Actualizado: 27/03/2024 22:30
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Opinión

Opinión

La comedia y la tragedia

¿Es el retorno de Fidel Castro a la escena pública sólo comedia o se trata de un apoyo a los sectores más conservadores de la élite política de la Isla?  

Comentarios Enviar Imprimir

La insistente reaparición en público de Fidel Castro ha motivado diversas interpretaciones. Unos la consideran una maniobra del sector más conservador de la élite política para condicionar los tímidos movimientos aperturistas que ha estado haciendo su hermano, el general/presidente, en los últimos meses. Otros creen que se trata de un simple pavoneo de un anciano presuntuoso que se resiste a la idea del retiro a pesar de que esa hora ha llegado inevitablemente. Y es probable que en este caso haya de todo eso y algo más. En mi opinión, aún aderezado por la senilidad y el trágico destiempo, se trata efectivamente de un intento de Fidel Castro de hacer política. 

En realidad Fidel Castro no ha hablado sobre política interna en ninguna de sus incursiones habaneras. El pretexto usado para estas nuevas correrías ha sido explicar mejor un descabellado pronóstico acerca de la inminencia de una guerra nuclear, tan inminente que la colocó antecediendo el final del mundial de fútbol. Al no suceder, el anciano octogenario se ha dado a la tarea de explicar la razón de un error de cálculo que lo colocó por debajo del pulpo Paul, agregando a su menú de opciones algunos desvaríos adicionales sobre el calentamiento global y los malos instintos de Barack Obama.

Pero Fidel Castro es un político avezado, con una astucia a toda prueba alimentada por las tradiciones del estalinismo, la mafia calabresa, la escuela jesuita y el caudillismo latinoamericano. Y sabe que no es necesario hablar de algo para decir lo fundamental. Basta con hablar de otros temas y guardar silencio sobre lo que no se desea para informar a todos que no existen compromisos perdurables. Ese ha sido su estilo durante medio siglo. Lo hizo con el sistema de dirección económica que implantaron los soviéticos, con el debate popular convocado en 1990  y con la reforma económica de los 90s. Y en todos los casos volvió a la revancha cuando existieron condiciones más apropiadas para hacerlo.  El hecho que tenga más de ochenta años y ande en condiciones deplorables de salud no sería un impedimento para un hombre que se imagina a si mismo proyectado hacia la infinitud y al mundo, tras el, sacudido por el diluvio.

Si fuera así, entonces lo que Fidel Castro estaría haciendo es apoyando a los sectores más conservadores de la élite política capitaneados por una de las figuras menos simpáticas de la historia política cubana: José Ramón Machado Ventura. Aunque impuesto como vicepresidente ―probablemente por Fidel Castro en su condición de gran oráculo de la política nacional―, y aún actuando como secretario organizador del PCC, Machado ha sido menos exitoso en colocar sus acólitos en los sucesivos reemplazos funcionariales que han tenido lugar desde 2008. Evidentemente la cuchara gorda ha beneficiado a los militares y sus tecnócratas, que no solamente han recibido más nombramientos, sino también los más importantes. Y entre los militares y los burócratas partidistas hay algunas diferencias que no los hace radicalmente distintos, pero que vale la pena observar.

Los militares cubanos saben que pertenecen a la institución estatal de mayor prestigio en Cuba y toman beneficios de ello. No se sienten deudores de nadie, y se ven a sí mismos como los arquitectos de un futuro nacional en que ellos y sus tecnócratas asociados constituirán una burguesía corporativa. Este proceso de acumulación originaria ya ha comenzado. Y si no han producido aún una franca restauración capitalista, no es tanto por razones ideológicas como prácticas: necesitan más tiempo para consolidarse como clase burguesa capaz de negociar todo sin que le arrebaten nada.

A diferencia de ellos, los burócratas partidistas son la quintaesencia del parasitismo postrevolucionario. Viven aferrados a sus cargos designados para recibir las prebendas que les corresponden según sus jerarquías. La mayor parte de estos personajes ni siquiera se imaginan como burguesía. Aspiran a seguir siendo lo que siempre han sido: cobradores en especie y depredadores rentistas del estado llamado socialista.

Ninguno de estos dos bandos es democrático. Pero hay una diferencia de enfoque que es interesante: mientras que los burócratas partidistas prefieren mantener incólume el sistema político cerrado y represivo; los tecnócratas están dispuestos a mover algunas fichas políticas para conseguir mejores escenarios para sus cambios económicos y sus propias metamorfosis desde sus posiciones estrictamente funcionariales hacia el mercado. Y fue esto, precisamente lo que ha intentado hacer Raúl Castro con la maniobra acordada con la Iglesia católica.  

En lo personal nunca he sido optimista con lo que Raúl Castro (y su equipo) estuviera dispuesto a hacer. En estos cuatro años no ha hecho prácticamente nada, hundido en su propia pusilanimidad y en el terror congénito a su hermano. Ha declarado que teme a la equivocación, como si hubiera una equivocación mayor que una economía que no funciona y una sociedad que se empobrece. Sin embargo, con esta jugada ha demostrado por primera vez algo de astucia política para lidiar con situaciones complejas. Y en un solo movimiento se liberó de varias piedras en el zapato. En primer lugar, se deshizo de los 54 prisioneros de la primavera de 2003 y los envió ―al menos a la mayoría― al destierro. En segundo lugar, se ahorró el costo que hubiera significado la muerte de Fariñas, aun cuando fue evidente que estuvo dispuesto a lidiar hasta el final con un desenlace trágico. En tercer lugar le quitó espacio al fenómeno político más difícil que ha afrontado: las Damas de Blanco. Y finalmente reforzó, con un desenlace aún incierto, las posibilidades de una mejoría de relaciones con la Unión Europea y Estados Unidos.

Y aunque ciertamente asumió una deuda con una otrora rival política, la Iglesia católica (no olvidemos que en política todos los almuerzos se pagan), Raúl Castro sabe que los tiempos han cambiado, y que al final la Iglesia católica es una institución tan conservadora, milenarista y no-democrática como la propia élite política cubana. Y sabe que al menos por el momento no le va a reclamar más poder político que el que ella misma se gane con esta acción, trabajando con la paciencia de los siglos que él, a sus casi 80 años, no va a vivir.

Me imagino que el general/presidente debe andar con los dedos cruzados.

Los tiempos que vienen son malos. Con la economía engarrotada y las subvenciones chavistas crecientemente en ascuas, no tiene otra opción que ajustar el gasto estatal eliminando subsidios y despidiendo a cerca de un millón de trabajadores supernumerarios. Una cirugía social muy costosa que no podrá paliar privatizando barberías o repartiendo tierras sin recursos a cuenta gotas. Está obligado a una transformación mayor, que implicará un uso mayor del mercado y la privatización de activos y funciones. Pero para hacerlo requerirá nuevos accesos al mercado mundial y a créditos. Y esto último puede conseguirse principalmente moviendo fichas en relación con Estados Unidos (donde hoy se discute levantar la prohibición de viajes a la Isla que sufren los ciudadanos americanos) y con Europa, donde el gobierno de Zapatero se está esforzando más allá de su propia credibilidad para mejorar la posición cubana.

Tiempos difíciles en los que la figura de Fidel Castro explicando cómo se puede arreglar el mundo parece cada vez más una caricatura jocosa de la vida. Ojala así sea, como decía el viejo Marx, que el retorno sea solamente comedia. Porque si no lo es, y si por una de esas razones que desconocemos Fidel Castro logra imponer su voluntad, no habrá en la Isla ni donde esconderse ni para donde huir. Y aunque confieso que para nada me gusta Raúl Castro, ni su clan familiar, ni sus guardias-haciéndose-burguesía, prefiero que se sigan moviendo fichas. Pues en esos movimientos se agazapan, tentadoras, las oportunidades.


Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.