Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Cuba, Libertad, Isaiah Berlin

Cuba, el país más libre de Occidente

Las dictaduras se sostienen, más que sobre la violencia represiva o la amenaza de aplicarla, sobre la concesión de pequeños espacios de libertad y cuotas de poder a los individuos

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En una de las notas a pie de página a uno de los más trascendentes ensayos de reflexión filosófica del siglo XX, Two Concepts of Liberty, Isaiah Berlin admite que en ciertas autocracias de la Europa central de fines del siglo XIX se disfrutaba de una mayor libertad “negativa”, al menos en lo que respecta a ciertas minorías discriminadas, que en no pocas democracias de su época[1].

Es decir, que en cuanto a la amplitud y seguridad del espacio vital en que el individuo puede realizarse sin interferencias ni del Estado, ni de la sociedad, un judío austrohúngaro de 1900 saldría ganando, y con ventaja, en comparación con los ciudadanos británicos y suecos de 1959.

Mucho antes de que Michel Foucault publicara Microfísica del Poder, desde Aristóteles quizás, ya se sabía que el poder no se concentra de manera completa en ningún individuo o institución, incluso en la monarquía más clásica. En cualquier sociedad el poder se distribuye de manera difusa, con tendencia a la ubicuidad, y en ello más que en la represión se explica la correspondiente estabilidad social. Las dictaduras se sostienen, más que sobre la violencia represiva o la amenaza de aplicarla, sobre la concesión de pequeños espacios de libertad y cuotas de poder a los individuos, en definitiva, sobre cierto consenso del poder. Si admites que te prive de este derecho en particular, te aseguraré tal o más cual bien o me haré de la vista gorda y te permitiré disfrutar de lo prohibido o incluso te voy a dejar que interfieras en la libertad ajena.

Es en vista de este marco teórico que me atrevo a escandalizar a no pocos con mi afirmación de que en este país se es más libre en ciertas áreas de la vida humana que en EEUU y, por supuesto, que en la muy reglamentada Europa.

Por ejemplo: en la Cuba de Fidel Castro, y ahora de Raúl, usted puede poner la música a 120 decibeles “hasta que se seque el Malecón” y no pasará nada, aun si un vecino suyo a quien la bulla no deja dormir llama a la policía para denunciarlo, porque es casi seguro que esta le hará el caso del perro a menos que atine a decirles que usted, además de escandalizar, ha comenzado a proferir consignas “contrarrevolucionarias”. Puede, además, “meterle una cañona” entre usted y unos amigos a “una chiquita sata de esas que primero se regalan y después se echan pa’ atrás”, y no llegará a enterarse de que eso es una violación a menos que tenga la desgraciada idea de irse a repetirlo en un país tan poco libre como Finlandia. Puede incluso agrandar su casa a costa de la acera o su finca gracias a algún camino vecinal colindante, que si en esos días no hay en contra de ello una de esas periódicas campañas que suelen desaparecer con la misma rapidez con que empiezan, pues santo y bueno, y a quién Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga.

Estas libertades consensuadas en el castrismo entre la élite gobernante y la población justifican por sí mismas la necesidad de un fuerte aparato represivo. El área en que por lo general se le permite la libertad negativa al cubano se encuentra en esa zona en que necesariamente interfiere con la de las otras personas a su alrededor. En consecuencia, para impedir que los inevitables choques entre individuos lleguen a mayores, están esos desproporcionadamente numerosos órganos de seguridad del castrismo.

Bajo el castrismo los consensos en la distribución del poder han sido muchos. El más importante para explicar su perdurabilidad es que en Cuba al ciudadano se le ha asegurado la posibilidad de vivir de inmediato en la utopía de Paul Lafargue, aquel santiaguero que terminó siendo yerno de Marx, quien en su Derecho a la Pereza proponía reducir de manera gradual la jornada laboral en la misma medida en la que aumentara la productividad del trabajo gracias al desarrollo tecnológico. A cambio de vivir sin trabajar, o casi, al cubano de a pie el de a caballo le pidió que renunciara a sus derechos políticos y civiles. Por sobre todo a aquellos cuyo ejercicio pudiera poner en dudas la idoneidad de estos últimos para hacerse cargo de las limitadas plazas de montados, y todavía más a aquellos otros derechos que pudieran terminar haciéndolos caerse del caballo.

Contrario a lo que sostienen los críticos más obtusos del castrismo, este sí ha traído amplia libertad negativa al cubano. Lo único malo es que ha sido de esas libertades que no suelen prestarse para que el hombre consiga realizar lo mejor de sí, y sí de las que necesariamente requieren de una poderosa autoridad estatal que evite que seres tan libres no se maten unos a los otros en caso de ser dejados de la mano.

Este trabajo apareció primero publicado en 14ymedio. Se reproduce con la autorización de 14ymedio.



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