Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Una exigencia del cambio

Cuando un partido niega la existencia de otros, se está negando a sí mismo.

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La decisión de "cambiar todo lo que deba ser cambiado" no podía dejar fuera al partido gobernante. El 24 de diciembre de 2007, Raúl Castro expresó: "tenemos un solo Partido, pero tenemos que convertirnos en el Partido más democrático que exista". En fecha más reciente, el 28 de abril de 2008, planteó: "afianzar el papel del Partido como vanguardia organizada de la nación cubana, que lo situará en mejores condiciones para enfrentar los retos del futuro…".

El empleo de los conceptos "más democrático" y "vanguardia organizada" puede entenderse en tres sentidos: 1) Legalizar la existencia de otros partidos políticos, dentro de los cuales el comunista será "la vanguardia"; 2) El comunista se democratizará y permitirá en su seno la existencia de diversas tendencias; y 3) El comunista continuará siendo el único partido político permitido y será, por eso, "la vanguardia".

La opción por cualquiera de esas posibilidades tendrá que tener en cuenta que la dignidad humana significa, en esencia, que las personas actúen según lo que le dicte su conciencia interior, lo cual guarda una estrecha relación con el derecho de asociación. Y si la conciencia interior le dicta al ciudadano pertenecer a un partido distinto del comunista, cosa nada extraña, sólo una fuerza exterior podría impedirlo.

Las ideas y prácticas de la modernidad, al unir el ideario del humanismo y la justicia con los principios de la democracia y la soberanía popular, echaron los cimientos de la conciencia y la cultura política modernas. Hay que tener en cuenta esas ideas y prácticas que trascendieron los intereses de la burguesía para encarnarse como imperativos morales y jurídicos de toda la humanidad y que tomaron cuerpo en nuestras constituciones republicanas, en las que quedaron refrendados los derechos y libertades fundamentales, entre ellos el de asociación.

La exclusión política desconoce que los partidos políticos son integrados por una parte de la población, mientras la sociedad —el todo— antecede y rebasa los partidos.

Así ocurrió cuando las ideas de la independencia, ausentes en los partidos de la Cuba de fines del siglo XIX, condujo a José Martí a la fundación del Partido Revolucionario Cubano; cuando Diego Vicente Tejera, para representar los intereses de los trabajadores, ausentes en los partidos liberales y conservadores de la época, fundó en 1899 el Partido Socialista Cubano (primer partido socialista democrático del país); o cuando Eduardo Chibás, en 1948, creó el Partido Ortodoxo porque el Auténtico no satisfacía a una parte de sus integrantes.

Obligaciones nacionales

La clase política gobernante debería saber que el pluralismo político, expresión de la diversidad de intereses, aspiraciones y formas de pensamiento, constituye un instrumento fundamental para la participación política de los ciudadanos y, por tanto, su existencia es factor del avance mancomunado de la sociedad, que no lo excluye, sino lo implica.

Es así que el Pacto de Derechos Civiles, recientemente firmado por La Habana, reconoce en su artículo 22 el derecho de libre asociación, lo que implica en teoría que los ciudadanos podrán asociarse en un partido diferente al comunista. Esto obliga a poner la legislación nacional en correspondencia con el contenido del Pacto firmado, o en su caso, a demostrar las razones para que un partido impida la existencia de otros.

Históricamente, para implantar el monopartidismo, los regímenes totalitarios tuvieron que destruir violentamente a los demás partidos políticos o reducirlos a la condición de organizaciones burocráticas subordinadas, dando lugar al modelo más perfecto y terminado de régimen totalitario. Con él, como ocurrió en todas partes, sobrevino el estancamiento y el fracaso.

Por estas razones, la presunta disposición de convertir el Partido Comunista "en el más democrático", no puede entenderse sino como la aspiración a serlo entre los existentes; pues cuando un partido niega a priori la existencia de otros, se está negando a sí mismo.

Por eso, para "afianzar el papel del PCC como vanguardia organizada de la nación", la decisión tiene que acompañarse del derecho de asociación; para que entonces, en presencia de otros partidos y por la supuesta superioridad de sus ideas y proyectos, el comunista demuestre lo que puede.

En las ideas de José Martí, el partido constituía una táctica dentro de una estrategia mayor; tenía una razón de ser y un objetivo definido y acotado en el tiempo: aunar voluntades y dirigir la guerra para fundar la República, no para dominar y prohibir la existencia de partidos diferentes después del triunfo. De cómo se resuelva este vital asunto, el proceso de cambios podría conducir a la República libre y democrática que proponía Martí para rendir culto a la dignidad, y para el bienestar material y espiritual de todos los ciudadanos.

El próximo Congreso del PCC podría ser un buen momento para anunciar la eliminación, en nuestro texto constitucional, del artículo 5, que refrenda el papel dirigente de la organización comunista. En su lugar debería plasmar el reconocimiento del pluripartidismo como necesidad del desarrollo social.

Con ello se estaría dando un paso trascendental, al crear las condiciones mínimas para que puedan trabajar cooperadamente todas las fuerzas dispuestas a participar en la solución de la actual crisis, en la renovación de la sociedad y en la definición de su destino.


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