Actualizado: 18/04/2024 23:36
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EEUU, Trump, Presidencia

La forma y el contenido

Dos visiones y una buena noticia

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La forma del elefante

“Everything is gonna be great. Believe me…”
D. J. Trump

La atracción o el desagrado que inspira Trump a seguidores y detractores respectivamente, el comportamiento compulsivo, la lengua suelta, la boca floja que lo llevó, entre otros factores, a la presidencia, parece que va a ser el sello cotidiano durante lo que dure el recién estrenado presidente en la Casa Blanca.

Gobernando a golpe de órdenes ejecutivas, enarbolando la pluma como mandarria, demoliendo, desmontando, tómese como ejemplo de mala administración el asunto del muro fronterizo, que más allá de símbolo o barrera física, representa una idea correcta: hay que proteger la frontera de Estados Unidos. Pero la forma, ¡ay, la forma!, de promover la idea es ofensiva, agresiva, con un innecesario toque de bravuconería barata, tonta, diciendo que México pagará por la construcción de dicho muro.

O véase la reciente orden ejecutiva ordenando la restricción migratoria a ciudadanos de siete países musulmanes.

La medida, incompleta, mal aplicada, confusa, y ciertamente hipócrita (ni Arabia Saudita ni los Emiratos fueron incluidos en ese grupo de países a pesar de que de los 19 terroristas del 9/11, quince fueron sauditas y dos emiratis), y a pesar de todo ello, la medida, y su contenido, tienen sentido.

Se sabe que todos los musulmanes no son terroristas, pero que la mayoría de los terroristas contemporáneos son musulmanes. El terrorismo, además, no está a la baja; es el signo de nuestros tiempos. Los atentados que se han sucedido en Europa ratifican la necesidad de un control más estricto sobre la identidad y afiliación tanto de migrantes como de residentes, lo que en el caso del viejo continente parece casi imposible.

Pero no en los Estados Unidos.

Las restricciones migratorias que propone Trump (que, además, tienen límite de tiempo) pueden aumentar la seguridad en Estados Unidos. El problema está en que, como toda medida de carácter general, incluye y excluye a quién no debiera. La pregunta a responder entonces es, si esa medida, imperfecta y perfectible como es, disminuye la posibilidad de un atentado terrorista en territorio americano, ¿quién está dispuesto a sacrificar seguridad?

Pero la manera brutal e irresponsable en que la ha aplicado, o intentado aplicar, eclipsa su relevancia para la seguridad nacional y destaca el aspecto nada humanitario de la medida.

Parece que Trump está operando varias agendas a la vez: la de sus promesas populistas, la de la doctrina republicana y, en no menor medida, la de la ideología de sus asesores más cercanos. Esta última es particularmente inquietante, pues está demostrado más allá de la duda razonable que los gobiernos y sociedades que se rigen por ideologías e ideólogos tienden a fracasar. La ideología es anteojera, camisa de fuerza, esquina sofocante que es refugio natural para extremistas y mediocres.

Atrapado entonces entre la mala forma e idearios ajenos, Trump entrega las ideas, incluso las que tienen sentido, de tal manera que hace que su gobierno se parezca cada vez más a la forma fría y cuasidictatorial de los ideólogos, aderezado todo ello por su más personal y quizás más grave característica: la narcicista y patológica reacción a lo que no le agrade o al que se le oponga.

Y la mala noticia:

Ha transcurrido menos de un mes de la era Trump.

El burro sin contenido

“We need to talk about a vision for the country — the whole country, not just a confederation of demographic groups,”
Guy Cecil, Democratic strategist

Los demócratas, aun acéfalos, recuerdan a un boxeador, favorito a ganar su pelea, al que le han propinado un knock-out y que, las piernas temblorosas, la mirada perdida, solo atina a balbucear que no, que no es posible, que no es así, mientras el contrario celebra entre abucheos y vítores.

Aun peor:

Los demócratas, anonadados, apuestan su futuro a un fallo de Trump, y no a una reestructuración de fondo del Partido Demócrata y su filosofía. Pierden de vista que los populistas tienden a ser populares, y que Trump, fuera de las grandes ciudades y sectores liberales de la sociedad, es cada vez más popular.

El vacío que han dejado el expresidente Obama y Hillary Clinton ha desatado las pugnas por el poder demócrata. La ya inminente elección para elegir el presidente del Comité Nacional Demócrata (CND) es una muestra de ese fenómeno. Debiera ser, además, un parteaguas en el futuro de ese partido.

Pero no es tan simple.

Por ejemplo, el exvicepresidente Joe Biden ha declarado su apoyo a la candidatura de Thomas “Tom” Perez para presidente del CND. Perez, secretario de Trabajo de la administración de Obama, es considerado seguidor de la política Obama-Clinton, la misma que provocó el reciente descalabro electoral.

“¿Nos vamos a quedar con este statu quo fallido, o nos vamos a mover hacia adelante, con una restructuración de fondo?”, declaró el senador Bernie Sanders al respecto de la candidatura de Perez.

El propio Sanders entiende que tal restructuración pasa por la elección de líderes afínes al pensamiento progresista que el senador profesa, por políticos más inclinados a la izquierda, y apoya, junto con la Senador Elizabeth Warren, el exlíder de la minoría en el Senado Harry Reid, y el actual líder de ese grupo, el senador Chuck Schumer, la candidatura del representante Keith Ellison, de Minnesota, un político de raza negra y fe musulmana.

De una manera u otra, lo que no se aprecia es el necesario cambio de estrategia en el Partido Demócrata, no ya que los haga recuperar la confianza del electorado y los lleve de nuevo, en cuatro años, a la presidencia, sino que no parece siquiera que puedan ganar las elecciones intermedias de 2018.

Sin embargo, a pesar de todo, hay una buena noticia:

No ha transcurrido un mes de la Era Trump.

Hay entonces tiempo suficiente para que tirios y troyanos, elefantes y borricos, ganen en forma y contenido, y para que, con ello, ganemos todos.


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