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El mundanal ruido

Diálogo transiberiano

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Tras ocho días y 9,500 kilómetros en un tren blindado de 17 vagones, con cristales ahumados, al que precedían dos locomotoras para evitar atentados, Kim Jong-Il, monarca norcoreano, llegó a Moscú. El vástago de Kim Il Sung, además del poder absoluto sobre su pueblo, tiene numerosas manías: terror a los aviones (razón que explica su ferrofilia), pánico a las infecciones (llevó a Rusia su propia agua de Corea y se lava las manos y cara continuamente con alcohol), colecciona películas, vino francés, amantes, y cuando no monta en tren, cabalga en corceles pura sangre.

 

Como en los mejores tiempos de la URSS, a su paso se bloquearon los andenes, se suspendieron trenes de cercanías, resucitaron viejos usos protocolarios y el secretismo que rodeó el itinerario dificultó la labor de la prensa. En Omsk, una de sus escasas paradas, Kim Jong-Il visitó una fábrica de tanques (que quizás prefiera, a juzgar por el crecimiento y modernización de sus fuerzas armadas en un país que se muere literalmente de hambre) y otra de embutidos (más perentoria para sus conciudadanos). En Omsk se cuenta que le cantaron el “Hurra Hurra, querido King Jong-il, líder amado en todo el mundo”. Le bastaría cerrar los ojos para sentirse de nuevo en los dorados tiempos en que Stalin y su padre eran íntimos. Para no descuidar ningún rito, Kim Jong-Il ha sido el primer mandatario extranjero, en la época post-soviética, que ha visitado a Lenin en su mausoleo de la Plaza Roja.

 

Más allá de lo anecdótico, entre Vladimir Putin y su homólogo norcoreano ha habido numerosas coincidencias: Ratificar el Tratado Antimisiles de 1972 y rechazar el escudo nuclear proyectado por Bush, y que desataría una nueva carrera armamentista. Ambos expresan que el programa nuclear de Corea del Norte respetará la moratoria sobre las pruebas de misiles balísticos vigente hasta 2003 —"declara que su programa de misiles tiene un carácter pacífico y no supone amenaza para ningún país que respete la soberanía de la República Popular Democrática de Corea", reza el texto de la declaración conjunta firmada por ambos— y alegan "el derecho de cada Estado a disponer de una seguridad igual". Putin respalda en el acuerdo el diálogo entre las dos Coreas, "sin injerencias externas" y acoge "con comprensión" la exigencia de Pyongyang a EE. UU. sobre la retirada de sus tropas de Corea del Sur, “con vistas a garantizar la paz y la estabilidad en la Península Coreana con medios no militares", en palabras de Kim Jong-Il. Al respecto, Putin se ofrece a "desempeñar un papel constructivo y responsable" en el diálogo entre las dos Coreas, cosa que reforzaría su mermada presencia en Oriente. Tanto Vladimir Putin como el líder coreano coincidieron también en reclamar un mayor papel de la ONU en los asuntos internacionales, y Rusia respalda las negociaciones entre Corea del Norte, Estados Unidos y Japón, así como el restablecimiento de sus relaciones con Europa.

 

De haber ocurrido veinte años atrás, el protocolo habría sido el protagonista del encuentro entre ambos líderes. Hoy ha despertado el interés de los analistas y las suspicacias de Washington. Junto con Irán, Irak y Libia, Estados Unidos considera a Corea del Norte un «Estado gamberro», lo que define, según ellos, a Estados antidemocráticos, socioeconómicamente inestables y con aspiraciones de convertirse en potencias nucleares. Es cierto que Corea del Norte, a pesar de la hambruna que ya a diezmado a millones de habitantes, ha reforzado su presencia militar en la frontera sur, y se empeña en un costoso proyecto de tecnología nuclear punta —en 1988 realizó una prueba sobre el espacio aéreo de Japón con misiles balísticos—. Pero sería ridículo pensar que podría intentar un ataque nuclear a Estados Unidos, algo sólo creíble como excusa para engrosar el abultado presupuesto militar norteamericano y sembrar en la mente de los electores una falaz presunción de invulnerabilidad.

 

Es curiosa la inquietud de la administración Bush, porque Estados Unidos ha sido el principal organizador de la reunión entre Vladimir Putin y Kim Jong-Il, así como del acercamiento entre Moscú y Pekín.

 

A pesar del fin de la Guerra Fría y el desmoronamiento del antiguo campo socialista, el presupuesto militar norteamericano, en lugar de descender, ha crecido. Nuevas iniciativas, como el escudo antimisiles, resultan cuando menos contraproducentes tras la esperada distensión. Lejos de fomentar la integración de Rusia, la transición de China o la reunificación de ambas Coreas —que posiblemente reproduzca la absorción de la antigua RDA—, la arrogante pretensión norteamericana de convertirse en la policía del planeta en un mundo unipolar favorece el acercamiento entre países del antiguo bloque. Bien sea para presionar a Washington, o para restaurar la personalidad internacional perdida. En contraste con las amenazas y sanciones de Washington, Vladimir Putin ofrece una puerta a Corea del Norte, promete la expansión del transiberiano a toda la península coreana, y un programa de cooperación energética y comercial. Y, ya de paso, mantiene en vilo a su colega Bush ante la perspectiva de venderle armas a Kim Jong-Il.

 

El ferroviario coreano posiblemente recorrerá de regreso los 9.500 kilómetros a casa con la certeza de que incluso su estalinismo trasnochado puede encontrar aliados interesantes en este mundo. Todo está en buscarlos.

 

“Diálogo transiberiano”; en: Cubaencuentro, Madrid, 10 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/08/10/3532.html.



Ideogramas en fuga

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A mediados de julio tuvo lugar en un yacimiento de estaño, en la provincia china de Guangxi, uno de los peores accidentes mineros de la historia: una filtración de agua mató a unos 400 mineros, aunque las autoridades sólo han reconocido poco más de cien. Ante los primeros rumores, la respuesta de las autoridades a la prensa (sobre todo la extranjera) fue que el accidente nunca ocurrió, y que se trataba de un comentario malintencionado. Más tarde, aceptaron una filtración de agua a la mina de Lajiapo, aclarando que sin víctimas. Insistieron en que se trataba de un rumor aun cuando el Diario de la Juventud de Shanghai publicó la noticia dos semanas después del accidente.

 

No tardó en circular la información en Internet, y varios periódicos de Guangxi, Pekín y Cantón, reiteraron el suceso, a pesar de las amenazas “de arriba”, que presionaron para silenciar el caso. La respuesta de la prensa fue la acusación a los dirigentes locales de intentar engañar a la opinión pública, aparecida nada más y nada menos que en el Diario del Pueblo, órgano del Partido Comunista. Un periodista chino llegó a infiltrarse de incógnito en la mina para comprobar la magnitud de la catástrofe, y lo que fue originalmente “un rumor” se convirtió en el rumor de las aguas circulando sobre cientos de cadáveres.

 

¿Se trata de una insubordinación de los periodistas chinos, de ideogramas en fuga que las autoridades no pueden contener? ¿Empieza a ejercer la prensa china la tarea de saneamiento social que debería corresponderle?

 

Hay indicios interesantes:

 

Empiezan a ser cubiertas diferentes catástrofes causadas por la negligencia oficial —el caso de las 42 víctimas por la explosión en marzo de un taller de fuegos artificiales en Jiangxi terminó con el primer ministro Zhu Rongji pidiendo disculpas en la televisión—. Se clausuran sitios webs y revistas de la provincia de Guangdong, por pasarse de la raya (siempre difusa) entre lo tolerado y lo intolerable. Yao Xiaohong es despedido del diario Información de la Ciudad por publicar (explicaré más tarde el subrayado) un artículo sobre la venta de órganos de presos ejecutados, cosa que el gobierno chino ha negado reiteradas veces. Indicios que, según algunos analistas, denuncian que la prensa china ha iniciado el camino de “no retorno” hacia la libertad de expresión.

 

Todos los que hemos ejercido el periodismo bajo un poder que dispone del “monopolio de la verdad” y del monopolio de la palabra, sabemos que el control de la prensa puede ser abrumador. Claro que es más fácil en un país como Cuba que en China, donde la tolerancia de ciertas “libertades” económicas permite márgenes de maniobra imposibles para un periodista cubano. Por eso subrayaba arriba el término publicar, dado que al tratarse de un hecho de tal magnitud, un control eficiente de la palabra habría sancionado al periodista por “intentar”, pero jamás por “publicar”. El cierre de sitios y revistas, indica también el juego a la riposta del gobierno ante la insubordinación informativa. Pistas que nos aproximan al veredicto de los analistas sobre el despertar de un nuevo periodismo en China.

 

Pero también conocemos que en ciertos momentos, el poder que hasta ayer actuaba como silenciador invita a la gritería. El propio Fidel Castro exclamaba durante el II Pleno del Comité Central del PC (1986) que “Ningún enemigo nos va a criticar mejor que lo que nos criticamos nosotros. (...) antes que la suciedad nos sepulte, es mucho mejor lavar los trapos al aire libre, Y añadía que “...debemos usar la prensa en esta batalla (...) Porque falta presión. Si existiera más presión yo creo que existirían menos errores. (...) Realmente, yo no veo manera de que nosotros empecemos e emplear la prensa de un modo más eficiente y que no se originen algunos de estos problemas (errores, injusticias), (...) si nosotros mismos (los dirigentes de la revolución) nos hemos equivocado. ¿Qué podemos esperar, que no se equivoquen los periodistas?”. Unos meses más tarde ya ni se hablaba del asunto. Los tecnócratas culpables habían sido purgados, el país volvía a ser “el mejor de los mundos posibles” y se nos convocaba a cerrar filas frente al enemigo. Pobre del que se hubiera tomado la glásnost en serio.

 

Los propósitos de este tipo de operaciones pueden ser desde la búsqueda de verdades “convenientes” para limpiar el staff de elementos indeseados, hasta ofrecer una cara más amable y tolerante ante el exterior, o rescatar la credibilidad del discurso. ¿Será eso lo que ocurre en China? ¿Una apertura controlada y dirigida preferentemente hacia ciertos territorios y esferas, de modo que se facilite la limpieza doméstica? Quizás. Aunque posiblemente haya diversos ingredientes en este arroz tres delicias: apertura controlada y dirigida, imposibilidad de ejercer un férreo monopolio de la verdad en condiciones de cierta libertad económica, y (la mejor) la voluntad de periodistas y medios de vindicar su oficio y convertirse en empresarios éticos en el libre mercado de la palabra. O del ideograma en este caso. Ojalá sea éste el ingrediente que determine la calidad del plato informativo que se sirva a los chinos en los próximos años.

 

“Ideogramas en fuga”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/09/3505.html.



China: misión cumplida

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El Partido Comunista de China acaba de cumplir 80 años, con lo que ingresa, por derecho propio, en la tercera edad. El aniversario ha sido celebrado en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing, donde Jiang Zemin, ante la cúpula del país y 6.000 invitados, pronunció el discurso de rigor, enumerando los triunfos de estas ocho décadas, y desgranó la historia del partido, desde que fuera fundado durante un congreso celebrado en Shanghai el primero de julio de 1921, a partir de diferentes organizaciones de todo el país. Mao Zedong, quien sería El Gran Timonel del trasatlántico asiático desde la toma del poder en 1949 hasta su muerte, estuvo presente en aquella ocasión.

 

Según Jiang Zemin, bajo la dirección del partido “se ha establecido el sistema socialista y realizado los más amplios y profundos cambios sociales jamás vistos en China”, mediante la integración de la teoría marxista y la realidad china —a lo que bien podrían sumar las enseñanzas de los teóricos del capitalismo moderno—. Desde que el partido lograra el poder, su propósito ha sido alcanzar la prosperidad china y de los chinos —pasando por la Revolución Cultural, la persecución de gorriones, las hambrunas sin fin y la eliminación de millones de chinos non gratos—, así como el gran renacimiento nacional —entiéndase la Gran China, cuyas fronteras incluyen el anexado Tibet, Taiwán, la Manchuria, parte del sudeste asiático y diversos territorios que hoy, coyunturalmente, pertenecen a otras naciones, algo que China tiene la firme voluntad de corregir en los próximos 50 años, cuando el destino del país será “coronado por la victoria”—. Confiemos en que los ideólogos chinos, recordando la masiva importación de coolíes a Cuba durante el siglo XIX e inicios del XX, no descubran que la isla del lejano Caribe pertenece al proyecto de esa Gran China imperial que se perfila en el horizonte.

 

En resumen, Zemin concluye que el partido, autor de la independencia nacional, representa los intereses populares y que el pueblo, una vez liberado, se ha convertido en dueño de su propio destino, gracias al establecimiento de lo que él llama “un régimen estatal de dictadura democrática popular”. Traducido al cristiano, esto quiere decir que en China existe un capitalismo de Estado que recibe con aplausos a los “tigres de papel” (papel moneda, se sobreentiende) del capitalismo mundial, da por buenos los derechos económicos de sus ciudadanos al grito de “enriquecéos”, y santifica los métodos más despiadados de explotación, incluyendo precariedades y prestaciones sociales dignas del mejor capitalismo subdesarrollado. El capitalismo, en la versión china, santifica el resultado sin importar los métodos: salarios de miseria para una mano de obra cautiva seducen a las trasnacionales; las córneas y los riñones de los condenados a muerte devuelven la salud a los acaudalados de Occidente, y el tráfico de niños ya se ha convertido en un importante renglón de sus exportaciones. Pero al mismo tiempo, oh maravilla, el partido garantiza los derechos civiles del socialismo: nada de sindicatos que defiendan los derechos de los trabajadores, cosa que da muy mala imagen a los inversionistas; ni asociaciones alternativas o movimientos disidentes. Es decir: dictadura democrática popular, como su nombre indica. Y si alguien no está de conforme, que recuerde los 3.000 ejecutados al año, cifra que, según Amnistía Internacional, dobla la cifra total de los condenados a muerte en el resto del mundo. Claro que si algo abunda en China, son chinos.

 

Ese es, según Jiang Zemin, el mejor método —lo peor de ambos mundos— para convertir a China en “un país socialista moderno, próspero, democrático y civilizado”.

 

“China: misión cumplida”; en: Cubaencuentro, Madrid, 3 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/07/03/2926.html.



Impunidad en extinción

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El hasta hace no mucho intocable Slovodan Milosevich, promotor de la década más sangrienta en los Balcanes, fue obligado por la presión popular a aceptar los resultados de las últimas elecciones. Fue encarcelado más tarde por delitos económicos, y esta semana se discute su extradición al Tribunal Internacional de La Haya, donde será juzgado por crímenes de guerra y genocidio.

 

El hasta hace no mucho intocable Vladimiro Montesinos, hombre fuerte durante los gobiernos de Alberto Fujimori, tras una huida rocambolesca que incluyó cirugía plástica, fue detenido en Caracas por agentes de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM), y ha sido deportado a Perú, donde deberá responder a las acusaciones de enriquecimiento ilícito, torturas, asesinato y tráfico ilegal de armas y drogas.

 

La televisión venezolana mostró imágenes de siete personas, una de las cuales parecía ser Montesinos, cuando subían a un avión peruano en el aeropuerto internacional de Maiquetía, a 35 kilómetros de Caracas, a las 01:30 hora local del lunes (05.30 GMT), aunque el suceso no fue confirmado por fuentes oficiales. En la noche del sábado había sido detenido en el barrio “23 de enero”, a escasos mil metros del palacio presidencial de Miraflores, por agentes de la Dirección de Inteligencia Militar, el otrora intocable de la corruptocracia fujimorista.

 

El hasta hoy intocable Alberto Fujimori, tras el ridículo internacional que supone la huída de un jefe de Estado en activo por la puerta trasera, continúa bajo la protección de las autoridades niponas, que se niegan a su extradición.

 

La legislación yugoslava no contempla la extradición de sus ciudadanos a terceros países o tribunales internacionales. No obstante, se discute la adopción de un decreto ley, dado que el proyecto de entrega de Milosevich ya fue bombardeado en el parlamento por los socialistas montenegrinos. Aunque el Partido Socialista Popular (SNP) de Montenegro, sólo obtuvo el 30% de los votos de un país de 640.000 habitantes, y aunque la coalición DOS en el poder cuenta con la mayoría de los 10 millones de votantes serbios, el sistema de cuotas autonómicas imperante permitió a los 29 diputados socialistas impedir la votación.

 

El Partido Socialista de Serbia, que aún dirige Milosevich, ha tildado a la posible extradición como “golpe a la democracia” —curioso alegato por parte de quienes no aceptaron las últimas elecciones democráticas—. Es comprensible que el gobierno de Vojislav Kostunica se apresure a mostrar su colaboración con la justicia internacional, dado que el próximo 29 se podría decidir en Bruselas una primera donación de 1.200 millones de dólares a Yugoslavia. Una ayuda condicionada a su actitud ante la justicia internacional. Y es penoso el ultimátum de Washington que exige, a un país destruido por los bombardeos y que vive una delicada transición democrática después de una década de corrupción, dictadura encubierta y sangre, la decisión de entrega antes de ese día.

 

Tampoco los partidarios de Milosevich se quedarán de brazos cruzados, y ya el ejército de abogados que participa en su defensa ofrece 250 millones de marcos alemanes como fianza por su liberación a la espera de juicio. De donde se desprende que su salario como jefe de Estado debió ser considerable.

 

Las encuestas demuestran que en la calle hay rechazo de los serbios al Tribunal de La Haya, al que consideran parcial en contra de los crímenes serbios, y más “benigno” con otros ex-yugoslavos; aunque admiten la extradición si es el precio a pagar para evitar las sanciones internacionales, lograr las ayudas, y reconstruir el país y su imagen. El propio presidente, Vojislav Kostunica, opina que la entrega es inevitable, pero injusta.

 

Sea juzgado en La Haya, lo que parece más probable, o en Serbia, o en ambos, lo ejemplar de este caso es que engrosa una lista donde ya constan el ex-dictador Augusto Pinochet, ahora Vladimiro Montesinos, y confiemos que en breve el nuevo hijo del Sol Naciente, Alberto Fujimori.

 

Nunca la justicia ha sido igualmente justa: dinero y poder han sido, y son, atenuantes de peso. La doctrina de no injerencia en los asuntos internos de otros países ha servido de refugio a dictadores, criminales de guerra y mafiosos de Estado. La justicia internacional, tampoco: Estados Unidos puede montar una redada policial a gran escala para capturar al mafioso Noriega; pero ni se les ocurre una acción equivalente contra China o Rusia. Hay aún dictadores amigos y dictadores enemigos, importante coartada. Los casos de Pinochet, Milosevich y Montesinos no han derogado la impunidad como ley; la mera existencia del Tribunal de La Haya, organismo de las Naciones Unidas, tampoco. Pero tanto unos como otros, acercan el día de la justicia globalizada, cuando promotores de genocidios, dictadores y delincuentes de Estado se vean obligados a acudir a las agencias espaciales para encontrar un refugio seguro.

 

“Impunidad en extinción”; en: Cubaencuentro, Madrid, 26 de junio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/06/26/2838.html.



La Revolución intranquila

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Tras una participación masiva que obligó a mantener abiertos algunos colegios electorales hasta medianoche, Mohamed Jatamí ha sido reelegido presidente de Irán con el 80% de los votos, superando el 68% que consiguió en 1997. A una considerable distancia, le siguen el ex ministro de Trabajo Ahmad Tavakoli, representante de la “línea dura” del islamismo conservador, con un 15%.

 

El modelo iraní de república islámica, instaurada en 1979 por el ayatolá Jomeini tras el derrocamiento del Sha Mohamed Reza Pahlavi, se basa en el Velayat-e Faquih, según el cual la máxima autoridad religiosa, el Guía de la Revolución, vocero de Alá, tiene un poder supremo, por encima del presidente electo, la voluntad popular materializada en el voto, el parlamento o las leyes. El actual ayatolá, Alí Jamenei, sucesor de Jomeini, dispone de un Consejo de Vigilancia y de un Consejo de Expertos —aproximadamente equivalentes al Tribunal Constitucional y el Consejo de Estado en Occidente—, de los cuales dependen el sistema judicial, las fuerzas armadas, los Guardianes de la Revolución, las milicias de los Basijis y la radiotelevisión iraní, controlando así los sectores claves del poder. El Consejo de Vigilancia determina también qué leyes, personas, normas o instituciones son compatibles con los principios teocráticos, desde la administración municipal y la justicia, hasta el funcionamiento de las universidades. En las presentes elecciones, por ejemplo, el Consejo ha rechazado más de 800 candidaturas, bien sea por su carácter disidente, o porque fueran presentadas por mujeres.

 

En su campaña a la presidencia de 1997, Mohamed Jatamí proponía, sin desmontar la República Islámica, la implantación de una democracia religiosa que garantizara una amplia libertad cultural y política, promoviera reformas económicas y abriera el país al mundo. El 70% de los votos (superior en el caso de las mujeres y los jóvenes), confirmó en aquella ocasión los deseos del pueblo iraní. Su reelección lo corrobora, aunque hoy el propio Jatamí considera que ha fracasado en su propósito. ¿Por qué? Durante cuatro años, el Consejo de Vigilancia se ha dedicado a reprimir a los nuevos partidos “jatamistas”, bloquear las decisiones del parlamento, controlado por los partidarios de Jatamí, y cerrar las puertas que intentaba abrir el presidente electo.

 

En abril de 2000, el parlamento, aún de mayoría conservadora, endureció la ley de prensa. El nuevo parlamento jatamista modificó la ley, pero fue vetado por el Consejo. La razón es que la prensa liberal aparecida en los últimos años ha canalizado muchas de las preocupaciones sociales, sobre todo de las mujeres, consideradas “menores de edad” de por vida, razón por la que se limita su función en la sociedad. Y las inquietudes de los menores de 25 años, que constituyen las dos terceras partes de la población iraní y son los más reacios a aceptar las limitaciones y la estratificación del poder legada por sus mayores, como también los más afectados por el paro. El ayatolá Jamenei ha tildado a la nueva prensa de ser "una base al servicio de los enemigos de Irán". Decenas de publicaciones han sido clausuradas, así como unos 400 cibercafés, que tras diez años de censura a la que llamaban “red satánica”, se expandieron vertiginosamente, demostrando la necesidad de apertura.

 

Para detener ese movimiento, la teocracia no ha dudado en encarcelar a centenares de periodistas, escritores y políticos partidarios del presidente Jatamí, cuyos principales asesores se encuentran en prisión o procesados; en asesinar a figuras descollantes de la cultura, entre ellos Said Hajarian, cerebro de las campañas electorales del presidente, quien fuera tiroteado frente al Ayuntamiento de Teherán a plena luz del día.

 

Por eso, la advertencia de Jatamí en su campaña electoral, que en Occidente suena a verdad de Perogrullo, en Irán es subversión: "Nadie debería estar por encima de la ley. En un gobierno democrático se debe reconocer a los opositores. El sistema no encarcela a los opositores bajo el pretexto de que intentan derrocarlo".

 

Las mujeres y los jóvenes tendrán seguramente un gran protagonismo en el futuro de Irán. Ellas, a pesar de ocupar hoy sólo el 15% de los puestos de trabajo, son el 60% de los estudiantes universitarios. Los jóvenes, que aportan el incremento anual del 4% en la población laboral activa, chocan contra una inflación de un 20% y un magro crecimiento del 2% de la economía, atada por un aparato estatal enorme y burocratizado, bajo el control de las fuerzas conservadoras, lo que ha permitido el surgimiento de una oligarquía teológica reacia a la apertura propuesta por Jatamí, quien aspira a eliminar frenos al desarrollo, poner orden al sistema de impuestos, alentar la iniciativa, privatizar empresas estatales ineficientes, atraer capitales, diversificar las exportaciones, desbloqueando el cambio de moneda hacia una cotización más realista que haga atractivos los productos locales al cliente internacional. Por eso no es casual que, según la agencia oficial de noticias iraní, IRNA, si la participación en las elecciones fue de un 83%, entre los jóvenes se eleva casi al 90, a pesar de que no pocos manifiestan su falta de confianza en la llamada “revolución tranquila” de Jatamí.

 

Ya hoy se le critica su debilidad ante los poderes fácticos, no aprovechar el apoyo popular para forzar a cambios más profundos y concesiones a la emergente sociedad civil, ampliación de la libertad política, sindical, de prensa y opinión, así como favorecer las asociaciones de diverso orden que han florecido últimamente. Otros van más allá, y le acusan de no romper definitivamente con el régimen de la aristocracia teológica que ha instaurado el placebo democrático: permitir la elección de un presidente, expresión de la voluntad popular, y vaciar de contenido el cargo, vetando así las aspiraciones de los iraníes; de modo que Jatamí sea apenas el envoltorio democrático de la autocracia, contribuyendo a prorrogar su supervivencia. Quizás por esa razón, Jatamí, aun con la seguridad de ser reelegido, tuvo serias dudas sobre su candidatura, que no presentó hasta último momento. Según la Constitución iraní, que no permite un tercer mandato, ésta es su última oportunidad de convertir a Irán en un país moderno, donde Fidel Castro no se sienta “como en su casa” en su próxima visita, y donde el canto del muecín llamando a la oración no sea la única música posible.

 

“La revolución intranquila”; en: Cubaencuentro, Madrid, 12 de junio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/meridiano/2001/06/12/2674.html.