Actualizado: 28/03/2024 20:07
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VI Congreso del PCC, Cambios

Cuando Arturo López-Levy altera el producto

Respuesta de Haroldo Dilla a una réplica de Arturo López-Levy

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Cuando terminé de leer el artículo que Arturo López-Levy (LL) me dedicó la pasada semana, me detuve unos segundos en el título. Ciertamente ingenioso, y felicito a LL por su sana idea de ligar la política a la matemática. Tienen muchos puntos de contacto. Solo le aconsejaría —si acaso quisiera seguir en estos ejercicios— rebasar el plano de la aritmética y de sus operaciones básicas. La política no funciona al calor de la aritmética, aunque sus resultados finales se expresen en sumas, restas, multiplicaciones y divisiones. Las reglas de oro de la política se encuentran en la lógica algebraica, donde no necesariamente dos premisas infalibles, e incluso una conclusión correctamente derivada de ellas, conducen a un argumento verosímil. Por eso LL es capaz de ofrecernos interesantes ejercicios de deducción, pero brinda muy pocas argumentaciones convincentes. Lo que es aún peor: altera todo el producto final.

Es mi norma escribir artículos breves en CE, lo apropiado para lectores apurados. Y por eso no puedo detenerme en cada una de las muchas críticas que me formula LL, sino solo en aquellas que creo más importantes. Antes, sin embargo, debo reiterar mi respeto a todos los cubanos y cubanas que dentro de Cuba alimentan espacios críticos —sea en la oposición o dentro del sistema— incluyendo aquí a Espacio Laical. Conozco a algunos de ellos y, aunque sostengo discrepancias sobre métodos e ideas, nada en mi artículo pretendió disminuirles. Cuando hablo de las horcas caudinas del sistema, condeno fundamentalmente la pobreza moral e intelectual del régimen político cubano, no a los afectados.

El pacto social. LL afirma que una de sus dos principales preocupaciones era que yo le endilgo defender la noción de Pacto Social (PS). En realidad si fuera eso, podría haberse ahorrado la réplica. Cuando se debate con un documento de 4 autores —y se hace en 3 páginas—, uno se refiere a las ideas fundamentales (lo cual digo explícitamente varias veces). No veo razón alguna para acceder al reclamo de LL de ser tomado en cuenta individualmente más allá de cómo lo hice. Ni tampoco discuto con un muñeco de paja por el simple hecho de no considerar la individualidad de LL. A pesar de su locuacidad (que todos disfrutamos), LL no es condición suficiente y/o indispensable para valorizar a un interlocutor.

Pero ya que López Levy nos invita, veamos qué sucede con el susodicho Pacto Social. Efectivamente LL no acepta la idea del PS. Pero hace un rechazo muy poco serio cuando afirma que PS es “una metáfora desacreditada como la mayoría de las entelequias del liberalismo simplón”. Es decir que, según LL, pensadores como Grocio, Leibniz, Hobbes, Locke, y Rousseau son simplones a los que contrapone sus últimas lecturas doctorales sobre derechos humanos. Francamente, su juicio me parece tan desafortunado que estoy dispuesto a aceptar que se trató de un monumental lapsus merecedor de una disculpa sin más exigencias.

A la vez, lo que yo dije claramente es que a mí no me preocupa ahora si se habla de PS o de otra cosa, y entiendo las aprensiones de todas las partes. Lo que discutía, y que LL soslaya sospechosamente, es si es pertinente o no hablar de un PS revolucionario cuando en verdad se trata de un arreglo post-revolucionario, es decir, termidoriano, lo cual tiene una connotación tan política como académica. Y que ha conducido a la consolidación de una élite cuyos “…intereses, valores y privilegios…” (cito a LL) estarían experimentando una metamorfosis clasista en función de la restauración de un capitalismo autoritario y excluyente. Asunto este último que LL nunca toma en cuenta, sencillamente porque —armado de un inagotable optimismo panglossiano— ve en esta opción el mejor de los mundos posibles, y se ve a él mismo dentro de ese mundo.

Liberalización o democratización. El segundo punto se refiere a mis impugnaciones sobre la propuesta de LL de “liberalizar” el sistema político, lo cual ahora desglosa con más detalles en su réplica, hablando de una fase transicional aderezada con un “mapa de ruta” propio que, según él —y en eso tiene razón—, yo no tengo. Según LL, eso me conduce a jugar siempre a la riposta.

Obviamente, si lo que se discute es cuál es la secuencia de pasos para producir una apertura democrática, pueden reconocerse fases y etapas. Cuba requiere de una transición planificada, y seríamos afortunados si ésta pudiera conseguirse sin rupturas violentas. Pero esta transición no se va a conseguir porque LL tenga elaborada una ruta crítica, sino porque exista un punto de partida y reglas de juego consensuados con la mayor amplitud sociopolítica posible, así como un final reconocible y aceptado por todos los actores como sus segundas mejores opciones. Y hoy esto no existe.

Lo que hay es una élite política con una base social cada vez más estrecha que se empecina en ser el único factor de un cambio difuso al que llama “actualización”, que a nadie queda claro para dónde va, ni cómo lo hará. Un proceso que seguiría siendo monocéntrico, con algunos aderezos periféricos que pueden ser llamados al ruedo, como ha sucedido con la Iglesia católica. Palmotear con entusiasmo de adolescente cada vez que esa élite tecnocrática/militar en su proceso de conversión burguesa da un paso unilateral, es una opción política aquiescente y orgánica a esa élite. Trabajar para ser invitado a ese festín es también una opción política que obliga a callar, omitir, obviar temas. Que pretende obligar a todos a bajar la cerviz ante la horca caudina, tal y como se le sigue exigiendo hacer a los intelectuales críticos que viven en la Isla.

La forma como LL ve la situación nacional y su transición planificada es propia de un intelectual orgánico potencial de la élite política cubana. Y es así, porque parte del reconocimiento a priori del lugar protagónico de esa élite y de la intangibilidad de sus “…intereses, valores y privilegios…” en nombre del realismo político. Solo que entre las opiniones de LL en la actualidad y las del Gobierno cubano hay una brecha tremenda producto del empirismo abrumador y del conservadurismo de la élite cubana. LL ofrece, desde la emigración, una opción mucho más efectiva que la que la élite maneja, y eso es evidente en la propia propuesta política que hace. Ojalá la constipada clase política cubana fuese capaz de asumir propuestas como la de López Levy para transitar al futuro. Entre otras razones, porque esto abriría espacios mayores para una construcción democrática en el país, más allá, evidentemente, de las liberalizaciones que propone LL.

Las etapas de la transición planificada. En este punto quiero refrescar una oración en la que LL se detiene y cita parcialmente. En mi artículo yo digo: “Creo que también hay un dilema ético en callar cuando se organiza un congreso del partido donde se prohíbe cualquier discusión de cambio político como garantía de una paz social imprescindible para la restauración capitalista liderada por los militares, la tecnocracia y el clan Castro”. LL omitió en su cita toda la parte subrayada con lo cual, hablando a “lo cubano”, eliminó el pollo del arroz con pollo. Probablemente porque LL, sobre la base de su realismo político, asume este proceso de apropiación económica como legítimo, o al menos transable. Y de ahí que en su ruta crítica de la “liberalización” ofrezca a estos nuevos actores económicos una patente de corso, al posponer para una segunda fase la reestructuración política.

Es decir, que el cambio político formal se produciría cuando todas las coordenadas del poder hayan sido reescalonadas al calor de un cambio económico diseñado a la medida de los “…intereses, valores y privilegios…” de la élite. Esto ha sido el discurso reiterado de la fracción tecnocrática militar desde los 90, que hoy LL hace suyo desde la emigración. Y su denuncia fue también una constante en mis alegatos desde que trabajaba en el Centro de Estudios de América y lo sigue siendo desde este, mi exilio.

Y recalco que existe en todo esto un dilema ético. Es posible evadir la crítica a este proceso de reconstitución mercantil del proyecto de poder autoritario de la élite postrevolucionario acudiendo al silencio o a la argumentación sesgada e ininteligible, solo alcanzable por los iniciados y, por tanto, inaccesible para la raquítica opinión pública cubana. Hay muchas razones entendibles que obligan a los intelectuales cubanos (que viven en Cuba) a recurrir a este expediente donde, desafortunadamente, lealtad y complicidad se confunden. Pero lo que es imposible evadir es el dilema moral que esto implica.

Las exclusiones. No sé realmente qué piensa LL cuando pide excluir del consenso democrático a liberales, anarquistas y plattistas, y la reducción final de ellos a llorones trágicos. Esto no es democrático, pero es, además, una gran simpleza desde el punto de vista de la gobernabilidad. Creo que no hace falta explicar porqué. Pero sí me detendré en la última acepción —plattistas—, solo para demostrar que el mundo es más complejo que los muñecos de paja con los que lucha LL.

Por “plattistas” yo entiendo a quienes apoyan la actuación del Gobierno de Estados Unidos como un actor interno regular de la política cubana. Es por eso que me he opuesto siempre al bloqueo/embargo, pues efectivamente lo considero antinacional. Pero reconozco que el tema bilateral es un asunto muy difícil, debido a esa gran ventaja y a la vez ese inmenso problema que es convivir al lado de una gran potencia mundial. Y así ha sido por mucho tiempo. Así seguirá siendo, no importa quién gobierne a Cuba.

En algún momento, Céspedes coqueteó con la idea de una intervención americana en la guerra que él lideraba: ¿lo sacamos del panteón? En la república prerrevolucionaria que siempre nos mostraron solamente como corrupta y dependiente, hubo intensos esfuerzos de la clase política por limitar los efectos de la Enmienda Platt y de las bases militares: ¿los metemos en el panteón?

Pero ¿y qué hacemos con Fidel Castro? FC siempre hizo todo lo posible por mantener vivo el conflicto con Estados Unidos como un recurso interno de gobernabilidad, solicitó de manera inconsulta el emplazamiento no de una, sino de varias bases y de tropas extranjeras en el territorio nacional. ¿Y qué decir de los asesores rusos en diversionismo ideológico que la mano generosa de la KGB envió a Cuba para ayudar a purificar la cultura cubana y que inauguraron el llamado “quinquenio gris” que aún se vive en la Isla? Una suerte de plattismo al revés al servicio del autoritarismo y la represión interna. En 2003 fusiló sin garantías legales mínimas a tres jóvenes que secuestraron una lancha para enfrentar una supuesta conspiración imperialista. Poco tiempo después solamente encarceló a otros cubanos que habían cometido el mismo delito con mayores agravantes porque así se había acordado con el Gobierno de Estados Unidos para garantizar la repatriación. Es decir, que Washington decide sobre la vida o la muerte de los cubanos usando como intermediario al propio Fidel Castro. ¿Es FC plattista?

Finalmente. LL cita un artículo mío de 1994 para mostrar que yo opinaba diferente a como lo hago ahora, y debilitar mis argumentos. Lo que hace LL no es el tipo de cosas que enorgullecerían a nuestros nietos, pero en verdad he tenido que convivir con cosas peores.

No voy a explicar qué dije entonces. El lector interesado —si alguno— puede encontrar estos artículos en biblioteca y en Internet. Fueron varios entre 1990 y 2000, año este último en que —debido en buena medida a ellos— me vi obligado a abandonar mi país, tras un permanente acoso represivo que duró año y medio. Dice LL que desde que escribí el artículo que cita solo ocurrieron dos cosas que pudieran influir en mis opiniones: la ley Helms Burton y los comités por una Cuba Libre. Una afirmación que en el mejor de los casos revela una seria dolencia de retinosis cerebral que merece atención profesional.

Desde entonces pasaron otras muchas cosas: en 1996 FC regaló a la derecha americana la Ley Helms Burton con el irresponsable derribo de las avionetas, luego arremetió contra los breves espacios de autonomía social e intelectual adquiridos en el lustro precedente argumentando el intervencionismo americano. Vino la contrarreforma económica, arreció la represión, la economía nacional volvió a su mendicidad habitual con los subsidios venezolanos y se dedicó a dilapidar los pocos recursos disponibles en planes fantasiosos y campañas nacionalistas extenuantes. Metió preso a 75 personas sin razón y sin juicios adecuados y fusiló a otros tres. Luego se retiró y antes repartió los poderes públicos como un abuelo moribundo regala sus pertenencias. Tras un quinquenio de gobierno sucesorio, la economía sigue postrada debido a la incapacidad de una clase política vetusta y corrupta que no tiene reparos en denunciar a la población cubana como haragana, dependiente e irresoluta, y anunciar un ajuste de alto costo social que ya viene avanzando. No se ha hecho nada en favor de los derechos civiles y políticos de los cubanos, y también murió Orlando Zapata Tamayo y las Damas de Blanco fueron varias veces reprimidas por turbas gubernamentales. Todo ello al mismo tiempo que prepara su suave aterrizaje como clase burguesa en el capitalismo, sin cambiar ni una tecla de un sistema político que no da espacio para la reivindicación, la huelga obrera y la protesta cívica.

Esta secuencia de hechos lamentables ha colocado a la sociedad cubana en un momento de muy alta vulnerabilidad determinada por una economía que no crece, una situación ambiental lamentable, una población que se reduce y una mayoría de habitantes en la indefensión económica. El país vive fundamentalmente de dos recursos —las remesas de los emigrados y los subsidios de Chávez— y una parte considerable de la población aspira a emigrar al “enemigo histórico”. ¿No es esto suficiente para cambiar una opinión?

Obviamente, no he cambiado en lo fundamental y por eso sigo reclamando con vigor el cese del injerencismo norteamericano materializado en la política del bloqueo/embargo, pero no con menos fuerza la democratización de la sociedad cubana y el inicio de un debate nacional absolutamente pluralista que le dé a la sociedad cubana la posibilidad de decidir sobre opciones diferentes. La mejor manera de evitar las injerencias americanas —ahora y en el futuro— es construyendo una sociedad próspera y un sistema político responsable y transparente, que entre otras cosas sea capaz de maximizar los beneficios de nuestra relación con Estados Unidos y minimizar los costos inevitables.

Por el momento asumo la riposta crítica como medio principal de acción, no porque quiera, sino porque no existen muchas opciones. Lo otro, lo que hace López Levy, probablemente es más rentable en el mundo académico y quién sabe si más ganancioso políticamente, pero resulta demasiado costoso desde el punto de vista moral.

Y créanme que hay un momento en la vida en que lo más importante es poder mirar sin sonrojos el rastro de nuestras breves existencias y a los ojos de nuestros descendientes.


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