www.cubaencuentro.com Martes, 25 de marzo de 2003

 
   
 
La otra guerra del golfo
Crisis por decreto: A la sombra de los bombarderos sobre Bagdad, La Habana cierra el cerco en torno a la emergente sociedad civil cubana.
por ALCIBíADES HIDALGO, Washington
 

¿Serán acaso los disidentes cubanos las primeras "víctimas colaterales" de la ofensiva americana contra Irak?, preguntó Le Monde ante la ola de represión que sacude Cuba, no tan inadvertida como Fidel Castro quizás imaginó, aunque eso lo tenga sin cuidado.

Fidel Castro

A la sombra de los bombarderos sobre Bagdad se ha iniciado en La Habana un cambio de rumbo que parece ir más allá de la coyuntura. No se trata de que Castro ignore la oportuna circunstancia. Que el mundo entero tuerza el cuello hacia los palacios en llamas de Sadam Hussein y cientos de miles de indignados pacifistas invadan avenidas por doquier está, por supuesto, en sus cálculos. Pero hay más que aprovechar —presurosamente, como hace el coreano Kim Jong Il— de un conflicto de escasas simpatías y en el otro confín del planeta.

La crisis extrema es el escenario político preferido de Castro. En octubre de 1962 recomendó a Nikita Jruschov que asestara el primer golpe nuclear, antes que ser sorprendido por Estados Unidos. Cuando los agotados aliados rusos decidieron clausurar su base de espionaje electrónico en las afueras de La Habana, exigió, delirante, que se retiraran también los norteamericanos de Guantánamo. El 24 de febrero de 1996, ante la incipiente coordinación de la oposición interna, la exigencia europea de apertura y la presencia en la Casa Blanca de una administración demócrata proclive al entendimiento, derribó dos avionetas con cuidada premeditación y cerró de paso todas las opciones de cambio. Los costos políticos importan, pero son rentables siempre que se reinviertan en más tiempo de poder.

Fidel Castro se repliega ahora del tono sosegado y los elegantes ternos grises con que se ha paseado últimamente por las tribunas. De nuevo a la arenga y el uniforme militar. Tiene sus razones. Dentro de Cuba la oposición pacífica se manifiesta como nunca antes en reclamo de cambios. El Proyecto Varela, a lo Gandhi, evidencia que no se respetan ni las propias leyes del sistema. La economía hace crisis dentro de la crisis. La Iglesia Católica sale del closet y constata que cinco años después de la visita papal sólo cosecha promesas incumplidas. El verano apenas comienza y ya se hacen insoportables los recurrentes cortes de electricidad. La cruzada contra las drogas destroza el mercado negro que mitiga la miseria cotidiana. El aliado venezolano de petróleo barato navega muy mal en su propio mar de infelicidad. Los fogonazos en Bagdad iluminan la desinhibición norteamericana y auguran menos turistas y precios inalcanzables del combustible, sin el cual la Isla se paraliza.

Ante tal escenario, la crisis por decreto. Una táctica que rindió dividendos en los últimos cincuenta años. Arriesgarlo todo y de una vez : mientras mayor sea la apuesta, mejor funcionará la fórmula. En este poker de ruleta rusa puede que Fidel Castro pierda el ingreso al Acuerdo de Cotonou y altere la ecuación ganadora en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas que bajo la presidencia libia transcurre en Ginebra. Pérdidas probables, calculadas. Nada para no conciliar el sueño.

La apuesta mayor, la suspensión parcial del embargo de Estados Unidos contra Cuba, que llevaría a la extravagante isla vecina a cientos de miles de curiosos yanquis y permitiría créditos millonarios e impagables para la compra de alimentos, es cada día más improbable. Difícil imaginar en Washington al George W. Bush que no vacila en enfrentar el reto indiscutible de una nueva guerra en el Golfo, firmando complaciente una carta de amor a Fidel Castro. Éste debe presentirlo y quizás alguno de sus ministros se haya atrevido a decirle que se agotó el cash para pagar nuevas manzanas de California. Por eso proclama otra guerra contra el enemigo de siempre y ataca, en cambio, a sus legítimos opositores.

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