Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Libertad de Expresión, Fidel Castro

El derecho a decir “no”

Cíclicamente se le ha dado permiso a la población para que diga su opinión abiertamente y critique, pero lo que no acaban de entender es que la libertad no se concede ni se dosifica

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Durante todos estos años, largos, larguísimos, de revolución, el Comandante se “ha dicho y contradicho” en infinidad de ocasiones, y ha prometido tantas cosas que, de haberse cumplido, seríamos, sin duda alguna, la nación más feliz y más próspera del mundo.

Hace unos días, en la presentación del libro Fidel Castro, el guerrillero del tiempo, después de desvariar sobre los temas más increíbles, como son los huevos de dinosaurios, el hombre de Cromagnon, y una sarta de incoherencias semejantes, al conversar con el hijo de la autora, Katiuska Blanco, un niño de once años, le preguntó si él hablaba inglés. El niño le respondió que no, a lo que el Comandante, muy sonriente, le explicó que había que conocer ese idioma porque la inmensa mayoría de los libros se escribían en inglés.

Y, muerto de la risa, comentó que hacía unos años, a la gente le había dado por estudiar ruso, algo totalmente absurdo. Los presentes en la reunión rieron junto con el jocoso comandante mientras muchos de los que escuchábamos sus palabras nos preguntábamos si el Comandante estaba siendo cínico o si ya en su decrepitud había olvidado que fue política del Gobierno que él dirigía que eso se hiciera así. Ahora, también a su hermano, el nuevo General Presidente, le ha dado por decir lo mismo, como si ellos no tuvieran ninguna responsabilidad de semejante disparate.

Esta forma de manipular la historia, como si la culpa fuera siempre de otros, ha sido una constante desde el mismo primero de enero de 1959. Ahora estamos en la batalla contra la corrupción, pero los que hemos tenido que soportar todos estos años los devaneos de la política cubana recordamos aquel discurso en el que Raúl Castro se puso muy bravo (este tipo de cosas siempre se las dejaba al Segundo Secretario) —si no recuerdo mal fue en 1979— y destituyó al ministro del Trasporte, Luzón y al ministro de Salud Pública, Gutiérrez y, al otro día, a quince ministros más, por un escándalo mayúsculo de corrupción. En 1984 volvieron a desayunarse con que todo se había hecho mal —igualitico que ahora— y comenzó aquello del período de rectificación de errores y tendencias negativas. En 1986, después de haber pasado más de diez años de que Cuba entrara en el CAME (1972), y de creado el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (1975), el descalabro económico continuaba y, en 1986, el Comandante, sin que se le alterara un músculo de la cara, dijo “recuerden que se han perdido diez años, ¡ahora sí vamos a construir el socialismo!”, lo que provocó total estupefacción en la población que se preguntaba qué habíamos estado haciendo hasta ese momento y dónde habían estado ellos que habían permitido que se descarriara el curso venturoso de la Revolución.

Ahora, en medio de la debacle en la que se encuentra el país, Raúl Castro se ha dedicado a criticar todo lo mal hecho durante más de medio siglo en el que solo ha habido un gobierno, un partido, una prensa, en resumen, una sola voz, la de ellos. Las decisiones en el parlamento se toman siempre por unanimidad, no ha existido jamás un tímido voto en contra, ni siquiera una abstención. Y se le pide al pueblo que exprese sus criterios, incluso si van en contra de lo ordenado por los jefes.

Cíclicamente se le ha dado permiso a la población para que diga su opinión abiertamente y critique, pero lo que no acaban de entender es que la libertad no se concede ni se dosifica, la libertad es un derecho de todos, no de unos cuantos, y nadie te puede decir cuándo puedes o no puedes ser libre. Muchos recordamos aquel Llamamiento al 4to Congreso del Partido donde la gente se lo creyó y lo criticó todo, hasta el punto de que hubo que parar aquello y aclarar algunas cosas.

Se podía hablar sobre casi todo, pero no todo. Los dirigentes estaban en la plenitud de sus facultades, con una sólida y larga experiencia. El pluripartidismo era una degeneración capitalista, ajeno a nuestra “idiosincrasia” marxista y martiana, y el socialismo era nuestra única y legítima opción histórica. Zanjado el problema.

Ahora, más de veinte años después de ese congreso, el General Presidente vuelve a otorgar ese permiso, y lo dice como si estuviera proponiendo algo muy osado, muy liberal, para dar la impresión de que hay una verdadera apertura y de que las cosas van a cambiar a partir de introducir “nuevos” mecanismos financieros en una especie de redescubrimiento del “agua tibia”.

Los tímidos cambios en la esfera económica pretenden sacar al país del estancamiento y deterioro en que se encuentra. La situación es angustiosa, los salarios no alcanzan; en los hospitales faltan medicamentos y equipos esenciales, ni hablar de que los médicos y enfermeras que quedan en el país no dan abasto; el transporte es caótico; la calidad de la educación es pésima; la ciudad está a punto de desplomarse y el malestar popular va creciendo por días.

Pero siguen empecinados en defender la validez del partido único y no acaban de reconocer que es justamente por eso que estamos como estamos. Desde que a la libertad de expresión se le puso la camisa de fuerza con aquello de que “dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada” se cerraron las puertas a la posibilidad de un real intercambio de opiniones pues los límites los ponían ellos, los que estaban en el poder. Si usted consideraba, por ejemplo, que la Zafra de los Diez Millones era un disparate, estaba fuera de la Revolución; si opinaba que no debía eliminarse la enseñanza del inglés en las escuelas, también; si se le ocurre plantear que el sistema no funciona y que se debe autorizar la existencia de partidos opositores, va preso.

Al eliminar la posibilidad del pluripartidismo, de una sociedad realmente democrática con una prensa independiente, donde se pueda discrepar y plantear soluciones diferentes a la oficial, hasta que no se oiga en el parlamento cubano a alguien que diga, “no, no estoy de acuerdo”, vamos a seguir en las mismas. Continuará la corrupción, la simulación y el robo.

Hasta que “el ente más infeliz” no tenga libertad para expresarse, el país seguirá estancado, los jóvenes seguirán yéndose y la prosperidad y felicidad de este pueblo continuará posponiéndose hasta límites insoportables.


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