Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Exilio, Economía, Cambios

El destierro de Mesa Lago

La elite política cubana sigue manejando a la emigración con los criterios utilitaristas de siempre

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Hace unos días el periódico Granma —dícese que en estado de aggiornamiento— publicó un sentido artículo firmado por Linet Perera, condenando la edificación de un muro en los contornos de Ceuta y Melilla para impedir el paso de los migrantes africanos hacia Europa. El artículo se titulaba Kilómetros de vallas para cuidar el sueño europeo y en lo fundamental era una crítica a las políticas exclusionistas europeas frente a la migración africana.

Aunque me parece que el asunto es mucho más complejo de lo que Granma describe —el tema migratorio es muy complicado en cualquier lugar en que se produzca— yo estoy básicamente de acuerdo con la periodista Perera en su posición crítica de principio. Y agrego que en la política europea hay una fuerte carga de cinismo en el tema migratorio. Pero dudo que el cinismo de los europeos aventaje al de Granma, que denuncia las infamias migratorias en Europa al mismo tiempo que guarda silencio —y eventualmente aplaude— las inmensas felonías que comete el gobierno cubano frente a la migración. Y obsérvese que no digo frente a migrantes extranjeros que quieran entrar a Cuba (no creo que existan muchos candidatos) sino frente a sus propios nacionales emigrados.

La pasada reforma migratoria —elevada por algunos emigrados “patriotas y respetuosos” a la altura de epopeya nacional— no solo negó a los cubanos en la Isla el derecho inalienable a transitar y viajar, sino que dejó casi intactas las restricciones que pesan sobre los cubanos emigrados. Y todo parece indicar que el tema ha quedado definitivamente en manos de ese sector duro e intratable que se empeña en levantar muros mayores que los de Ceuta, Melilla y San Diego.

A principios de marzo, el conocido académico cubano Carmelo Mesa Lago fue invitado a participar en un interesante evento intelectual en Cuba. Los organizadores —en particular la revista Espacio Laical— habían previsto hacerle un homenaje por sus 80 años y hacer un lanzamiento de su último libro sobre la economía cubana en la era de Raúl Castro.

La iniciativa era excelente. Mesa Lago es el científico social cubano más prominente de este tiempo. Atesora una carrera académica envidiable, una bibliografía tan extensa como imprescindible y un expertise que lo coloca como perito mundial top en más de un tema. Es el tipo de gente que viste de largo un evento académico, pero que además lo hace con una modestia y una jovialidad inherentes a la grandeza.

Mesa Lago es tan discreto que solo poco a poco y por otras vías hemos ido conociendo que el gobierno cubano le negó el permiso para visitar el país en que nació. Es decir que el gobierno, en vez de regocijarse por la visita de una persona de su estatura intelectual y moral, y aprovechar su estancia para que deje su huella en la academia cubana, le impidió asistir al evento y recibir el homenaje que merecía.

Creo que algo se hizo en lugar del homenaje previsto, y es positivo que se haya hecho. Pero creo que los participantes del evento prefirieron susurrar ante lo que hubiera merecido una condena explícita y directa, sugiriendo a la clase política y a la comunidad intelectual insular que somos un conglomerado transnacional y que alguien como Mesa Lago tiene tanto derecho como cualquier otro cubano a estar en su patria y opinar en y sobre ella. Perdieron la oportunidad de dar un paso al frente.

Lo que muestra esta confirmación del destierro de Mesa Lago es que la elite política cubana sigue manejando a la emigración con los criterios utilitaristas de siempre, y se empeña en separar lo que es una sola sociedad. En esto, como en todos los temas que se relacionan con los derechos civiles y políticos de la gente común, los dirigentes cubanos siguen de espaldas a los tiempos, colocados en el lado oscuro de la historia. Siguen temiendo a las ideas, a las críticas y a las propuestas diferentes.

Siguen levantando muros y vallas, mayores y más oprobiosas que las de Ceuta y Melilla, aunque curiosamente invisibles para los locuaces periodistas de Granma.


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