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Cumbre, Disidencia, Oposición

¿De qué pueblo habla la oposición?

La idea instintiva de que por alivio del embargo bajen pasajes de avión, tarifas telefónicas y envíos de mercancía sobrepuja cualquier mensaje de libertad

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El “mensaje de unidad” que opositores viajeros a Panamá llevan a uno de los foros paralelos de la Cumbre de las Américas profiere también el último grito de la moda de presentar proyectos y más proyectos de leyes sin conexión parlamentaria viable.

El Proyecto Varela se presentó primero a la Asamblea Nacional y se relanzó en Madrid; la falacia de concreción fuera de lugar es ahora más aberrante: el “mensaje de unidad” viene convoyado con sendas propuestas de nueva ley electoral y de ley de asociación y partidos políticos, que se lanzan en foro internacional con sede extranjera sin haberse presentado al parlamento nacional.

La clave de semejante aberración estriba en que los proponentes, con muchas ínfulas de legisladores y poco apoyo de masas, no han conseguido el respaldo de al menos diez mil electores ni siquiera de la manera desatinada de recoger firmas al bulto. Así y todo, estos opositores vocean que representan a la sociedad civil “interlocutora válida del pueblo cubano”. No aciertan ni a embarajar bien su paradójica situación política.

El pueblo de Cuba

El 7 de abril de 1957, a pesar del aguacero, 250 mil cubanos respondieron al llamado “A Palacio por Cuba” y fueron con carteles de “Tenemos fe en Batista” o “Por Batista, antes, ahora y siempre” en desagravio por el asalto del 13 de marzo. Al aguacero natural precedió otro cultural: una lluvia de afectos batistianos que desató la sociedad civil —desde la Asociación Nacional de Hacendados hasta el Consejo de Veteranos— para rebajar a los asaltantes al Palacio Presidencial a mero grupúsculo de “malos cubanos”.

El 8 de enero de 1959, “el mar humano [corría] desde más allá de El Cotorro hasta Palacio y después hasta Columbia. Y en todos los pechos, el mismo entusiasmo; en todos los labios un nombre: ¡Fidel!” (Bohemia, 11 de enero de 1959, p. 92). A este tsunami siguió otro de afectos fidelistas prodigados por la sociedad civil. Al Primer Fórum Nacional de la Reforma Agraria irían, en el verano de 1959, hasta las asociaciones de hacendados, colonos, ganaderos e industriales afectados por ella.

Quiénes salieron a las calles para respaldar a Batista, ¿pasaron en 21 meses a dar su apoyo a Castro, o eran centenares de miles de personas diferentes? La solución al acertijo es que el pueblo cubano, a sabiendas de ser usado cual comodín por todas y cada una de las banderías políticas, reacciona ya solo cuando alguna de ellas se perfila nítidamente como ganadora. De ahí que la situación política de la oposición sea sumamente paradójica: no tiene buena parte del pueblo a su favor, porque no se perfila siquiera como serio rival del gobierno, pero como tal rival puede perfilarse ya solo si tuviere a su favor buena parte del pueblo.

Filosofía cubiche de la vida

Jorge Mañach (1898-1961) sudó en vano la camiseta para dar a imprenta su Filosofía de la vida y otros ensayos (Editorial Lex, 1951). El erudito Ignacio de Loyola Rodríguez-Scull (1911-70) había sentado ya, en Lo dicen todos: la vida es un sueño (RCA, 1947), la matriz filosófica de ese fenómeno histórico denominado nación cubana: “Que todo es mentira, que nada es verdad; hay que vivir el momento feliz, porque la vida es un sueño y todo se va”.

Así, la idea instintiva de que, por alivio del embargo, bajen los precios del pasaje por avión, las tarifas telefónicas y los costos de envíos de mercancía y otras cosas, sobrepuja cualquier mensaje de libertad y democracia que la oposición o el exilio difundan, incluso por memoria flash.

Si los actores políticos de la oposición siguen arrogándose al pueblo de Cuba como objeto de redención, pero no atinan a conseguir su apoyo, proseguirán como actores del teatro del absurdo que se desfoga en adhesiones (o disensos) y tánganas (o performances) irrelevantes para ese pueblo que, como la propia oposición, no se guía por ideales, sino por intereses y conveniencias.

Cuentos fríos

Al posarse ahora de paso en Panamá, los líderes opositores sin masas descongelan más o menos el mismo cuento que los exiliados refrigeran hace más de medio siglo: llegó la hora de marchar unidos hacia la democracia sin dar tregua a la dictadura. Siempre que las peripecias de la realidad vienen a desmentirlos, echan la culpa a la Seguridad del Estado o al presidente americano traidor de turno, sin tocar al pueblo que intentan redimir.

La oposición no tiene idea de cómo lograr apoyo dentro, pero el gobierno castrista sí tiene idea clara de cómo revirar hasta el Congreso de EEUU contra el embargo: esperar al cortocircuito entre el sentido común y la ineficacia de las inversiones en la transición a la democracia en Cuba.

El exilio se electrocutará por haber cifrado esperanzas en una oposición interna con respaldo afuera, en vez de contener a tiempo la disidencia pro castrista dentro de EEUU con apoyo dentro de EEUU. El fiasco de Bahía de Cochinos se repetirá entonces, como ya se columbra, junto al río Potomac.

Para eso el castrismo tiene “su pueblo”: la masa de inmigrantes cubanos que se avecindan sin parar en EEUU con matrices culturales castristas y, antes que por la libertad y democracia allá, prefieren abogar por la industria pro castrista de viajes, llamadas y envíos para ayudar a sus familiares a ir tirando. No hay nada inmoral en eso. El mismísimo Padre de la Patria anotó el 5 de octubre de 1873: “Yo pensé morir por Cuba sin abandonarla, pero si ella me abandona, ¿no tengo entonces derecho a mirar por mí y mi familia?”.[1]

El problema no radica en que la gente se vaya de Cuba, en vez de enfrentar al castrismo, sino en que la gente que se queda para enfrentarlo, por mucho valor que derrochen, no tienen pueblo ni ejercen praxis política, sino mediática, hoy con tamborito panameño y mañana con la música que aparezca, sin acabar de entender “que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella”.[2]



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