Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Reacción, Hirschman, Intransigencia

La retórica de la reacción

Lo curioso en el caso cubano es que hay argumentos que han sido utilizados a la vez por el gobierno de La Habana y sus opositores, aunque con objetivos y sentidos contrarios

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Resulta curioso que mientras La Habana aún mantiene un discurso revolucionario de cara al exterior, en el lenguaje dirigido a la población enfatiza tesis reaccionarias, en su intento de infundir temor ante el cambio que no sea pausado, a largo plazo y bajo un control férreo.

Asistimos entonces a una confrontación que se define fundamentalmente por las retóricas de la intransigencia, según Albert O. Hirschman (The Rhetoric of Reaction), en donde casi nunca se escuchan las voces de un pensamiento opositor más avanzado, que se libre del estigma de ser considerado parte del pasado en lugar de promotor del futuro.

Tres son los recursos fundamentales que destaca este académico de Princeton:

La tesis de la perversidad, donde se sostiene que toda acción deliberada para mejorar el orden social, político y económico solo sirve para agudizar la situación que se desea remediar. Cualquier tentativa de empujar a una sociedad en cierta dirección tendrá como resultado que se mueva efectivamente, pero en la dirección opuesta.

La tesis de la futilidad, la cual argumenta que los intentos para llevar a cabo reformas sociales serán nulos o de alcance limitado debido a su fragilidad teórica. Todo pretendido cambio es, fue o será en gran medida de superficie, de fachada, cosmético, y por tanto ilusorio, pues las estructuras “profundas” de la sociedad permanecen intactas.

La tesis del riesgo, que afirma que el costo político y social de las reformas propuestas solo sirve para poner en peligro los logros precedentes. El cambio propuesto, aunque acaso deseable en sí mismo, implica costos o consecuencias inaceptables.

Hirschman, que falleció en 2012, utilizó estas tesis para describir lo que serían los argumentos empleados por los pensadores reaccionarios a la hora de atacar las propuestas de avance social, pero son igualmente válidas para ejemplificar el pensamiento de los supuestos “revolucionarios” en Cuba, es decir quienes desde hace más de medio siglo tienen el poder en la Isla.

Basta invertir la ecuación y se pueden igualmente aplicar las tesis del pensamiento reaccionario a quienes se niegan a aceptar cambios profundos en Cuba. Esa retórica “revolucionaria” que proclama el régimen no es más que un conjunto de tesis reaccionarias. Para ellos:

Quienes pretenden introducir cambios en Cuba solo aspiran a lo contrario: traer una desigualdad mayor a la existente (reconocida como un efecto temporal debido al embargo y la desaparición de la Unión Soviética).

Cualquier acción de la disidencia y desde el exterior es incapaz de hacer mella al régimen, y obedece a ambiciones personales. Un argumento desarrollado con la intención de colocar a los promotores del cambio en una posición que los deje humillados, desmoralizados y con la población cuestionando la verdadera motivación de sus esfuerzos.

Los peligros de modificar al sistema actual superan las posibles ventajas, ya que abren una cuña por la cual podrían regresar quienes quieren “quitarles las casas” a los cubanos y explotar a los residentes de la Isla.

El socialismo cubano representa un sistema superior, avalado por la historia y las leyes del desarrollo social y económico. Transformarlo de raíz implica retroceder en el avance de la sociedad. Es dar marcha atrás, lo que resulta imposible a menos de que quienes tienen el control del país caigan en ese error, y entonces no sería una modificación sino la destrucción de la nación.

Lo curioso en el caso cubano es que estos tres argumentos han sido utilizados a la vez por el gobierno de La Habana y sus opositores.

En este sentido, tanto los que a diario se les catalogan de “castristas”, como a otros que se les cuelga el cartel de “anticastristas”, difieren en objetivos y valores, pero en la formulación de sus discursos recurren a un esquema retórico similar.

Ello hace que en gran medida un ideal conservador estrecho defina hasta el momento buena parte de la discusión sobre Cuba, en el plano teórico e igualmente en la toma de decisiones.

En última instancia, y pese a los reiterados llamados al “cambio” —una palabra de la que se ha abusado en ambas costas del estrecho de la Florida—, el objetivo es la estabilidad, considerada como un estirar todo lo posible la situación vigente.

Las tres tesis de Hirschman han sido usadas ampliamente para criticar a la revolución cubana, principalmente desde una posición conservadora. Estas constituyen el discurso diario que se escucha en Miami y son repetidas una y otra vez por los exiliados.

De esta forma, desde el exilio se argumenta que tras un largo proceso —cuyos triunfos más amplios se posponen siempre, dirigidos hacia un futuro y casi carente de resultados presentes—, la mayoría de los residentes de la Isla se encuentran en peores condiciones de vida que antes del primero de enero de 1959.

La crítica a La Habana desde Miami enfatiza que los costos y consecuencias de contar con una cobertura médica y educación gratuitas —de por sí cada vez más deficiente—no compensa las limitaciones sociales, económicas y de libre expresión a que se ven expuestos los cubanos.

Al haber existido en la Isla un cuerpo de leyes avanzado (Constitución de 1940), sindicatos, clínicas mutualistas y un desarrollo económico en marcha, no había razones para el surgimiento de una revolución.

Una conclusión que puede deducirse, al escuchar tales afirmaciones, es que la situación en Cuba, con anterioridad a la llegada de Fidel Castro al poder, era superior a la actual. Otra es que el exilio proyecta una visión de la Isla que se fundamenta en una época anterior y solo aspira a una vuelta al pasado.

La utilización de éstos y otros argumentos similares permiten al menos dos acotaciones:

La primera es que la retórica que por lo común emplea el exilio para criticar al gobierno cubano no se aparta en su formulación a los recursos verbales y al pensamiento propios de la reacción, incluso cuando son esgrimidos por quienes se niegan a ser catalogados de derechistas, reaccionarios o contrarrevolucionarios.

La segunda ejemplifica lo difícil que ha resultado —y resulta— que los motivos de los exiliados sean aceptados en otros países, al tiempo que pone de manifiesto el sentimiento de aislamiento que éstos enfrentan.

Lo que agrega mayor frustración a muchos exiliados es que, pese a que muchos de los argumentos anteriormente mencionados se encuadran en una retórica reaccionaria, son verdaderos.

La paradoja es que muchos que nacieron sin propiedades y sin la más remota posibilidad de ser “explotadores” ―y ahora viven en Miami― son vistos como enemigos de un sistema que hace mucho tiempo no promulga una sola medida que implique el mejoramiento social y económico de la ciudadanía.

Es más, el actual Código del Trabajo, recién publicado en la Gaceta Oficial, contiene acápites que, desde el punto de vista de la justicia social, representan un atraso con relación a las condiciones labores imperantes antes de 1959.

El código limita a siete días naturales de vacaciones anuales pagadas en el sector privado, mientras mantiene el mes de vacaciones para el sector estatal. Eso establece un grave precedente con el que tendrán que lidiar los cubanos en el futuro más o menos cercano del poscastrismo —donde se espera que la esfera de producción privada aumente considerablemente— y ya no resulte tan atractivo como ahora trabajar en un “paladar” o de taxista con un automóvil ajeno, y de pronto se vean convertidos en empleados de manufactureras al estilo chino, donde los trabajadores solo disfrutan de un sistema de vacaciones similar, si acaso.

Así que lentamente en Cuba se van estableciendo las condiciones para un capitalismo salvaje no solo en un reparto de empresas y negocios, sino incluso en las nuevas leyes aprobadas.

Resulta entonces apropiado decir que la retórica “revolucionaria” que proclama el régimen no es más que un conjunto de tesis reaccionarias, que se apoyan en la apatía y desmoralización de la población; la inercia y la falta de esperanza de los habitantes del país.

Junto al descrédito de que será el propio régimen quien produzca un cambio significativo, se encuentra el hecho de que el gobierno castrista ha matado —o al menos adormecido— el afán de protagonismo político, tan propio del cubano. El exilio como futuro es un aliciente mayor que un enfrentamiento callejero.

A esto hay que agregar que, en muchas ocasiones, los exiliados se enfrentan al hecho de criticar un proyecto social que hace muchos años ha dejado de ser de vanguardia, pero que se beneficia de una especie de persistencia de imagen, al utilizarse no como un valor en sí mismo, sino de referencia para criticar a la reacción representada por los poderosos, y en última instancia Estados Unidos.

Entre el poder brutal y la pérdida de valores se debate el presente de Cuba. Poco se ha avanzado en la creación de los cimientos de una sociedad civil, poco han permitido hacer tanto Cuba como Estados Unidos, y el camino no es fácil. Quizá no se han encontrado aún las formas que se adapten mejor a la situación del país y a las características de los cubanos. Mientras tanto, todos seguimos girando en torno a una retórica que —en última y primera instancia— pertenece más al pasado que al futuro: reaccionaria.


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