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Jodemas

Discursos

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Ya son varios los generadores automáticos de discursos que es posible encontrar en internet. El Academy Awards Speech Generator (http://www.atom.com/spotlights/oscar_speech") permite crear en minutos su discurso de aceptación de un Oscar. Como la mayoría de los políticos nunca ganará un Oscar (aunque muchos lo merecerían), podrán acudir a http://www.quinipanylotopan.jpl.name/discurso.htm, un Generador automático de discursos de perfil ancho. O, si lo prefiere y sus propósitos van en esa dirección, puede apelar al Generador automático de discursos revolucionarios (http://www.codigovenezuela.com/2009/11/generador-automatico-de-discursos-revolucionarios/).

Esto es algo que en tiempos de crisis bien podría favorecer la higiene mental y auditiva de la población y contribuir al saneamiento de las finanzas mundiales, al reconvertir hacia oficios más útiles a decenas de miles de escribas.

En Cuba ya es parte de la mitología nacional la incontinencia verbal del Orador en Jefe, ahora traspasada a la escritura. Despreciando las lecciones de Borges sobre el cuento breve, ha cometido discursos de nueve horas y “Reflexiones” en cinco partes que José Cipriano de la Luz y Caballero habría resumido en un aforismo. Sus pacientísimos oidores han pasado la prueba, de pie, en medio de la Plaza de la Revolución, contando una y otra vez las cornisas de la raspadura, mientras el asfalto se derrite bajo un sol de justicia. Fuera de la Isla, hasta donde tengo noticias, no se perpetran discursos de extensión equivalente ─los auditorios cautivos son cada vez más escasos─, aunque sí discursos semejantes en capacidad redundante y exceso de palabras como cáscaras de plátano (sin plátano).

Cada discurso de largo alcance desata una oleada de visitas al ortopédico con cargo a la Seguridad Social y sesiones de acupuntura para recuperarse de los traumatismos posturales. Eso sin contar las lesiones en el aparato auditivo y las lesiones cerebrales, a veces irreversibles. La literatura médica reporta la aparición de un nuevo rasgo evolutivo llamado a persistir en nuestra especie: párpados auditivos que permiten a sus felices propietarios sumirse a voluntad en el silencio, manteniendo una expresión atenta y sin que el resto de la concurrencia se entere. Ningún homo silentis ha accedido a la solución quirúrgica que proponen los médicos.

De los líderes supremos hacia abajo, dirigentazos, dirigentes y dirigenticos han seguido su ejemplo. Tras la fórmula mágica “compañeros y compañeras” (“señores y señoras”, “compatriotos y compatriotas”) a cualquier hora, en cualquier instancia y por cualquier motivo, el orador de turno te suelta un discurso de una hora. El sermón laico puede conmemorar el triunfo o la catástrofe; funerales o nacimientos; aniversarios, efemérides, felonías del enemigo o autoelogios (habitualmente camuflados bajo el “nosotros” de modestia. ¿Por qué nosotros? ¿Qué culpa tenemos?, piensa la audiencia hasta que comprende que nosotros es un seudónimo).

Al año, esto se traduce en millones de horas-dirigente y horas-escriba dedicadas a redactar y pronunciar discursos. El ingreso a un partido político y la promoción hacia la estratosfera gubernamental no contemplan ningún examen de redacción y gramática. De modo que un daño colateral es la violencia de género y de número, de sintaxis y pronunciación contra las víctimas del discurso, quienes comenzarán a emplear indiscriminadamente “el entusiasmo que nos caracteriza”, “la acertada gestión del gobierno”, “la crisis de liderazgo y confianza”, “en este sentido valoramos positivamente”, “podemos decir con toda propiedad”, “las criminales maniobras del enemigo”, etc., etc.

Los nuevos módulos generadores de discursos fabrican automáticamente peroratas impresionantes, inteligentes, que ofrecen a primer oído una engañosa sensación de coherencia. Por ejemplo:

“Queridos compañeros, un relanzamiento específico de todos los sectores implicados exige la precisión y la determinación de las condiciones financieras y administrativa existentes. Sin embargo, no hemos de olvidar que la condición sine qua non rectora del proceso radica en una elaboración cuidadosa y sistemática de las estrategias adecuadas de las nuevas proposiciones”.

Como se observa, esto no significa nada, pero ofrece una sensación muy decorativa de profundidad, cualidad primera que debe distinguir a cualquier discurso que se cometa.

En Cuba, deberán modificar el software para introducirle palabras claves como “imperialismo yanqui”, “las masas oprimidas”, “nuestro heroico pueblo” (no confundir ambas frases), “el criminal bloqueo”, “la mafia de Miami”, “el saqueo neocolonial”.

De modo que una frase como ésta:

“No es indispensable argumentar el peso y la significación de estos problemas, ya que el reforzamiento y desarrollo de las estructuras permite en todo caso explicitar las razones fundamentales de las premisas básicas adoptadas”.

Sea regenerada del siguiente modo:

“No es indispensable argumentar el peso y la significación de la presión imperialista, ya que el reforzamiento y desarrollo de las estructuras de dominación permite, en todo caso, explicitar las razones fundamentales de las premisas básicas adoptadas para la emancipación de nuestros pueblos oprimidos”.

Así de fácil. Aunque otras bien podrían emplearse tal cual, sin invertir horas de programación:

“Sin embargo, no hemos de olvidar el nuevo modelo de actividad de la organización. Esto nos obliga a un exhaustivo análisis del sistema de formación de cuadros que corresponda a las necesidades. Por último, y como definitivo elemento esclarecedor, cabe añadir que la consulta con los militantes cumple deberes importantes en la determinación de toda una casuística de amplio espectro”.

Gracias a la nueva tecnología del palabreo automático, los dirigentes podrían generar sus discursos sin ayuda y los oidores no se verían condenados a interpretar las palabras que les arrojan. Bastará dejarse mecer por la música del idioma. Aunque esto podría inclinar masivamente al público hacia la lectura de poesía, con el consiguiente peligro para la clase dirigente. Ya decía Maquievelo en El Príncipe, que “en lo que se refiere a los súbditos, y a pesar de que no exista amenaza extranjera alguna, ha de cuidar que no conspiren secretamente”. Y se sabe que la poesía compartida es una conspiración.



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Cuéntase que un hijo menor se aburría en su granja natal, porque vivir en el interior del país lo abrumaba, de modo que un buen día pidió:

 

─Padre, entregue la parte de la hacienda que corresponda a éste, su hijo, por herencia. Me voy por ahí a recorrer el mundo.

 

El padre le asignó lo que en pura justicia le tocaba y lo vio partir; apesadumbrado, porque lo quería bien, a pesar de que no trabajaba ni la cuarta parte que su primogénito.

 

El muchacho se marchó al extranjero y recorrió algunos sitios antes de ir a dar al país de los sodomitas y gomorreos, que tenían muy avanzada, por entonces, la industria del entertainment. Se sumió en los placeres con nocturnidad y ensañamiento, hasta que cierto día amaneció sin un centavo. Fue entonces la hambruna, y terminó cuidando puercos en casa de otro granjero donde hasta el pan de anteayer estaba racionado.

 

Llegado a este punto, se acordó de los siervos en su granja natal comiendo solomillo tres veces por semana. Lió sus bártulos y regresó a sus predios clamando:

 

─Padre, he pecado contra el cielo y contra tí. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como a uno de tus jornaleros.

 

El padre se le echó al cuello y lo besó. Ordenó que lo vistieran de limpio y lo calzaran, le colocó un anillo en el anular de la mano derecha y mandó a matar el becerro más grueso para festejar el regreso de su hijo menor.

 

─Este, mi hijo, muerto era, y ha revivido; habíale perdido, y es hallado.

 

Y comenzó la comilona, la fiesta, el regocijo; guateque muy mentado por años en la crónica oral.

 

Regresó entonces del campo el primogénito, de tierra colorada hasta los ojos, y escuchando el barullo preguntó qué era aquello. Cuando su padre salió a la puerta y le pidió que entrase, dijo con justa ira:

 

─He aquí tantos años que te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y no me has dado un cabrito para gozarlo con mis amigos. Mas cuando vino éste, tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras, le has matado el becerro más grueso.

 

─Hijo ─respondió el padre─ tú siempre estás conmigo, todas mis cosas son tuyas.

 

─Que lástima ser siervo de lo que soy dueño ─rezongó el primogénito mientras hacía las maletas.



Versiones

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«Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente, al

cual el señor pondrá sobre su familia,

para que a tiempo les de su ración?

«Bienaventurado aquel siervo, al cual cuando el señor

viniere, hallare haciendo así.

«En verdad os digo, que él le pondrá sobre todos sus bienes.

«Mas si el tal siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda

en venir: y comenzare a herir a los siervos y a las criadas,

y a comer y a beber y a embriagarse;

«Vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera, y a la hora

que no sabe, y le apartará, y pondrá su parte con los infieles.»

(Lc. 12: 42‑46)

Primera versión

Cierto mayordomo a quien su amo aleccionaba continuamente acerca de la virtud, la probidad y la dedicación, probó a sustraer una cosilla sin importancia. Tanto, que a aquello no podía llamársele ni siquiera hurto. Menos aún robo. El placer que le proporcionó la cosilla, unido al encanto de lo prohibido y a la alta productividad del nuevo oficio, incomparable con su trabajo como mayordomo, le alentaron a reincidir. La siguiente operación extrajo del disfrute público una cosilla no tan illa (casi cosa), pero al parecer tampoco fue notado. Ya iba por la cuarta o quinta sustracción, cuando se percató de que su amo no era ajeno a sus manejos, pero los eludía mirando empecinadamente en sentido opuesto. Los discursos sobre la virtud, la probidad y la dedicación seguían sucediéndose al mismo ritmo que antes, por lo que el mayordomo sospechó un abismo entre las palabras y los hechos, llenándose de regocijo y medrando desde entonces sin recato en una escalada que lo llevó desde las cosillas a las cosas y de ahí a las cosotas. Paralelamente, tuvieron lugar aciagos sucesos ajenos (pero no tan ajenos) a esta historia, provocados por el lastimoso estado de la hacienda y su precaria administración ─más atribuibles al señor que al mayordomo─. Los lamentos subieron de tono hasta llegar a oídos de las haciendas vecinas, expandiéndose los ecos por toda la comarca. En este punto fue cuando el señor volvió los ojos hacia el mayordomo, justo a tiempo para presenciar su último desafuero. Llamó a sí con gritos de alarma a los guardianes y congregó alrededor del ladrón a la población toda de la hacienda. Halló sin demasiada dificultad (porque él sabía dónde) las cosillas, las cosas, las cosotas, y el mayordomo cargó con cuanta culpa le cupo y con algunas más de contrabando; y fue por mucho tiempo, en la memoria de la ciudadanía, el gran culpable del aciago estado de la hacienda y su precaria administración.

Ya el mito empezaba a disiparse en la conciencia pública, cuando el señor creyó llegado el momento de contratar a un nuevo mayordomo, a quien instruyó mediante magistrales discursos sobre la virtud, la probidad y la dedicación, mientras empecinaba su mirada en un sentido diametralmente opuesto.

Segunda versión

Érase una hacienda donde dos mayordomos se repartían las tareas. No equitativamente, porque mientras uno estaba dotado de inusual talento y probidad sin mácula, el otro era un palurdo y ratero de poca monta. Su única y graciosa virtud era la inapelable fidelidad al señor, cuyas palabras escuchaba con la misma expresión que el perrito de la RCA Victor.

Pasado cierto tiempo, el señor de improviso y sin explicaciones (plausibles) destituyó al probo y eficiente, confirmando en su puesto al ratero. Esa noche, mientras contemplaba desde lejos al mayordomo confirmado que le operaba un enroque entre media pinta de vino por idéntica cantidad de agua, el señor recordó la advertencia que le administrara esa mañana:

─Sólo gracias a mi benevolencia sigues en tu lugar.

(Tu fidelidad bien vale media pinta de vino o un jamón de cordero. Por ella pago el precio justo. No más. A ti te queda reflexionar que nadie dará tanto por tan poco, porque son pocos los hombres que saben usar la fidelidad. Algunos ni siquiera la necesitan. Piénsalo bien); pero ese parlamento sólo lo murmuró entre paréntesis, para sus adentros, porque hay verdades implícitas que se marchitan una vez pronunciadas.

Y recordó la cuadrilla de aldeanos que comentaban la tarde anterior, mientras cernían el grano, las virtudes del otro mayordomo:

─Sería mejor señor que el señor mismo.

Y el señor, suficientemente rico para permitir hurtos mayores, no temía a la estupidez, pero sí a la inteligencia. Aquel ladronzuelo estúpido y agradecido a su indulgencia, le sería para siempre fiel ─el término se usa en su sentido doméstico, no financiero─; no así el inteligente, que en su soberbia, al verlo apercibirse de los robos del otro sin tomar medidas, podría conjeturar que le temía o, de suponerlo en la ignorancia, tildarlo de imbécil y creerse superior, más digno del señorío que él.

Y nadie hay, efectivamente, tan rico en poder o señorío como para compartirlo.

Razones de sobra para que ahora el ex‑mayordomo, dotado de inusual talento y probidad sin mácula, deambule los caminos con su atado de ropa, su incertidumbre del mañana, sus exámenes de conciencia y sus dudas.



Categorías

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Dos amigos habían sido invitados a un convite. Ambos eran notables en sus oficios, quizás los más notables de la ciudad, a pesar de que sus oficios en sí pertenecían la categoría tercera, la de los hacedores. La categoría de quienes levantan los palacios, tienden los caminos, preparan los manjares y componen el mundo. La segunda era la categoría de los decidores, quienes narraban con lujo de detalles y de palabras las peripecias de los hombres y dioses. Y, de paso, alababan con lujo de adjetivos a la primera categoría, los decididores. Estos últimos, es decir, estosd primeros, mantenían un comercio singular con las dos categorías postreras: a cambio de manjares, castillos y palabras entregaban órdenes y orientaciones.

En aquella ocasión, los dos hacedores se encaminaban a casa de un decididor muy principal que era quien organizaba el convite. Ambos tenían una idea bastante clara de su propia valía, con la diferencia de que uno prefería demostrarla y el otro, mostrarla.

En llegando al banquete, el que mostraba continuamente su valía ocupó en la mesa un puesto de primera A (casi palco presidencial), mientras el otro prefirió el asiento que más abajo halló.

Llegando el jefe de protocolo, procedió a ciertos enroques: el hacedor que se había situado casi en la cabecera de la mesa fue desterrado hacia el último asiento, aunque no fuera, por cierto, el último de los allí presentes; mientras que el segundo hacedor, sentado más abajo de lo que le correspondía, fue ascendido hasta las proximidades de los decididores, codo a codo con los decidores más renombrados, en cuya compañía contrajo el gusto por paladear faisanes y discursos.



Camuflage

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Tenía plantada el labrador desde hacía muchos años una higuera en su viña. De paso por allí, un caminante se acercó al árbol. Hurgó entre las hojas, escrutó las ramas palmo a palmo hasta no hallar ni el higo más distrófico y patiseco. Comprobada la infecundidad de la higuera, se dirigió al dueño de la viña:

─He aquí tres años ha que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo. Córtala, ¿por qué ocuparía aún la tierra?

El labrador, sentado al pie del árbol, continuó abanicándose con su sombrero mientras replicaba:

─Señor, déjala aún este año, hasta que la excave y estercole. Y si hiciere fruto, bien, y si no, la cortaré después ─porque era muy educado, hasta con los ladrones de higos.

El hombre se marchó sin comprender la estupidez de aquel labriego que gastaba sus tierras en una higuera estéril, frígida e impotente (casi todas las plantas son hermafroditas).

El labrador esperó a que el caminante se perdiera de vista y continuó podando las raíces del árbol, lo suficiente para que se mantuviera infecunda y no tanto como para que se secara. Así podría seguir disfrutando de su sombra, mucho más dulce que cualquier fruta durante el estío de aquellos parajes sedientos.

De todos modos, él siempre había detestado los higos.

Antes de marcharse, dio una palmada cariñosa al tronco de la higuera, como agradeciéndole su función de espantapájaros, y se adentró en la riqueza frutal de sus campos, disimulada al transeúnte por la apariencia inhóspita de aquellos árboles fronterizos.