Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Abel Santamaría, 26 de Julio, Fidel Castro

Los ojos de Abel: mito e historia

No emergió ningún torturado en el juicio a los asaltantes del Moncada, donde los abogados defendieron sin cortapisas. La razón es simple: la masacre hizo superflua la tortura

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En La Historia me absolverá (1954), Fidel Castro denunció la masacre de sus compañeros apresados tras el asalto al Moncada: “Las fotografías no mienten y esos cadáveres aparecen destrozados”. Desde luego que sí, porque al menos 34 presos fueron acribillados hasta con una ametralladora calibre 30 en el campo de tiro del cuartel, pero la leyenda negra estriba en que fueron torturados. Sobre Abel Santamaría, Castro refirió puntualmente: “Con un ojo humano ensangrentado en las manos se presentaron un sargento y varios hombres” ante Melba y Haydée. Solo que jamás se ha visto la foto necrológica de Abel.

Todo es verdad hasta un día

Para narrar “Los últimos minutos de Abel Santamaría…” (Granma, 24 de julio de 1973), Marta Rojas se afincó en el falso testimonio de José Manuel Villa Romero, alias Toitico, exjefe de la policía en Santiago de Cuba durante la administración Prío y primer detenido por los sucesos del 26 de julio de 1953.

Según Toitico, el teniente Manuel Piña “entró con Abel, me dijo una insolencia y montó el rifle (…) Abel se paró delante de mí [y] dijo: ¿Cómo ustedes van a asesinar a un hombre así? ¡Este hombre no viene con nosotros!” Piña desistió al confirmar el subteniente Cándido Wilson que Toitico había sido arrestado en su casa. Nadie podría dudar de este incidente, pero Toitico agregó: “Un soldado de apellido Batista y el sargento González, apodado “El Tigre”, le echaron una llave a Abel en el cuello; después el soldado le pinchó un ojo con la bayoneta”.

Toitico no pudo ver ese bayonetazo, porque el funerario Manuel Bartolomé recogió, por encargo del alcalde de Santiago, a todos los asaltantes muertos y no vio “ningún cadáver que presentara signos de tortura“.

Tales signos no constan en ninguno de los 47 informes forenses que la propia Rojas incluyó en La Generación del Centenario en el Moncada (Ediciones R, 1964). Ni emergió ningún torturado en el juicio, donde los abogados defendieron sin cortapisas. La razón es simple: la masacre hizo superflua la tortura.

El jefe de inteligencia militar del Moncada, capitán Agustín Lavastida, consideró que Abel y otros, como Fernando Chenard y Boris Luis Santa Coloma, eran líderes de los asaltantes. Sus vidas fueron preservadas hasta bien entrada la noche del 26, mientras eran presionados para identificar a los demás detenidos que iban llegando.

A las 3 de la tarde del 26, el teniente Ismael Valdés vio a Abel ileso, sentado en una silla del local de la jefatura del regimiento. Pasadas las 10 de la noche, el teniente Jesús Yánez Pelletier observó que Abel y otros cuatro estaban “metidos en un automóvil [y] amarrados con una soga gruesa que pasaba por la boca para amordazarlos“. En otro carro había llegado un preso de Holguín y el comandante Andrés Pérez-Chaumont ordenó sumarlo al grupo “para no dar dos viajes”.

Ángel “El Gallego” Núñez, oyó tiros a eso de la una de la madrugada del 27 en la granjita Siboney. Allí mismo el funerario Bartolomé recogería seis cuerpos sin vida la tarde del 28 (“Trasladan a El Caney los cadáveres de los 6 asaltantes muertos en Siboney”, Prensa Universal, 29 de julio de 1953).

El Servicio de Inteligencia Militar (SIM) tomó fotos y huellas dactilares a todos los asaltantes muertos. Aquellas de Santa Coloma y Chernard se publicaron ya en el libro Moncada: la acción (Editora Política, 1981), pero no acabar de llegar el día en que salga la foto de Abel.

Juicio de la historia

Toitico prestó declaración como acusado en la segunda sesión —martes 22 de septiembre de 1953— del juicio del Moncada, sin referir ni por asomo el episodio de Abel. En la misma sesión declaró Andrés García-Díaz, quien había desertado con Hugo Camejo y Pedro Véliz del asalto al cuartel de Bayamo.

García-Díaz relató cómo fueron apresados en Manzanillo, golpeados a culatazos, arrastrados con una soga al cuello detrás de un jeep y dejados por muertos. Solo él sobrevivió (“Relato del muerto-vivo,” Revolución, 20 de julio de 1962). Desde el estrado de los abogados defensores, adonde había pasado tras declarar como acusado en la primera sesión, Castro interrogó minuciosamente a Díaz-García e instó a consignar los detalles para proceder contra los militares implicados. El juez Adolfo Nieto, presidente del tribunal, ordenó a su secretario hacerlo.

En la quinta sesión del juicio —29 de septiembre de 1953— Haydee Santamaría alegó que hubo golpes y torturas, pero admitió que no había sido testigo presencial y no habló nada de su hermano Abel. Fuera del juicio llegaría a soltar que le habían extirpado los ojos para sacarle dónde estaba Fidel. Con igual propósito le habrían mostrado un ojo a ella, pero ni ella ni su hermano hablaron (“To Die Is Much Easier,” Washington Post, 21 de marzo de 1977).

Coda

El periodista estadounidense Robert Taber extirpó los ojos a Abel con Haydeé en la celda contigua oyendo los gritos (M-26: The Biography of a Revolution, Lyle Stuart, 1961). El diplomático inglés Leycester Coltman llevó al juicio del Moncada a un militar como testigo de que habían sacado los ojos a Abel (The Real Fidel Castro, Universidad de Yale, 2003). Sin embargo, el biógrafo apologista de Castro, Herbert Matthews no vaciló en subrayar que los ojos sacados a Abel eran “uno de los mitos más perdurables del Moncada (…) que nunca se expurgó”, a pesar de que Castro, cuando salió de la prisión de Isla de Pinos, se enteró de que era pura ficción (Fidel Castro, Simon and Schuster, 1969, páginas 71 s). El historiador Antonio R. de la Cova se encargaría de expurgar este mito por completo en The Moncada Attack (Universidad de Carolina del Sur, 2007).


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