Actualizado: 28/03/2024 20:07
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| Opinión

Oswaldo Payá

¿Cómo analizar un “accidente” que le viene tan bien al régimen?

El valor de un análisis es inversamente proporcional a la carga emocional que contenga

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El valor de un análisis es inversamente proporcional a la carga emocional y las opiniones personales que contenga. No hay análisis “disidentes”, “dictatoriales”, “democráticos” o “comunistas”, sino simplemente análisis: buenos, regulares o malos.

No tengo la más mínima duda de que si la dictadura cubana hubiera considerado la necesidad de quitarse de encima el “problema” que representaba para ella Oswaldo Payá, no hubiera vacilado. Sin embargo, eso no significa que debamos saltar de inmediato a condenar, independientemente de las evidencias de que dispongamos en estos momentos, al Gobierno cubano, condenable por muchas cosas, simplemente porque esa muerte le venga muy bien al régimen.

Hasta el momento, las informaciones son limitadas y confusas, y las evidencias no son suficientes para llegar a conclusiones definitivas, aunque algunos en Miami ya se hayan desbocado. Ni siquiera sabemos qué hacía tan cerca de Bayamo. Si esto lo interpretan algunos comentaristas como que el articulista no está bien informado o está planteando criterios inseguros, no puedo hacer nada por ellos. Para mí es más importante tener preguntas adecuadas que disponer de todas las respuestas. Dejo el monopolio de contar con todas las respuestas y todas las verdades a quienes interese tal privilegio y puedan sentirse superiores a los simples mortales.

A todos nos conmocionó la noticia de la muerte de Oswaldo Payá Sardiñas, uno de los dirigentes de la oposición democrática cubana de más prestigio y reconocimiento internacional. Campeón de la lucha pacífica por la reconciliación de los cubanos, opositor de siempre —nunca fue un “disidente” ni conoció la doble moral— fue fundador del Movimiento Cristiano Liberación, capaz de enfrentarse al régimen con sus mismas reglas, y con una admirable perseverancia y un valor a toda prueba, que posibilitaron que presentara el Proyecto Varela ante los organismos del gobierno totalitario, con el respaldo de más de 25.000 firmas e identificación de compatriotas que lo apoyaban.

Payá, con el Proyecto Varela, obligó a Fidel Castro a darse un golpe de Estado a sí mismo y cambiar la constitución socialista, diseñada para que la población no tuviera acceso a realizar modificaciones. El régimen tuvo que recurrir al dudoso expediente de declarar “irreversible” el socialismo cubano, pretendiendo imponerlo no solamente a las presentes generaciones, sino también a todas las futuras: los supuestos dirigentes “revolucionarios”, los de la dialéctica, el cambio y el perfeccionamiento, proclamaron una idea suprema, intocable, irrevocable y eterna, sin desarrollo ni lucha de contrarios. Aunque se llaman marxistas, se aferraron a ideas propias de Kant y Hegel, olvidando al Marx que supuestamente sustentaba su socialismo “científico”.

Payá enfrentó, además, la incomprensión, el rechazo y la difamación de la capa más reaccionaria del exilio cubano en Estados Unidos, que no le perdonó nunca algunos enfoques del Proyecto Varela donde veían una negativa a la participación de esos exiliados en el futuro de una Cuba democrática. Y por si fuera poco, también debió enfrentar rechazo y ataques de disidentes y opositores del patio, que consideraban que quería robarse el show y estaba enfermo de protagonismo.

Como muchas otras personas, no siempre estuve de acuerdo con todas las posiciones, estrategias y tácticas del Movimiento Cristiano Liberación, pero siempre admiré la integridad personal de Oswaldo Payá, la verticalidad de sus posiciones y la ejemplaridad de su actuación personal, su vida sin miedo, su perseverancia, su compromiso con la patria y con la iglesia, y su disposición a enfrentar a las altas jerarquías eclesiásticas cubanas cuando consideraba que no actuaban correctamente.

Un auto contra un árbol en una carretera cerca de Bayamo segó la vida de Oswaldo Payá y de Harold Cepero, su colaborador del Movimiento Cristiano Liberación. Les acompañaban dos líderes juveniles europeos, un sueco de la Juventud de la Democracia Cristiana, y un español de Nuevas Generaciones del Partido Popular en Madrid, quienes tuvieron lesiones menos complicadas, y ya recibieron el alta médica.

Madrid envió a su cónsul en La Habana hacia la ciudad de Bayamo para prestar asistencia consular al español involucrado en el accidente. Labor de oficio en estos casos, pero extremadamente importante cuando ese ciudadano español, junto al sueco también accidentado, son las únicas dos personas que pueden aclarar muchas cosas, al dar una versión directa y presencial de lo que sucedió en esos minutos finales que terminaron con la vida del líder opositor cubano y un cercano colaborador.

No parece probable que ambos sobrevivientes del violento choque hagan declaraciones demasiado trascendentes mientras se encuentren en Cuba. Ya el Gobierno español ha manifestado su interés de que abandonen el país lo antes posible, pero se dice que el régimen pretende retenerlos en Cuba hasta que finalice la “investigación del accidente”. Habrá que ver quién gana este pulso. Así que deberemos esperar al aterrizaje en Madrid, que ojalá sea dentro de muy poco tiempo, para poder conocer detalles de lo que sucedió, contado por participantes directos en el incidente, y que en territorio europeo podrán hablar sin temor a tergiversaciones, represalias o nuevos “accidentes”.

Esas declaraciones, unidas a lo que pueda saberse desde el interior de Cuba por declaraciones responsables y fundamentadas de familiares, testigos presenciales dispuestos a contar cosas, opositores o periodistas independientes, o por algún desliz de la prensa oficialista o algunos de sus blogueros-muertos-de-hambre, podrán contribuir a darnos la clave de lo que realmente pueda haber sucedido ese fatídico domingo. Y entonces podremos, con argumentos sólidos y razones, y no solamente con emociones y convicciones morales, condenar todo lo condenable, que puede ser mucho.

Honremos desde ya la memoria de Oswaldo Payá y su legado para una Cuba democrática, con las mismas palabras que él repetía a los personeros del régimen que tan verticalmente combatió: “No los odiamos, pero tampoco les tememos”.


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