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Cartografías

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El libro Paisajes. Metáforas de nuestro tiempo (Linkgua Ediciones S.L., Barcelona, 2009, 350 pp. ISBN: 978-84-9897-523-9), de Dennys Matos, tiene ilustres antecedentes: los Diarios de Cristóbal Colón; la Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, de Giorgio Vasari, autor del término «Rinascita»; la bitácora de Antonio Pigafetta, cronista de Magallanes; las premoniciones de Rui Faleiro, cartógrafo y astrónomo; los métodos de orientación del cosmógrafo Andrés de San Martín; el Cosmographiae Introductio, que acompaña la Lettera, los Cuatro Viajes de Américo Vespucio, en cuyo honor el alemán Martin Waldseemüller nombra "América" al continente en su mapa de 1507; las crónicas de Ruy Díaz y de Antonio Herrera y Tordesillas, o la Historia general de las cosas de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, padre de la etnología moderna. Por eso no es casual que Jorge Brioso encabece su “Presentación” de estos Paisajes con una frase en la que Gilles Deleuze afirma que escribir tiene que ver con deslindar y cartografiar futuros parajes. No otro es el propósito de Dennys Matos.

Paisajes abre con una aproximación a este mundo post en que habitamos: la poshistortisa, el poscomunismo, la posideología, lo posnacional, la posvida. También entre los siglos XV y XVI la humanidad vivió una era post: entre las tinieblas de la alta Edad Media se abrieron paso las ideas del humanismo, se reactivó el conocimiento, caducó la mentalidad dogmática y el teocentrismo medieval dio paso al antropocentrismo. Del mismo modo, tras el derrumbe del muro de Berlín y de la bipolaridad maniquea de la Guerra Fría, han aparecido decenas de fórmulas de organización social: un mundo multipolar donde el libre comercio de las ideas ha abolido los monopolios de la verdad. Multipolaridad equivalente a la que, tras la Reforma protestante, rompió en la Cristiandad con la dictadura del dogma, con la tradición y con la unidad estilística, hasta entonces supranacional. Aparecieron nuevas técnicas arquitectónicas, musicales, escultóricas y pictóricas —el schiaciatto, el claroscuro—, e incluso literarias tras la obra cervantina. La nueva sensibilidad humanística ocupó todos los territorios de la cultura europea, prefigurando su expansión mundial a bordo de la imprenta de Gutenberg y a bordo de las carabelas de Cristóbal Colón desde que, dos horas después de la medianoche del 12 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana gritó “Tierra a la vista”. Grito equivalente al de los físicos del CERN de Ginebra, encabezados por Tim Berners-Lee, cuando en 1990 crearon la World Wide Web: más que un nuevo continente, inventaban un universo habitado hoy por una población equivalente a la de China.

Hace medio milenio, los grandes exploradores propiciaron el encuentro de dos mundos, la confluencia de pueblos hasta entonces secuestrados por la geografía que, a partir de entonces, fraguarían una población genética y culturalmente mestiza, algo que cambiaría radicalmente el curso de la historia.

Hoy, el 75% de los alimentos consumidos por la Humanidad son oriundos del Nuevo Mundo y no hay biblioteca o archivo que pueda competir con Intenet, el mayor pastizal de datos de la historia: diez millones de terabytes en 2011.

En la sección “Metáforas de nuestro tiempo”, el autor mapea los territorios de esta sensibilidad post, no uncida a los dictados de una escuela o de una vanguardia: los objetos suicidas, las estéticas del cuerpo y la sexualidad, las angustias y desasosiegos de la libertad, los inexplorados mundos virtuales donde, por primera vez, el diálogo entre el arte y el público es bidireccional.

De la misma forma que los artistas italianos emigraron huyendo de las guerras y dispersaron por toda Europa la buena nueva del Renacimiento, las galopantes migracioners globales de nuestro mundo post arrojan un saldo de estéticas cruzadas y mestizas a las que se refiere Matos en sus “Emergencias cruzadas”. Desplazamientos geográficos y culturales, relectura de códigos, como en World Mouse o en el arte satírico de Elio Rodríguez, el grupo Puré, Lázaro Saavedra o Marcos López.

Las escolásticas ideológicas, desde el comunismo al neoliberalismo, han caducado. Todo es puesto en duda y cunden las lecturas transversales. Todo es objeto de choteo mientras se intenta una relectura incluso desde lo frívolo —como la exposición “Ch€, Revolución y mercado”, a la que se refiere el autor, que registra cómo la piedra filosofal del capitalismo post convierte un icono subversivo en mercancía—. Subversión de códigos, relecturas desde lo local o lo global, arte pop, frivolidad y desconcierto de un arte eminentemente urbano, metropolitano: Nueva York, Berlín (a la que el autor dedica toda una parte del libro) o Londres son los equivalentes de las ciudades-estados de ayer: Venecia, Florencia, Milán y los Estados Pontificios, centros de renovación artística.

Lo virtual se codea con lo real en igualdad de condiciones. Un mundo de fronteras líquidas provoca cartografías efímeras, deslizantes. Fronteras inasibles que se extienden en el land art hasta la imposibilidad de deslindar el arte de la naturalreza (el bosque de Agustín Ibarrola, la “Montaña de Tindaya” o el “Peine del viento”, de Chillida); el urbanismo travestido en arte, como en el Reichtang envuelto por Christo. La relectura y recontextualización de los mensajes en la obra de Alejandro López permite una lectura volátil, el sfumato davinciano de la interpretación.

El autor redondea su cartografía del arte contemporáneo al insertarlo en los mecanismos de mercado. Del mismo modo que entre Reforma y Contrarreforma un mundo asolado por las guerras multiplicó exponencialmente su comercio, hoy, entre decenas de guerras locales, estados fallidos, piratería, terrorismo y narcoejércitos, el comercio es la circulación sanguínea del planeta. Y el arte, un valor “seguro”, juega con los términos de la ingeniería financiera, que son casi los términos del arte: se tasa la percepción del valor, no el valor mismo.

Estas aproximaciones, estas cartografías tentativas desembocan, cómo no, en un mapa a escala mayor de la plástica cubana contemporánea: Los Carpinteros con su arte antifuncional, el discurso contestatario de Saavedra y Glexis Novoa; los interiores cubanos como sugerentes radiografías de la realidad; las escenografías y la historia en Carlos Garaicoa; el discurso político y las utopías personales, así como la recurrencia de los mapas, las aguas, los viajes y la muerte que contemplan impávidos los dioses tutelares de la Isla. Matos da voz a los propios artistas: Luis Gómez, Pedro Vizcaíno, Ricardo Rodríguez Brey, Alexandre Arrechea y Carlos Garaicoa muestran la trastienda de ideas que subyace a sus obras. Como un planeta en miniatura, Cuba (tanto en la Isla como en el archipiélago de la diáspora) muestra su rara multiplicidad casi continental.

Mientras el siglo XVI florecía en Amberes y Florencia, la Siempre Fiel Isla de Cuba sólo estaba autorizada a importar toscos géneros de la península y grandes dosis de Contrarreforma. Pero ya entonces el contrabando, el comercio de rescate con naves inglesas, francesas y holandesas, el trapicheo nocturno de salazones, cueros y cajas de azúcar o aguardiente por sábanas de Holán, encajes de Malinas, algodones de Ruán, lienzos de Cambray, aperos ingleses e ideas prohibidas superaba al otro. Como Dennys Matos demuestra en sus Paisajes, el trapicheo de ideas sigue siendo una de las grandes tradiciones nacionales.

El autor cierra esta bitácora, este mapa, con una visión inquietante a través del vídeo “Agosto 2007”, de Francis Naranjo. Los huecos blancos de las cartografías, los paisajes ignotos, azuzan la imaginación de los hombres. En la Cosmographia Universalis, del alemán Sebastián Munster (1544), best seller reimpreso cincuenta veces en veinte años, se describía a hombres de grandes labios y una sola pierna, y a enanos que se alimentaban con el olor de las manzanas. Fray Bernardino de Sahagún menciona una culebra con una segunda cabeza en la cola, y Alvar Núñez Cabeza de Vaca describe a “malacosa”, ser hemafrodita que vive bajo la tierra y se alimenta de la nada. En “Agosto 2007” encontramos al ser más extraño de la creación: el hombre en su dimensión trágica, el hombre que discurre por un paisaje de ruinas mientras busca el País del Nunca Jamás y de fondo se escucha que “algo se pudre en el corazón de las hormigas”.

Como todo mapa de tierras recién descubiertas, Paisajes. Metáforas de nuestro tiempo, resultado de la acuciosa cartografía de Dennys Matos, es, por fuerza, tentativo, pero imprescindible para quienes se dispongan a adentrarse en las dispersas geografías de la imaginación.