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Libia, Europa, EEUU

Libia, la Sexta Flota y la OTAN

¿Cuánto vale un ser humano en el mercado mundial? ¿Menos que un barril de petróleo?

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40 buques, 175 aeronaves y 21.000 militares de la Sexta Flota Naval de Estados Unidos radican en bases en el Mediterráneo, algunas a 200 millas (360 kilómetros) de Libia. La OTAN tiene decenas de bases y cientos de miles de soldados en Europa, a poca distancia. Estas fuerzas no demorarían demasiado en acercarse a Libia y hacerle saber al dictador que no puede masacrar impunemente. Ronald Reagan lo demostró en 1986, cuando bombardeó el palacio de Gadafi.

Bienvenidas las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU contra el genocida libio, pero portaaviones, fragatas, destructores y misiles serían mucho más convincentes si el objetivo es detener la carnicería, que ha recibido la repulsa del mundo, con vergonzosas excepciones de Fidel Castro, Hugo Chávez y Daniel Ortega.

El derecho a la vida es el más sagrado de los derechos humanos, y protegerlo no puede considerarse “injerencia en los asuntos internos de un país”, como aseguran cada día los propios genocidas, sus cómplices, y la izquierda carnicera “antiimperialista”.

El mundo “civilizado” se ha movido con lentitud, temiendo que los suministros libios se interrumpan y Europa sufra las consecuencias, aunque se sabe que Arabia Saudita podría reemplazar lo que no produzca Libia.

Es inmoral considerar que lo único preocupante en el conflicto libio sean los cortes de suministros de petróleo y gas o el arribo descontrolado a Europa de olas de inmigrantes huyendo de la barbarie.

Sin embargo, parecería que valores democráticos que aparentemente se proclaman para el mundo entero son relativos, y solamente valen si no ponen en peligro la estabilidad y tranquilidad del primer mundo.

Muamar el Gadafi es un hijo de puta, pero no un idiota, y lo sabe perfectamente. Por eso dijo, mientras utiliza mercenarios para masacrar a su pueblo, que la sublevación popular había creado en el este del país un emirato islamista dirigido por al-Qaeda, y que la rebelión es obra de adolescentes borrachos y drogados.

No es cierto, ni nadie se lo cree, pero la mentira funciona perfectamente para una Europa hipócrita que depende de petróleo y gas para su estado de bienestar. Es la falsedad, forjada en el colonialismo, de que acariciando tiranos y asegurando la “estabilidad” tercermundista, torturas y matanzas son un mal menor, “business as usual” sin demasiada trascendencia. Tan es así, que Libia pertenece al Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Con esa inmoralidad conceptual como sustento, miserables bandidos y vulgares ladrones afroasiáticos como Idi Amin Dada, Mobutu Sese Seko, Jean Bedel Bokassa, Robert Mugabe, Sadam Hussein, Theodore Obiang, Charles Taylor, Muamar el Gadafi, Bashir al Assad, Mohamed Siad Barre, Yasser Arafat, Mahamoud Ahmaninejad, o Mengistu Haile Marian, recibieron tratamiento protocolar de “Jefes de Estado”, en vez del que les correspondía como vulgares delincuentes.

Al fin y al cabo, quienes mueren a manos de esa escoria dictatorial son negros, árabes, “indígenas”, que ni pagan impuestos ni votan en las elecciones, aunque algunos de los futbolistas destacados de sus tribus puedan jugar cada vez más en campeonatos europeos.

Semanas atrás el clan Gadafi depositó tres mil millones de dólares en bancos ingleses. España y Estados Unidos decidieron no vender más material militar a Libia, pero se lo vendían hasta ahora, y también empresas inglesas, italianas, belgas, y hasta de la pequeña Malta.

En Europa le llaman realpolitik. Gadafi es accionista de la gigantesca fábrica italiana de armamento y equipo aeroespacial, Finmeccanica, una de las principales suministradoras del Pentágono, y del grupo inglés editor del periódico londinense Financial Times. Y el cavaglieri Berlusconi consideraba al dictador “un amicci”, amigo. Hay demasiada gente “honorable” embarrada en esta historia.

¿Cuánto vale un ser humano en el mercado mundial? ¿Menos que un barril de petróleo?

Este problema no se resuelve con sanciones o mala cara al referirse a una “inaceptable” situación en Libia, aceptada de facto. Khadafi debe enfrentar al Tribunal Internacional de La Haya, pero ¿quién va a capturarlo para someterlo a la justicia?

Cada día que pasa mueren más y más seres humanos en Libia bajo la barbarie para querer manejar este drama como si fuera algún tipo de desavenencia diplomática entre naciones democráticas.

En Libia no existen ni instituciones sólidas ni una sociedad civil organizada; lo que pueda venir después de Gadafi está todavía por verse. Habrá que enfrentar ese problema en su momento, pero eso no justifica comportarse como si lo que sucede ahora mismo fuera intrascendente.

Se dice que oficiales militares norteamericanos, ingleses y franceses, incluyendo personal de inteligencia, desembarcaron en Bengasi y Tobruk, en el este del país, para ayudar a los sublevados a organizar el control de las áreas liberadas y los servicios a la población, organizarlos en unidades paramilitares, adiestrarlos en el uso de armas capturadas a las tropas de Gadafi para enfrentar un posible contraataque, y crear condiciones para recibir un eventual arribo de tropas de apoyo a los rebeldes.

Ojalá pudiera confirmarse, no importa lo que griten los dictadores latinoamericanos y la izquierda cavernícola en todas partes.

Y si no se hubiera hecho algo así todavía, habría que preguntarse para qué sirven la Sexta Flota de Estados Unidos y las fuerzas armadas de la OTAN si cualquier sátrapa puede cometer impunemente un holocausto en sus narices.


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