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Camuflage

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Tenía plantada el labrador desde hacía muchos años una higuera en su viña. De paso por allí, un caminante se acercó al árbol. Hurgó entre las hojas, escrutó las ramas palmo a palmo hasta no hallar ni el higo más distrófico y patiseco. Comprobada la infecundidad de la higuera, se dirigió al dueño de la viña:

─He aquí tres años ha que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo. Córtala, ¿por qué ocuparía aún la tierra?

El labrador, sentado al pie del árbol, continuó abanicándose con su sombrero mientras replicaba:

─Señor, déjala aún este año, hasta que la excave y estercole. Y si hiciere fruto, bien, y si no, la cortaré después ─porque era muy educado, hasta con los ladrones de higos.

El hombre se marchó sin comprender la estupidez de aquel labriego que gastaba sus tierras en una higuera estéril, frígida e impotente (casi todas las plantas son hermafroditas).

El labrador esperó a que el caminante se perdiera de vista y continuó podando las raíces del árbol, lo suficiente para que se mantuviera infecunda y no tanto como para que se secara. Así podría seguir disfrutando de su sombra, mucho más dulce que cualquier fruta durante el estío de aquellos parajes sedientos.

De todos modos, él siempre había detestado los higos.

Antes de marcharse, dio una palmada cariñosa al tronco de la higuera, como agradeciéndole su función de espantapájaros, y se adentró en la riqueza frutal de sus campos, disimulada al transeúnte por la apariencia inhóspita de aquellos árboles fronterizos.