materiales no hemos logrado que las nuevas inversiones hayan dedicado siquiera un mínimo al embellecimiento del entorno? Hemos perdido mucho tiempo. Por eso este debate no puede quedar en debate teórico.

 

La crítica

 

Roque (fotógrafo): La prensa, los críticos de arte se está desinformando con la crítica que estamos haciendo actualmente, con lo que se escribe. Hay que pensar más cuando se trata de informar a la gente o de crear gustos sobre lo que pasa en la plástica cubana. La página cultura del Tribuna da pena. La revista Bohemia, que la lee todo el mundo, publica críticas que no informan, que no son sinceras ni están ejerciendo una función cultura.

 

Alexis Somoza: Es necesario ir a la creación de un sistema de análisis basado en la tipología de las conciencias, tanto semiótica como sociológica, para poder buscar la correspondencia entre la situación histórica y el estilo cultural. Sistemas modelantes que permitan establecer las conexiones entre realidad social y hecho artístico.

 

Funcionarios y funciones

 

Arturo Cuenca: Es un problema que atañe a las altas esferas del gobierno. Que tengan en cuenta el papel que debe jugar el arte, fundamental en la civilización moderna. La conciencia de la cultura en el socialismo, que puede hacernos más revolucionarios y más socialistas.

 

Jorge de la Fuente: Las soluciones de los problemas sociales no son inmediatas. Y creo que hay que centrar más los ataques no hacia individuos, sino hacia mecanismos, hacia cierta atmósfera. Hasta que no cambien esas relaciones sociales, no van a cambiar las individualidades.

 

También se habló de la obligación de las instituciones en cuanto a no sólo admitir, sino fomentar el arte problema, el arte que plantea situaciones aún sin solución, y no quedarse tranquilitos cuidándose las espaldas y fomentando un arte “lindo”.

 

Jorge de la Fuente: Cada uno tiene su papel: el artista, los teóricos, las instituciones, los medios de promoción. Y no se trata de suplantar los campos, sino de intercomunicar. Y recordar una observación del Che en el sentido de que muchas veces los llamados gustos del pueblo son los gustos sublimados de los funcionarios.

 

Cauces abiertos a la luz

 

Silva (director de galería): Siempre lo nuevo ha tenido que abrirse paso a puro empujón. En nuestro país, siempre, o casi siempre, los artistas han tomado de corrientes foráneas sus iniciales procesos creativos, para después aplatanarlos. Ahora sucede algo similar. Todo el pos vanguardismo está sufriendo lo mismo. Está bien que nuestra juventud marche a la vanguardia de lo nuevo en el arte occidental, pero es aún mejor que empecemos a ser iniciadores de lo nuevo en el socialismo.

 

Agdel: El problema ha transcendido la simple asimilación de técnicas y poéticas foráneas. En general, la cosa es analizar de un modo serio lo que nos transmiten las vanguardia en el campo de las artes plásticas, lo que no significa asimilarlas tal cual.

 

Arturo Cuenca: Hay un arte técnica y un arte ciencia, que no tienen por qué comunicar inmediatamente con las grandes masas. Como la Teoría de la Relatividad. Hay que respetar el arte que quiere alcanzar nuevos códigos, campos, espacios para lo estético, para la emoción. Darle el respeto y la subvención estatal para que se siga haciendo ese arte y se creen los canales para que ese arte se tecnologice, se convierta en diseños ambientales, objetos, modelos que conformen una ecología estética que es la que realmente crea el hombre nuevo.

 

Desiderio Navarro: Hay un problema capital, y es si el artista se considera cocreador de la ideología colectiva o si es un ilustrador de la ideología hecha por otros. Si es un simple ilustrador, sólo debe ilustrar lo ya planteado por otros. Y si no se ha dicho algo sobre esto o aquello, no lanzarse. ¿Qué pasaría si alguien, con los recursos del arte, que es también un medio de conocimiento, se lanza a la búsqueda de verdades que aún no hayan alcanzado el estatus de reconocimiento, si alguien se adelanta y no se conforma con el papel de ilustrador? Porque si el arte es un medio de conocimiento, tiene que ser de verdades nuevas, porque para descubrir verdades viejas no se usa un medio de conocimiento. Ese es otro de los problemas cuya solución requiere debate colectivo. Porque el artista se puede adelantar, acertar, y también equivocarse.

 

¿Quién le pone el cascabel...?

 

Glecsi Rojas (impresor): ¿Quién se va a encargar de decirle todo esto que estamos diciendo aquí, todas estas críticas, a los criticados? Porque si no, estaremos perdiendo aquí la tarde. ¿O esto se quedará entre nosotros, en familia? Yo propongo que ustedes vayan de una forma institucional a ver a quien sea. Está bien que se publique, pero yo no creo en soluciones de periódicos.

 

Yo tampoco, Glecsi, porque los periódicos no se crearon para dar soluciones, sino para informar, para fomentar el público debate. La Gaceta es sólo el amplificador a través del cual tantas palabras podrán llegar a oídos ávidos por escucharlas y a otros no tan ávidos o ávidos, precisamente, por lo contrario.

 

Ahora, los hechos tienen la palabra.

 

“En busca de nuevos ojos”; en: La Gaceta de Cuba, La Habana, junio, 1988.



El hombre que sembró el sol

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En la isla de Suchu, del archipiélago japonés, nació Masako Harada. En la tierra del Sol naciente discurrió su infancia el hombre que vendría a sembrar el Sol de sus orígenes en otra isla, la de los Pinos, que con el tiempo se llamaría de la Juventud.

 

Hay que repetir, repetir. El hombre no puede cansarse. La buena suerte siempre llega antes que la muerte. Diez años estuve sin vender, viviendo de los préstamos, pero yo se lo decía a los cubanos: Repite, siembra de nuevo. Ya llegará la suerte. Todo pasa.

 

Sí, fue el 6 de abril de 1925.

 

Pero antes… Habíamos salido el primero de febrero de Kobe en el buque Lakuyo. De ahí a Yokohama, Hawai, Honolulu, San Francisco y no sé cuántos puertecitos de la costa pacífica centroamericana, antes de llegar a Panamá, subiendo y bajando personas. Éramos 34 o 35, casi todos jóvenes, sin familia. Veinte años tenía yo. Sí, en 1904. Y de La Habana fui para la colonia Mayaguara en Condado, Trinidad. Qué lindos los cañaverales: altos, verdes. Pero cortar caña no era como me habían dicho allá en la isla de Sucheu, en la provincia Fukuoka, donde yo nací. En el campo, claro. Siempre he sido campesino, agricultor, guajiro. Allá trabajábamos nueve o diez horas para ganar veinte centavos de yen, y un yen valía medio dólar. Entonces aparecieron algunos que habían trabajado en Cuba cinco, siete años, y traían los bolsillos llenos de dinero. Y nos contaron que aquí bailando alrededor de los cañaverales con una guataca se podían ganar quince dólares al día. Entonces salió un anuncio en el periódico de una oficina donde se podían apuntar los que quisieran venir. Cobraban cierto dinero por el viaje y los papeles.

 

Pero en Mayaguara todo fue distinto. Vivíamos en una barraca larga y sin saber nada de español (que todavía no sé mucho). El capataz nos enseñó a cortar la caña: pica abajo, quita las hojas, corta en trozos así y echa para la pila. Al lado había unos haitianos. Ellos ya estaban acabando y nosotros no habíamos llenado la primera. Veníamos contratados tres meses a cortar caña para una fábrica de azúcar. A la primera semana no habíamos ganado ni un peso. No alcanzaba ni para pagar la comida. Y el pica pica y el sol. Ni bañándonos se quitaba. Y arriba la maleta que se me llenó de agua en el primer aguacero, que parecía una inundación aquello. La gente antigua nos decía: ¿Para qué viniste aquí? No era a bailar con una guataca como nos habían dicho.

 

Una semana después, cinco malditos huimos y no pagamos ni la comida. Yo fui a parar a la colonia Kindelán, donde estaba Sato, un paisano, y guataqueamos a cinco pesos por semana. Al mes pudimos mandarle al capataz el dinero de la comida que no habíamos pagado. Pero después llegó el tiempo del agua y Sato nos dijo que el trabajo se había terminado. Fui a varios centrales y no encontré trabajo. Terminé atendiendo hortalizas en Baraguá con otros seis japoneses jóvenes.

 

Ahí fue donde me dijeron: Ve para la Isla de Pinos, siembra ají y tomate. Y vine: el 29 de mayo de 1926. Cuando eso la isla estaba llena de pinares y los cocodrilos, jicoteas, grullas, las jutías y las iguanas andaban por donde quiera. Empecé a trabajar con Yamanashi, que llevaba tres años cultivando en la zafra de ají y berenjena. Fue en ese tiempo, el 19 de septiembre, cuando vino el ciclón del 26. Aquello fue lo más grande de la vida. Casi todas las casas eran de madera y el ciclón se las llevó. El agua entraba así, de lado, por el agujero de los clavos, como si fueran piedras. El agua pinchaba como punzones.

 

Toma. Toma un poco de vino. Harada Club. Fue un barril que hice hace quince años con pasas y mandarina. Los muchachos lo descubrieron el otro día limpiando el desván. Ah, lo del ciclón. Yo vivía en La Columbia, al otro lado del cementerio americano. Después que pasó no quedaba ni una sola hoja verde en toda la mirada. A las tres semanas fue que empezaron a salir los retoñitos primeros de las palmas arrancadas, así de este tamaño. Empezó el viento a las nueve de la noche, o a las ocho, no me acuerdo bien, que esta cabeza mía ya no sirve. Es como calabaza podrida. Y el viento no dejaba oír nada, ni hablando al oído de otra persona. Y entonces, a las doce y media o la una se hizo un silencio, que hasta los grillos que quedaron se oían. Pero eso fue como diez minutos. Después empezó otra vez, pero del lado contrario, y acabó de acabar lo que quedaba. Los relámpagos alumbraban igual que el día y el agua de la mar trepó los ríos y se regó por los campos. Ahí cada uno salió por su lado. Yo crucé medio nadando medio caminando, un trillo y una zanja, y como el agua seguía subiendo, me abracé a una mata de toronjas. ¿Dónde estaban los demás? No sé. Y entre cansancio y sueño, me quedé como que dormido, abrazado a la mata aquella. Y dormido todavía, oigo una voz como de lamento. Contesté y fui por el camino de la voz hasta donde estaba el vecino de nosotros, en una mata de mangos, al lado de la casa de los americanos. Llamaba a los japoneses perdidos enseñándoles el rumbo. Yo fui el último en llegar. Nadie se había perdido. Pero todos teníamos un frííío. Ni fósforos había para hacer comida. En los bajíos, como el lugar de nosotros, toda la siembra se perdió y pasó como un mes antes que llegara un barco con comida para nosotros, y consiguiéramos semillas para volver a sembrar.

 

Ya cuando eso había como 35 ó 45 japoneses más. En las tierras de por aquí no había melón, ni zanahoria, ni tomate. Bueno, había de todo, pero venía de Miami, envuelto en papelitos encerados, y como el 90% de la tierra era de los americanos… Empezamos a sembrar, y a mí Yamanashi me dio un lugar en Columbia, una finquita de 20 acres, de los cuales sembré tres y todo se vendió. Además, por 400 pesos me dio un arado, dos carretas, tres o cuatro guatacas y un caballo. Yo empecé con buena suerte. Cuando pagaban cinco dólares por una caja de ají, era muy buen precio. Sin embargo, en 1928 el norte vino muy frío y New York pagaba hasta quince por caja. Entonces empecé a sembrar melón también. Al principio, cuando le brindábamos melón a los cubanos, huían porque les parecía sangre. Era el melón Tom Whatson, muy muy rojo. Hasta que empezaron a probar y qué rico, dame otro pedazo, y al final casi tengo que poner guardia para que no me comieran los melones. Melón de agua y pepino. Mucha gente se hizo de dinero con el pepino. Si vas a Gerona verás muchas casas grandes. Son casa de pepino. Aquí llegamos a coger melones de 100 libras. Para eso hace falta buena semilla. Los de ahora llegan, algunos, hasta 70 libras.

 

Como ya andaba más desahogado, quería casarme en Japón. Tenía un amigo que se llamaba Fuyo. Y como yo no quería moverme de aquí, Fuyo me dijo: Cásate con mi hermana. Y sin saber ni cómo era, mandamos cartas a mi familia y al papá de Fuyo, para que mi papá me buscara a la muchacha, y los de ella conocieran a los míos, que así se hacía entonces, y los hijos callados, sin saber nada. Ella era de Kagoshima, con una provincia por el medio, la de Kumamoto. Ya nos habíamos casado por papeles y nunca nos habíamos visto. Nos mandamos fotos, eso sí. La familia hizo acuerdo y la mandaron sola para Panamá. Yo fui a buscarla. Allí le vi la carita por primera vez. Estaba al pie del barco, sin moverse. Desde ese día estamos juntos Kesano y yo: agosto 30 de 1929. Ya el año que viene cumplimos las bodas de... Bueno, ya hace nueve años cumplimos las bodas de oro, ¿no? Cincuenta años.

 

Después de verle la carita allá en Panamá, compré una máquina de coser Singer y salimos rápido para acá. Cuando eso, ya yo andaba por una finca en La Fe, no muy buena, y por eso en 1930 vine para aquí, y de esta finca no me he movido desde hace más de 60 años. En el 31 nos nació el primer hijo y, después, uno más o menos cada dos años. Doce en total. A uno me lo mató un rayo a los veinticuatro años. Quedan Miguel (Akio), Fulgencio (Kasuko), José (Hashuo), María (Fumiko), Severino (Osam), el sexto fue el que se me murió, la séptima es Beba (Nieko), Franco (Siguelo), Isal (Maruko), César (Shigueo), Jorge (Toishi) y Ángel, el último, que no tiene nombre en japonés. De los once vivos quedan diez en Cuba, porque una de las hijas se casó con un esposo que le vino de Japón; pasó diez años en Cuba y se fue para allá, porque a él no le gustó el socialismo. Dicen que ahora es rico. Qué cabeza para guardar dinero. Lo que no le gustaba era el trabajo del campo.

 

Tú verás el domingo, que es día de las madres. A Kesano le llegan diez o quince cajas de cake. El día de los padres, no. Dos o tres cajas. Papá vale poco.

 

¿Los años 30? Fueron muy malos. Había buena siembra, pero no se vendía, menos los años de sequía, cuando todo iba mal. Los precios subían, pero no había cosecha. Diez años seguidos así, casi sin vender. Pidiendo prestado, volviendo a pedir prestado. Hasta en 13.000 pesos estuve empeñado. Y 13.000 eran muchos pesos para un pobre. Suerte que yo nunca he tomado ni he sido mujeriego (para mujer, nada más que la de la casa). Mario, un chino, me prestó durante diez años. Sí, para que tú veas, allá los chinos y los japoneses no se llevan bien. Pero aquí, con el paso del tiempo, no hay chinos ni japoneses ni árabes ni judíos. Todos somos cubanos. Y casi todas las bodegas, tintorerías, las fondas, eran de chinos. Y yo ni un centavo tenía, y seis muchachos entre uno y doce años. Fue muy difícil. Ya yo andaba buscando cuántos gajos de mango me harían falta para ahorcarme junto con toda mi familia, cuando el 11 de febrero de 1942 estalló la guerra. Los niños estaban comiendo boniatos del que se le tira a los cochinos, y nosotros, hojas de boniato sancochadas con sal. El melón bueno se pudría en el campo, porque el melón maduro no espera, y había que regalarlo. No compraban el tomate porque las plazas estaban llenas. Si quería mandarlo a La Habana, tenía que pagar el flete por anticipado, y con qué. Diez años sin vender. Y Kesano, mi mujer, cargada de niños y guataqueando. Día y noche. A veces, cuando cortaba una mata de ají en la oscuridad, ella lloraba. Pero todo el mundo decía: Harada trabaja. Préstale, el pobre. Un día ganará.

 

Por eso yo estoy muy agradecido a los cubanos, ricos y pobres, que siempre me ayudaron. Por eso, cuando empezó este gobierno, yo miré extrañado, pero luego vi los precios fijos. Oiga, qué bueno eso. Antes no. Había poca mercancía y los precios altos, o al revés. Y este gobierno vino comprando todo lo que hubiera. Y todo lo recibían. En 1965 gané mucho dinero, y así fui casa por casa pagándole a cada uno lo que le debía. Aunque algunos ya pensaban que me iba a morir debiendo. Qué bien dormí esa noche.

 

Pero, bueno, para seguirte el orden; en febrero de 1943 fue cuando se aparecieron cinco soldados y me dijeron: Harada, tienes que ir con nosotros a la cárcel. Lo sentimos mucho, es una orden. Y ahí me llevaron al presidio, a un campo de concentración para japoneses, por aquello de que Cuba estaba en guerra con Japón y eso. Figúrate, no podía darles comida a los muchachos. Tuve que ir. Pero el pueblo sabe mucho. Los que me habían prestado tanto, los cansados de prestar, cuando me llevaron vinieron a ver a la señora: ¿Quiere sembrar algo? ¿Necesita semilla, abono? Tenemos hasta comprador para la cosecha. Diez días después le trajeron semilla, un poquito de abono, medicina. Ella sembró todo esto. Ya sabía cómo hacer los camellones, los pasos entre las semillas, los días de poner el abono, la medicina. Y cuando ya las plantas tenían el tamaño bueno, vinieron de Gerona a buscarlo todo. Ella y los muchachos, con un caballo, sacaron los melones hasta el camión, pero el camión se demoró y pasaron tres o cuatro noches, con lámparas, hasta los niños durmiendo al lado de los melones para que no se los llevaran.

 

La señora vivió de su inteligencia y su trabajo veinte veces mejor que yo. Un negociante compró todo y quedó dinero hasta para comprar tela y hacer ropa para los muchachos, y una muda para mí. Y lo mismo con los pepinos. Es chiquita, pero trabaja. Trabaja mucho. Hasta ahora, a sus 77 años, no hay quien se le ponga al lado guataqueando, sembrando. Yo me salvé. No le vi la carita antes de casarme, pero me salvé de todas maneras. Ella llegó el 30 de agosto de 1929, descansó un día y al otro se fue conmigo a limpiar la finca, a cortar palos con el hacha. Muy valiente esta mujer. Y más esos tres años que estuve preso, hasta diciembre de 1945. La comida era mala y poca, pero después que salí del campo y comencé a ver lo que estaba pasando por el mundo, me dije: era mala y poca, pero era.

 

Trescientos cincuenta japoneses presos, todos mayores de veinte años, porque a los menores los dejaban en sus lugares. Venían de toda Cuba. Pero eso fue cosa de aquel gobierno, porque la guerra era allá, pero nosotros aquí hubiéramos seguido sembrando. En algunas fincas que se quedaron vacías, el gobierno puso cuidadores. Y algunos después no querían irse. Hasta incendiaron dos casas.

 

Entre el 45 y el 46 hubo buena cosecha. La finca había estado tres años produciendo poco. El mercado estaba vacío y el pepino en alza. Fíjate que los embarques subieron a 2.000, 5.000 pesos cada uno. Y ahí es cuando yo le recordaba a la gente lo que les había repetido: Sigan sembrando. No lo dejen. La mala suerte viene, pero la buena también. Hay que aguantar, hay que repetir. La buena suerte siempre viene antes que la muerte.

 

Entre el 52 y 59, la Isla fue zona franca para los negociantes y para los norteamericanos, pero a nosotros eso no nos benefició nada. Hubo algunos, como un hermano del médico Ramírez Corría, que empezó a comprar y comprar tierras. Y yo entre el 51 y el 52 aproveché para comprar esta tierra mía, no nos fueran a botar después de veinte años trabajando aquí. Hasta 16 caballerías, que era lo que yo tenía en 1959. No, con la primera Reforma Agraria no, pero con la segunda, como el límite era de cinco caballerías, vinieron los interventores. Entonces fui a hablar con Crespo, el que era como el Manresa de ahora. Sí, el que fue después el primer embajador de Cuba en Japón y allí en su oficina le dije: yo tengo 16 caballerías, pero la mayor parte no es buena tierra, no sirve nada más que para potrero. La siembra hay que hacerla pedacito a pedacito. Ellos consultaron y me dijeron: Vaya para su casa. Su finca se queda así. Me dejaron las once caballerías restantes. El secretario luego vino, y como yo tenía propiedad, me dijo: esto es tuyo. Usted, Harada, siga como hasta ahora.

 

Fidel vino en 1961. Lo miró todo. Vino para comer melón. No estaba de cortar, pero alguno lo había maduro. Otra vez vino por aquí cerca y le llevamos unos melones al muelle, donde tenía una lancha, y otra vez vino y habló con la mujer... Sí, ese barrilito de cerveza y esas botellas las envió él y nos las bebimos con los demás japoneses de la comunidad. Porque tú sabes que no soy yo solo. Aquí hay varias familias: está la familia Tukunaga, Kubo, Mirato, la familia Shuco, sí, como una colonia, pero no.

 

No es que yo sea cónsul. Los cubanos son muy habladores y dicen cosas. Yo hace doce años que no trabajo por lo de la piedras en los riñones. Ayudo aquí a todas las familias japonesas de la Isla, porque ellos sí trabajan, hago algunas gestiones, firmo a veces papeles en lugar del embajador, buscaba allá en La Habana a los muchachos becados. A veces recorría tres o cuatro escuelas secundarias. Y todavía hoy, de hombres, cuando me ven por ahí me saludan: Hola, papá, abuelo. Pero, qué va, yo soy analfabeto. Los que sí son famosos son los melones. Fíjate que hasta Oriente caminé y la gente me decía: ¿Usted no es Harada, el de los melones?

 

¿Ah, eso? Me lo enviaron de la escuela Tashiro. Sí, en 1969 yo me operé de cataratas, pero no quedé bien, y el hermano de mi señora me invitó a Japón y mandó el pasaje de ida para que me volviera a operar. Me curé y estuve allá más de diez meses. Después, para regresar, Fidel me regaló el pasaje, las medicinas, los espejuelos, todo me lo regaló él. Y fue en ese viaje cuando visité la escuela Tashiro. Hablé mucho sobre Cuba a los niños. Les expliqué que los majás aquí eran muy grandes, y que había peces de cien libras. Pensaban que yo estaba exagerando, entonces les mandé una caja con una piel de majá, otra de cocodrilo, un carapacho de carey, un huevo de cocodrilo vacío, un alacrán, el anzuelo grande con que se pescan los tiburones y como mil sellos cubanos. Cuando regresé a la escuela esa en 1982, todo estaba puesto en unas vitrinas muy bonitas. Mis hijos y yo formamos una cooperativa aquí en la finca. Anapistas somos cinco, pero trabajan mi esposa, los dos hijos mayores, y un viejo inmigrado que no tenía familia, Datsuo Wakafoji, aunque ya no ve bien y trabaja unas veces sí y otras no. Sí, las 16 caballerías.

 

La granja, con 250 personas, no produce nunca como yo, aún cuando los años sean como estos últimos con la seca. Se trabaja bien, con todo y que los muchachos se roban la fruta. Yo sí no vendo nada. Todo para Acopio, y el autoconsumo para la casa.

 

No, yo soy japonés, pero esta isla es el mejor lugar para vivir. Allá me decían: Si en cinco o diez años no haces dinero, regresa. Yo no hice mucho dinero, pero no regresé. Y ya llevo 68 años. Clima bueno, gente buena. Ya se sabe que en ningún lugar es como en Cuba. Aquí estoy esperando para morirme, e ir para arriba arriba, pero para el cielo de Cuba. Aquí llegué en 1925 con $3.60, y ahora tengo mujer, once hijos, veintiséis nietos y cinco bisnietos. Más de cincuenta en la familia. Y todos son cubanos.

 

1988



Fraude, ¿académico?

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A 280 estudiantes entrevistados se les formuló la
siguiente pregunta: ¿Alguno de ustedes no ha cometido nunca
fraude durante su vida estudiantil? Los 280
admitieron haber cometido fraude alguna vez. No hubo una
sola excepción. Pero ¿es el fraude académico sólo fraude
académico?
El robo es tan viejo como la propiedad privada y el fraude académico es tan viejo como la enseñanza, pero siempre existió una relación de contrarios entre el poseedor de bienes y el ladrón, entre el maestro que pretende comprobar los conocimientos adquiridos y el alumno que pretende demostrar conocimientos no adquiridos. ¿Qué ocurre cuando esta situación se altera?
Reflexionemos sobre algunos hechos ocurridos en nuestra educación entre 1971 y1985.
Métodos tradicionales
Un alumno mira disimuladamente hacia la prueba de otro, extrae un chivo, comprueba por el libro, o la muchacha de más allá revisa con cuidado sus muslos tatuados de fórmulas. Son métodos tradicionales del fraude académico que no es, como frecuentemente se dice, un rezago del pasado, sino un fenómeno negativo que tiene, en nuestra sociedad,
Causas objetivas
Muchos aún recuerdan la anécdota de aquel profesor que en el capitalismo se refería a un alumno que cometía fraude: “Para qué lo voy a suspender. A ese lo suspende la vida.” Efectivamente, si el alumno procedía de una familia sin dinero o influencias, la vida lo suspendería indefectiblemente. En ningún negocio o empresa el dueño lo contrataría sólo por el título, si sus conocimientos no reportaran ganancias. Y si procedía de una familia pudiente, el título sería mero adorno. Su futuro estaba garantizado. En nuestro país, en cambio, se asegura empleo a todos los graduados de especialidades medias y superiores y, por otra parte, el índice académico es fundamental para optar por una carrera universitaria. Por tanto, el sistema compulsa al estudiante a luchar, más que por los conocimientos, por la nota o el título. Puede que, al final, la vida lo suspenda, pero muy a largo plazo. Mientras, pueden obtener promedio y título, trabajo y salario. He ahí las causas objetivas. Sin embargo, este fraude tradicional es el menos bochornoso. Grave fue que la práctica del fraude contó con la participación activa de parte del personal docente que fumaba mirando por las ventanas, salía del aula, copiaba las respuestas en la pizarra, las dictaba, ofrecía repasos, cuestionario en mano, el día antes, para que al siguiente sea ese mismo cuestionario (qué casualidad) el que se examinara. O vigilaba en la puerta mientras un alumno aventajado respondía el examen a sus compañeros. En tales casos no hacía falta emplear los métodos tradicionales, porque ya la ejecución de la prueba era un fraude.
Se llegó a casos extremos, como el que nos narró Víctor Campanioni, estudiante de Matemática: “En el curso83 84 en el pre Juan Manuel Márquez de Güira de Melena, las respuestas a la prueba de Física 12 grado, que habían sido enviadas por la nación, las dieron los profesores por el audio de la escuela”. Idéntica información nos fue suministrada independientemente por una estudiante de Microbiología.
¿Por qué?
Para buscar el por qué de esta anómala situación, hagamos un poco de historia.
Desde 1962 a 1971, la promoción se elevó a razón de 0,6% anual en Secundaria Básica, lo cual es lógico si consideramos el aumento en el nivel de vida de la población, el acceso de todos a la enseñanza, las mejoras en los índices de retención, el aumento de la calificación profesoral, de los recursos destinados a la enseñanza y el perfeccionamiento de los planes y programas. Hasta ese momento, la masividad sin precedentes en primaria no había provocado incrementos espectaculares en la promoción, pero sí en la calidad de la preparación de los estudiantes. ¿Qué ocurrió entre 1971 y 1975? En lugar del modesto 0,6% anual, durante este lapso la promoción se elevó once veces más, es decir, 6,9% anual. Si esto hubiera sido un producto lógico de la atención prestada a la educación en los años precedentes, ¿por qué ocurrió precisamente en la enseñanza secundaria y no en la primaria, a la que se había concedido hasta ese momento mayor atención por razones obvias? ¿Por qué el fenómeno se inicia precisamente en las ESBEC, escuelas experimentales y donde una gran parte del profesorado eran estudiantes sin experiencia profesional? ¿Por qué precisamente en ese momento? Sólo entre los cursos 70 71 y 71 72, la promoción se eleva en secundaria un 13%. Si consideramos exclusivamente las ESBEC, su promoción en el curso 72 73 es 31,4% mayor que dos años antes. En el curso 74 75 ya la promoción de los IPUEC supera a la promoción de las ESBEC. Paulatinamente, la promoción de las secundarias y pre urbanos va alcanzando a la de sus homólogos rurales. Aunque la más espectacular es la promoción alcanzada por los institutos pedagógicos en 1976: 99,8%.
Síndrome triunfal
Cuando se crearon las primeras ESBEC, con la aplicación del principio de estudio trabajo, apareció lo que nosotros llamamos “síndrome triunfal”, es decir, la necesidad de demostrar que el nuevo enfoque era sustancialmente superior al anterior, y de ahí que los estudiantes no sólo recibieran una educación más integral, sino que en el plano estrictamente docente debían (tenían que) obtener mejores resultados.
Posteriormente, el síndrome contaminó a todo el sistema, cuya efectividad se quiso demostrar a toda costa, dado que las demostraciones cuantitativas parecen más convincentes que las cualitativas. Queda perfectamente demostrado que fue durante esos años cuando se produjeron los mayores incrementos en la promoción. ¿Cómo se obtuvieron esos resultados?
Exigencia
Mayda (ISRI): El problema viene de que los directores le exigen a los profesores, porque a ellos les exigen los metodólogos, los directores municipales, y a ellos, los provinciales, y de ahí para arriba. Exigen cantidad, no calidad, y esto propicia el fraude.
Es decir, una cadena de exigencias a todas las instancias y que culminaba en el profesor. ¿Cómo se desarrollaba en la práctica? Veamos el desarrollo de esta “batalla por la promoción”.
¿Emulación o competencia?
En teoría, la emulación en el socialismo debe ser noble contienda por alcanzar mejores resultados, mientras la competencia capitalista sólo pondera los fines sin importarle los medios. ¿De qué medios se valió en realidad la emulación para alcanzar fines tan extraordinarios?
Aún en el Reglamento de Emulación de 1979 (el más antiguo del que posee copia el SINTEC. Los de la primera parte de la década del 70 ya no existen), se incluyen como índices:
1.1 Compromiso de promoción (cualitativo y cuantitativo)
(El compromiso será dirigido a obtener resultados satisfactorios encaminados a superar los obtenidos en cursos anteriores)
Es decir, para cumplir se hacía necesario superar los resultados anteriores, aún cuando estos fueran de un 99%. Así aparecieron decenas de centros 100%, una promoción increíble y que violaba los principios estadísticos más elementales.
A partir del curso 82 83 se hace hincapié en un “máximo de promoción con el máximo de calidad”. En 1974, Fidel alerta sobre la necesidad de elevar la calidad en la educación, y en 1978, José Ramón Fernández, ministro de Educación, enuncia que “Jamás trabajaremos por índices de promoción para reflejar una supuesta calidad de la educación”, pero lo cierto es que ya se habían establecido mecanismos de presión material y moral mediante las evaluaciones al personal docente y la emulación. Los resultados se medían por la promoción y de ellos dependían tanto la evaluación de un profesor como la de un cuadro a cualquier nivel. Promover. Promover cada vez más, pero
¿Cómo?
Se llegó a la tácita aplicación de que no hay método malo si los resultados son buenos (aunque nunca se formulara explícitamente de esa manera). Y, claro, profesor que promueve=profesor bueno / profesor que no promueve=profesor malo. Así de simple.
Kenya (Matemática): En la escuela Amistad Cuba Canadá, de Quivicán, no había fraude. Allí cambiaban al director por meses. Los estudiantes eran buenos, los mejores expedientes de cada secundaria, y los profesores también. Cuando la disolvieron (supongo que sería por la baja promoción) le echaron la culpa a los profesores y el director provincial dijo que en las otras escuelas para donde nos enviaban íbamos a aprobar, porque allí sí había buena promoción.
Maribel (ISA): En el pre de Lagunillas, en Cienfuegos, se dio a conocer una prueba de Matemáticas el día antes. La dio a conocer el propio profesor, que como casi no había dado clases, no podía asegurar la promoción.
Marlen (Vocacional Lenin): En mi escuela, la Raúl Suárez Martínez, de Boyeros, el director era exigente, pero todos los profesores copiaban las respuestas en la pizarra, o los más filtros hacían las pruebas completas y las copiaban en la pizarra mientras el profesor vigilaba.
Isabel (Matemática): Muchos profesores entraban antes de la prueba y decían: “No copien nada”. Y ahí mismo daban un repaso que era la prueba.
Dairis (estudiante de preuniversitario): Y está el caso del profesor que viene con la prueba y dice: Yo le voy a dar lectura a todas las respuestas. Ustedes tomen la idea central. Pero además, yo digo que es fraude poner una pregunta escrita fácil, para que todo el mundo apruebe, para asegurar promoción.
O calificar, como me comentó un profesor amigo, goma en mano, para enmendar errores y elevar promoción. O cambiar a última hora las claves de la prueba, de modo que valgan más las preguntas que un mayor número de estudiantes han respondido bien. O llamar al estudiante suspenso para que después de la prueba reconsidere sus respuestas y así apruebe. Y ese es el fraude más grave: el fraude institucionalizado, el fraude como sistema, que se hizo práctica habitual en la educación.
Los improvisados
A esto contribuía en cierta medida la existencia de numerosos maestros que ingresaron por coerción en los institutos pedagógicos, sin vocación ni conciencia de maestros y que carecían de la formación vocacional y ética que deben caracterizar a un educador.
¿Quién cuida hoy?
Amalio (ISRI): En el pre se sabe quién cuida cada prueba y si deja o no copiar. Oye, va a cuidar fulano. Hay que estudiar. A otros no les interesa.
Gladis (Matemática): Una vez cambiaron de improviso a uno suave por otro tenso y suspendieron como a diez.
Nunca fueron todos. Siempre hubo maestros que se negaron a las prácticas en uso, aunque todos los engranajes del sistema estuvieran dispuestos no a fomentar la actitud de estos maestros, sino la de aquellos que obtenían 100% sin importar los medios.
En el campo
Karina (ISPE): En el campo se da más el fraude que en la calle. Se roban las pruebas y eso.
Varios estudiantes coincidieron en referir las escuelas en el campo como aquellas donde más fraude se comete. Nadie podría afirmarlo absolutamente, aunque hay varios factores que podrían apoyar este criterio:
1. Fue en ellas donde comenzó la carrera por la promoción.
2. La masa profesoral es más joven y compuesta en buena proporción por los egresados de los Pedagógicos de que hablábamos anteriormente.
3. Todavía hoy presentan promociones sustancialmente superiores a las de sus homólogos urbanos.
Venta de pruebas
Se han hecho públicos los procedimientos mediante los cuales, en un preuniversitario de la capital, se vendían las pruebas. Sucesos similares han ocurrido en otros centros docentes. Sin embargo, no es esa la tónica general del fraude. Si un estudiante recibe las respuestas o se le da un repaso de la prueba el día antes, ¿qué necesidad tendría de comprarla? Esto ocurre quizás en lugares donde se vela con mayor rigor por la moralidad del proceso educativo y donde profesores acomodados (hasta un nivel delincuencial) y alumnos habituados a un sistema de facilismos son capaces de acudir a cualquier expediente para obtener resultados sin esfuerzo.
Leyes e interpretaciones
Se han dictado resoluciones contra el fraude, se han establecido sanciones; pero ¿realmente contribuían el sistema emulativo y el promocionismo a sorprender un fraude?
Ante todo, eso traía como consecuencia que la escuela perdiera la condición de libre de fraude. Por tanto, descubrir un fraude iba en detrimento de la emulación. Más tarde era la condición de vanguardia la que se afectaba.
Nosotros investigamos un caso en el IPU Raúl Cepero Bonilla, vanguardia provincial. Una muchacha había sido sorprendida durante la prueba de Biología doce grado (curso 83 84) con los muslos tatuados de fórmulas. La profesora, intransigente, la llevó a la dirección. El consejo entendió que se trataba de una intención fraudulenta. Dado que la resolución ministerial No. 244/80 permite esas sutilezas legales, se envió a la alumna a su casa, se le anuló la prueba y la aprobó en extraordinario. Actualmente, estudia en el Instituto Superior Pedagógico.
Asunto concluido: La escuela no perdió su condición de vanguardia y la alumna se graduará próximamente de educadora. Una solución salomónica (nadie se vio afectado), salvo por un detalle: ¿Y los principios ideológicos y morales que rigen nuestra sociedad?
Repudio al que repudia
En cierto momento, se hacían mítines de repudio a los estudiantes sorprendidos en fraude. Pero lo más terrible era que quienes más gritaban eran precisamente aquellos a los que aún no habían sorprendido. Es, si no peor, cuando menos más hipócrita que lo que ocurría en otros lugares.
En la escuela República Popular de Corea un estudiante denunció a otro por cometer fraude. El fraudulento fue expulsado (matriculó en otro centro). El que lo denunció fue obligado por sus compañeros a dormir en la azotea durante varios días hasta que pidió su baja.
En el curso 79 80, en la ESBEC República Popular de Polonia, una estudiante elevó una carta denunciando el fraude que se cometía en la escuela. En lugar de investigar, la dirección provincial encomendó esa tarea al director de la escuela, que paró a la muchacha en el matutino y la hizo retractarse públicamente. El combate contra el fraude ha sido más de forma que de fondo y no es raro, dado el carácter institucional que adquirió el fenómeno en un momento, que hubiera cierto desinterés por eliminar definitivamente todas las manifestaciones de fraude.
Dairis (estudiante de preuniversitario): Si yo soy un estudiante normal y me quita el examen uno que comete fraude igual que yo, a ese lo acuso de descarado. A lo mejor se quiere anotar puntos porque le están haciendo el proceso para la Juventud o algo por el estilo. Si un estudiante tiene moral, no hay rechazo. Claro, se ve como algo excepcional, porque son muy pocos los casos que hay.
Demostración
¿Qué ocurrió durante las evaluaciones finales del curso 85 86? Se han dado numerosas causas para explicar un descenso de 13,5% en los índices de promoción. Nos llamó la atención una que leímos en la prensa: “Los muchachos se sintieron muy solos durante la prueba”. ¿Es que acaso la evaluación no es un asunto personal que el alumno debe resolver solo? Claro, como no era eso lo que ocurría anteriormente, al eliminarse radical y súbitamente la “ayuda”, es decir, el fraude institucionalizado, el estudiante se sintió solo (y perdido). Bastó cambiar a los profesores —en algunas escuelas llegaron al extremo de encerrarlos en locales con llave— y velar por la moralidad del proceso evaluativo, para que el agua cogiera su nivel. Por lo demás, las pruebas no fueron sustancialmente distintas a las de años anteriores, y el trabajo de los docentes no pudo ser en casi todo el país peor que el de los cursos precedentes.
Entonces,
¿la culpa la tienen los maestros?
Se ha hablado quizás demasiado de la culpabilidad de los maestros. Ahora bien, en esto no puede haber un único culpable. Hay una cadena de culpabilidades que arranca de los funcionarios a todos los niveles y concluye en los alumnos, y el orden de culpabilidad y responsabilidad es descendente. El alumno es el menos culpable, dado que los niños no nacen formados, y si adquieren hábitos socialmente negativos hay que buscar en quienes los forman (no sólo padres y maestros, sino la sociedad en su conjunto) la fuente de esas conductas.
Orestes (ISRI): No es que los muchachos vengan malos. Es un problema de formación. Y la escuela no es un centro de promoción, sino de formación. Es una inmoralidad.
Lo cual no exime de responsabilidad a los alumnos que admitieron y disfrutaron las comodidades de este fraude institucionalizado.
El maestro fue el instrumento mediante el cual se llevaba a la práctica el sistema promocionista, bien fuera compulsado, o gracias a una actitud sumisa a las directivas de las instancias superiores, o por efecto de medidas que en ocasiones llegaron a la separación del puesto de trabajo. O, simplemente, por comodidad, dado que un alumno cuya prueba será respondida no necesita recibir sólidos conocimientos y, por tanto, sólidas clases (que se veía eximido de dar). De ahí hacia arriba corresponde una cuota ascendente de responsabilidad, desde el director de la escuela hasta las más altas instancias del MINED, el SINTEC y quienes tenían la responsabilidad de velar por el adecuado proceso de educar a los jóvenes. Los funcionarios a todos los niveles exigían promoción a sus subordinados y, en el mejor de los casos, se volvían de espaldas para no saber los modus operandi mediante los cuales se obtenían esas promociones. Conocemos numerosos casos concretos de directores provinciales, municipales y de escuelas que se hacían eco de esa situación. Si solicitáramos a nuestros lectores referencias concretas, estamos seguros de que obtendríamos muchas más. Pudieran decir que no sabían lo que estaba ocurriendo, en cuyo caso le recordaríamos una frase de José Martí:
Gobernar es prever.
No saber lo que ocurre es un lujo que no se puede permitir quien dirige. Pero no sólo son responsables de esta situación los directamente relacionados con el proceso educativo, sino también los padres, los medios masivos de difusión y la sociedad en su conjunto.
Dairis: Nosotros vemos que las personas mayores son las primeras que están haciendo fraude en las aulas para alcanzar el noveno grado. ¿Qué podemos esperar de un niño cuyo padre comenta con la madre que se vio necesitado de cometer fraude porque a lo mejor su capacidad no es suficiente?
Oscar (ISRI): Los fraudes que se sacan en las revistas y otros no reflejan la realidad, como el caso del fotocuento del fraude que apareció en Somos Jóvenes.
Patricia (ISRI): En Nuestros hijos pusieron una cosa sobre el fraude: a un niño le dejaban de hablar porque había cometido fraude. Eso es mentira, y eso es lo que muestran a los padres.
Niurka (ISRI): El primer enemigo del socialismo es el formalismo, y eso ocurre en los medios de difusión y en la educación.
¿Es que acaso alguien podría ignorar que algo raro estaba ocurriendo?
Entonces no leía los periódicos, que en la década del 70 reportaban decenas de escuelas con 100% de promoción, e incluso el caso de la Carlos Liebknecht, que hizo dos cursos seguidos con el 100%, y en el curso 71 72 sólo un muchacho con una asignatura asistió a extraordinario. El aire del campo no produce mutaciones instantáneas en las neuronas y eso lo sabe cualquiera sin ser especialista en educación.
Fraude, ¿académico?
Fraude m. (lat. fraus, fraudis). Engaño, acto de mala fe, cometer un fraude (Nuevo Pequeño Larousse Ilustrado, p. 455)
A falta del diccionario de la Real Academia, damos por buena esta pequeña definición ilustrada. No es sólo fraude lo que hemos citado arriba. Es fraude también (y peor) el sistema promocionista que compulsaba al profesor, a todos los funcionarios del sistema educacional, a fomentar, practicar, permitir, o cuando menos “ignorar” el fraude masivo y generalizado.
Es fraude vanagloriarse de cifras que no son fiel reflejo de la calidad alcanzada, el fraude “ignorar” todo esto en nuestros medios de difusión y sustituirlo por loas triunfalistas e idílicas. Es fraude el sistema de inspecciones avisadas que permite al director de una ESBEC aleccionar a sus alumnos:
“Cuando venga la visita y yo pregunte, me levanta todo el mundo la mano: el que sepa, me levanta la derecha, y el que no sepa, me levanta la izquierda”
Es fraude también el certificado médico “por razones siquiátricas” que consigue el estudiante universitario cuando desea evadir su separación por insuficiencia académica. Y no porque dudemos del equilibrio mental de algunos estudiantes, sino porque es imposible que el 50% de los estudiantes enfermos en el curso 84 85 tuvieran problemas de los nervios.
Y todo esto es reflejo de un fraude mayor, un fraude que tiene lugar en la vida cotidiana, no sólo cuando el adulto copia de otro para alcanzar el sexto o el noveno grado, y no puede, por tanto, ser ejemplo para sus hijos, sino también cuando ese adulto disfruta ilegalmente bienes del Estado, o cuando cumple sus planes formalmente, sin calidad, o cuando aprovecha su posición para lucrar, obtener prebendas y erigirse en tiranuelo de bolsillo a costa de Liborio y en nombre de la Revolución que invoca constantemente. Todo esto es fraude, como lo es reportar en cualquier actividad cumplimientos que no se han cumplido. Y es fraude que ven los jóvenes y adolescentes, que no viven sumergidos en una cápsula de cristal, porque educación es más que instrucción, y es más difícil formar que promover.
Vale recordar las palabras de José Ramón Fernández, ministro de Educación, en 1978:“Sin lugar a dudas, todo el que cometa un fraude, lo promueva o lo silencie demuestra tener graves dificultades ideológicas”.
“¿Fraude académico?”; en: Somos Jóvenes, n.º 93 94, La Habana, septiembre, 1987.



El Caso Sandra

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Un panadero se levanta muy de madrugada para hacer el pan
nuestro de cada día. Cada pan lleva la huella de su
cansancio. Una muchacha se levanta al mediodía, y al
atardecer sale en busca de un turista a quien venderse por
billetes con rostros de patriotas desconocidos. A eso
se llama en el argot “hacer el pan”. Es muy distinto el sabor
de ambos panes.

Sandra conoció a su padre a los once años. En ese momento, el que hasta entonces había sido un desconocido, se convirtió en un extraño. Aunque ella era la mayor de cinco hermanas, había pasado la mitad de su vida con una tía solitaria que le inculcó su filosofía de la autodefensa: “Aunque sea un varón. Si te da, coges un palo y se lo rompes en la cabeza. Para que te respeten, primero tienes que enseñar que tú sí no eres pan suave. Mira a tu madre: quince años con ese hombre, esperándolo (así sean tres meses o tres años) y lavándole los calzoncillos cuando regresa. Por eso yo vivo sola. A mí nadie me mangonea. Apréndete eso”.
Durante once años, Sandra vivió por temporadas con su madre, que no la dejaba salir a jugar, y menos juntarse con varones, porque el lugar de las mujeres es la casa y, además, tú tienes que ayudarme. Desde los siete lavaba los pañales de los más chiquitos y a los nueve aprendió a cocinarles el almuerzo cuando volvía de la escuela, porque la madre empezó a trabajar y no podía atenderlos. Cuando se barruntaba un regreso del padre, ella sabía que su sitio en la cama matrimonial sería ocupado, y que no quedaba ni más espacio ni más remedio que volver a la casa de su tía, en un pueblecito al oeste de la ciudad. Nadie se lo explicó. No hacía falta. A los once años, Sandra entendía demasiado y había cambiado nueve veces de escuela.
Sandra conoció a su padre gracias a que él fue amonestado en el núcleo del Partido por la falta de atención a sus hijos, y regresó a la casa más o menos definitivamente.
No la dejaban ir a la playa, a los cines por la tarde, a casa de las amigas, ni a las escuelas en el campo, para que pudiera atender a los más chiquitos y al padre cuando su mamá estaba enferma o trabajando. De los once a los quince años, Sandra se ocupó de todas las tareas domésticas, terminó el noveno grado y recibió unas cuantas palizas: por llegar tarde, por pedir dinero en la calle, por robar en una tienda, por ir a una fiesta sin permiso, por escaparse de la escuela para dedicarse en la biblioteca municipal a leer libros que muchas veces no entendía, o ver hasta tres veces seguidas la misma película, porque era capaz de transportarse al país del libro o al país del cine, donde no había que lidiar con la casa y las personas eran más comprensivas;. La segunda vez que robó, los padres no se enteraron. El policía que la detuvo dio varias vueltas por la ciudad con ella, buscando su casa, hasta que llegaron a una secundaria. Sandra le dijo que ella estudiaba allí, y la directora logró que se la dejaran, con el compromiso de que no reincidiría. Cuando el policía se marchó, la directora llevó a Sandra hasta un parque cercano, y estuvieron conversando durante dos horas. Aunque no estudiaba en aquella secundaria y nunca había visto a aquella mujer, y quizás por eso, le contó todo lo que llevaba por dentro, y quizás por eso también rompió todas las barreras de autodefensa inculcadas por su tía, y lloró por primera vez desde que tenía memoria.
A los quince años, el padre la sorprendió en el hueco de la escalera haciendo el amor con su segundo novio. O, al menos, eso supuso. La botó de la casa, a pesar de que ella, por lo nerviosa y asustada, aún era virgen. La segunda hermana ya tenía edad para hacerse cargo de la casa.
Sandra empezó a trabajar en un plan agrícola donde le daban albergue, comida y sueldo. Conoció a un hombre de 35 que la preñó cuando ella había recién cumplido los dieciséis.
El padre lo supo cuando ella ya había donado la sangre para su propio legrado, falsificando el nombre en la tarjeta de donante. Buscó al hombre y la esperó a la salida del hospital. De allí fueron directamente a la notaría. Sandra fue casada con el que todavía es (oficialmente) su marido, aunque nunca más lo ha vuelto a ver.
Regresó a casa de su tía y trabajó durante cierto tiempo en una fábrica. Conoció a Braulio, cuarentón, divorciado y subadministrador de una pequeña empresa. Durante el año que estuvo con él, Sandra cambió cinco o seis veces de trabajo hasta que él le consiguió en la empresa una plaza de cajera. Entre los dos falsificaban las firmas en las nóminas, aprovechando el pago a destajo, lo que les proporcionaba entre 400 y 500 pesos adicionales cada mes. Braulio era habitual del bar Venecia y a través de él Sandra aprendió a beber, a fumar (tabaco negro y marihuana) y conoció la existencia de la pornografía. Varias veces la incitó a establecer relaciones homosexuales con amigas que traía después de sus incursiones al Venecia. Durante ese año, Braulio pagó cien pesos a un vecino para que no lo acusara de mirahuecos. Conversaba mucho con Sandra sobre las cosas de la vida, y se interesaba por sus problemas. Ella comenzó a acostarse con otros hombres y salió embarazada. Aunque Braulio era estéril, le insistió en que se lo dejara. Estaba dispuesto a criarlo como si fuera de él. Sandra recogió sus cosas y se fue a vivir con el autor del embarazo. Se hizo su segundo legrado. Una semana o dos más tarde, el hombre la botó porque le faltaba un mes para casarse y tenía que arreglar la casa.
Entonces transcurrió un período que ella prefiere olvidar: comía a veces en casa de una amiga; otras, le prestaban dinero para la fonda. Se bañaba donde y cuando podía, y dormía en las funerarias o en las guaguas de recorrido largo —la 7, la 20, la 64—. Cinco o seis veces pernoctó en posadas con hombres ocasionales. Uno de ellos la dejó durmiendo y se fue sin pagar. Por la mañana, como no tenía dinero, accedió a acostarse con el posadero para que no llamara a la policía. Fue una de esas noches, en la funeraria de Infanta, cuando conoció a Teté, quien la invitó a su casa, le prestó ropa y le propuso que se quedara con ella el tiempo que quisiera. Durante una semana o dos, Teté fue tanteándola con mucha cautela, y el día que Sandra cumplió diecinueve, la invitó a un restaurant y le regaló un vestido. De regreso, bebieron hasta muy tarde y se acostaron juntas por primera vez.
Sandra empezó a frecuentar el parque de G y 23. Conoció a todas las amigas de Teté y se encargó de la casa mientras ella iba al trabajo. A veces se aburría de tanta soledad y se iba a pasear con alguna amiga reciente. Teté nunca le perdonó esas salidas y los altercados iban subiendo de tono a medida que transcurrían los días. Detenidas por escándalo público varias veces, después de una pelea especialmente violenta, Sandra fue encarcelada por lesiones. Pero Teté levantó la acusación antes que la procesaran y fue a esperarla a la salida de la estación con su brazo izquierdo enyesado.
En esos días, Sandra conoció a Adrián, un jinetero que controlaba a dos putas del puerto. Él le mostró las interioridades del ambiente. La adiestró en ligues de cabaret, cambio de dólares, frases claves para atraer clientes en varios idiomas, compra en tiendas INTUR “Easy free Shopping”, coartadas para evitar actas de advertencia, mercado negro y sistemas de soborno a los guardas de hoteles.
Cuando hubo aprendido lo suficiente, le dijo bien claro a Adrián que ella sería independiente, y él se conformó con ser su punto fijo de cambio.
Aunque empezó a contribuir con su dinero a los gastos de la casa y no abandonó sus relaciones con Teté, la situación allí se hizo cada vez más difícil, porque la otra no soportaba sus incursiones nocturnas, y mucho menos que se acostara con hombres.
Cada noche salía a “hacer el pan” entre el Anfiteatro y la Avenida de Paula. Marinos recién desembarcados eran conducidos a casa de Tomasa, que alquilaba los cuartos por diez o quince dólares la noche, a cuenta del cliente. Los lances rápidos eran resueltos en alguna posada cerca de la terminal de ferrocarriles. Ganancia neta: diez a veinte dólares por noche (de 50 a cien pesos según el cambio). En el Parque de los Mosquitos conoció a Zaida Telegrama. Llevaba más de diez años en el ambiente y había adquirido una enfermedad venérea y dos hijos de un griego. Le contó sus empezares buscando a un extranjero que se casara con ella y la sacara del país, que el griego le había prometido, pero hasta ahora, nada; que estaba hasta aquí de todo eso; que no fuera comemierda, que ella tenía juventud y clase; que se comprara buena ropa y se fuera a hacer el pan, sin apuro, en los hoteles de primera. Que estaba cansada, muy cansada.
Cuando Zaida se suicidó, a sus veintiocho años, Sandra dejó el puerto y reservó una semana en Cienfuegos con sus ahorros. Allí, sola, lejos de Teté, lejos de la ciudad, reconsideró los consejos de Zaida.
A su regreso, Adrián le prestó los doscientos dólares que necesitaba y la conectó con un funcionario de cierta embajada que hizo las compras en una tienda para extranjeros: dos pares de zapatos, vestidos, dos blue jeans, blusas, pulóveres, pantalones Pierre Balmain, accesorios y cosméticos.
Tuvo la pelea final con Teté y se mudó a casa de Caridad La China, que trabajaba en la zona de Coppelia con el marido. El buscaba los puntos, principalmente españoles y mexicanos, y la recogía cuando terminaba. A veces trabajaban juntos, cuando los clientes eran parejas o grupos donde hubiera mujeres, homosexuales o pornógrafos. En esos momentos no les escaseaba el pan, porque en los nuevos grupos de turistas siempre venía alguien que iba a verlos o los telefoneaba, recomendado por viejos clientes.
Le propusieron unirse a ellos, pero Sandra siempre prefirió trabajar sola.
Se levantaba cerca de las cuatro y a las seis, perfumada, bien vestida, amueblada, se encaminaba hacia algún hotel exclusivo para el turismo internacional. A veces un carpetero avisado (y pagado) le suministraba los teléfonos de las habitaciones donde extranjeros solos, presuntos clientes, recibirían minutos después su llamada dándole a entender que era un error, pero que si por casualidad el que hablaba no era el español interesante de las sienes canosas, y que ella lo había visto, y que cómo no, ella estaría en el lobby y... Otras veces se sentaba en el lobby o entraba al bar. Leía una revista o bebía con aire de aburrimiento, mientras estudiaba con cuidado a los posibles clientes. Los más abordables eran los latinoamericanos y, en especial, los mexicanos, que preferían las rubias, los españoles y otros euro occidentales, adictos a las negras; los norteamericanos (escasos), y los africanos, pero a esos les temía por las enfermedades. La experiencia (y las lecciones de Adrián) le aconsejaban hombres de mediana edad, porque los jóvenes frecuentemente no tienen dinero y, por lo general, son tacaños con las mujeres. Los mayores de 60 viajan casi siempre acompañados, o son dados a achacar a la mujer los resultados de su decrepitud sexual, son difíciles de conquistar, susceptibles, irritables, muy escépticos con las motivaciones de la mujer. Porque el quid de la operación está en que no parezca lo que es. El ofrecimiento debe ser muy discreto, y la demanda, muy lastimera, solapada por una deuda a medio pagar, o lo triste que es tener un vestido rojo sin zapatos que le hagan juego, o cualquier otra historia más o menos televisiva. Primero, después de seleccionado el hombre, pedir un cigarro, la hora, o entablar de otro modo la conversación: Cuba, las ofertas turísticas, los lugares más interesantes de la ciudad. Si el hombre invita a cenar o a un trago, entonces se entra en una fase más íntima, de oferta y demanda. Si el pago es en especias, pasan primero por la tienda, efectúan la compra y después Sandra sube a la habitación. Al principio, bastaban diez dólares en el bolsillo del ascensorista. Cierta vez, ya en la habitación, un policía le tocó a la puerta y le pidió que bajara. Lo hizo, pero bien colgada del brazo del turista. En la recepción, el ascensorista la señaló: “Sí, es ésta”. Entonces el propio extranjero le dijo al policía: “Dígale que le hable de los diez dólares que tiene en el bolsillo”. El ascensorista no se había preocuparlo por esconderlo. Y fue preso.
Si el pago era en dinero, se acordaba el precio, que oscilaba entre 40 y 100 dólares. No menos. No más. Dos hombres se negaron a alcanzar cuarenta. Perdió esas noches, porque, de aceptar, habría sentado un mal precedente. También le ocurrió encontrar clientes más sabios, que dejaban el pago para el final y después la amenazaban con la policía.
Tuvo varios altercados con guardas de hoteles. En dos ocasiones le quitaron la compra. Otras, bastó con un obsequio, y una vez se acostó con el guarda. Por lo general, cuando quemaba un lugar, iba a hacer el pan en otro, de modo que un mismo equipo de vigilancia no la tuviera demasiado tiempo a la vista. En tres ocasiones, la detuvieron, y otras tres se libró gracias a la protección del turista, que comenzaba a protestar en nombre de los derechos humanos. Un italiano se montó incluso con ella en la perseguidora y logró que la liberaran en la estación de policía. Salvo una, ella evitó todas las actas de advertencia, porque era muy difícil acusarla de prostitución, a menos que hubiera denuncia, y eso era virtualmente imposible. Las tres veces fue detenida por el mismo policía, uno que cierta vez, en el Hotel Nacional, la llamó a un lado: “¿Por qué tú andas en eso? Eres joven, bonita, inteligente. Tienes todas las oportunidades. Mi hija es de tu edad. Se parece a ti. ¿Por qué?”. “Yo no estoy en nada”. “Eso díselo a otro”. “Oiga, usted la tiene cogida conmigo”. “No, yo la tengo cogida con eso en que tú andas”. “Pero yo no...”. “Mira, yo sé que Tormenta, Candela, La China y todas esas quieren irse del país y andan buscando a alguien que las saque, pero tú... ¿tú también?”. “Ni loca”. “¿Entonces? ¿Tú no te das cuenta, coño, de la imagen que estás dando de tu propio país? Eso me recuerda un refrán: El pato no caga donde come. Y tú estás cagando el lugar donde comes”. “Pero mire, policía, yo...”. “No me digas más nada. Sale de eso, porque si yo te veo, donde quiera que te vea, aunque te estés tomando un helado en Coppelia, te voy a meter presa y me vas a tener que oír. O tú sales de eso convencida, o sales por cansancio”.
Tres veces la detuvo. Al otro día tenía que soltarla.
Aquello de la imagen y del pato le recordó algo que le había sucedido con un francés que empezó a hablar mal de Cuba, de los cubanos. Cuando ella le dijo que no, que la sociedad, que no había pobreza ni mendigos, que la medicina y la educación..., él le respondió: “Mira quién habla: puta y comunista. Tú no te vendes por pesos ni por rublos. Tú te vendes por dólares, ¿te das cuenta?”.Se calló, pero nunca pudo olvidar aquella frase.
Cuando por alguna razón no podía subir a la habitación del cliente, lo llevaba en su taxi —ya para entonces tenía su taxista fijo, que le cobraba entre 20 y 30 pesos diarios— a 11 y 24, 2 y 31, o alguna otra posada donde hubiera buenos cuartos habilitados al efecto y sin cola, por veinte pesos libres de impuestos, más los gastos a costa del turista. A veces, sobre todo después que empezó a extenderse el SIDA, y cuando el cliente era sospechoso, efectuaba la compra y después de “daba línea”. Para eso el taxista tenía que estar bien avisado, y al final se le pagaba en especias: un pitusa, un juego de blúmer. Dar línea consistía en llevar al turista hasta algún sitio de la ciudad (“llegamos, es aquí”), y cuando él ya se había bajado, mientras le tendía la mano para ayudarla, arrancar en segunda dejándolo en la calle. El taxista, a su vez, podía darle línea a ella o amenazarla. Otras, el propio taxista vendía bebida a los extranjeros, marihuana, o prestaba otros servicios, siempre pagaderos en divisas. Había algunos que simultaneaban su trabajo con el jineteo.
Lo más peligroso eran los dólares: tenencia ilegal de divisa cuesta (costaba entonces) hasta ocho años de prisión. El mayor apuro lo pasó un día a la salida del Riviera. Dos policías intentaron detenerla para registrarla. Ella se tragó el billete de 50 dólares. Entonces dejó que la registraran. Ya no valía la pena. Por eso la entrega de los dólares siempre se hacía en el mismo hotel o muy cerca. Cuando no encontraba a alguno de los “puntos” que controlaba Adrián, le cambiaba al primer jinetero conocido que apareciera. A veces prefería un cambio más bajo, pero rápido y seguro, que andar con dólares por la calle. Cuando no le quedaba más remedio, se los introducía en el ano o en la vagina. El punto generalmente entregaba a otro en el baño y el otro era el que hacía la entrega afuera. A veces los dólares cambiaban cuatro o cinco veces de manos antes de llegar al que tenía el pasaporte falso para comprar, el contacto con el extranjero —que cobraba del 15 al 20%. El primer sistema ofrecía mayores ganancias, pero era más arriesgado.
Sandra seguía trabajando independiente; aunque esa independencia era relativa: 20 o 30 pesos diarios al taxista más la pacotilla de las líneas, de 20 a 40 pesos para entrar a cabarets por parejas o sólo para huéspedes. Entre 80 y 130 pesos mensuales por la habitación alquilada en casa de personas que a su vez servían de intermediarios en la bolsa negra, y que por algo más le dejaban traer los clientes a la casa; gastos de ropa y comida, porque ya, la invitaran o no los turistas, ella comía siempre en restaurantes y, con el tiempo, los gastos en bebida, que iban aumentando gradualmente.
En tres de las casas donde estuvo viviendo le robaron todo lo que tenía. No había reclamación posible. La tercera vez, pagó cien pesos a dos hombres para que apalearan al tipo. Casi lo matan. Aunque nunca llegó a la dependencia, como le ocurriría con el alcohol, compraba marihuana de vez en vez, que en ocasiones revendía a los turistas, aunque casi siempre era para su consumo. Probó el hachís por primera vez con unos franceses que conoció en el Floridita. Estaba bebiendo en la barra cuando la muchacha la invitó a su mesa. Su esposo y su cuñado querían que los acompañara esa noche a Tropicana. Después, durmió con el cuñado en el Riviera y, al día siguiente, se fue con ellos medio mes para Varadero. Por las noches se desnudaban, se engrasaban todo el cuerpo y compartían la cama y el hachís los cuatro indistintamente juntos.
Lo mejor era “instalarse”: un turista —varón, hembra, pareja o grupo— quedaba(n) complacido(s) con ella y la instalaba(n) en el hotel o en la Marina Hemingway, donde los controles eran menos rigurosos, de modo que se convertía en acompañante fija durante el tiempo que durara la estancia. Así vivió dos meses en el Riviera, un mes en el Capri, veinte días en la Marina Hemingway, y un mes y medio en casa de un matrimonio de diplomáticos euro occidentales, que ocasionalmente invitaban también a Javier Luis, estudiante de preuniversitario y lindo como una muchacha.
Durante ese tiempo conoció a Bobby, homosexual rentable; a María Luisa, cuya madre había intentado a toda costa salir del país y ahora le buscaba los puntos a la hija; al Dulce, que vivía de complacer la propensión a las aventuras tropicales de algunas turistas viejas y adineradas.
A Sandra y al Dulce los contrató un fotógrafo italiano a razón de 300 dólares per cápita, para una colección de fotos en colores.
Y conoció a Mercedes, una estudiante universitaria inteligente y simpática, que durante mucho tiempo se dijo su amiga, se puso su ropa, vendió alguno de sus pitusas y le sirvió de enlace telefónico con Mejías, un negociante español que instaló a Sandra tiempo después y del que ella aún cree haberse enamorado. Rompieron la amistad, porque Mercedes le pidió a Mejías, en nombre de Sandra, que estaba entonces en Varadero, un videocasete y un sistema estéreo. Después de eso, Mercedes nunca volvió a contestar al teléfono, hasta que un día su madre, ante la insistencia de Sandra, le dijo terminantemente que no la llamara más, que su hija no tenía nada que ver con putas.
Durante bastante tiempo, Sandra creyó que todo lo hacía por ahorrar para comprar la casa que nunca había tenido. Pero entre los gastos excesivos y los robos flagrantes o solapados, no era mucho lo que podía ahorrar. Poco a poco se fue dando cuenta que lo más importante era el gusto por el lujo, el gusto por el placer rápido, la buena ropa y todo lo que complaciera su hambre antigua. Por entonces, ya no le era fácil contenerse con la bebida. Dio varios escándalos en varios hoteles de donde la expulsaron varias veces. En ocasiones, ni siquiera cobraba, sobre todo cuando el turista le caía bien y estaba drogada o borracha.
Cierta vez se asuntó mucho: un turista de nacionalidad poco definible le dio a probar, en el cuarto 607 de un hotel, una marihuana muy fuerte (que quizás no fuera marihuana). Ella, enloquecida, casi se lanza desnuda por el balcón. El hombre la detuvo, la tranquilizó, y comenzó a hacerle preguntas y a grabar. Ella, aunque no poseía ningún dato confidencial de nada, se vistió como pudo y corrió, medio drogada aún, a contárselo a la policía. No supo nada más del asunto.
Otro día se asustó más: se encontró arrugas en las comisuras de los ojos y estuvo llorando sin parar hasta que se durmió. Dos días antes, La China se había dado candela en su cuarto de la Víbora. Tenía treinta años.
Ya no hacía el pan. Ahora era cabaretera. Bastaba la invitación a comer, los tragos y el hotel. Vendió algunas de las cosas que le quedaban y entonces Mejías la salvó instalándola en el Habana Libre. Él le hablaba mucho y la convenció para dejar la calle. Yo te apoyo, no te preocupes. Y cuando se fue, le dejó pagados cuatro meses en un cuarto del Cerro, dinero y algunos equipos para que los vendiera. Consiguió trabajo en un taller, pero no lograba llegar temprano casi nunca. Empezó a salir con un operario del segundo turno y le contó su vida a la compañera del sindicato, para que la ayudara. Ella le dijo que se haría lo posible y advirtió al operario la clase de punto que era Sandra. Pero lo peor fue que, después de algunas dilaciones, cuando por fin se acostaron juntos, Sandra no sintió nada. Le echó la culpa a él de no ser lo suficientemente hombre para hacerla sentir. Él hizo todo lo que pudo, hasta que le empezaron síntomas de impotencia. Entonces Sandra abandonó el trabajo y empezó a cambiar de hombre casi a diario; pero no sintió nada. Durante uno o dos meses volvió a hacer el pan, pero ya lo más importante no era el dinero.
Cuando acudió en busca de ayuda a una institución, la remitieron al sicólogo, que se encargó de hablar con ella tres veces por semana. Siguiendo sus recomendaciones, Sandra se fue de la ciudad, donde encontraba conocidos en cualquier sitio. Ahora trabaja como operaria en una línea de envases de cierta fábrica de la industria alimenticia, por ciento veinte pesos mensuales, y vive con un hombre que no conoce su vida, que no la escucha, que la desea pero no la ama. Un hombre que ella tampoco ama.
Ciertos fines de semana regresa a la ciudad, pasa la noche del sábado con viejas o nuevas amistades ocasionales en algún hotel, y el domingo se impone la obligación de regresar a sus ocho horas de trabajo y al hombre que le lleva veinte años, no bebe, no baila, la mantiene y con el cual tampoco siente nada.
Cree haber abandonado para siempre la prostitución, pero no está segura.
Sandra tiene ahora veintidós años. Aparenta treinta y cinco.
“El caso Sandra”; en: Somos Jóvenes, n.º 93 94, La Habana, septiembre, 1987.
“Der Fall Sandra”; en: Konkret. Hamburg, Alemania. 9 de septiembre, 1988, pp. 36-41.
“Der Fall Sandra”; en: Cuba Libre, n.º 3, Köln, Alemania, septiembre, 1988. pp. 24-29.
“Der Fall Sandra”; en: Adelante Kuba!: Wege einer Revolution Edition Marxistische Blatter; Neuss, Alemania, 1989.