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Habanerías

Devaluaciones

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La Habana, año 1970: La boda de un amigo. Cuando aparecí, las madres y vecinas que entonces no eran para mí más que “personas mayores” cuchichearon en los rincones a causa de mi pantalón de mezclilla que me habían dado para cierta jornada de trabajo en el campo, un pulóver algo desbembado y mis únicas zapatillas (sin medias) —ni siquiera sospecharon que de otra pieza íntima también carecía—. También carecía de intención snob. Carecía de ropa. De todos modos, la socialización de la miseria (que entonces era abrumadora) lo hacía más llevadero: todos andábamos más o menos igual de desastrados. Ningún Levi’s o Florshane nos echaba en cara nuestro ripierismo. Pero ya entonces, como es natural en toda economía de guerra, con racionamiento y escaseces, había asomado el mercado su cara negra: Una cajetilla de cigarros a veinte pesos o un pantalón (usado) en 100 .
Y pasó el tiempo y pasó... que el racionamiento se entronizó en Cuba, no como una circunstancia coyuntural, sino como un modus vivendi que ya cumplió tres décadas —tiene carné de identidad, responsabilidad penal, derecho al voto— y nos fuimos habituando a convivir con él. Del sacrificio necesario para conseguir metas que se fijaron para el 70, con sucesivas posposiciones, pasó a engrosar esa materia gris de lo cotidiano. Y como la tensión heroica, sostenida por una ética férrea, es, por fuerza de la humana extenuación, un estado transitorio, convivir con el racionamiento consistió a medias en sobrellevarlo y a medias en burlarlo, más cuando ya el racionamiento hacía agua (asignaciones y auto asignaciones de bienes estatales, viajes a convenciones y shopping centers).
Para el hombre común, que no disponía de medios más o menos lícitos de hurtarle el cuerpo a la escasez, sólo quedaba una vía: el mercado negro, que en Cuba se conoce familiarmente como “la bolsa negra”. Desde pantalones hasta automóviles, café y apartamentos, todo empezó a ser objeto de esa empresa comercial sin fronteras. Los viajes de la comunidad cubana en Estados Unidos descorrieron el telón del consumo para una gran masa de la población enajenada hasta entonces de la quincallería contemporánea, y el proceso creció a galope.
Incluso la apertura del mercado paralelo (1980) —casualidad o respuesta, sucedió inmediatamente después del éxodo de 125.000 cubanos por el Mariel— asumió los precios de la bolsa negra (pura ley de la oferta y la demanda), confirmando su pragmática. Y si para cualquiera es posible eludirla en la región discutible de lo superfluo, puede que una cifra cercana al 100% de los cubanos adultos haya tenido que carenar alguna vez en las interioridades oscuras de la bolsa. Unos sacos de cemento para que el techo no les caiga a mis hijos en la cabeza; una arroba de malanga, porque el niño no tiene qué comer, un par de zapatos, porque ya el hueco ocupa toda la extensión territorial de la suela, o... Ejemplos sobran. Y se va entronizando una espiral, porque la grabadora de $500 no se puede arrumbar al closet por falta de una liga que la economía estatal no fabrica y el tallercito privado expende a 10, 15, 20 pesos. (¡Un robo! —exclamas, pero la compras. Qué remedio. Y así florecen fabricantes clandestinos de casi todo, comerciantes, intermediarios y fauna subsecuente, gracias a que el racionamiento les ofrece la clientela en bandeja de plata, la red comercial no opone ni un amago de competencia y la suma de dos factores —la apertura visual del cubano actual hacia otras latitudes del confort, y el incremento abrumador del nivel de instrucción, con la aparición de expectativas superiores de vida— crean la necesidad de un incremento en el nivel y la calidad de la vida que el racionamiento, con su esquema más o menos igualitarista, excluye.
Se aspira (en términos de paradigma ético) a un hombre ajeno a estas apetencias, pero los parámetros conductuales de la sociedad sólo cambian muy lentamente y al compás de las circunstancias. Y no es precisamente el hambre el mejor camino para fomentar la falta de apetito.
Si es punible toda incursión en el mercado no oficial, todo servicio recibido por un particular sin licencia o con ella pero con materiales que sólo por caminos aviesos llegaron a sus manos, todos o casi todos los cubanos somos condenables por receptación o delitos peores. Pero las cosas se complican.
El desmantelamiento del mercado paralelo y el recrudecimiento del racionamiento (Período Especial mediante y por causas que todos conocemos: inoperancia histórica del esquema económico implantado por el gobierno, desplome de las favorables relaciones con el ex campo socialista y embargo norteamericano, en ese orden de importancia) han abierto aún más el campo a este sector clandestino (a veces no tan clandestino) de la vida que podríamos llamar “la vida negra”. Al desaparecer de las vidrieras los huevos o los flotantes de baño, el pan y los caramelos, se suman, con cientos de otros rubros, a sus predios. Y se sigue cumpliendo que donde hay demanda, aparece la oferta. Los precios crecen en estampida, el dólar alcanza los 80 pesos , la prostitución ni se recata y se empieza a dar un contrasentido: en el país socialista y antiimperialista por excelencia, resulta imprescindible poseer la moneda de su más encarnizado enemigo no sólo para adquirir textiles y plásticos asiáticos, sino para alimentarse, para sobrevivir. Como si el brasileño cobrara en cruzados su salario y tuviera que adquirir sus artículos de primera necesidad en yenes o libras esterlinas. Dado que el peso cubano es moneda libremente inconvertible, las vías de obtención de los dólares son abrumadoramente tortuosas, por no decir ilegales. Pero entre el delito y la indigencia proteica, la mayoría apuesta por las necesidades primarias.
La inflación galopante —el salario de un ingeniero alcanza para 15 cajetillas de cigarros, o 2 pollos, o un par de zapatillas de tela, o poco más de medio jean, o 6 libras de carne de puerco— crea una imperiosa necesidad de dinero, no ya para incrementar el nivel de vida, sino para subsistir. Se podría prescindir de un Levi's pero no de un plato de comida. De ahí que cada cual lo obtenga empleando los medios a su alcance: reventa de productos asignados por el racionamiento, o el ingeniero que discute a brazo partido una plaza de mesero para agenciarse unos dólares de propina, o los torneos de zancadillas para obtener un viaje a las redes comerciales de cualquier país más allá de las costas.
Pero aún más: cunde la desviación de recursos que el Estado no cuida con demasiado rigor; quien puede prestar un servicio lo encarece hasta los límites pagables (siempre quedan más lejos de lo imaginable), la compra venta, el mercadeo y los intermediarios cunden, y la necesidad, a fuerza de imperiosa, va defenestrando a los ciudadanos hacia el vórtice de esa tromba de ilegalidad compartida. Si las incursiones son al inicio tímidas, se van haciendo más decididas en la medida que de ellas depende el yantar cotidiano, la necesidad impostergable, la supervivencia. Bueno, esa es la vida —dirá alguno (con razón)—, ¿y qué?
¿Y qué? Eso mismo me he preguntado desde hace mucho tiempo. Resulta que toda sociedad tienen sus códigos, sus valores, su moral, su legalidad y su ética. Si los valores, la ética social y la moral continúan rezando que el sacrificio y la conciencia, el trabajo abnegado por un ideal, la más estricta honradez en el ejercicio cotidiano, son el paradigma; pero, al propio tiempo, las necesidades más rasantes te obligan a transgredir todas las normas, a receptar lo que otro robó, a cenar con lo que alguien sustrajo (y ni preguntes, que eso es mala educación), el resultado es que las fronteras entre lo moral y lo inmoral, entre lo legal y lo ilegal, se van difuminando, hasta que las coordenadas éticas y conductuales de la sociedad se van convirtiendo en algo borroso, intangible (o inalcanzable) en los cursos de moral y cívica. A eso se añade la discriminación turística hacia los cubanos que la iniciativa empresarial de muchos funcionarios ha puesto en marcha con entusiasmo, desvalorizando nuestra moneda y nuestra nacionalidad, con su consiguiente secuela de sobrevaloración de lo extranjero, la actitud mendicante de los más indignos y la humillación de los otros, incapaces de explicar por qué los billetes que retribuyen su sudor y su talento se van convirtiendo en moneda de utilería, pura celulosa pintada.
Si sumamos todos esos ingredientes, no sólo obtenemos la devaluación del peso y del nivel de vida, sino también la devaluación de nuestra dignidad, de nuestra ética, de la moral ciudadana que han conformado siglos de sangre y sueños por instaurar las coordenadas de la cubanía, decenios de sacrificio por defender nuestro derecho a la historia, durante los cuales comenzamos deletreando el abecedario y concluimos por abrir las puertas anchas de la instrucción y la cultura. La lección de la cotidianía —más poderosa que todos los manuales— no puede ser que el trabajo honrado se constituya apenas en una definición social de la conducta y no en el único medio aceptable (en teoría y práctica) de subsistencia, con el orgullo de quien cena lo que sudó. Ni que el decoro sólo se adquiere mediante un pasaporte. Si la devaluación de la moneda puede estar sujeta a los sobresaltos de la bolsa de valores y recuperarse en meses o semanas o años; la devaluación de la dignidad —que se fragua con la abnegación de un parto— es la más difícil de recuperar; porque se paga con esa moneda tan delicada que son los hombres.
1993



El arte de ponerse el cuerpo

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“En estos tiempos de ansiedad
de espíritu, urge fortalecer
el cuerpo que ha de mantenerlo”.
José Martí, marzo de 1883
Cierta tarde de enero —bien calurosa, por cierto— me invitaron al Instituto Superior de Cultura Física. Querían que disertara —horrible palabra, ¿verdad?— sobre la cultura y el deporte. Yo no diserté sobre nada, por supuesto, pero como para algo me habían invitado, empecé hablando de Monterroso y su fábula de Aquiles y la tortuga, donde se conjugan una teoría científica —por entonces, lo era—, el deporte y el arte de narrar, con lo que la cultura asume su verdadera función totalizadora. Más tarde leí fragmentos de las edificantes descripciones de Allan Sillitoe sobre el mejor modo de correr delante de la policía, e hice referencia a dos artículos de Martí, publicados en 1882 y 1888 respectivamente, sobre la carrera de las 600 millas en el Madison Square Garden de Nueva York: pasajes de una grandeza macabra, hombres hipnotizados, embrutecidos por el esfuerzo, los espectadores pagando para estar allí cuando alguno reventara como un caballo de carreras, la desolación de los camerinos después que hubo pasado por ellos el vaho sucio de la derrota. Dos artículos antológicos, escritos por quien sabía ver más allá de la corteza.
Y de ahí partí para una reflexión —que era al mismo tiempo una provocación: ¿En qué medida ha alcanzado al deporte el proceso de deshumanización que está teniendo lugar, a nivel mundial, en el arte, en la vida social, en la cultura humana? ¿Es acaso la cultura física cada vez menos cultura y más física?
Y como todos los reunidos eran especialistas en cultura física, investigadores, metodólogos, profesionales dedicados al deporte, la respuesta a mi provocación no se hizo esperar. Así yo, el invitado a disertar, hice que ellos disertaran. Tenían por decir cosas mucho más interesantes que las mías. Por eso no he querido que ustedes se lo pierdan:
El deporte es un arte
Omar Paula (Profesor de Metodología del Entrenamiento): Yendo a la parte conceptual: la cultura física no es solamente el deporte: forma parte de la cultura general e incluye la Educación Física (proceso pedagógico especializado) y el deporte. Incluso la cultura física se ve más allá de la enseñanza: incide en los sentimientos del hombre. En la práctica cubana del deporte y de la cultura física no está la deshumanización del deporte. El deporte es un arte. No hay que verlo sólo por su rendimiento, sino por el desarrollo de las habilidades que van adquiriendo los deportistas, por los movimientos que hacen. Juan Torena era llamado, por ejemplo, “el elegante de las pistas”. Y la gente va a ver un espectáculo, pero también a asimilar conocimientos, a disfrutar los movimientos: fluidos, bellos. Y eso incide en la cultura del hombre. Y eso ocurre en el deporte elite, que es cuando se llega a la maestría en los movimientos; pero el deporte hay que verlo también en su masividad.
Alejandro Víctor (Salvavidas): La cultura física se ha alejado ciertamente de la parte cultural para quedar en lo físico.
Aldo Pérez Sánchez (Profesor de Recreación y Turismo): Sí, hay un alejamiento del carácter cultural al lado físico de la cultura física; en Cuba y en el resto del mundo. La cultura física se está convirtiendo en una cultura de espectador. Incluso la cultura artística y literaria: la cultura de masas conduce al hombre hacia la posición de espectador. Muchos espectadores pasivos. Y escasos, pero muy especializados participantes activos. El que se dedica al deporte tiene que especializarse, y ello nos lleva al espectáculo: sumas de dinero enormes para costear los entrenamientos (partiendo de una alta calidad del atleta). Pero no hay conciencia de que el deporte, incluso como espectador, es parte de la cultura del hombre, de sus opciones recreativo culturales.
Ernesto González (Profesor de metodología de la Investigación): Sí existe una separación entre cultura física y deporte, tácitamente admitida, incluso internacionalmente. Por otra parte, la sociedad concibe la cultura como el conocimiento, no considera parte de la cultura la destreza, que es lo que desarrolla la cultura física. Y esta propia institución ha hecho muy poco para consolidar el papel cultural de la cultura física, no así el campeonismo y el deporte elite, hacia donde va dirigida. Para que la cultura física entre verdaderamente en la cultura, hará falta la ayuda de todos: las instituciones, el Estado, los medios de difusión. Todos.
Más alto, más rápido, más fuerte
Aldo Pérez Sánchez: La reafirmación en Cuba de la política del alto rendimiento responde a una prueba de nuestro desarrollo socio económico y a nuestra rivalidad con el capitalismo en el campo de las ideas. Por ello hay que permanecer en esta línea del desarrollo del deporte supe especializado, aunque responda a una base que es la educación y la cultura física. Pero la cultura física es un campo minado por el que transitamos unos cuantos zapadores; en el cual la política estatal ha sido efectiva hasta los 80, década en que no ha sido así. La primacía en nuestro país está en el deporte de alto rendimiento, a pesar de las muy buenas intenciones de llevar una cultura de masas verdadera en el campo del deporte.
Estrella Fernández (Especialista en Investigación Social):Producto de la política, acertada a mi juicio, que hemos tenido que llevar en el deporte de alto rendimiento para demostrar de qué es capaz el socialismo, hemos ido descuidando el empleo del deporte y la Educación Física como un elemento de la cultura física.
Pavel Prendes (Especialista en recreación): La cultura física se separa del campeonismo en el sentido de que la primera busca mejorar la salud del hombre, y el campeonismo, corroborar una tesis política, la confrontación entre sistemas o países. De ahí que el sistema de puntos en una olimpiada sea netamente comercial. ¿Por qué si no se invierten cuantiosos recursos en el desarrollo del deporte?
Irán Valdés (Metodólogo): Toda actividad humana se especializa cada vez más. Detrás de esa especialización está la expresión de nuestras potencialidades. Quien tiene esa potencialidad, ¿por qué no la va a desarrollar? ¿Por qué no va a ser un campeón de nivel internacional si puede serlo? ¿Es malo? No. Tenemos una sociedad que permite al hombre, al menos en el campo del deporte, desarrollar al máximo sus potencialidades, competir a los niveles máximos. Lo que mueve a la gente hacia el deporte es que tenemos figuras. Si no, nuestros espectáculos deportivos no tendrían brillo, no serían un buen medio de recreación —y en ese caso, ¿dónde vamos a meter a los cientos de miles de espectadores que van a la pelota, que es una opción legítima?—. ¿Qué puede mover más al muchacho hacia el deporte que la figura del campeón? Otra cosa diferente es habernos dedicado demasiado poco a lo otro: la cultura, la Educación Física. Y lo uno complementa lo otro. Pero tampoco los muchachos leen, o pintan, o van a exposiciones de pintura. Se refleja en esto el mismo problema que se refleja en el resto de la educación en este país. No hay otra cosa. Somos tan pecadores en ese sentido los que nos dedicamos al deporte como los que se dedican a la cultura.
¿Profesionales?
Alejandro Víctor: Actualmente el profesionalismo está en todo el mundo. No existe el atleta amateur, y no va a existir mientras el estímulo siga siendo el mismo. Se pierde el concepto de cultura física.
Pavel Prendes: Se ha hablado mucho en contra del profesionalismo, de los estímulos materiales. Pero, por ejemplo, cuando el equipo Industriales estuvo a un juego de ganar la serie nacional, todos sus integrantes recibieron casa. ¿Cuánto vale una casa en este país, con los problemas de vivienda que hay? ¿Es eso un estímulo material o no? Y eso es campeonismo, que no tiene nada que ver con la cultura física en función de la salud y el desarrollo armónico.
Ynilo Figueroa (Sociólogo. Investigador): El amateurismo en el deporte de alto rendimiento en el mundo está en crisis. Absolutamente. Y ya Samaranch, con todos sus defectos, dijo: Vamos a acabar con la hipocresía deportiva. Lo que se acerca es un supercampeonismo: Cada vez menos deportistas, pero con posibilidades extremas. ¿Y los demás qué?
Mente sana en cuerpo sano
Ynilo Figueroa: No estoy en contra de la competencia, pero el campeonismo es necesario revisarlo: ¿Hasta dónde el ser humano puede trasponer una barrera sin dañarse? Y esto es puro humanismo. ¿Han visto ustedes el tamaño de las gimnastas de cualquier equipo de alto rendimiento en el mundo? ¿Todas iban a ser chiquitas o el entrenamiento les retarda el crecimiento? ¿Qué pasa con los pesistas de alto rendimiento? ¿Y con los boxeadores? Es un deporte inhumanizable, porque en la medida que lo humanizas, pierde su sentido.
Pavel Prendes: Todo el mundo sabe que casi todos los atletas de alto rendimiento tienen problemas fisiológicos: por los anabólicos, la enorme carga física, las lesiones y sucesivas operaciones, etc. ¿Qué tiene eso que ver con la salud, con el bienestar y la armonía del cuerpo y de la mente?
Espectadoritis: ¿sí o no?
Ynilo Figueroa: La espectadoritis y el campeonismo se están viendo mundialmente como un mal. No sólo en el deporte.
Francisco Safora (Especialista en Recreación): Los espectáculos y competiciones deportivas habría que analizarlos como los festivales de teatro, donde se dan premiaciones y hay competencia. Lo físico, ¿acaso deja de ser cultura porque sea físico? El espectáculo donde hay un gran despliegue de actividad motora está de acuerdo con los intereses y gustos de las edades adolescentes, ¿no es para ellos una alternativa? ¿O es mejor que se enganchen de la guagua para demostrar esta destreza, para responder a esta necesidad de expresión corporal? Esto es parte de la cultura. Un evento deportivo es también un marco apropiado para la comunicación padres hijos.
Uno, dos y tres ¿o qué?
Yolanda Martínez (Profesora de Historia de la Cultura Física): Yo veo el deporte como un proceso de aprendizaje que culmina en el alto rendimiento, el deporte elite.
Estrella Fernández: Lo que decía Omar es cierto, pero sólo en teoría. Se ha esquematizado la clase de Educación Física: arriba, abajo, y ya. El profesor de Educación Física, el entrenador, era un eslabón importantísimo: organizaba equipos deportivos, concertaba competencias interescuelas. Iba mucho más allá de dar su clase. Y eso se ha perdido, tanto por razones económicas como de otro tipo. Y el niño no siente amor por el deporte salvo que sea escogido para entrar a una EIDE y resulte un buen atleta. El resto no ama el deporte porque recibe sólo una clase de uno, dos y tres. Salvando las excepciones, por supuesto. Los círculos de abuelos, por ejemplo, son un modelo de cómo hacer que las personas amen la cultura física, lo vean como parte de su cultura y su recreación. La gimnasia musical aerobia ha ganado en los últimos años, por ejemplo, un gran auge entre los jóvenes. Pero, ¿qué ha pasado? Iba muy bien mientras no se competía. Ahora muchos jóvenes la rechazan, porque no quieren ir a competencias, porque dicen que en las competencias los jurados no son justos, en fin, que ya ha pasado a adolecer de los problemas del campeonismo. Y se va desvirtuando su esencia, su carácter participativo. ¿Por qué hay que competir? ¿Por qué hay que ganar? En el caso de los adultos, el deporte a nivel territorial no se ha resuelto: ¿Cuántas ideas no son posibles para que la gente vea el deporte como parte de su cultura? El deporte se ve como deporte, la Educación Física, como Educación Física y, en el medio, hay un terreno de nadie que es el que propicia ese paulatino alejamiento de la cultura física de su función como parte de la cultura humana.
Margarita Arroyo (Metodóloga): Educamos al niño en el deporte como una obligación o como una meta: o se destaca y es una estrella y no nos interesamos por su cultura (no física), o lo desechamos simplemente como deportista. Nadie considera al deporte como una parte de la cultura.
Ynilo Figueroa (Sociólogo. Investigador): En general, la atención al fenómeno educativo en todas las esferas transita por una crisis, de lo que no escapa la Educación Física —más bien se agrava. ¿Qué imagen tenemos de nuestro profesor de Educación Física? Frecuentemente, la más negra. Yo tuve un profesor de Educación Física que no respetaba ningún plan de estudios y aparecía en el terreno con cascabeles, sonajeros, animación. Y un día me di cuenta de lo mucho que me divertía en aquella clase. Demasiado tarde para agradecérselo. En cambio, yo he visto profesores regañar a los muchachos por hacer ruido en la clase de Educación Física , sin darse cuenta que eso significa que la están pasando bien, que es divertido estar allí, dar salida a esa energía. Pero la hemos convertido en algo totalmente plastilínico y ortopédico. Los fenómenos lúdicos son inherentes al ser humano, y eso no lo aprovechamos para aficionar al niño al deporte a través de los juegos. Y hay cosas que, de no aprenderse, hábitos que, de no instalarse antes de cierta edad (de seis a catorce años), no se aprenderán ni se instalarán nunca. Pero los peores salarios se pagan en la primaria y es ahí donde están las peores instalaciones —donde más falta haría.
Pies de barro
Ynilo Figueroa: Cierta vez yo estaba traduciendo a un especialista extranjero la explicación que le dábamos de la curva de selección del 2% de niños con altas posibilidades para la natación. Y el especialista sólo me pedía que preguntara por los de abajo, por el 98% restante. Hubo que responderle: No se está haciendo nada con ellos.
Pavel Prendes: Mira, en Cuba, con los recursos que se dedican al deporte de alto rendimiento hay para hacer buenos gimnasios a nivel de municipio. En cualquier país desarrollado (y, al menos, en el deporte elite somos un país desarrollado) existen esas instalaciones y asistir al gimnasio después de la jornada laboral es parte de los hábitos, de la cultura cotidiana del hombre: media hora de actividad física que da salud, no campeonismo.
Ynilo Figueroa: En Europa, que no gana en voleibol, vas a una secundaria y ves a los muchachos jugando en un encuentro interescuelas y te dan ganas de preguntar si es el equipo juvenil nacional. Por el nivel de juego. Aunque su equipo nacional no esté a la altura del nuestro.
¿De dónde son los cantantes?
Ynilo Figueroa: Y no me hablen de sistema espontáneo de cultura física que genera campeones. Aquí todo el mundo sabe de dónde salen los campeones: Van a la escuela y miden antropológicamente al niño, y si da la talla, va para una EIDE, y de ahí, si sirve, para una ESPA, y de ahí, si sirve, para el equipo nacional. Por eso después del crimen de Barbados no ganamos una medalla de esgrima en quince años. ¿Por qué? Porque el resultado de todo un trabajo hecho en laboratorio estaba montado en un avión. Fíjate en la siguiente desproporción: el 92% de los trabajadores del INDER atiende al 0,02% de la población del país: los atletas de alto rendimiento.
“El arte de ponerse el cuerpo”; en: Somos Jóvenes, n.º 137, La Habana, octubre, 1991.



El síndrome social del síndrome (el SIDA en Cuba)

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El soldado concluye de vestirse mientras la mujer, semiacostada en el camastro, cuenta los billetes, mientras el mismo día, varios años después, el otro hombre, de traje cerrado y oscuro a pesar de la resolana, anuncia a un grupo de vacilantes, en una calle de Little Rock, Arkansas, que el Armagedón ha llegado, mientras el soldado mira por última vez los pechos que emergen, como oscuras balas de cañón, de la camisola desleída, mientras el otro hombre anuncia que los fornicadores y pervertidos serán castigados, mientras el soldado sale cerrando la puerta, que hace cimbrar todo el esqueleto de la choza de adobe, mientras el otro afirma que pederastas y drogadictos serán aniquilados por la ira del Señor, mientras el soldado cruza sigiloso la cerca del campamento y alcanza su litera y se acuesta entre sonrisas cómplices que no alcanza a ver en la oscuridad, mientras el otro brama, ante la pequeña concurrencia que se ha congregado en Little Rock, Arkansas, que sólo los elegidos que abracen su fe podrán salvarse, mientras el soldado va durmiéndose mientras repite que el teniente no me cogió, no me cogió, no me cogió; porque no sabe que algo mucho peor que el teniente lo ha cogido.
Dos puertas de entrada
A inicios de 1986, un hombre que había regresado de una misión en África, se presentó en un hospital de La Habana quejándose de ciertas dolencias aparentemente inexplicables. Practicado uno de los pocos kits que por entonces había, resultó el primer seropositivo detectado en Cuba. Después aparecerían otros, contagiados en zonas hiperendémicas en fechas tan tempranas como 1976, y una cadena de transmisión homosexual que proliferó en la ciudad de Cabaiguán.
Haciendo caso omiso a aquel artículo del periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, que se refería al SIDA como enfermedad de drogadictos, prostitutas y homosexuales en sociedades corruptas, enfermedad que jamás llegaría a Cuba, el SIDA había entrado.
Desde antes que apareciera en Cuba, cuenta el Dr. Jorge Pérez, director del Sanatorio de Santiago de las Vegas, “Nos empezamos a preparar, a recibir literatura, revistas científicas. Y mandamos a un especialista, el Dr. Millán, a trabajar a Francia con el Dr. Gentillini y el Dr. Rosenbaund, del servicio anti infeccioso de Francia, que desde el inicio estuvieron en contacto con el SIDA. El Dr. Millán regresó en el 84 y fue el primer médico entrenado en esto. De inicio, el pesquisaje de los internacionalistas infectados se hacía en un piso del Hospital Naval. Al principio, se prohibía a los infectados comentarlo. Debían decir que tenían hepatitis B. Cuando se hizo el sanatorio fue para dar mejor atención a personas que iba a durar dos años. Sin embargo, yo tengo personas aquí infectados desde hace catorce años y no están enfermos, sólo son portadores”, concluye el Dr. Jorge Pérez.
Períodos de incubación
Ahora se esperan períodos de incubación más largos mientras mejor sean medicamentados. La incubación de los tratados por AZT tiene una media de 13 años. El interferón cubano, por ejemplo, es capaz de prolongar el período de incubación en cinco años. En Cuba, la infección se comporta como en un país desarrollado, con excepción de que el sarcoma de capos (manchas en la piel) no es frecuente. Como la adecuada atención fue prolongando la vida de los pacientes, se hizo necesario pasar al sistema sanatorial.
Pero antes
se puso en práctica un sistema costoso y altamente eficiente de detección: Pruebas a todas las donaciones de sangre, a los combatientes que arribaban de África y a todas las poblaciones de riesgo; a cada ingreso en un hospital, a cada embarazada, chequeos para empleo, pesquisajes opcionales a poblaciones abiertas que quisieran hacerse la prueba. En total, 16 millones de pruebas practicadas. El resultado: sólo 9 casos de transmisión por transfusiones, vía que desde hace años ha sido totalmente eliminada, y ninguna muerte por SIDA fuera del sistema de salud.
El primer sanatorio
fue creado en 1986, en la finca Los Cocos, al sur de La Habana. Cuando es detectado, al seropositivo se le recluye en el sanatorio, no opcional, sino obligatoriamente. Allí recibe habitación —a lo sumo dos pacientes por pieza en apartamentos con sala, cocina, baño, refrigerador, televisor y aire acondicionado—, generalmente en “Los edificios”, la zona más humilde, de donde con el tiempo y de acuerdo a su conducta personal, así como las bajas que se presenten, será promovido a “El Arcoíris” o al más lujoso “Marañón”. Ya en éste, se trata de casas muy confortables en una zona tranquila y arbolada.
Césped, árboles y silencio, y altas verjas.
El sistema médico está estructurado por zonas y funciona las 24 horas: psicólogos, sociólogos, médicos de las más diversas especialidades y el más moderno equipamiento. Al seropositivo se le practica una entrevista, que se repetirá más tarde. Aún cuando no están obligados a hacerlo, la mayor parte de los entrevistados declaran su cadena de relaciones sexuales, de entre los cuales aparecerán el o los posibles emisores y contagios sucesivos. Según el Dr. Jorge Pérez, se trata de entrevistas, sin forzar a nadie. Se le convence. Es la misma técnica empleada para cualquier enfermedad de transmisión sexual. El estudio es muy detallado. Hay quien no sabe cuándo ni a través de quién se infectó. Se indagan entonces los contactos desde que tuvieron su primera relación sexual hasta llegar a la fuente. Si una prueba es dudosa, se repite a nivel nacional. En el período pre serológico, en algunos casos (raros, porque la sensibilidad de la prueba es grande) da negativa.
Como en su primera entrevista a veces el enfermo está bajo el shock del conocimiento de su enfermedad, se re entrevista en el Sanatorio, cuando ya conoce el riesgo y la responsabilidad con los demás que significan ser portador. Declarar los contactos es una obligación moral, no legal. Como hacerse el análisis es voluntario, pero casi nadie dice que no.
—Los pacientes afirman que hay muchos seropositivos en la calle, ¿Qué usted cree de eso, Dr. Jorge Pérez?
—Nosotros localizamos a un contacto cada tres meses. Ellos dicen que ocultan contactos, y lo sé: un 10% de los contactos son ocultados. Pero, estadísticamente, la probabilidad de que esos contactos ocultos estén infectados es mínima. Ninguno ha fallecido hasta hoy de SIDA fuera de aquí.
En el sanatorio, los pacientes reciben íntegro su salario (o una pensión de 110 pesos a quienes no trabajaran, como es el caso de los estudiantes), una dieta de 5.500 calorías diarias, la medicamentación más adecuada para cada caso —750.000 dólares por año en medicamentos importados—, más una buena cifra en productos nacionales y la garantía de óptimas condiciones materiales. Cada paciente cuesta al estado cubano 36 pesos por día.
Durante un congreso en Ámsterdam, los enfermos volcaron los stands de algunas firmas en protesta por los precios de los nuevos medicamentos. Aquí, en cambio, muchos pacientes reciben cada día entre 1 y 6 tabletas de AZT (acidotimidina), que detiene la replicación del virus, a un costo de dos dólares por cápsula. Reciben interferón —alfa recombinante y gamma interferón— en diferentes dosis; el factor de transferencia, de producción nacional. Sólo el tratamiento de una criptococosis cuesta 20.000 dólares, y un tratamiento de foscarnet, 23.000. Se ofrecen algunos tratamientos con medicina verde: Cápsulas y preparados liofilizados, infusiones a base de mangle rojo, áloe, cáscara de almácigo e incienso (antiviral).
Si la calidad material de vida elimina el riesgo de stress que dada la crisis económica es tan frecuente entre la población cubana; el confinamiento crea un stress adicional: la noción subjetiva de libertad ha sido suprimida. No se trata de un asunto meramente teórico. Cada enfermo tiene derecho a vivir, pero también a querer vivir. Sin la férrea voluntad vital, puede ocurrir lo que refiere el Dr. Claudio Loyd para los casos de enfermos en fase terminal:
—Lo sacas de la enfermedad, le das ánimo y lo devuelves a una vida con cierta calidad. Reincide en la esperanza. Pero cuando se cansan o se deprimen y se dejan morir, no duran nada.
Cabe apuntar que los enfermos cubanos también carecen de otra “libertad”: la de irse consumiendo hasta la muerte sin ninguna ayuda de sus Estados, incluso algunos muy ricos. Pero
No es un confinamiento absoluto
Los recién ingresados tienen pases cada fin de semana con un acompañante, que será su sombra noche y día desde que salen del sanatorio hasta que regresan. Una vez que han transcurrido seis meses de ingreso, una comisión integrada por psicólogo, sociólogo y médico evalúa la conducta del paciente. Si se le considera “garante”, es decir, incapaz de propagar irresponsablemente su enfermedad, un familiar firma un documento haciéndose responsable de su conducta y desde ese momento puede salir solo los fines de semana. La condición de garante puede obtenerse pero también puede perderse por fugas del sanatorio, conductas que se juzguen inadecuadas, etc. Condición reversible.
Pero al principio
la institución tuvo un carácter militar. No había pases, la disciplina era inflexible e incluso un director llegó a decirle a un seropositivo:
—Ya tú no eres Frank Aragüí, ahora eres el 77. El mundo se acabó para ti. De aquí nada más se sale con los pies por delante o curado.
Estaban obligados a decir a sus familiares y amigos que padecían hepatitis B. Hablar de SIDA estaba prohibido, como si se tratara de un secreto de Estado. Habían contraído una suerte de enfermedad “capitalista” que los degradaba a estigmas nacionales: homosexuales, pervertidos. Mezcla de ideología y machismo.
—Al principio —cuenta uno de los pacientes más viejos—fue muy duro. Fíjate que el primer director me dijo: Capitán, habitúate a que ya no eres ni capitán ni soldado; ahora eres sidoso. Los escolares que pasaban por la carretera nos gritaban maricones y yo no lo soy. Nos trataban como si todos fuéramos unos delincuentes sexuales.
Con frecuencia los llevaban de paseo en ómnibus de altos vidrios polarizados, para “ver la vida como desde una pecera” porque estaba terminantemente prohibido bajarse. Tanto pavor infundían las siglas SIDA, que fue necesario pagar un plus de 100 pesos sobre el salario a cada trabajador para que aceptara un puesto en el sanatorio, condición que se ha mantenido. Hoy, los sanatorios (trece en total, que serán pronto quince, situados en casi todas las provincias de Cuba) constituyen una
Micro sociedad,
cuyo mayor problema es ser un segregado de la otra, o como afirma un paciente al ser interrogado: “La peor ley de esta sociedad es que no estamos incorporados a la otra”. Una micro sociedad que funciona como un organismo socio sicológico complejo. Integrada por personas estresadas por el carácter de su enfermedad, que ven pronto destruirse su esquema tradicional de vida, que ven su privacidad interrogada, puesta al descubierto, e incluso estigmatizada por una zona de la sociedad. Enfermos con mínimas posibilidades de manipulación de una enfermedad por ahora no curable, y que adquieren, a edades muy tempranas, una percepción mortal de la vida, que inclina a muchos, incluso a ateos hasta ayer militantes, hacia una religiosidad dictada por su indefensión.
“Yo pertenezco a la religión de Orula,
o lo que la gente llama la santería”, afirma Rigoberto. “Cada vez que yo necesito dar un toque de santos, hacer una fiesta, me dan pase. Sobre todo en enero, que es mi cumpleaños, y en septiembre, que es la velada”.
Asistimos a una misa bautista en pleno sanatorio, y notamos la concurrencia de jóvenes. No es un caso aislado. Diversas iglesias hacen labor de proselitismo, confortan a los pacientes, los agrupan, les dan un sentido gremial, de pertenecer a una sociedad y no de ser el segregado de la sociedad a la que antes pertenecían. Ofrecen una fe a quienes perdieron o están en trance de perder la otra.
En cambio, Ulises, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, se queja de la falta de espíritu grupal y organicidad de los militantes: “¿Será que los comunistas no somos ni una religión?”.
Pero no es sólo la libertad
o la noción de libertad lo que se pone en juego. Las condiciones de confinamiento crean problemas adicionales, a veces muy graves. Teniendo en cuenta que en Cuba la respuesta mayoritaria de la población a los afectados es el respaldo, la efectividad, la protección y, a veces, la sobreprotección; la extracción del seno familiar implica conflictos como los apuntados por la sicóloga María Isabel:
—Los jóvenes, a la vez que los sacas del medio familiar, empiezan a presentar problemas, desajustes.
Y eso se agrava por el hecho de que si aún la mayoría de los hospitalizados están entre 20 y 29 años, ya los nuevos casos son abrumadoramente jóvenes de 15 a 19 años.
La reinfección
Dada la juventud de los nuevos ingresos, la ruptura de los nexos (y límites) familiares, su mayor actividad sexual (y, en ocasiones, promiscuidad), hacen que los problemas de reinfección se conviertan en algo serio y delicado.
—La reinfección tiene el riesgo de ingresar al organismo cepas más patógenas que las originales — explica la Dra. Mirta Fraga—. Hay cepas más y menos virulentas (más rápidas y más lentas). En pacientes más antiguos que han sobrevivido, las cepas son más lentas, aunque también eso depende de cofactores: el sistema inmunológico del paciente, su fortaleza, modo de contagio, etc. Hay pacientes que han infectado a su esposa, ella ha fallecido y él permanece asintomático.
—¿Quizás como consecuencia de las mutaciones, los VIH más recientes serían más resistentes? —pregunto al Dr. Arsenio, epidemiólogo.
—Tienes razón en parte. Hay, sobre todo entre los jóvenes de sexo en grupo con mucha promiscuidad, un grupo de cepas más agresivas con las cuales el paciente dura más corto tiempo. Y no es categórico, porque el estudio de secuenciación de cepas se está haciendo ahora. Y está muy directamente relacionado con la actitud que tenga la persona ante la vida y la enfermedad. ¿Por qué? Si te acuestas no con uno, sino con 10 seropositivos, llega el momento que no tienes una cepa, tienes 3. Tres virus diferentes. Y si no te tratas, además, el virus se vuelve mucho más fuerte. Dados los cofactores, la invasión es mayor. Más cepas, más replicación viral. Te estás reinfectando continuamente. Y junto con el VIH puedes recibir la hepatitis viral, que es un cofactor, el herpes simple, la sitomegalovirosis. Estás cargando a esa persona de otras enfermedades. En esas circunstancias, el virus acaba contigo, y rápido. Tenemos muertos de 17 años, de 19 y 20.
—¿Hay diferencia de capacidad inmunológica entre rangos de edades, digamos 15 19/20 29?
—Está por probar —responde el Dr. Jorge Pérez— No tiene que ser así. Quizás el sistema inmunológico de personas más jóvenes no está tan desarrollado como el de los adultos. A los 15 años el sistema debe estar total y completamente formado. Pero en seres humanos no se pueden hacer generalizaciones. Puede haber enfermedades, incluso hereditarias, que hayan deprimido el sistema. Y ser más susceptibles al virus.
Niños
Pero también “existen padres, madres o ambos, que tienen que abandonar a sus hijos al entrar al sanatorio. Y tenemos que atenderlos. Si hay familiares que se encarguen de los niños, se les confían. En caso contrario, pasan a escuelas internas. Y se dan mayores facilidades a los padres para que visiten a sus hijos”. De todos modos, no se trata de una atención normal. Y, sean cuales sean las circunstancias en que queden los menores, la reclusión de los padres es obligatoria.
—¿Y niños con SIDA?
—La vía materno fetal está descartada —responde el Dr. Jorge Pérez— por el análisis que se hace a las embarazadas. Tres casos ha habido de mujeres que han querido tener sus hijos a pesar de todo. Han salido enfermos y han muerto en dos, tres años y medio. Hay alguna posibilidad muy remota de que no salgan infectados. Nosotros siempre recomendamos no tener hijos en esas circunstancias. Hasta los 18 meses no se puede saber si el niño está infectado o no, porque nace con los anticuerpos de la madre. Normalmente, si nace con SIDA, el niño empieza a enfermarse al mes. Pero a veces se enferma a los 3 4 años. En Guantánamo hay una niñita de 6 años con SIDA.
Más allá de la barrera
“Se llama la etapa SIDA cuando el individuo transgredió ciertos límites de inmunodepresión y se producen enfermedades oportunistas. Se habla del complejo VIH SIDA. Sintomático, asintomático. La clasificación se basa en la cantidad de linfocitos CD4 y las enfermedades que tiene el individuo”, nos comentan en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, donde destinan a los enfermos de SIDA (no los seropositivos) cuando son atacados por alguna enfermedad oportunista que entrañe peligro vital.
—Uno nunca sabe todas las enfermedades que vienen. Se conocen cuatro o cinco que son las más frecuentes y se hace labor de profilaxis, aunque no hayan aparecido.
—¿Cuál es el tiempo de permanencia de los enfermos aquí?
—Prolongada. No menos de un mes. Se hace difícil el control de la enfermedad. Se deja con régimen y cuando se comprueba que el tratamiento no le hace daño, se envía a su provincia. Si recae, regresa. Si fuera necesaria una unidad de terapia intensiva por deficiencia respiratoria progresiva o cerebral, se envía al Hospital Miguel Enríquez. Si fuera recuperable. Si no, no vale la pena. Aquí no tenemos los aparatos. En la nueva sede los tendremos.
—¿Aquí no se produce ningún deceso?
—Sí. Casos que no tienen aquellas insuficiencias y no necesitan sala de terapia se quedan aquí. A veces el VIH en estadios altos hace que el individuo se consuma, el slim desees descrito en Tanzania: se le da alimentación parenteral (por vena) dado que no absorben los alimentos.
Auto inoculación y crisis
Las actuales circunstancias de crisis profunda que vive el país, con lo que conlleva de crisis de perspectivas, incluso de crisis ética, moral, pueden explicar lo inexplicable: el caso de un grupo de jóvenes que se auto inocularon el VIH. Preferían vivir sin limitaciones unos pocos años, que continuar padeciendo su falta de expectativas. Los que no han muerto, ya están arrepentidos. Es un caso que el gobierno prefiere desconocer, de modo que cuando le pregunté al director del centro:
—¿Es cierto que ha habido casos de auto inoculación?
—Que yo sepa, no.
La ley
estipula que el Ministerio de Salud Pública está autorizado para confinar en caso de peligro epidemiológico, no sólo a enfermos del SIDA. Aunque hoy sólo se aplique a ellos. Está legislado.
Por peleas, fugas, etc., se remite al enfermo, por el tiempo que dure la sanción, a Nazareno, sanatorio donde el trabajo es obligatorio, los pases son cada 45 días y el régimen es más rígido (la medicamentación y la alimentación siguen siendo las mismas). Se necesita buena conducta para regresar al sanatorio. Por causas mayores —fuga de mucho tiempo, contaminar a alguien, hechos delictivos— se remiten al Combinado del Este, la prisión más grande de La Habana, donde hay un pabellón especial para los seropositivos (que mantienen sus condiciones de alimentación y medicamentación).
Aunque varios pacientes aducen que: “No hay ninguna ley que te prohíba fugarte de aquí. Si te escapas, aunque sea para ver a tu mamá que está enferma, te acusan de propagación de epidemia aunque no haya testigos, aunque no haya nadie infectado”.
—¿Un enfermo es acusable de difundir la epidemia sólo por una fuga, sin que haya pruebas? —pregunto al Dr. Jorge Pérez, director del Sanatorio.
—Antes de ser yo director, no sé. Hemos tenido sancionados. No muchos, pero comprobados, a los que se les ha aplicado el Decreto Ley 54. De modo que ilegal no es. En casos de indisciplinas menores, la comisión de disciplina quita pases. Hemos tenido casos de fugas por 15 días y hemos comprobado que el paciente no está en su casa.
Legislado está, pero la pregunta sería
¿Es moral?
Se aduce que el sistema implantado está dirigido a proteger los derechos humanos de la mayoría (los sanos) a costa del derecho a la libertad de la minoría (los enfermos y seropositivos), ya que es precisamente ese sistema el causante del bajísimo índice de SIDA en Cuba.
No se podría afirmar categóricamente que es sólo el sistema implantado el responsable de estos datos, concluye la OMS al analizar el caso cubano. Aunque una parte sustancial debe corresponderle. Pero al sistema sanatorial se añade la amplia red de serodetección, el comparativamente escaso contacto de los habitantes cubanos con extranjeros, su alto nivel de instrucción, la escasa drogadicción (prácticamente nula por vía intravenosa) y la vigilancia epidemiológica.
La propaganda
“La propaganda intimida a la población, no la educa. Al principio se dan un gran susto y de ahí pasan a la incomprensión. Y se puede enseñar sin amedrentar”, reflexiona un paciente.
“Quieren presentarnos como lo peor”, dice otro, “como la escoria de la sociedad y eso es mentira”.
Algunos religiosos afirman: “Le han dado la imagen al pueblo de que todas las personas que están aquí adentro son promiscuas”.
¿Justifica de alguna manera ese tipo de propaganda, ante la opinión pública, el sistema de confinamiento, convirtiendo a los enfermos en culpables?
¿Humanitarismo Vs. Paternalismo?
Algo se desprende de las opiniones de muchos enfermos: “No estoy en contra del sanatorio como sistema de salud, ni de la atención o la alimentación. Ni de lo que aporta al paciente en cuanto al conocimiento de su situación real. Pero si el sanatorio fuera opcional, yo no estaría aquí”.
“Hay quienes no se quieren ir, porque aquí se han hecho señoras y señores y exigen su carne tierna y a la hora exacta”.
“Que me dejen trabajar los años que me quedan. Si no, yo soy un hombre muerto”.
“Que sea el sanatorio un lugar de tránsito, de preparación para enfrentar la realidad, y regresar a la vida habitual, volviendo aquí para chequeos periódicos o cuando ocurra algo”.
Y no es una idea ajena a la dirección del sanatorio, pero, al parecer, su puesta en práctica es lenta. Demasiado. Quizás porque haría falta abandonar un esquema paternalista que presupone al estado capaz de determinar lo que mejor conviene a todos y a cada uno de los ciudadanos. A cambio, bien podría delegar en la responsabilidad individual. No confinar de antemano, previniendo las posibles transgresiones. Si todos los ciudadanos estuvieran presos, no habría asaltos, pero, ¿sería moral?
El Período Especial,
momento de excepcional escasez en medio de la peor crisis que ha sufrido Cuba en los últimos decenios, añade un nuevo elemento a la ya compleja circunstancia: Dado que la escasez llega al grado de suministrar algunos huevos y una exigua cuota de picadillo de soya como casi exclusiva fuente de proteínas, el factor sobrealimentación se vendría abajo, poniendo en peligro la supervivencia. Pero aún cuando se asignara una cuota especial a cada seropositivo, ¿se avendría un enfermo a sobrealimentarse mientras sus hijos lo miran mal alimentados? Es difícil, aunque sepa que en ello le va la vida.
¿Cómo garantizar que medicamentos tan caros como necesarios se disloquen por toda la red asistencial del país, azotada por la falta de combustible y otras carencias, hasta llegar a los pacientes dispersos?
De cualquier modo, hay que dar voz y voto a los seropositivos. No puede existir un esquema único e igualitarista para todos.
¿Quién cuida a quién?
es la pregunta que se hacen los miembros del Grupo de Prevención, integrado por seropositivos, médicos, publicistas y profesionales de distintas esferas, y que se ha propuesto prevenir el SIDA y abogar por la integración a la sociedad de los afectados. Porque “hay que luchar contra el SIDA y no contra los que tienen SIDA. Y el sanatorio crea una falsa seguridad en la población sana. Piensan que todos los seropositivos están adentro, y muchos salimos los fines de semana sin un cartel en la frente. La balanza se mueve en el sentido de que nosotros somos los que tenemos que cuidar a los sanos y no los sanos cuidarse a sí mismos. Creo que es más humano educar a la población que encerrar a los seropositivos. Hasta hoy, no se han dado más que cinco casos de seropositivos del sanatorio que contagiaron a otros. En cambio, se detectan más de cien casos nuevos por año”.
1990 (no publicado por la revista Somos)



Fraude, ¿académico?

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A 280 estudiantes entrevistados se les formuló la
siguiente pregunta: ¿Alguno de ustedes no ha cometido nunca
fraude durante su vida estudiantil? Los 280
admitieron haber cometido fraude alguna vez. No hubo una
sola excepción. Pero ¿es el fraude académico sólo fraude
académico?
El robo es tan viejo como la propiedad privada y el fraude académico es tan viejo como la enseñanza, pero siempre existió una relación de contrarios entre el poseedor de bienes y el ladrón, entre el maestro que pretende comprobar los conocimientos adquiridos y el alumno que pretende demostrar conocimientos no adquiridos. ¿Qué ocurre cuando esta situación se altera?
Reflexionemos sobre algunos hechos ocurridos en nuestra educación entre 1971 y1985.
Métodos tradicionales
Un alumno mira disimuladamente hacia la prueba de otro, extrae un chivo, comprueba por el libro, o la muchacha de más allá revisa con cuidado sus muslos tatuados de fórmulas. Son métodos tradicionales del fraude académico que no es, como frecuentemente se dice, un rezago del pasado, sino un fenómeno negativo que tiene, en nuestra sociedad,
Causas objetivas
Muchos aún recuerdan la anécdota de aquel profesor que en el capitalismo se refería a un alumno que cometía fraude: “Para qué lo voy a suspender. A ese lo suspende la vida.” Efectivamente, si el alumno procedía de una familia sin dinero o influencias, la vida lo suspendería indefectiblemente. En ningún negocio o empresa el dueño lo contrataría sólo por el título, si sus conocimientos no reportaran ganancias. Y si procedía de una familia pudiente, el título sería mero adorno. Su futuro estaba garantizado. En nuestro país, en cambio, se asegura empleo a todos los graduados de especialidades medias y superiores y, por otra parte, el índice académico es fundamental para optar por una carrera universitaria. Por tanto, el sistema compulsa al estudiante a luchar, más que por los conocimientos, por la nota o el título. Puede que, al final, la vida lo suspenda, pero muy a largo plazo. Mientras, pueden obtener promedio y título, trabajo y salario. He ahí las causas objetivas. Sin embargo, este fraude tradicional es el menos bochornoso. Grave fue que la práctica del fraude contó con la participación activa de parte del personal docente que fumaba mirando por las ventanas, salía del aula, copiaba las respuestas en la pizarra, las dictaba, ofrecía repasos, cuestionario en mano, el día antes, para que al siguiente sea ese mismo cuestionario (qué casualidad) el que se examinara. O vigilaba en la puerta mientras un alumno aventajado respondía el examen a sus compañeros. En tales casos no hacía falta emplear los métodos tradicionales, porque ya la ejecución de la prueba era un fraude.
Se llegó a casos extremos, como el que nos narró Víctor Campanioni, estudiante de Matemática: “En el curso83 84 en el pre Juan Manuel Márquez de Güira de Melena, las respuestas a la prueba de Física 12 grado, que habían sido enviadas por la nación, las dieron los profesores por el audio de la escuela”. Idéntica información nos fue suministrada independientemente por una estudiante de Microbiología.
¿Por qué?
Para buscar el por qué de esta anómala situación, hagamos un poco de historia.
Desde 1962 a 1971, la promoción se elevó a razón de 0,6% anual en Secundaria Básica, lo cual es lógico si consideramos el aumento en el nivel de vida de la población, el acceso de todos a la enseñanza, las mejoras en los índices de retención, el aumento de la calificación profesoral, de los recursos destinados a la enseñanza y el perfeccionamiento de los planes y programas. Hasta ese momento, la masividad sin precedentes en primaria no había provocado incrementos espectaculares en la promoción, pero sí en la calidad de la preparación de los estudiantes. ¿Qué ocurrió entre 1971 y 1975? En lugar del modesto 0,6% anual, durante este lapso la promoción se elevó once veces más, es decir, 6,9% anual. Si esto hubiera sido un producto lógico de la atención prestada a la educación en los años precedentes, ¿por qué ocurrió precisamente en la enseñanza secundaria y no en la primaria, a la que se había concedido hasta ese momento mayor atención por razones obvias? ¿Por qué el fenómeno se inicia precisamente en las ESBEC, escuelas experimentales y donde una gran parte del profesorado eran estudiantes sin experiencia profesional? ¿Por qué precisamente en ese momento? Sólo entre los cursos 70 71 y 71 72, la promoción se eleva en secundaria un 13%. Si consideramos exclusivamente las ESBEC, su promoción en el curso 72 73 es 31,4% mayor que dos años antes. En el curso 74 75 ya la promoción de los IPUEC supera a la promoción de las ESBEC. Paulatinamente, la promoción de las secundarias y pre urbanos va alcanzando a la de sus homólogos rurales. Aunque la más espectacular es la promoción alcanzada por los institutos pedagógicos en 1976: 99,8%.
Síndrome triunfal
Cuando se crearon las primeras ESBEC, con la aplicación del principio de estudio trabajo, apareció lo que nosotros llamamos “síndrome triunfal”, es decir, la necesidad de demostrar que el nuevo enfoque era sustancialmente superior al anterior, y de ahí que los estudiantes no sólo recibieran una educación más integral, sino que en el plano estrictamente docente debían (tenían que) obtener mejores resultados.
Posteriormente, el síndrome contaminó a todo el sistema, cuya efectividad se quiso demostrar a toda costa, dado que las demostraciones cuantitativas parecen más convincentes que las cualitativas. Queda perfectamente demostrado que fue durante esos años cuando se produjeron los mayores incrementos en la promoción. ¿Cómo se obtuvieron esos resultados?
Exigencia
Mayda (ISRI): El problema viene de que los directores le exigen a los profesores, porque a ellos les exigen los metodólogos, los directores municipales, y a ellos, los provinciales, y de ahí para arriba. Exigen cantidad, no calidad, y esto propicia el fraude.
Es decir, una cadena de exigencias a todas las instancias y que culminaba en el profesor. ¿Cómo se desarrollaba en la práctica? Veamos el desarrollo de esta “batalla por la promoción”.
¿Emulación o competencia?
En teoría, la emulación en el socialismo debe ser noble contienda por alcanzar mejores resultados, mientras la competencia capitalista sólo pondera los fines sin importarle los medios. ¿De qué medios se valió en realidad la emulación para alcanzar fines tan extraordinarios?
Aún en el Reglamento de Emulación de 1979 (el más antiguo del que posee copia el SINTEC. Los de la primera parte de la década del 70 ya no existen), se incluyen como índices:
1.1 Compromiso de promoción (cualitativo y cuantitativo)
(El compromiso será dirigido a obtener resultados satisfactorios encaminados a superar los obtenidos en cursos anteriores)
Es decir, para cumplir se hacía necesario superar los resultados anteriores, aún cuando estos fueran de un 99%. Así aparecieron decenas de centros 100%, una promoción increíble y que violaba los principios estadísticos más elementales.
A partir del curso 82 83 se hace hincapié en un “máximo de promoción con el máximo de calidad”. En 1974, Fidel alerta sobre la necesidad de elevar la calidad en la educación, y en 1978, José Ramón Fernández, ministro de Educación, enuncia que “Jamás trabajaremos por índices de promoción para reflejar una supuesta calidad de la educación”, pero lo cierto es que ya se habían establecido mecanismos de presión material y moral mediante las evaluaciones al personal docente y la emulación. Los resultados se medían por la promoción y de ellos dependían tanto la evaluación de un profesor como la de un cuadro a cualquier nivel. Promover. Promover cada vez más, pero
¿Cómo?
Se llegó a la tácita aplicación de que no hay método malo si los resultados son buenos (aunque nunca se formulara explícitamente de esa manera). Y, claro, profesor que promueve=profesor bueno / profesor que no promueve=profesor malo. Así de simple.
Kenya (Matemática): En la escuela Amistad Cuba Canadá, de Quivicán, no había fraude. Allí cambiaban al director por meses. Los estudiantes eran buenos, los mejores expedientes de cada secundaria, y los profesores también. Cuando la disolvieron (supongo que sería por la baja promoción) le echaron la culpa a los profesores y el director provincial dijo que en las otras escuelas para donde nos enviaban íbamos a aprobar, porque allí sí había buena promoción.
Maribel (ISA): En el pre de Lagunillas, en Cienfuegos, se dio a conocer una prueba de Matemáticas el día antes. La dio a conocer el propio profesor, que como casi no había dado clases, no podía asegurar la promoción.
Marlen (Vocacional Lenin): En mi escuela, la Raúl Suárez Martínez, de Boyeros, el director era exigente, pero todos los profesores copiaban las respuestas en la pizarra, o los más filtros hacían las pruebas completas y las copiaban en la pizarra mientras el profesor vigilaba.
Isabel (Matemática): Muchos profesores entraban antes de la prueba y decían: “No copien nada”. Y ahí mismo daban un repaso que era la prueba.
Dairis (estudiante de preuniversitario): Y está el caso del profesor que viene con la prueba y dice: Yo le voy a dar lectura a todas las respuestas. Ustedes tomen la idea central. Pero además, yo digo que es fraude poner una pregunta escrita fácil, para que todo el mundo apruebe, para asegurar promoción.
O calificar, como me comentó un profesor amigo, goma en mano, para enmendar errores y elevar promoción. O cambiar a última hora las claves de la prueba, de modo que valgan más las preguntas que un mayor número de estudiantes han respondido bien. O llamar al estudiante suspenso para que después de la prueba reconsidere sus respuestas y así apruebe. Y ese es el fraude más grave: el fraude institucionalizado, el fraude como sistema, que se hizo práctica habitual en la educación.
Los improvisados
A esto contribuía en cierta medida la existencia de numerosos maestros que ingresaron por coerción en los institutos pedagógicos, sin vocación ni conciencia de maestros y que carecían de la formación vocacional y ética que deben caracterizar a un educador.
¿Quién cuida hoy?
Amalio (ISRI): En el pre se sabe quién cuida cada prueba y si deja o no copiar. Oye, va a cuidar fulano. Hay que estudiar. A otros no les interesa.
Gladis (Matemática): Una vez cambiaron de improviso a uno suave por otro tenso y suspendieron como a diez.
Nunca fueron todos. Siempre hubo maestros que se negaron a las prácticas en uso, aunque todos los engranajes del sistema estuvieran dispuestos no a fomentar la actitud de estos maestros, sino la de aquellos que obtenían 100% sin importar los medios.
En el campo
Karina (ISPE): En el campo se da más el fraude que en la calle. Se roban las pruebas y eso.
Varios estudiantes coincidieron en referir las escuelas en el campo como aquellas donde más fraude se comete. Nadie podría afirmarlo absolutamente, aunque hay varios factores que podrían apoyar este criterio:
1. Fue en ellas donde comenzó la carrera por la promoción.
2. La masa profesoral es más joven y compuesta en buena proporción por los egresados de los Pedagógicos de que hablábamos anteriormente.
3. Todavía hoy presentan promociones sustancialmente superiores a las de sus homólogos urbanos.
Venta de pruebas
Se han hecho públicos los procedimientos mediante los cuales, en un preuniversitario de la capital, se vendían las pruebas. Sucesos similares han ocurrido en otros centros docentes. Sin embargo, no es esa la tónica general del fraude. Si un estudiante recibe las respuestas o se le da un repaso de la prueba el día antes, ¿qué necesidad tendría de comprarla? Esto ocurre quizás en lugares donde se vela con mayor rigor por la moralidad del proceso educativo y donde profesores acomodados (hasta un nivel delincuencial) y alumnos habituados a un sistema de facilismos son capaces de acudir a cualquier expediente para obtener resultados sin esfuerzo.
Leyes e interpretaciones
Se han dictado resoluciones contra el fraude, se han establecido sanciones; pero ¿realmente contribuían el sistema emulativo y el promocionismo a sorprender un fraude?
Ante todo, eso traía como consecuencia que la escuela perdiera la condición de libre de fraude. Por tanto, descubrir un fraude iba en detrimento de la emulación. Más tarde era la condición de vanguardia la que se afectaba.
Nosotros investigamos un caso en el IPU Raúl Cepero Bonilla, vanguardia provincial. Una muchacha había sido sorprendida durante la prueba de Biología doce grado (curso 83 84) con los muslos tatuados de fórmulas. La profesora, intransigente, la llevó a la dirección. El consejo entendió que se trataba de una intención fraudulenta. Dado que la resolución ministerial No. 244/80 permite esas sutilezas legales, se envió a la alumna a su casa, se le anuló la prueba y la aprobó en extraordinario. Actualmente, estudia en el Instituto Superior Pedagógico.
Asunto concluido: La escuela no perdió su condición de vanguardia y la alumna se graduará próximamente de educadora. Una solución salomónica (nadie se vio afectado), salvo por un detalle: ¿Y los principios ideológicos y morales que rigen nuestra sociedad?
Repudio al que repudia
En cierto momento, se hacían mítines de repudio a los estudiantes sorprendidos en fraude. Pero lo más terrible era que quienes más gritaban eran precisamente aquellos a los que aún no habían sorprendido. Es, si no peor, cuando menos más hipócrita que lo que ocurría en otros lugares.
En la escuela República Popular de Corea un estudiante denunció a otro por cometer fraude. El fraudulento fue expulsado (matriculó en otro centro). El que lo denunció fue obligado por sus compañeros a dormir en la azotea durante varios días hasta que pidió su baja.
En el curso 79 80, en la ESBEC República Popular de Polonia, una estudiante elevó una carta denunciando el fraude que se cometía en la escuela. En lugar de investigar, la dirección provincial encomendó esa tarea al director de la escuela, que paró a la muchacha en el matutino y la hizo retractarse públicamente. El combate contra el fraude ha sido más de forma que de fondo y no es raro, dado el carácter institucional que adquirió el fenómeno en un momento, que hubiera cierto desinterés por eliminar definitivamente todas las manifestaciones de fraude.
Dairis (estudiante de preuniversitario): Si yo soy un estudiante normal y me quita el examen uno que comete fraude igual que yo, a ese lo acuso de descarado. A lo mejor se quiere anotar puntos porque le están haciendo el proceso para la Juventud o algo por el estilo. Si un estudiante tiene moral, no hay rechazo. Claro, se ve como algo excepcional, porque son muy pocos los casos que hay.
Demostración
¿Qué ocurrió durante las evaluaciones finales del curso 85 86? Se han dado numerosas causas para explicar un descenso de 13,5% en los índices de promoción. Nos llamó la atención una que leímos en la prensa: “Los muchachos se sintieron muy solos durante la prueba”. ¿Es que acaso la evaluación no es un asunto personal que el alumno debe resolver solo? Claro, como no era eso lo que ocurría anteriormente, al eliminarse radical y súbitamente la “ayuda”, es decir, el fraude institucionalizado, el estudiante se sintió solo (y perdido). Bastó cambiar a los profesores —en algunas escuelas llegaron al extremo de encerrarlos en locales con llave— y velar por la moralidad del proceso evaluativo, para que el agua cogiera su nivel. Por lo demás, las pruebas no fueron sustancialmente distintas a las de años anteriores, y el trabajo de los docentes no pudo ser en casi todo el país peor que el de los cursos precedentes.
Entonces,
¿la culpa la tienen los maestros?
Se ha hablado quizás demasiado de la culpabilidad de los maestros. Ahora bien, en esto no puede haber un único culpable. Hay una cadena de culpabilidades que arranca de los funcionarios a todos los niveles y concluye en los alumnos, y el orden de culpabilidad y responsabilidad es descendente. El alumno es el menos culpable, dado que los niños no nacen formados, y si adquieren hábitos socialmente negativos hay que buscar en quienes los forman (no sólo padres y maestros, sino la sociedad en su conjunto) la fuente de esas conductas.
Orestes (ISRI): No es que los muchachos vengan malos. Es un problema de formación. Y la escuela no es un centro de promoción, sino de formación. Es una inmoralidad.
Lo cual no exime de responsabilidad a los alumnos que admitieron y disfrutaron las comodidades de este fraude institucionalizado.
El maestro fue el instrumento mediante el cual se llevaba a la práctica el sistema promocionista, bien fuera compulsado, o gracias a una actitud sumisa a las directivas de las instancias superiores, o por efecto de medidas que en ocasiones llegaron a la separación del puesto de trabajo. O, simplemente, por comodidad, dado que un alumno cuya prueba será respondida no necesita recibir sólidos conocimientos y, por tanto, sólidas clases (que se veía eximido de dar). De ahí hacia arriba corresponde una cuota ascendente de responsabilidad, desde el director de la escuela hasta las más altas instancias del MINED, el SINTEC y quienes tenían la responsabilidad de velar por el adecuado proceso de educar a los jóvenes. Los funcionarios a todos los niveles exigían promoción a sus subordinados y, en el mejor de los casos, se volvían de espaldas para no saber los modus operandi mediante los cuales se obtenían esas promociones. Conocemos numerosos casos concretos de directores provinciales, municipales y de escuelas que se hacían eco de esa situación. Si solicitáramos a nuestros lectores referencias concretas, estamos seguros de que obtendríamos muchas más. Pudieran decir que no sabían lo que estaba ocurriendo, en cuyo caso le recordaríamos una frase de José Martí:
Gobernar es prever.
No saber lo que ocurre es un lujo que no se puede permitir quien dirige. Pero no sólo son responsables de esta situación los directamente relacionados con el proceso educativo, sino también los padres, los medios masivos de difusión y la sociedad en su conjunto.
Dairis: Nosotros vemos que las personas mayores son las primeras que están haciendo fraude en las aulas para alcanzar el noveno grado. ¿Qué podemos esperar de un niño cuyo padre comenta con la madre que se vio necesitado de cometer fraude porque a lo mejor su capacidad no es suficiente?
Oscar (ISRI): Los fraudes que se sacan en las revistas y otros no reflejan la realidad, como el caso del fotocuento del fraude que apareció en Somos Jóvenes.
Patricia (ISRI): En Nuestros hijos pusieron una cosa sobre el fraude: a un niño le dejaban de hablar porque había cometido fraude. Eso es mentira, y eso es lo que muestran a los padres.
Niurka (ISRI): El primer enemigo del socialismo es el formalismo, y eso ocurre en los medios de difusión y en la educación.
¿Es que acaso alguien podría ignorar que algo raro estaba ocurriendo?
Entonces no leía los periódicos, que en la década del 70 reportaban decenas de escuelas con 100% de promoción, e incluso el caso de la Carlos Liebknecht, que hizo dos cursos seguidos con el 100%, y en el curso 71 72 sólo un muchacho con una asignatura asistió a extraordinario. El aire del campo no produce mutaciones instantáneas en las neuronas y eso lo sabe cualquiera sin ser especialista en educación.
Fraude, ¿académico?
Fraude m. (lat. fraus, fraudis). Engaño, acto de mala fe, cometer un fraude (Nuevo Pequeño Larousse Ilustrado, p. 455)
A falta del diccionario de la Real Academia, damos por buena esta pequeña definición ilustrada. No es sólo fraude lo que hemos citado arriba. Es fraude también (y peor) el sistema promocionista que compulsaba al profesor, a todos los funcionarios del sistema educacional, a fomentar, practicar, permitir, o cuando menos “ignorar” el fraude masivo y generalizado.
Es fraude vanagloriarse de cifras que no son fiel reflejo de la calidad alcanzada, el fraude “ignorar” todo esto en nuestros medios de difusión y sustituirlo por loas triunfalistas e idílicas. Es fraude el sistema de inspecciones avisadas que permite al director de una ESBEC aleccionar a sus alumnos:
“Cuando venga la visita y yo pregunte, me levanta todo el mundo la mano: el que sepa, me levanta la derecha, y el que no sepa, me levanta la izquierda”
Es fraude también el certificado médico “por razones siquiátricas” que consigue el estudiante universitario cuando desea evadir su separación por insuficiencia académica. Y no porque dudemos del equilibrio mental de algunos estudiantes, sino porque es imposible que el 50% de los estudiantes enfermos en el curso 84 85 tuvieran problemas de los nervios.
Y todo esto es reflejo de un fraude mayor, un fraude que tiene lugar en la vida cotidiana, no sólo cuando el adulto copia de otro para alcanzar el sexto o el noveno grado, y no puede, por tanto, ser ejemplo para sus hijos, sino también cuando ese adulto disfruta ilegalmente bienes del Estado, o cuando cumple sus planes formalmente, sin calidad, o cuando aprovecha su posición para lucrar, obtener prebendas y erigirse en tiranuelo de bolsillo a costa de Liborio y en nombre de la Revolución que invoca constantemente. Todo esto es fraude, como lo es reportar en cualquier actividad cumplimientos que no se han cumplido. Y es fraude que ven los jóvenes y adolescentes, que no viven sumergidos en una cápsula de cristal, porque educación es más que instrucción, y es más difícil formar que promover.
Vale recordar las palabras de José Ramón Fernández, ministro de Educación, en 1978:“Sin lugar a dudas, todo el que cometa un fraude, lo promueva o lo silencie demuestra tener graves dificultades ideológicas”.
“¿Fraude académico?”; en: Somos Jóvenes, n.º 93 94, La Habana, septiembre, 1987.



El Caso Sandra

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Un panadero se levanta muy de madrugada para hacer el pan
nuestro de cada día. Cada pan lleva la huella de su
cansancio. Una muchacha se levanta al mediodía, y al
atardecer sale en busca de un turista a quien venderse por
billetes con rostros de patriotas desconocidos. A eso
se llama en el argot “hacer el pan”. Es muy distinto el sabor
de ambos panes.

Sandra conoció a su padre a los once años. En ese momento, el que hasta entonces había sido un desconocido, se convirtió en un extraño. Aunque ella era la mayor de cinco hermanas, había pasado la mitad de su vida con una tía solitaria que le inculcó su filosofía de la autodefensa: “Aunque sea un varón. Si te da, coges un palo y se lo rompes en la cabeza. Para que te respeten, primero tienes que enseñar que tú sí no eres pan suave. Mira a tu madre: quince años con ese hombre, esperándolo (así sean tres meses o tres años) y lavándole los calzoncillos cuando regresa. Por eso yo vivo sola. A mí nadie me mangonea. Apréndete eso”.
Durante once años, Sandra vivió por temporadas con su madre, que no la dejaba salir a jugar, y menos juntarse con varones, porque el lugar de las mujeres es la casa y, además, tú tienes que ayudarme. Desde los siete lavaba los pañales de los más chiquitos y a los nueve aprendió a cocinarles el almuerzo cuando volvía de la escuela, porque la madre empezó a trabajar y no podía atenderlos. Cuando se barruntaba un regreso del padre, ella sabía que su sitio en la cama matrimonial sería ocupado, y que no quedaba ni más espacio ni más remedio que volver a la casa de su tía, en un pueblecito al oeste de la ciudad. Nadie se lo explicó. No hacía falta. A los once años, Sandra entendía demasiado y había cambiado nueve veces de escuela.
Sandra conoció a su padre gracias a que él fue amonestado en el núcleo del Partido por la falta de atención a sus hijos, y regresó a la casa más o menos definitivamente.
No la dejaban ir a la playa, a los cines por la tarde, a casa de las amigas, ni a las escuelas en el campo, para que pudiera atender a los más chiquitos y al padre cuando su mamá estaba enferma o trabajando. De los once a los quince años, Sandra se ocupó de todas las tareas domésticas, terminó el noveno grado y recibió unas cuantas palizas: por llegar tarde, por pedir dinero en la calle, por robar en una tienda, por ir a una fiesta sin permiso, por escaparse de la escuela para dedicarse en la biblioteca municipal a leer libros que muchas veces no entendía, o ver hasta tres veces seguidas la misma película, porque era capaz de transportarse al país del libro o al país del cine, donde no había que lidiar con la casa y las personas eran más comprensivas;. La segunda vez que robó, los padres no se enteraron. El policía que la detuvo dio varias vueltas por la ciudad con ella, buscando su casa, hasta que llegaron a una secundaria. Sandra le dijo que ella estudiaba allí, y la directora logró que se la dejaran, con el compromiso de que no reincidiría. Cuando el policía se marchó, la directora llevó a Sandra hasta un parque cercano, y estuvieron conversando durante dos horas. Aunque no estudiaba en aquella secundaria y nunca había visto a aquella mujer, y quizás por eso, le contó todo lo que llevaba por dentro, y quizás por eso también rompió todas las barreras de autodefensa inculcadas por su tía, y lloró por primera vez desde que tenía memoria.
A los quince años, el padre la sorprendió en el hueco de la escalera haciendo el amor con su segundo novio. O, al menos, eso supuso. La botó de la casa, a pesar de que ella, por lo nerviosa y asustada, aún era virgen. La segunda hermana ya tenía edad para hacerse cargo de la casa.
Sandra empezó a trabajar en un plan agrícola donde le daban albergue, comida y sueldo. Conoció a un hombre de 35 que la preñó cuando ella había recién cumplido los dieciséis.
El padre lo supo cuando ella ya había donado la sangre para su propio legrado, falsificando el nombre en la tarjeta de donante. Buscó al hombre y la esperó a la salida del hospital. De allí fueron directamente a la notaría. Sandra fue casada con el que todavía es (oficialmente) su marido, aunque nunca más lo ha vuelto a ver.
Regresó a casa de su tía y trabajó durante cierto tiempo en una fábrica. Conoció a Braulio, cuarentón, divorciado y subadministrador de una pequeña empresa. Durante el año que estuvo con él, Sandra cambió cinco o seis veces de trabajo hasta que él le consiguió en la empresa una plaza de cajera. Entre los dos falsificaban las firmas en las nóminas, aprovechando el pago a destajo, lo que les proporcionaba entre 400 y 500 pesos adicionales cada mes. Braulio era habitual del bar Venecia y a través de él Sandra aprendió a beber, a fumar (tabaco negro y marihuana) y conoció la existencia de la pornografía. Varias veces la incitó a establecer relaciones homosexuales con amigas que traía después de sus incursiones al Venecia. Durante ese año, Braulio pagó cien pesos a un vecino para que no lo acusara de mirahuecos. Conversaba mucho con Sandra sobre las cosas de la vida, y se interesaba por sus problemas. Ella comenzó a acostarse con otros hombres y salió embarazada. Aunque Braulio era estéril, le insistió en que se lo dejara. Estaba dispuesto a criarlo como si fuera de él. Sandra recogió sus cosas y se fue a vivir con el autor del embarazo. Se hizo su segundo legrado. Una semana o dos más tarde, el hombre la botó porque le faltaba un mes para casarse y tenía que arreglar la casa.
Entonces transcurrió un período que ella prefiere olvidar: comía a veces en casa de una amiga; otras, le prestaban dinero para la fonda. Se bañaba donde y cuando podía, y dormía en las funerarias o en las guaguas de recorrido largo —la 7, la 20, la 64—. Cinco o seis veces pernoctó en posadas con hombres ocasionales. Uno de ellos la dejó durmiendo y se fue sin pagar. Por la mañana, como no tenía dinero, accedió a acostarse con el posadero para que no llamara a la policía. Fue una de esas noches, en la funeraria de Infanta, cuando conoció a Teté, quien la invitó a su casa, le prestó ropa y le propuso que se quedara con ella el tiempo que quisiera. Durante una semana o dos, Teté fue tanteándola con mucha cautela, y el día que Sandra cumplió diecinueve, la invitó a un restaurant y le regaló un vestido. De regreso, bebieron hasta muy tarde y se acostaron juntas por primera vez.
Sandra empezó a frecuentar el parque de G y 23. Conoció a todas las amigas de Teté y se encargó de la casa mientras ella iba al trabajo. A veces se aburría de tanta soledad y se iba a pasear con alguna amiga reciente. Teté nunca le perdonó esas salidas y los altercados iban subiendo de tono a medida que transcurrían los días. Detenidas por escándalo público varias veces, después de una pelea especialmente violenta, Sandra fue encarcelada por lesiones. Pero Teté levantó la acusación antes que la procesaran y fue a esperarla a la salida de la estación con su brazo izquierdo enyesado.
En esos días, Sandra conoció a Adrián, un jinetero que controlaba a dos putas del puerto. Él le mostró las interioridades del ambiente. La adiestró en ligues de cabaret, cambio de dólares, frases claves para atraer clientes en varios idiomas, compra en tiendas INTUR “Easy free Shopping”, coartadas para evitar actas de advertencia, mercado negro y sistemas de soborno a los guardas de hoteles.
Cuando hubo aprendido lo suficiente, le dijo bien claro a Adrián que ella sería independiente, y él se conformó con ser su punto fijo de cambio.
Aunque empezó a contribuir con su dinero a los gastos de la casa y no abandonó sus relaciones con Teté, la situación allí se hizo cada vez más difícil, porque la otra no soportaba sus incursiones nocturnas, y mucho menos que se acostara con hombres.
Cada noche salía a “hacer el pan” entre el Anfiteatro y la Avenida de Paula. Marinos recién desembarcados eran conducidos a casa de Tomasa, que alquilaba los cuartos por diez o quince dólares la noche, a cuenta del cliente. Los lances rápidos eran resueltos en alguna posada cerca de la terminal de ferrocarriles. Ganancia neta: diez a veinte dólares por noche (de 50 a cien pesos según el cambio). En el Parque de los Mosquitos conoció a Zaida Telegrama. Llevaba más de diez años en el ambiente y había adquirido una enfermedad venérea y dos hijos de un griego. Le contó sus empezares buscando a un extranjero que se casara con ella y la sacara del país, que el griego le había prometido, pero hasta ahora, nada; que estaba hasta aquí de todo eso; que no fuera comemierda, que ella tenía juventud y clase; que se comprara buena ropa y se fuera a hacer el pan, sin apuro, en los hoteles de primera. Que estaba cansada, muy cansada.
Cuando Zaida se suicidó, a sus veintiocho años, Sandra dejó el puerto y reservó una semana en Cienfuegos con sus ahorros. Allí, sola, lejos de Teté, lejos de la ciudad, reconsideró los consejos de Zaida.
A su regreso, Adrián le prestó los doscientos dólares que necesitaba y la conectó con un funcionario de cierta embajada que hizo las compras en una tienda para extranjeros: dos pares de zapatos, vestidos, dos blue jeans, blusas, pulóveres, pantalones Pierre Balmain, accesorios y cosméticos.
Tuvo la pelea final con Teté y se mudó a casa de Caridad La China, que trabajaba en la zona de Coppelia con el marido. El buscaba los puntos, principalmente españoles y mexicanos, y la recogía cuando terminaba. A veces trabajaban juntos, cuando los clientes eran parejas o grupos donde hubiera mujeres, homosexuales o pornógrafos. En esos momentos no les escaseaba el pan, porque en los nuevos grupos de turistas siempre venía alguien que iba a verlos o los telefoneaba, recomendado por viejos clientes.
Le propusieron unirse a ellos, pero Sandra siempre prefirió trabajar sola.
Se levantaba cerca de las cuatro y a las seis, perfumada, bien vestida, amueblada, se encaminaba hacia algún hotel exclusivo para el turismo internacional. A veces un carpetero avisado (y pagado) le suministraba los teléfonos de las habitaciones donde extranjeros solos, presuntos clientes, recibirían minutos después su llamada dándole a entender que era un error, pero que si por casualidad el que hablaba no era el español interesante de las sienes canosas, y que ella lo había visto, y que cómo no, ella estaría en el lobby y... Otras veces se sentaba en el lobby o entraba al bar. Leía una revista o bebía con aire de aburrimiento, mientras estudiaba con cuidado a los posibles clientes. Los más abordables eran los latinoamericanos y, en especial, los mexicanos, que preferían las rubias, los españoles y otros euro occidentales, adictos a las negras; los norteamericanos (escasos), y los africanos, pero a esos les temía por las enfermedades. La experiencia (y las lecciones de Adrián) le aconsejaban hombres de mediana edad, porque los jóvenes frecuentemente no tienen dinero y, por lo general, son tacaños con las mujeres. Los mayores de 60 viajan casi siempre acompañados, o son dados a achacar a la mujer los resultados de su decrepitud sexual, son difíciles de conquistar, susceptibles, irritables, muy escépticos con las motivaciones de la mujer. Porque el quid de la operación está en que no parezca lo que es. El ofrecimiento debe ser muy discreto, y la demanda, muy lastimera, solapada por una deuda a medio pagar, o lo triste que es tener un vestido rojo sin zapatos que le hagan juego, o cualquier otra historia más o menos televisiva. Primero, después de seleccionado el hombre, pedir un cigarro, la hora, o entablar de otro modo la conversación: Cuba, las ofertas turísticas, los lugares más interesantes de la ciudad. Si el hombre invita a cenar o a un trago, entonces se entra en una fase más íntima, de oferta y demanda. Si el pago es en especias, pasan primero por la tienda, efectúan la compra y después Sandra sube a la habitación. Al principio, bastaban diez dólares en el bolsillo del ascensorista. Cierta vez, ya en la habitación, un policía le tocó a la puerta y le pidió que bajara. Lo hizo, pero bien colgada del brazo del turista. En la recepción, el ascensorista la señaló: “Sí, es ésta”. Entonces el propio extranjero le dijo al policía: “Dígale que le hable de los diez dólares que tiene en el bolsillo”. El ascensorista no se había preocuparlo por esconderlo. Y fue preso.
Si el pago era en dinero, se acordaba el precio, que oscilaba entre 40 y 100 dólares. No menos. No más. Dos hombres se negaron a alcanzar cuarenta. Perdió esas noches, porque, de aceptar, habría sentado un mal precedente. También le ocurrió encontrar clientes más sabios, que dejaban el pago para el final y después la amenazaban con la policía.
Tuvo varios altercados con guardas de hoteles. En dos ocasiones le quitaron la compra. Otras, bastó con un obsequio, y una vez se acostó con el guarda. Por lo general, cuando quemaba un lugar, iba a hacer el pan en otro, de modo que un mismo equipo de vigilancia no la tuviera demasiado tiempo a la vista. En tres ocasiones, la detuvieron, y otras tres se libró gracias a la protección del turista, que comenzaba a protestar en nombre de los derechos humanos. Un italiano se montó incluso con ella en la perseguidora y logró que la liberaran en la estación de policía. Salvo una, ella evitó todas las actas de advertencia, porque era muy difícil acusarla de prostitución, a menos que hubiera denuncia, y eso era virtualmente imposible. Las tres veces fue detenida por el mismo policía, uno que cierta vez, en el Hotel Nacional, la llamó a un lado: “¿Por qué tú andas en eso? Eres joven, bonita, inteligente. Tienes todas las oportunidades. Mi hija es de tu edad. Se parece a ti. ¿Por qué?”. “Yo no estoy en nada”. “Eso díselo a otro”. “Oiga, usted la tiene cogida conmigo”. “No, yo la tengo cogida con eso en que tú andas”. “Pero yo no...”. “Mira, yo sé que Tormenta, Candela, La China y todas esas quieren irse del país y andan buscando a alguien que las saque, pero tú... ¿tú también?”. “Ni loca”. “¿Entonces? ¿Tú no te das cuenta, coño, de la imagen que estás dando de tu propio país? Eso me recuerda un refrán: El pato no caga donde come. Y tú estás cagando el lugar donde comes”. “Pero mire, policía, yo...”. “No me digas más nada. Sale de eso, porque si yo te veo, donde quiera que te vea, aunque te estés tomando un helado en Coppelia, te voy a meter presa y me vas a tener que oír. O tú sales de eso convencida, o sales por cansancio”.
Tres veces la detuvo. Al otro día tenía que soltarla.
Aquello de la imagen y del pato le recordó algo que le había sucedido con un francés que empezó a hablar mal de Cuba, de los cubanos. Cuando ella le dijo que no, que la sociedad, que no había pobreza ni mendigos, que la medicina y la educación..., él le respondió: “Mira quién habla: puta y comunista. Tú no te vendes por pesos ni por rublos. Tú te vendes por dólares, ¿te das cuenta?”.Se calló, pero nunca pudo olvidar aquella frase.
Cuando por alguna razón no podía subir a la habitación del cliente, lo llevaba en su taxi —ya para entonces tenía su taxista fijo, que le cobraba entre 20 y 30 pesos diarios— a 11 y 24, 2 y 31, o alguna otra posada donde hubiera buenos cuartos habilitados al efecto y sin cola, por veinte pesos libres de impuestos, más los gastos a costa del turista. A veces, sobre todo después que empezó a extenderse el SIDA, y cuando el cliente era sospechoso, efectuaba la compra y después de “daba línea”. Para eso el taxista tenía que estar bien avisado, y al final se le pagaba en especias: un pitusa, un juego de blúmer. Dar línea consistía en llevar al turista hasta algún sitio de la ciudad (“llegamos, es aquí”), y cuando él ya se había bajado, mientras le tendía la mano para ayudarla, arrancar en segunda dejándolo en la calle. El taxista, a su vez, podía darle línea a ella o amenazarla. Otras, el propio taxista vendía bebida a los extranjeros, marihuana, o prestaba otros servicios, siempre pagaderos en divisas. Había algunos que simultaneaban su trabajo con el jineteo.
Lo más peligroso eran los dólares: tenencia ilegal de divisa cuesta (costaba entonces) hasta ocho años de prisión. El mayor apuro lo pasó un día a la salida del Riviera. Dos policías intentaron detenerla para registrarla. Ella se tragó el billete de 50 dólares. Entonces dejó que la registraran. Ya no valía la pena. Por eso la entrega de los dólares siempre se hacía en el mismo hotel o muy cerca. Cuando no encontraba a alguno de los “puntos” que controlaba Adrián, le cambiaba al primer jinetero conocido que apareciera. A veces prefería un cambio más bajo, pero rápido y seguro, que andar con dólares por la calle. Cuando no le quedaba más remedio, se los introducía en el ano o en la vagina. El punto generalmente entregaba a otro en el baño y el otro era el que hacía la entrega afuera. A veces los dólares cambiaban cuatro o cinco veces de manos antes de llegar al que tenía el pasaporte falso para comprar, el contacto con el extranjero —que cobraba del 15 al 20%. El primer sistema ofrecía mayores ganancias, pero era más arriesgado.
Sandra seguía trabajando independiente; aunque esa independencia era relativa: 20 o 30 pesos diarios al taxista más la pacotilla de las líneas, de 20 a 40 pesos para entrar a cabarets por parejas o sólo para huéspedes. Entre 80 y 130 pesos mensuales por la habitación alquilada en casa de personas que a su vez servían de intermediarios en la bolsa negra, y que por algo más le dejaban traer los clientes a la casa; gastos de ropa y comida, porque ya, la invitaran o no los turistas, ella comía siempre en restaurantes y, con el tiempo, los gastos en bebida, que iban aumentando gradualmente.
En tres de las casas donde estuvo viviendo le robaron todo lo que tenía. No había reclamación posible. La tercera vez, pagó cien pesos a dos hombres para que apalearan al tipo. Casi lo matan. Aunque nunca llegó a la dependencia, como le ocurriría con el alcohol, compraba marihuana de vez en vez, que en ocasiones revendía a los turistas, aunque casi siempre era para su consumo. Probó el hachís por primera vez con unos franceses que conoció en el Floridita. Estaba bebiendo en la barra cuando la muchacha la invitó a su mesa. Su esposo y su cuñado querían que los acompañara esa noche a Tropicana. Después, durmió con el cuñado en el Riviera y, al día siguiente, se fue con ellos medio mes para Varadero. Por las noches se desnudaban, se engrasaban todo el cuerpo y compartían la cama y el hachís los cuatro indistintamente juntos.
Lo mejor era “instalarse”: un turista —varón, hembra, pareja o grupo— quedaba(n) complacido(s) con ella y la instalaba(n) en el hotel o en la Marina Hemingway, donde los controles eran menos rigurosos, de modo que se convertía en acompañante fija durante el tiempo que durara la estancia. Así vivió dos meses en el Riviera, un mes en el Capri, veinte días en la Marina Hemingway, y un mes y medio en casa de un matrimonio de diplomáticos euro occidentales, que ocasionalmente invitaban también a Javier Luis, estudiante de preuniversitario y lindo como una muchacha.
Durante ese tiempo conoció a Bobby, homosexual rentable; a María Luisa, cuya madre había intentado a toda costa salir del país y ahora le buscaba los puntos a la hija; al Dulce, que vivía de complacer la propensión a las aventuras tropicales de algunas turistas viejas y adineradas.
A Sandra y al Dulce los contrató un fotógrafo italiano a razón de 300 dólares per cápita, para una colección de fotos en colores.
Y conoció a Mercedes, una estudiante universitaria inteligente y simpática, que durante mucho tiempo se dijo su amiga, se puso su ropa, vendió alguno de sus pitusas y le sirvió de enlace telefónico con Mejías, un negociante español que instaló a Sandra tiempo después y del que ella aún cree haberse enamorado. Rompieron la amistad, porque Mercedes le pidió a Mejías, en nombre de Sandra, que estaba entonces en Varadero, un videocasete y un sistema estéreo. Después de eso, Mercedes nunca volvió a contestar al teléfono, hasta que un día su madre, ante la insistencia de Sandra, le dijo terminantemente que no la llamara más, que su hija no tenía nada que ver con putas.
Durante bastante tiempo, Sandra creyó que todo lo hacía por ahorrar para comprar la casa que nunca había tenido. Pero entre los gastos excesivos y los robos flagrantes o solapados, no era mucho lo que podía ahorrar. Poco a poco se fue dando cuenta que lo más importante era el gusto por el lujo, el gusto por el placer rápido, la buena ropa y todo lo que complaciera su hambre antigua. Por entonces, ya no le era fácil contenerse con la bebida. Dio varios escándalos en varios hoteles de donde la expulsaron varias veces. En ocasiones, ni siquiera cobraba, sobre todo cuando el turista le caía bien y estaba drogada o borracha.
Cierta vez se asuntó mucho: un turista de nacionalidad poco definible le dio a probar, en el cuarto 607 de un hotel, una marihuana muy fuerte (que quizás no fuera marihuana). Ella, enloquecida, casi se lanza desnuda por el balcón. El hombre la detuvo, la tranquilizó, y comenzó a hacerle preguntas y a grabar. Ella, aunque no poseía ningún dato confidencial de nada, se vistió como pudo y corrió, medio drogada aún, a contárselo a la policía. No supo nada más del asunto.
Otro día se asustó más: se encontró arrugas en las comisuras de los ojos y estuvo llorando sin parar hasta que se durmió. Dos días antes, La China se había dado candela en su cuarto de la Víbora. Tenía treinta años.
Ya no hacía el pan. Ahora era cabaretera. Bastaba la invitación a comer, los tragos y el hotel. Vendió algunas de las cosas que le quedaban y entonces Mejías la salvó instalándola en el Habana Libre. Él le hablaba mucho y la convenció para dejar la calle. Yo te apoyo, no te preocupes. Y cuando se fue, le dejó pagados cuatro meses en un cuarto del Cerro, dinero y algunos equipos para que los vendiera. Consiguió trabajo en un taller, pero no lograba llegar temprano casi nunca. Empezó a salir con un operario del segundo turno y le contó su vida a la compañera del sindicato, para que la ayudara. Ella le dijo que se haría lo posible y advirtió al operario la clase de punto que era Sandra. Pero lo peor fue que, después de algunas dilaciones, cuando por fin se acostaron juntos, Sandra no sintió nada. Le echó la culpa a él de no ser lo suficientemente hombre para hacerla sentir. Él hizo todo lo que pudo, hasta que le empezaron síntomas de impotencia. Entonces Sandra abandonó el trabajo y empezó a cambiar de hombre casi a diario; pero no sintió nada. Durante uno o dos meses volvió a hacer el pan, pero ya lo más importante no era el dinero.
Cuando acudió en busca de ayuda a una institución, la remitieron al sicólogo, que se encargó de hablar con ella tres veces por semana. Siguiendo sus recomendaciones, Sandra se fue de la ciudad, donde encontraba conocidos en cualquier sitio. Ahora trabaja como operaria en una línea de envases de cierta fábrica de la industria alimenticia, por ciento veinte pesos mensuales, y vive con un hombre que no conoce su vida, que no la escucha, que la desea pero no la ama. Un hombre que ella tampoco ama.
Ciertos fines de semana regresa a la ciudad, pasa la noche del sábado con viejas o nuevas amistades ocasionales en algún hotel, y el domingo se impone la obligación de regresar a sus ocho horas de trabajo y al hombre que le lleva veinte años, no bebe, no baila, la mantiene y con el cual tampoco siente nada.
Cree haber abandonado para siempre la prostitución, pero no está segura.
Sandra tiene ahora veintidós años. Aparenta treinta y cinco.
“El caso Sandra”; en: Somos Jóvenes, n.º 93 94, La Habana, septiembre, 1987.
“Der Fall Sandra”; en: Konkret. Hamburg, Alemania. 9 de septiembre, 1988, pp. 36-41.
“Der Fall Sandra”; en: Cuba Libre, n.º 3, Köln, Alemania, septiembre, 1988. pp. 24-29.
“Der Fall Sandra”; en: Adelante Kuba!: Wege einer Revolution Edition Marxistische Blatter; Neuss, Alemania, 1989.