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La carta de todos

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El sitio Orlando Zapata Tamayo. Yo acuso al gobierno cubano (http://orlandozapatatamayo.blogspot.com/), promovido por Verónica Cervera, Alexis Romay, Isbel Alba, Joan Antoni Guerrero, Enrique del Risco, Aguaya Berlín, Alina Brouwer, Alen Lauzán, Ana C. Fuentes Prior y Jorge Salcedo, ha convocado a todo el que lo desee a firmar una carta abierta “Por la libertad de los presos políticos cubanos”. Una carta que en la mañana del 16 de marzo ya ha recibido 5.640 firmas.

 

La carta aboga “por la excarcelación inmediata e incondicional de todos los presos políticos”, pide respeto a “los derechos humanos en cualquier parte del mundo”, recuerda “el decoro y el valor de Orlando Zapata Tamayo”, apuesta “por el respeto a la vida de quienes corren el riesgo de morir como él” e “impedir que el gobierno de Fidel y Raúl Castro continúe eliminando físicamente a sus críticos y opositores pacíficos” y condenándolos a penas inauditas por "delitos" de opinión, y pide “el respeto a la integridad física y moral de cada persona”.

 

Sea cual sea el credo político de cada cual, es difícil que alguien con un mínimo sentido de aquello que mi abuela llamaba “decencia” acepte estar en contra del respeto a los derechos humanos y a la integridad física y moral de todas las personas. Es difícil no admitir que la opinión no puede ser un delito, y que es un imperativo moral la excarcelación de todos los que hoy sufren prisión por esa causa. La carta se dirige a “todos los que han elegido defender su libertad y la libertad de los otros”. También será difícil que alguien se confiese un liberticida absoluto –incluso Fidel Castro siempre ha defendido la libertad de un ciudadano cubano--.

 

Hasta los voceros del castrismo tardío, dentro y fuera de la Isla, deberán admitir (aunque sea en su fuero interno) el valor y la integridad de alguien capaz de comprar su dignidad al costo de la vida.

 

En lo anterior reside el poder de convocatoria de esta carta que, hasta el momento, han firmado socialdemócratas y democristianos, liberales y conservadores, izquierdas y derechas, intelectuales, obreros, profesionales, políticos, estudiantes, ateos y creyentes. No se dirige a una élite ni a una facción, no se restringe a una secta de compadres. Está dirigida “a los hombres de buena voluntad” (Lucas, 2, 14), de ahí la respuesta.

 

Confieso que antes de firmar la carta no averigüé quién la promovía, ni de qué secta ideológica provenía. Me atuve al texto. Lamentablemente, no es infrecuente que muchos compatriotas se ocupen antes de averiguar si un texto es propuesta de A o de B, de los “míos” o de los “otros”, qué oscuros protagonismos se esconden tras cualquier pronunciamiento, y dosifiquen entonces firmas o abstenciones. El contenido es lo de menos. Lo importante es el remitente. Algo que favorece siempre al destinatario.

 

Hoy, y aunque ocurre en circunstancias luctuosas, la masiva firma de esta carta me ha proporcionado una verdadera alegría. Por una vez somos capaces de echar a un lado cualquier otra consideración que no sea la defensa de las libertades y los derechos, no sólo de los cubanos, sino de cualquier ciudadano del planeta.

 

Después de su maquinaria represiva, el poder del castrismo reside en su capacidad de dividir y en su falta de escrúpulos. No ha dudado en fomentar el egoísmo y el miedo, convencer a cada ciudadano que está siendo continuamente vigilado, infiltrarse en la intimidad de las personas y minar de agentes hasta al menor grupo disidente. No ha dudado en extorsionar, amenazar y comprar fidelidades. Y no sólo en la Isla. Monopoliza la palabra y administra el silencio, de modo que pueda difamar, mentir y ocultar impunemente. Como Elegguá, el gobierno cubano abre o cierra los caminos a sus súbditos. La mayoría evita en silencio las complicaciones del tráfico. Y como amo de llaves, abre y cierra la puerta para visitar a la madre enferma, al hijo, al hermano. Rehenes filiales que amordazan a no pocos en el exilio.

 

Durante decenios nos prometieron el advenimiento del “hombre nuevo”. Pero la cosecha de personas ha sido tan desastrosa como la de papas. Si un “hombre del siglo XXI” ha aparecido en Cuba es el jinetero. El castrismo ha creado, eso sí, dos millones de ciudadanos: los que fuera de la Isla nos hemos librado del lastre totalitario y hemos asumido esa condición que combina libertad y responsabilidad, y los hombres y mujeres que dentro de la Isla compran cada día su libertad arriesgándola.

 

Asumir la responsabilidad como ciudadanos de esa isla virtual y democrática que los cubanos merecen es abogar por lo esencial, una sociedad abierta, plural, democrática, inclusiva y respetuosa de las libertades, y postergar lo secundario para ese día, quizás no demasiado lejano, cuando la soberanía de la nación recaiga verdaderamente en el pueblo y éste pueda elegir libremente su destino.