Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Chávez, Venezuela

La salud de Chávez y el futuro de Venezuela y Cuba

¿Hasta dónde es “privada” la salud de un Jefe de Estado?

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Hugo Chávez parece consumirse por un cáncer que le aniquila inexorablemente. Digo “parece” porque ni el gobierno venezolano ni el cubano se muestran absolutamente transparentes al referirse a su salud.

Nicolás Maduro, el sucesor designado, dijo a los venezolanos que el mejor regalo de Chávez a su pueblo por el día de Navidad era que caminaba y hacía ejercicios, tras su operación del once de diciembre en La Habana: muy estimulante, precisamente el día de Navidad.

Sin embargo, después conocimos, por el mismo Vicepresidente, de complicaciones respiratorias del ilustre paciente y de su estado “delicado y no exento de riesgos”. Es decir, la noticia de la mejoría fue solamente para dar un regalo de Navidad a los venezolanos -más exactamente a los chavistas- pero ni siquiera duró hasta fin de año, cuando fueron suspendidas las fiestas públicas por la llegada de 2013, y los funcionarios se mantuvieron en recogimiento, al extremo que el mismo señor Maduro, acompañado de su mujer, la procuradora general de la República, permaneció en La Habana durante el fin de año, planeando regresar a Caracas el día dos de enero.

Desde La Habana, el ministro venezolano Jorge Arreaza, casado con una hija de Chávez, dijo a fin de año en su cuenta twitter: “Compatriotas, NO crean en rumores mal intencionados. El Presidente Chávez ha pasado el día tranquilo y estable”. ¿Tiene derecho Hugo Chávez a la privacidad sobre su estado de salud, como reclama su familia? Absolutamente, como todo ser humano, como cualquier venezolano o cubano de a pie.

Sin embargo, cuando ese ser humano es presidente de un país, hay que ver las cosas con un poco más de calma y no solamente desde un único punto de vista. Y si ese presidente, pocos meses antes, le pidió a su pueblo que votara por él, porque ya estaba totalmente curado del cáncer que lo aquejaba, hay derecho a preguntarse si el presidente mintió alevosamente a su propio pueblo, como irresponsable de marca mayor, o si estaba desinformado por los equipos médicos cubanos, no por incapacidad de los galenos o por “mentiras piadosas” hacia el paciente, sino por macabras elucubraciones de realpolitik, elaboradas tanto en Punto Cero como en La Rinconada, mucho más que en Miraflores.

En estos momentos, lo que se sabe es contradictorio: Nicolás Maduro y el gobierno venezolano dicen que la situación es delicada, pero quieren mostrar un optimismo que resulta muy poco convincente. Alguna prensa española lleva las cosas a extremos más pesimistas y casi sin más desenlaces que los funerales. Y varios venezolanos, que se han caracterizado en el pasado por no acertar sobre los detalles de la salud, ni de Hugo Chávez ni de Fidel Castro, más allá de generalidades y superficialidades, siguen anunciando lo peor. Quizás tengan razón ahora: alguna vez tendrán que acertar.

Los jerarcas del chavismo no ocultan su cada vez menos disimulada rebatiña por apropiarse del poder tras la ausencia del caudillo, y ya se ve venir la lucha por la “herencia” en las próximas semanas, mientras que la oposición insiste en mostrarse cada vez más incapaz de realizar acertadamente ni siquiera declaraciones elementales, mucho menos propuestas como una alternativa post-chavista. El caudillo enfermo ha resultado, sin dudas, un líder carismático y peculiar, con una chequera inacabable y significativa voluntad populista, pero con una oposición como la que se le ha enfrentado en estos últimos catorce años, cualquier líder oficialista hubiera sido suficiente para desbancarla como opción de gobierno: hasta Nicolás Maduro y Diosdado Cabello parecen estadistas frente a esa oposición tan peculiar.

El verdadero análisis en estos momentos no hay que basarlo en la salud de Chávez, que es evidente que anda mal y con un futuro nada optimista, sino en lo que pasará en Venezuela a partir del 10 de enero del 2013, cuando aparentemente es imposible que Hugo Chávez pueda estar en Caracas para jurar un nuevo período presidencial.

¿Se respetará la Constitución, asumiendo el Presidente de la Asamblea Nacional la presidencia provisional de la república por ausencia absoluta del presidente electo, y convocando a elecciones en los siguientes treinta días? El presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, no muestra el más mínimo interés en hacerlo, porque le conviene prolongar la incertidumbre para beneficio propio, y debilitar la supuesta “legitimidad” de Nicolás Maduro como heredero.

¿Se intentará cambiar la presidencia de la Asamblea el cinco de enero, cuando están previstas por ley elecciones para ese cargo? ¿Se desconocerá la Constitución, incluso a punta de bayonetas, como ha propuesto Cabello, y se esperará el tiempo que sea necesario hasta que Chávez esté en condiciones de jurar su cargo en Caracas, si es que alguna vez podrá estarlo? ¿Se realizará la ceremonia en la embajada de Venezuela en La Habana, o incluso en un hospital en Cuba, declarado temporalmente como “territorio venezolano”?

¿Quizás las facciones en pugna dentro del chavismo aceptarán a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela por noventa días a partir del 10 de enero de 2013, y aun otros noventa más, como permite la ley, aun si Chávez no jurara su cargo para el nuevo período? ¿O tal vez Maduro quedará como presidente de Venezuela, aunque no haya sido electo, en caso de que Hugo Chávez falleciera sin jurar su cargo?

Hay mucha incertidumbre, por lo que también abundan quienes hablan de mucho nerviosismo en el régimen cubano por la salud de Hugo Chávez y por lo que pueda suceder en Venezuela, como si la situación actual hubiera sorprendido al neocastrismo. Eso no parece lógico, tratándose de generales que ganaron dos guerras simultáneas en África, lo que no lograron nunca en ese continente las mayores potencias coloniales del mundo.

Los que en Cuba tienen que conocer y haber estudiado suficientemente todos los escenarios posibles alrededor de la salud de Hugo Chávez y de las luchas por el poder en Venezuela, conocen perfectamente lo que está sucediendo y tienen que haber previsto las estrategias que consideraran más adecuadas para cada situación operativa.

Lo cual no garantiza que las cosas vayan a resultar exactamente como ellos las previeron. Pero tampoco que se van a enfrentar todo el tiempo con un conjunto de sorpresas y situaciones inesperadas para las que no se hayan preparado.

Porque una cosa es ser represores, y otra muy diferente es ser incautos.


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