www.cubaencuentro.com Lunes, 19 de mayo de 2003

 
  Parte 4/5
 
Cuba: Mito y realidad
El régimen cubano ha entrado en una dinámica represiva que atiende, básicamente, a problemas vinculados con la gobernabilidad del país.
por MARIFELI PéREZ-STABLE, Miami
 

El contexto interno fue determinante para los sucesos de los últimos meses. ¿Cómo convocar el Congreso del Partido si era imposible afrontar la reestructuración económica? La guerra de Irak fue propicia al acaparar la atención internacional, pero, aun sin ella, se acercaba al momento de las definiciones. Así ha sido la política en Cuba desde 1959. Durante los años sesenta, primó un patrón movilizador que desarticuló la economía y malgastó la confianza ciudadana en la revolución. Le sucedió la llamada institucionalización, que intentó aplicar normas económicas y políticas otrora vigentes en el campo socialista, que mejoró el consumo cotidiano y relajó las presiones políticas. A mediados de los años ochenta se abortaron los impulsos de esta incipiente normalidad y hubo un retorno parcial al modelo movilizador. Desde 1990, la supervivencia ha sido primordial y se han adoptado algunas reformas sin que el ciclo normalizador echara raíces, pese a que buena parte de la dirigencia así lo deseara. Para Castro, el socialismo de mercado —en la variante húngara antes de 1989 o la seguida actualmente por China y Vietnam— es casi tan deleznable como el capitalismo.

Se habla del inmovilismo de la Cuba oficial. No era así a principios de los años noventa, cuando se discutieron —en su mayor parte a puerta cerrada— numerosas propuestas para afrontar la nueva realidad. Esas discusiones promovieron reformas a medias que frenaron el colapso económico y, por consiguiente, la voluntad de proseguir con los verdaderos cambios. Después del congreso de 1997, la dirigencia daba tumbos para que todo siguiera igual —gatopardismo tropical— hasta que el caso de Elián González le proporcionó a Castro el ropaje ideológico del inmovilismo. Las movilizaciones impulsaron la Gran Batalla de Ideas, que ha sitiado a la política cubana con una retórica cada vez más desentendida de la vida cotidiana. Al mismo tiempo, las medias reformas se fueron agotando, la economía volvió a estancarse y personas sensatas de la elite retomaron la idea de profundizarlas. Se trata de políticos que saben que la demanda popular más sentida y urgente es la economía. A fines de 2001, el Congreso del Partido comenzó a planearse pensando en una nueva ronda de reformas.

Castro era la piedra en ese camino, y no se quitó para que el Partido realizara su congreso. Los preparativos de la visita de Carter, la propia visita y sus secuelas monopolizaron las energías de la dirigencia. La mención que hizo Carter del Proyecto Varela los cogió desprevenidos y los forzó a dar una respuesta impensable sólo por la presentación de firmas a la Asamblea Nacional del Poder Popular unos días antes. En junio, el espectáculo del referéndum oficial y la enmienda a la Constitución sellaron supuestamente la irrevocabilidad del socialismo. Además de ser una respuesta tácita a los varelistas, las movilizaciones asentaron el estilo frenético que mejor cuadra al liderazgo del Comandante. En agosto, la dirigencia proyectó a la militancia un extraño vídeo explicando la expulsión del Partido del defenestrado Roberto Robaina y que aludía al igualmente destituido Carlos Aldana. Los preparativos para el congreso se atascaron. Éstos podrían avanzar ahora porque los sucesos de 2002 y lo que va de 2003 han restringido las posibilidades de la elite moderada. Las condenas y los fusilamientos son un viraje en la política cubana que no se sabe a dónde van a conducir. Sobre los hombros de la dirigencia —incluyendo el sector moderado— cae la responsabilidad de estos hechos. La situación interna y las relaciones internacionales de Cuba son hoy más tensas que nunca. Para aliviarlas, no queda otro remedio que volver a las reformas, pero el escenario no lo permite.

Castro siempre ha resistido la racionalidad económica (también la política), y sólo ha cedido —en los años setenta y a principios de los noventa— cuando no quedaba otro remedio. En ambas ocasiones, tiró de las riendas antes de que las reformas se afincaran. Con casi 77 años, Castro debería descansar y dejar vivir a los cubanos. Ha declarado que no lo hará y, a no ser que la elite se le enfrente, el panorama es sombrío. ¿Podría el Ejército convencer al Comandante —como a principios de los noventa— de volver a las reformas? Es posible, pero ahora sabemos que los términos medios no bastan, y dar marcha atrás es hacerlas de verdad. En febrero, Castro viajó a China y regresó "asombrado". Unos días después fueron destituidos casi todos los miembros del equipo económico que estaban entre los principales defensores de una reestructuración. De persistir el camino actual, el régimen podría afrontar una revuelta popular que forzaría la orden de disparar contra el pueblo. ¿Se mantendrá la elite cohesionada hasta que Castro pase a mejor vida?.

1. Inicio
2. El derribo de las avionetas...
3. Ni entonces ni ahora...
4. El contexto interno fue...
5. Conclusiones...
   
 
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