• Registrarse
  • Iniciar sesión

En el nombre del pueblo: Milton

Comentarios Enviar Print

 

El soldado que se quiso salir, se murió. Y el que quiso vivir más, ese se rindió.

 

Milton

 

—Yo soy de San José, al norte del Salvador. Mis padres son de clase media. Tenían 500 manzanas de algodoneras. Ponían a trabajar gente y veían cómo era el trabajo, lo que podían gastar y todo eso. Nosotros somos seis hermanos. Dos nos incorporamos: el más pequeño y yo, que soy el tercero.

 

—¿Cómo te incorporaste a la guerrilla?

 

—Yo viajaba de San Miguel a la capital, San Salvador, a visitar a unos amigos. En el trayecto, había muchos retenes del enemigo. Allí bajaban de los buses a la gente: niños, mujeres y todo. En las paradas hay como unas graditas. Entonces a los niños, como de unos cinco años, los agarraban de la mano y los aventaban para allá. A las mujeres ancianas, de un empujón las aventaban para allá. A toda la gente los bajaban de los buses y los ponían con las manos sobre el busto. Entonces allí, mirando la actuación de ellos con la gente de la población, mirando lo que hacían, yo comprendí que no era justo.

 

—¿Se lo dijiste a tus padres?

 

—No. Yo no les podía decir nada, pues mis padres están al contrario de eso. Pues yo visitaba a un amigo. Era teniente efectivo del régimen. Nos habíamos conocido antes, en el estudio. En el 80 salió a los Estados Unidos mandado por el gobierno salvadoreño para recibir entrenamiento de cómo torturar a una persona. Él me contaba que recibió ese entrenamiento en Fort Benny, Carolina del Norte. Yo no le decía nada, pero aquello me ponía mucho en qué pensar, ¿cómo puede ser esto?

 

—¿Discutiste con él?

 

—No, era bastante criminal y yo tenía miedo. Aunque era mi amigo, él no creía en amistad. “Si mi padre fuera y me mandaban a torturarlo, yo lo torturo”, decía. A él, como le pagaban tanto, pues... Me pasaba el día con él. Regresaba y veía el tratamiento que le daban a la gente. Veía a los que activaban en las calles y las patrullas del régimen destruidas por el FMLN. Yo tenía una tía que visitaba en el campo, y los compañeros del FMLN pasaban por allí. Entonces, casualidad que una vez tuve una conversación con ellos, y eso a mí me gustó mucho. Por eso me fui con ellos a la montaña, y allí me siguieron explicando, y yo seguí entendiendo. Tenía diecisiete años. Entonces pedí un fusil. Así fue como me organicé. Aprendí muchas cosas que no sabía en la ciudad: política y otras cosas.

 

—¿Dónde estuviste?

 

—En el oriente del país. En la parte más elevada del Salvador y la parte más rica en producción de café, henequén, cacao. Morazán, San Miguel, San Vicente...

 

—¿Viviste en zonas bajo control?

 

—Sí. Ya hay bastantes zonas bajo control.

 

—¿Cómo es la vida allí?

 

—La vida es buena, porque a la gente los tratan bien. Tienen un gran apoyo de nosotros y nosotros de ellos. Para mejorar la vida de los campesinos, se les da tierra y todo lo que necesitan para laborarla. Hay escuelas y algunos maestros que dan clases, y los propios miembros del ejército. Allí es donde han aventado las operaciones más fuertes. Morazán es la primera zona bajo control. Allí está Radio Venceremos. Por eso es que quieren a toda costa bajarla. Es la zona más rica y está bajo control. Otra es en el centro de Guazapa. Allí bombardean a la población civil como en Chalatenango. A veces regresábamos después de activar y veíamos las casas destruidas, los muertos. En otras, los guardias se meten y encuentras después las campesinas violadas, cadáveres degollados, mutilados. Y es a los campesinos.

 

—¿Cómo se incorporó tu hermano?

 

—Yo me enteré de que mi hermano se había incorporado en un pueblo donde lo vi llegar con otros compañeros. Y me impresionó porque era un niño.

 

—¿Qué edad tenía?

 

—Doce años, pues. Le preguntó a una compañera si yo era yo. Y vino. “Va a que vos sos mi hermano”. Sí, le digo. Y me abrazó. “Yo quiero organizarme”, dice. Pero estás muy pequeño para combatir. “Yo siento deseos”. Y quedó con los compañeros. Como al mes me di cuenta que él estaba en una escuela militar recibiendo un cursillo. Allí platicamos más. Como un día.

 

—¿En qué tipo de combates participaste?

 

—Tomas de cuarteles, de pueblos, desalojamiento de posiciones del enemigo.

 

—¿Y el día que te hirieron?

 

—Ese día fuimos a la toma de un pueblo. Allí estaba una compañía del ejército salvadoreño: 160 soldados. Ellos nos sintieron porque para llegar había que pasar por ciertas poblaciones donde había bastantes perros que hacían bulla cuando lo veían a uno. Eso era como a las dos de la mañana. Y como en los cuarteles les meten una cosa en la cabeza: que no tienen que rendirse, que no tienen que correrse de nosotros, que tienen que hacer frente al ataque, ellos dijeron: Bueno, estos no van a poder entrar aquí. Porque se creían los mejores soldados del ejército salvadoreño. Nosotros éramos cuatro columnas. Entramos al pueblo y empezamos a combatir a las propias cinco de la mañana. En el primer encuentro que les hicimos se veían bastante fuertes. Pero ya a las nueve de la mañana, cuando la aviación vino, los teníamos rodeados. El soldado que se quiso salir, se murió, y el que quiso vivir más, ese se rindió. Allí capturamos a 135 soldados con todo el mando de la compañía y los tres de las secciones.

 

—¿Y los soldados?

 

—Muchos son cipotijos de quince o dieciséis años. Los arrastran a pelear y cuando los capturas, se arrodillan, imploran. Ellos venían con sed, porque durante el combate no podían tomar agua. Entonces les dimos agua y comida de la que guardábamos para nosotros. Recibieron una atención bien, porque nosotros atendemos igual a todos los soldados. De ahí fuimos a la zona bajo control porque ya habían pedido refuerzos. Después fueron entregados a la Cruz Roja.

 

—¿Cómo te hirieron?

 

—Fue en el asalto a una trinchera. La bala incendiaria me atravesó a lo largo el brazo derecho. Entró por aquí, ¿ves?, cerca del codo, y salió por acá.

 

—¿Y tú qué hiciste?

 

—Me quedé parado como un gran rato, pero después me senté hasta que perdí el conocimiento. La pérdida de sangre había sido mucha, porque la bala me había cortado las dos venas y los tendones. Fue en un cafetal. No me entró miedo ni nada, pero como a los diez minutos caí al suelo. Otros compañeros me atendieron, pero yo no sentí nada. Vine a recordar como a los tres días. Después estuve como diez meses curándome la herida.

 

—¿Qué edad tienes?

 

—Veintiún años.

 

“En el nombre del pueblo (II) Milton”; en: Somos Jóvenes, n.º 70, La Habana, agosto, 1985.