Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Fidel, Raúl, Cuba

Fidel Castro se diluye en la espera

Con las apuestas sobre la salud de Fidel Castro abandonadas y las esperanzas de un cambio con Raúl dejadas a un lado, la Isla se hunde en la espera mientras la figura del Comandante se diluye cada vez más

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Fidel Castro se está deconstruyendo él mismo. Una figura legendaria poco a poco se despoja del mito, un eterno guerrillero se torna en un abuelo que aconseja, un político hábil se desvía en ocasiones de su discurso, dicta o escribe algunas frases medio incoherentes y deja a quienes aún lo leen con el desencanto de haber asistido a un ejercicio pueril.

Pero cuidado, nada de lo que hace esta figura —que por tantos años provocó recelos, esperanzas y odios— es espontáneo o gratuito. Ni siquiera ahora, cuando asistimos a su ocaso.

Somos cómplices de esa salida de escena de Fidel Castro, que aún puede prolongarse por largo tiempo o interrumpirse en algún momento. El lo sabe y ya tomó una decisión al respecto. Entre el poder y la vida decidió por la última.

Se empeña en resistir, al precio de sacrificarlo todo o casi todo. Una vez más, ha vuelto a sus orígenes. El revolucionario cubano que desde temprano se identificó con Alejandro Magno, un personaje entre la historia y el mito, al que persiguió con un nombre repetido en documentos e hijos, no es más que eso: un nombre aferrado a la vida. Lo demás es un nombre, apenas un ideal, pero jamás un modelo.

Morir joven nunca entró en sus planes. Abandonar el poder tampoco. Pero sabe adaptarse a cualquier circunstancia.

La vida, pese a las vejaciones de la enfermedad, la humillación de la edad y los desengaños del cuerpo vale aún la pena. Solo es necesario acomodarse a las circunstancias, adaptarse a los tiempos, salvar lo que se pueda.

Lo que vale la pena salvar se resume en aspectos muy concretos. En primer lugar, la continuidad de un proceso. Contribuir a esa continuidad es su tarea principal en estos momentos. Para demostrar que está vivo, le bastan unas pocas fotografías y algunos escritos cada año.

Los cubanos saben que está ahí. Esa presencia en textos que aparecen ocasionalmente, en carteles y fotografías que continúan invadiendo el paisaje de la Isla y en las referencias esparcidas de su hermano y otros dirigentes es necesaria para que todo siga igual o para que lo que cambie no afecte la permanencia del mandato de quienes llegaron al poder en enero de 1959.

Un mandato que ya puede prescindir de un Fidel Castro que se inmiscuya en todos los aspectos de la vida cotidiana de quienes viven en la Isla, pero que aún no pueden renunciar a su presencia.

Desde que se conoció la enfermedad que lo obligó a alejarse de la escena pública, Fidel Castro no ha estado ausente ni un momento de un proceso simbólico, de una repetición de las mismas imágenes que se explotaron hasta la saciedad durante decenas y decenas de años. Pero ahora, las fotos de entonces ya no cumplen el mismo papel: intentan ir más allá del pasado y el presente para alcanzar una permanencia que desafía al futuro. En las palabras y las acciones se ha aceptado lo inevitable del paso del tiempo: de guerrillero a viejo sabio, de estadista a consejero, de lo invulnerable a lo frágil. En las imágenes se desafía lo transitorio: eterno, indestructible, sólido. Sobre todo, no dar pie a la posibilidad de una derrota. Comentar un tema de ocasión, como la partida de los médicos cubanos a Sierra Leona, para combatir la infección de ébola, con el fin de enfatizar un hecho ajeno al ejercicio cotidiano del poder en la Isla, pero de gran fuerza simbólica y diplomática. Retratarse con un visitante ilustre, a fin de dar testimonio, respaldo y dejar para la memoria histórica la visita. Algo así como un acto de fe, la peregrinación a Lourdes o Santiago de Compostela en versión de nostalgia revolucionaria y bautizo antiimperialista, sin importar mucho si quien acudió al encuentro milite a la izquierda del espectro político tradicional, prácticamente ya inexistente en hechos pero aún con fuerza persuasiva. De la peregrinación no como fervor emocional y religioso, más bien en función de confirmación bautismal de hijo espurio y de ocasión. Putin, Peña Nieto, Xi Jinping.

En esa batalla, no de ideas sino de imágenes, La Habana siempre le ha ganado la partida a Miami. Reconocerlo no es demostrar fervor por la situación en la Isla, tampoco una muestra de simpatía. Es simplemente decir la verdad.

El análisis del estancamiento actual de la situación en la Isla debe partir de encontrar el verdadero vector de freno a la evolución del proceso cubano: Raúl Castro. No es Fidel quien frena a su hermano menor, quien ha impedido el avance de reformas y cambios. Es el general de ejército el que aún no se siente seguro en la guayabera de la presidencia, y la explicación es bien sencilla: falta de imaginación. La clásica distinción entre el creador y el traductor. Donde uno no se detiene, el otro duda. Esa carencia de imaginación de Raúl Castro y esa falta de osadía, características escondidas bajo una apariencia de hombre práctico y administrador eficiente, se han puesto de manifiesto durante su mandato que ya va para varios años, de una forma que debe resultar alarmante para el círculo cerrado del poder central en Cuba, que por otra parte se encuentra incapacitado —o es igualmente pusilánime, para emplear un lenguaje más fuerte— para tomar la iniciativa.

El poder absoluto de volver una y otra vez a remendar un modelo caduco, y seguir retrocediendo. Mantenerse en una lucha estéril, sin ceder un ápice. En lo personal, el éxito ha acompañado a quienes no se apartan de esa vieja senda. Inmovilidad en la cúpula gobernante cubana. El problema fundamental es el éxito —indiscutible tanto en Miami como en La Habana— a la hora de neutralizar los factores que podrían determinar un nuevo curso de acción, sometiéndolos a un control que deja fuera de las decisiones a millones de cubanos en ambos extremos del estrecho de la Florida.

Una segunda mirada a este problema nos permite afirmar que el darle cuerda al reloj del retroceso no solo responde a una conspiración de los extremos. También es la seducción de los caminos trillados y la comodidad de lograr el triunfo recorriendo una vía segura. Obedecer al presidente/general sin chistar, evitar destacarse como alguien que piensa de forma independiente y seguir las órdenes, pero cumplirlas lo menos posible. La inmunidad imprescindible para no escuchar las opiniones opuestas. Profundizar a diario en el alejamiento de la realidad.

La política cubana es al menos consecuente con los objetivos de quienes la trazan. Fidel Castro nunca vaciló nunca en permitir ciertos espacios controlados —de relativa independencia— cuando han resultado necesarios para que el régimen sobreviva. En lo económico, Raúl ha sido capaz de avanzar mucho más en este sentido, pero en igual sentido que su hermano mayor, precisado por las circunstancias. Son estas las que han variado, no los hombres que gobiernan la Isla. Mientras tanto, la élite gobernante con Raúl a la cabeza ha proseguido eludiendo una definición mayor de su gobierno, en tanto la figura de Fidel Castro ha logrado establecer su nuevo papel. La población ha aceptado ese cambio de guerrillero eterno a viejo sabio, sin otorgarle mayor mérito que el olvido. Las apuestas sobre la salud del anciano dictador relegadas ante una posición más realista ante la situación cubana: el resolver cotidiano y la espera como únicas opciones frente al presente. Ello si no se logra una visa o se consigue una balsa.


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