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Fidel Castro, Cuba, Madrid

Madrid: Black Friday entre Trump y Fidel

Crónicas de viaje: de un lado para otro

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Acabamos de regresar de España (noviembre, 2016), algo así como un test anual gerontológico, “celebrando” bajo la lluvia los 55 años de nuestra salida de Cuba (27 de noviembre de 1961) por el Museo del Prado y el Reina Sofía. Sobrevivientes de varias catástrofes históricas, confluyen simbólicamente dentro del marco de este último recorrido el triunfo electoral de Donald Trump y la muerte de Fidel Castro, ciclos fatídicos y viciosos que se abren y se cierran: estocadas históricas de consecuencias que no se podían predecir, mortales cicatrices abiertas, de la revolución al populismo.

En el primer caso, fin de una época, como si una película de Frank Capra se acabara de una vez por todas (It’s a Wonderful Life), el fracaso de James Stewart (Mr. Smith Goes to Washington) y Gary Cooper (Meet John Doe) y el triunfo del capitalismo tiránico y demagógico de Edward Arnold. En el segundo, el réquiem definitivo del realismo socialista. De la clase media al triunfo de los millonarios. Dios nos coja confesados. Por tu grandísima culpa, como dirían los “evangélicos” entre comillas. Money, money y nada más que dinero.

Noviembre: lluvia, paraguas y muertos

Como nos escribe Jorge M. Reverte en El País de hoy (diciembre dos), noviembre es el “mes de los muertos. No sólo porque empiece con la fiesta dedicada a ellos, sino porque es… un mes sombrío, helador, arisco y precursor del invierno. Noviembre no hay por dónde cogerlo, a pesar de la belleza de las hojas sobre la ladera de las montañas. En la ciudad, las hojas muertas amenazan al paseante con una superficie hecha para el patinaje, pero subvencionada por alguna empresa que vive de las piernas rotas y las prótesis de las caderas. Pues noviembre, que ya estaba ocupado por la muerte de Franco y su compañero de habitación, José Antonio Primo de Rivera, se nos llena de Fidel Castro. Uno ya ni puede morirse ni tener muertos cercanos a los que recordar en noviembre”. Y agrega, como si fuera poco y como si fuera cubano: “Y, además, vivo en un país en que los muertos se usan para entrarle a garrotazos a su vecino”.

No en balde en Madrid se ha adoptado, en inglés, el Black Friday, como fin de fiesta, sin darle gracias a nadie.

Entre Nuestro pueblito y Corresponsal extranjero

El sábado 26 se celebraba el fin de semana del Black Friday y llovía. Para mí no hay nada como el mal tiempo, lluvia, nieve y cielos nublados, y el sol me resulta totalmente irritante, aunque de Cuba a Hawai, pasando por Miami, me ha calentado siempre. Salí del hotel en busca de unos bocaditos, porque Yara no quería ir a comer “fuera”. En todo caso, en plena lluvia, no se podía dar un paso por la Gran Vía, llena de paraguas, porque los madrileños de cualquier edad y género no se quedan en casa así los maten (que también puede pasar, aunque no tanto como en otras partes —París, por ejemplo—) y parecía que estaba en una escena de la película Corresponsal extranjero de Hitchcock, (con algo de Nuestro pueblito de Thornton Wilder), no muy lejos de la Telefónica, donde se le rinde homenaje a Hitchcock (“Hitchcock, más allá del suspense”), cuya fundación ha ido más allá del teléfono para meterle mano a exposiciones estupendas, como debería hacer alguna institución bancaria en Miami.

La vitalidad madrileña (aunque fuera materialista) se volvía contagiosa, y un descomunal centro comercial que se ha abierto en esa zona, por la Gran Vía, con una cúpula románica postmoderna, se convertía en un Black Friday profano y antislámico (es decir, de los islámicos que no tienen donde caerse muertos) con un molote monumental, como si fuera Times Square esperando el año nuevo o un atentado terrorista, en una celebración absoluta y fatídica de las cosas, sepulcro de la mística, el marxismo leninismo y el existencialismo sartreano, para darle paso, sin Acción de Gracias, al triunfo populista, anárquico y caótico del más absoluto materialismo ultra histórico del capital.

Trompetismo

El triunfo del “trompetismo” (y que me acuñen el término) nos “cogió” (el “argentinismo” es intencional y se aplica a todos, particularmente a los que votaron por él) en Valencia, a donde volvíamos por tercera o cuarta ocasión. La visitamos por primera vez hace muchísimos años, cuando asistí a una corrida de toros (primera y última), que me dio una violenta sacudida, aunque no dejó por ello de impresionarme como el único espectáculo “deportivo” que vale la pena (realmente “la pena”) presenciar siempre mientras uno no haga el papel del toro. Receptores de la estocada —quintaesencia del teatro de la crueldad, herida no cicatrizante que nos manda al otro mundo— nos hemos vuelto testigos de otra corrida, la electoral norteamericana, donde Hillary Clinton quedó tendida en la arena. Temía lo peor: la adicional cornada fatal, el cadáver político, porque la primera cornada fue la de su marido, que muchos celebran.

El distanciamiento geográfico amortiguó el golpe, porque el triunfo populista de Trump representa la victoria de la injuria sobre el intelecto, que también estaba en juego. No se lo pudieron perdonar a Hillary Clinton, ni siquiera las mujeres: después de todo, había fracasado en la cama, lo que justificaba el voto machista de los americanos y los cubanitos. Ni siquiera nosotros (los cubanos, quiero decir), cómplices y víctimas del populismo “racional” marxista, que tan caro nos ha costado (particularmente a una burguesía de golpes de pecho y con plata) logró el triunfo de la civilización frente a la barbarie.

Como escribió la periodista María José Navarro, “hay que poner en buen recaudo nuestro pussy, nenas”. No hay nada como los españoles, en este caso las españolas, para llamar las cosas por su nombre. El machismo era un arma de doble filo (o de un solo filo) que invitaba a la identificación del ego masculino por las propias mujeres que se lleva de encuentro.

Hamilton: no tengáis miedo

Aunque Hillary practique aquello de “a mal tiempo buena cara” y se ponga la careta, la pateadura ha sido muy grande. “¿Resilient?” La palabrita me la descubrió ella misma. Realmente, sacar fuerzas de flaquezas, resistir. Pero, ¿de dónde va a sacarlas? Bueno, tendrá que pedírselas prestadas a Michelle Obama, irónicamente, que se afila los dientes para el 2020, dispuesta a joder a racistas y machistas, porque después de todo la Clinton era (es) blanca, aunque no sea tan rubia como Trump, y todos saldrán a votar (de ser posible) mientras nos aprietan el torniquete. Es decir, Trump, con una particular “sensibilidad” para poner el dedo en la llaga de las imperfecciones físicas, insultó a todo el mundo, mujeres, minusválidos, intelectuales, periodistas, mexicanos, chinos y negros (con el apoyo del Kukusclán), en un discurso que ya los cubanos (y en especial los que vinieron para acá atrás, no hay peor sordo que el que no quiere oír) habían escuchado hacía medio siglo, pero que sirvió (no en mi caso) de modelo para que le dieran el voto. Con los homosexuales no se metió mucho, porque para eso puso al vice que ya lo había intentado en Indiana para que no salieran por ahí cogiditos de la mano. El caso de Hamilton y las advertencias a la prensa, reproduce las Palabras a los Intelectuales, con su poco de Virgilio Piñera (“por ahí se dice que…”): en fin, como dicen los ingleses y repito yo (“con el trompismo todo y contra el trompismo nada”): “una moraleja, una conseja, eso que los ingleses llaman cautionary tale”: y ni “sueñes con quemar la bandera”, porque te mandamos patrás.

Black Friday en el calendario del pavo

En cuanto a la muerte de Fidel, la noticia nos la dieron en la Fundación Juan March, que visitamos en Madrid con una religiosidad postmoderna. Tratamos de ir preferiblemente los sábados por la mañana cuando siempre hay un concierto, y aunque sea de música de jazz, es un lugar de un refinamiento exquisito, que nos recuerda lo mejor que tuvo la cultura cubana precastrista, el Lyceum Lawn Tennis Club y asociaciones de esta naturaleza, incluyendo la CMQ, con conciertos de música de cámara a los que asistíamos con alguna frecuencia cuando Yara y yo nos conocimos.

Ningún lugar más anticastrista que la Fundación Juan March, porque el arte abstracto tiene esa condición de eliminación del espacio real (antítesis del realismo socialista) que en este caso se acrecentaba con el título de la exposición misma, “Escuchar con los ojos”, sobre el arte sonoro en España, estableciendo una distancia descomunal gracias a la visualización del sonido, convertido en diseño. Dentro de ese contexto, una periodista que asistía a la exposición nos oyó hablar, reconoció nuestro acento, inició una conversación y nos preguntó si sabíamos que Fidel Castro había muerto aquella madrugada. Le dijimos que no lo sabíamos y dentro de aquel espacio no figurativo de instalaciones sonoras que se sucedían una detrás de la otra, la noticia se esquematizaba como si el sonido de la extinción castrista se convirtiera en la pausa del silencio, como si en realidad estuviera realmente e históricamente muerto: un cuadro de Rothko pintado en negro. El fracaso de un proyecto destructivo e inútil trascendía el espacio real de la mierda para convertirse en un vacío “sin título”, e inclusive sin imagen y sin sonido, órgano hueco, que no estaba allí. No era ni siquiera un cuerpo informe de Francis Bacon, que unos días antes habíamos visto en el Guggenheim de Bilbao. Me da pena por las ilusiones que despertó Obama en la otra orilla, duraran lo que un merengue en la puerta de un colegio. No hay que preocuparse, porque intereses creados negociará algo, aunque no dé nada por nada. Nos dimos cuenta, sencillamente, que después de medio siglo no nos daba ni frío ni calor: ni para celebrarlo en el Versailles de Miami en alguna pachanga callejera ni para pretender un homenaje luctuoso en alguna calle habanera que se estuviera cayendo a pedazos, y mucho menos otro muerto para entrarnos a garrotazos, como diría Jorge M. Reverte, que no es una buena idea. La cosa, a decir verdad y a resulta ser, no es para tanto. Si se murió y lo quemaron, pues que lo pongan en una urna, como decreta el Papa, que ya acepta las cenizas si están debidamente guardadas.


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