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Las elecciones tienen consecuencias

¿Por dónde debe comenzar Obama el cambio de política hacia La Habana?

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Estos pensamientos se originan en la lectura de dos artículos de Rafael Rojas —"Obama y Cuba", publicado en el diario español El País, y "Dilemas de la nueva historia", en el número cincuenta de la revista Encuentro, así como en las propuestas de Carlos Alberto Montaner a Obama, sobre la política hacia La Habana, publicadas en CUBAENCUENTRO.com.

Dejaré sentada dos ideas fundamentales: 1) Que una oposición democrática debe guardar distancia de la propaganda, tratando con justicia y sin tergiversación las posiciones del gobierno cubano, tomando ventaja de toda apertura para promover mayores intercambios con la sociedad y el gobierno. 2) Que la propuesta de esperar por garantías para la actividad opositora, como precondición para una mayor interacción con el gobierno y la sociedad en la Isla, no sólo es contraproducente, sino también opuesta al mandato y a la visión del presidente Barack Obama.

Fidel Castro y Obama

En el artículo "Obama y Cuba", Rafael Rojas identifica cambios ocurridos en Estados Unidos con la elección del primer presidente negro, perteneciente a una generación nacida después del triunfo de la revolución cubana y de la instauración del embargo contra La Habana.

Rojas critica justamente al "daño cultural" causado en la Isla por la divulgación de estereotipos negativos sobre la sociedad norteamericana y apunta con acierto el costo para nuestro país de la visión desinformada de importantes miembros del gobierno cubano sobre las libertades existentes en EE UU y su progreso histórico, en términos de igualdad de género y raza.

El propio Fidel Castro ha caído en simplificaciones negativas de la compleja realidad norteamericana. En su "reflexión" del 26 de mayo de 2008 ( La política cínica del imperio) afirma que "los Estados Unidos de hoy no tienen nada que ver con la declaración de principios de Filadelfia…" y que "nada cambió sin embargo para los indios y los esclavos". Es verdaderamente lamentable que no haya más contacto entre las sociedades cubana y norteamericana para librarnos de esos mitos.

Sin embargo, uno se pregunta por qué Rojas distorsiona la posición de Fidel Castro sobre la reciente elección norteamericana. El historiador afirma que "el primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro, escribió que John McCain y Barack Obama eran lo mismo y vaticinó que llegado el momento, este último, 'quien de puro milagro no ha sufrido la muerte de Martin Luther King' no saldría electo…".

Eso, simplemente, no es cierto. Castro nunca "escribió que John McCain y Barack Obama eran lo mismo", ni vaticinó que Obama "no saldría electo". Poquísimo trabajo cuesta leer el artículo "Las elecciones del 4 de Noviembre", en Granma, donde Fidel Castro, a pesar de situar erróneamente la expansión estadounidense en el Oeste "en la primera mitad del siglo XVIII" (cuando las trece colonias no se habían independizado, ni había ocurrido la expedición de Lewis y Clark), distinguió entre el candidato Obama, "más inteligente, culto y ecuánime", y el senador John McCain, de quien reiteró su injusta calificación de "viejo, belicoso, inculto y sin salud".

En su "reflexión" del 26 de mayo ( La política cínica del imperio), Castro comentó el discurso de Obama ante la Fundación Nacional Cubano Americana, y lo calificó como, "desde el punto de vista social y humano, el más avanzado candidato a la postulación presidencial en Estados Unidos". En el artículo, Castro dice que no guarda rencor contra Obama, "porque no ha sido responsable de los crímenes cometidos contra Cuba y la humanidad".

De su "reflexión" ( Las elecciones del 4 de noviembre) se infiere que esperaba que Obama triunfara, pues cita una carta que envió al presidente Lula da Silva, en la que dice que "al pueblo norteamericano le preocupa más la economía (el tema donde Obama era más fuerte en todas las encuestas) que la guerra en Irak". Se deduce también que Castro vaticinaba una victoria de Obama, pues escribe: "Si mis cálculos estuvieran equivocados, el candidato republicano se impusiera".

La solución a los problemas de desconocimiento cultural, que abarcan segmentos importantes de las sociedades cubana y norteamericana, es más intercambio de ideas y personas. ¿Cuál sería el sistema legítimo de viajes a instalar entre Cuba y EE UU? El que postula el derecho internacional, basado en la libertad de movimiento recogida en los artículos 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y 12 del Convenio Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Estos documentos fueron suscritos soberanamente por Cuba y Estados Unidos.

'El viejo diferendo'

El viejo diferendo entre Cuba y Estados Unidos no es, como escribe Rojas, "herencia incómoda de la guerra fría". Por lo menos, no lo es exclusivamente. Cuando los comunistas no tenían partido, ya existían conflictos entre lo que Abraham Lowenthal llama "la presunción hegemónica norteamericana" y las aspiraciones cubanas a la igualdad soberana.

Rojas sabe que varias plataformas del Partido Liberal ya demandaban la derogación de la Enmienda Platt y una relación de respeto entre ambos países.

Charles Ameringer ha demostrado el carácter nacionalista de la política exterior de los gobiernos auténticos, particularmente la Doctrina Grau, y las diferencias que surgieron con Estados Unidos por múltiples razones, entre ellas, el respaldo a la independencia puertorriqueña. Herminio Portell Vila relató los encontronazos entre las diplomacias cubana y norteamericana en la VII Conferencia Panamericana de Montevideo, en 1933, cuando, en los inicios de la política del buen vecino, Franklin Delano Roosevelt procuró definir unilateralmente contra Grau los criterios por los cuales un gobierno cubano fuera reconocido internacionalmente.

Una transición pacífica a la democracia en Cuba haría más manejable los conflictos con Washington, pero la esperanza de que tal proceso lleve "a su fin" el "viejo diferendo", es ingenua. En una Cuba democrática, los nacionalistas seguirán demandando la devolución de la base naval de Guantánamo, una renegociación justa del arriendo o una compensación por el abuso de no pagar el precio adecuado. En Estados Unidos, por buen tiempo, habrá políticos arrogantes como George W. Bush que ignorarán la ley internacional.

El tema entronca con el artículo "Dilemas de la nueva historia", donde Rojas pide una historiografía menos ideologizada para estudiar la revolución. Como han demostrado académicos tan disímiles como Fred Halliday y Stephen Walt, estudiar las revoluciones sin referencia a su contexto internacional es dejar fuera elementos esenciales de esos procesos.

Rojas no lo menciona, pero varios estudios basados en documentos desclasificados de los archivos diplomáticos de Estados Unidos, como Crónica de un fracaso imperial, de Carlos Alzugaray (Editorial Ciencias Sociales, 1999), y Contesting Castro, de Thomas Patterson (Oxford University Press, 1995), demuestran que la oposición estadounidense a la revolución comenzó antes o durante el período de "nacionalismo democrático".

Rojas propone reemplazar el concepto de contrarrevolución por el de "guerra civil", pues capta mejor "la pluralidad ideológica y política que también caracteriza a las oposiciones al antiguo régimen". El tema es que los conceptos no son equivalentes. No toda oposición al nuevo régimen es contrarrevolucionaria, pero se puede hablar de una guerra civil en la cual la contrarrevolución es uno de los vectores. De hecho, Fred Halliday y Regis Debray han demostrado que uno de los principales efectos de las revoluciones es el cambio político de la contrarrevolución.

Sorprende que Rojas, que desea captar la "pluralidad ideológica y política" de la guerra civil, termine conceptualizándola como enfrentamiento de la primera revolución (la del nacionalismo democrático de 1959) contra la segunda (la del socialismo estatizador). Rojas sabe que la pluralidad ideológica es mucho más compleja. En el gobierno hubo nacionalistas que, frente a la alianza de la oposición y la CIA, adoptaron el socialismo por lealtad al programa del Moncada.

En la oposición había corrientes nacionalistas democráticas, como el Movimiento de Recuperación Revolucionaria o el Movimiento Revolucionario del Pueblo; pero extender esa rubrica a la Rosa Blanca, su conspiración trujillista y a unos cuantos integrantes de la Brigada 2506, es una exageración del término.

Obama y Cuba

Rafael Rojas sugiere que el gobierno de Barack Obama cumpla sus compromisos de campaña y "elimine las restricciones a viajes y remesas que la pasada administración aplicó al Gobierno cubano". Al margen de que, como ha demostrado Carlos Saladrigas ( Presentación, Diálogo Interamericano, Otoño, 2004), esas restricciones fueron aplicadas contra el pueblo y no contra "el gobierno", Rojas tiene razón al pedir su eliminación inmediata.

Propone también una "negociación del levantamiento del embargo comercial a cambio de pasos concretos a favor de la democratización de la Isla, como la liberación de todos los presos políticos y la concesión de garantías para la actividad opositora". La liberación de los disidentes es un excelente punto de partida, pues limpiaría el aire que deja la administración Bush, parcialmente responsable por una confrontación con La Habana, que, como afirmó Dagoberto Valdés, "los hechos demostraron que fue contraproducente".

James Cason salió en La Habana a una pelea del Oeste con Fidel Castro, sin saber las balas que tenía. En medio de la batalla esperó ayuda de Néstor Baguer, Manuel David Orrio, Odilia Collazo y Aleida Godínez, y recibió sorpresas. Verdaderos disidentes, muchos sin vínculo con la SINA, sufrieron por su torpeza.

Obama puede empezar por contestar al secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, quien anunció que La Habana estaría dispuesta a liberar a los disidentes, a cambio de la excarcelación de los cinco agentes juzgados en Miami por múltiples delitos de espionaje (una plaza donde es casi difícil concebir un juicio justo para ellos, como lo es para los disidentes en La Habana).

Los dos gobiernos deberían conversar esa posibilidad. Una contrapropuesta estadounidense podría incluir la autorización para viajar a las familias retenidas en Cuba como castigo por la emigración de alguno de sus miembros.

¿Sería eso totalmente justo? No, pero "totalmente justo" no está en el menú. Habría que preguntárselo a los disidentes presos, a los familiares de las víctimas del avión de Barbados o a los niños de la Isla que llevan décadas sin ver a sus padres exiliados. Ambos gobiernos pueden mostrar buena voluntad, compasión y piedad, limpiando de obstáculos la posible distensión.

Rafael Rojas propone, como Carlos Alberto Montaner, que Estados Unidos demande la "concesión de garantías para la actividad opositora" como "punto de partida de una importante distensión entre Cuba y Estados Unidos". Les deseo suerte, pero no van a tener éxito.

¿Por qué Raúl Castro, que no es demócrata ni ingenuo, va a dar como "punto de partida" algo en lo que no tiene nada que ganar? Más que eso, en los círculos del gobierno cubano, reformistas o de línea dura, existe la percepción de que Estados Unidos ha usado varias veces las negociaciones para obtener ventajas unilaterales, sin reciprocar apropiadamente y moviendo continuamente la línea de negociación.

McCain perdió

La idea de esperar por la muerte de Fidel Castro, como precondición para negociar con La Habana, debe ser abandonada por la búsqueda de aperturas y liberalizaciones graduales del régimen y la sociedad cubanos.

Montaner comunica muy bien la muy mala propuesta de que la política de Obama sea la misma que la de Bush antes de 2004, agregándole los engendros anexionistas de la Comisión para la Free Cuba y el procónsul McCarry.

Hubo una elección presidencial en noviembre de 2008. Los partidarios del embargo votaron por John McCain, que prometió mantenerlo, y perdieron. El presidente electo dijo que iba a negociar con La Habana sin precondiciones, y que promovería mayores contactos. Los principales artífices de política exterior del Partido Demócrata, como Madeleine Albright, Hillary Clinton y Bill Richardson, han dicho que la actual política es pésima.

En las democracias, las elecciones tienen consecuencias.


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El presidente electo de EE UU, Barack Obama, presenta a la próxima secretaria de Estado, Hillary Clinton, el 1 de diciembre de 2008. (AP)Foto

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Dilemas de la nueva historia

Rafael Rojas

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